El agua seguía cayendo, y Gómez se preguntaba si su carrera y su vida estaban destinadas a ser arrastradas por la corriente de eventos que se estaban desbordando a su alrededor. La ducha futurista, con sus controles precisos y su diseño avanzado, no podía ofrecerle respuestas a las preguntas que lo atormentaban. Cada gota de agua que caía parecía un eco de los golpes que había dado, cada remolino de vapor una representación de los gritos del prisionero. A medida que el vapor se espesaba y el agua continuaba su curso, Gómez trataba de enfocar sus pensamientos en algo positivo, en que todo saldría bien. Pero la sombra de su propia duda y el peso de sus acciones eran demasiado pesados. Se enjuagó con la esperanza de borrar no solo la sangre, sino también los nervios que sentía. Su cuerpo estaba en tensión, y aunque la temperatura del agua era ideal, su mente estaba en un estado de sobrecalentamiento. Se giró hacia el lado del panel y ajustó los controles para aumentar el flujo de agua, intentando usar el calor como una forma de calmarse y pensar con más claridad. Sin embargo, el resplandor de las luces y la sensación constante de ser observado lo mantenían alerta, como si el mismo entorno estuviera juzgando sus decisiones. La espuma de jabón que solía ser una fuente de alivio ahora parecía un simple accesorio a la rutina, y el calor de la ducha era insignificante comparado con el fuego de la frustración y la autocrítica que lo consumía.
Había sido una semana ardua, y el interrogatorio a Thomas Smith había sido la gota que colmó el vaso.
Gómez se apoyó en una de las paredes de la ducha mientras trataba de ordenar sus pensamientos. Gómez intentó centrar su mente en algo más, en cualquier cosa que pudiera desviar su atención del tumulto interior. Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Thomas, la sangre y la desesperación en sus últimas palabras. El choque del agua cayendo sobre su cuerpo era lo único que mantenía a Gómez anclado a la realidad en ese momento. Sabía que la situación se había salido de control. Por el contrario, Gomez desconocía que las sombras lo habían poseído y no lo recordaba en absoluto. O al menos lo habían intentado poseer, puesto que su voluntad original también era eliminar a Thomas Smith.
De pronto, un sonido de pasos y la apertura de una de las duchas cercanas lo sacaron de sus pensamientos. Un chorro de agua cayó al lado de él, y de reojo pudo ver la figura de su compañero, Jonathan Parker, un hombre alto y de complexión fuerte, con una sonrisa casi perpetua en su rostro, aunque esta vez parecía diferente, más apagada. Sus brillantes ojos marrones y su hermoso cabello rubio le daban un aire juvenil, pero él también era un dinosaurio tan viejo como Gomez.
Tarjeta del personal
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Nombre Jonathan Parker Código de Identificación 835715 Ocupación Agente de Campo Especialización Soporte Táctico
Ubicación Piso 3, Sala de control Rango Eventos de clase D
—Hey, Gómez —Dijo Jonathan mientras ajustaba la temperatura del agua— Me enteré de lo que pasó en la sala de interrogatorios.
Gómez abrió los ojos, sin moverse de su lugar bajo el agua. Fingió indiferencia mientras su corazón comenzaba a acelerarse. No esperaba que las noticias se propagaran tan rápido.
—¿Ah sí? ¿Y qué fue lo que escuchaste? —Preguntó Gómez, tratando de mantener un tono casual mientras el agua seguía resbalando por su cabeza.
Jonathan lo miró por un momento, como si estuviera evaluando cómo decirle lo que sabía:
—Me dijeron que te suspendieron por lo que pasó con Smith. Que te pasaste de la raya y que la administración está en plan de revisar todo. Honestamente, no pensé que te dejaras llevar así. Nunca te había visto perder los estribos.
La sorpresa en la cara de Gómez fue genuina, pero lo escondió rápidamente detrás de una carcajada —¿Suspendido? —Repitió con una mueca irónica— Bueno, es la primera noticia que tengo. Nadie me ha llamado para decírmelo.
Jonathan arqueó una ceja mientras se limpiaba el rostro con las manos, sin detener el flujo de agua que seguía cayendo sobre él—¿No te lo dijeron? Se lo mencionaron a todo el equipo en la sala de control —Comentó, sin ocultar su sorpresa.
—No, salí del interrogatorio, me negué a recibir asistencia de recursos humanos, rellené el informe con lo que pasó y me vine directo a las duchas —Respondió Gómez, claramente extrañado.
Jonathan soltó una risa seca mientras se enjuagaba el cabello, sin siquiera girarse hacia Gómez —No entiendo por qué te sorprendes tanto —dijo, su tono más relajado— Los tiempos han cambiado, Gómez. Matar a un prisionero durante un interrogatorio ahora es razón suficiente para que te despidan.
—Pero el jefe… ¿él salió a defenderme, no? —Gómez preguntó, con una mezcla de esperanza e incredulidad. No estaba al tanto del nuevo protocolo, pero dado que recursos humanos cambiaba las reglas de conducta con tanta frecuencia, no sería sorprendente que fuera así.
—Claro que lo hizo. Todos los veteranos lo hicimos. No le quedaba de otra. Se hizo el tonto y se metió el nuevo protocolo por el culo, pero eso no quita que todos estemos sorprendidos —Jonathan se giró hacia Gómez, mirándolo directamente— ¿Por qué demonios lo mataste?
Gómez guardó silencio durante unos segundos, procesando la información. El hecho de que aún no le hubieran notificado oficialmente la suspensión solo agravaba la situación. Sin embargo, no era de los que dejaban que su incomodidad se hiciera evidente. Sacudió la cabeza y sonrió, haciendo una broma para desviar el tema.
—Bah, necesitaba unas vacaciones de todas maneras —Dijo con un tono relajado, a pesar de que una ligera tensión se mantenía en su voz— Al final, quizá hasta me venga bien.
Jonathan lo miró con escepticismo mientras el agua seguía golpeando su cuerpo —¿Vacaciones? Vamos, Gómez, sabes que esto no es cualquier cosa. ¿Qué pasó ahí dentro? ¿De verdad perdiste el control con Smith? ¿Tú? ¿Luego de tantas décadas manteniendo el “orden”?
Gómez sabía que no podía evitar el tema mucho más tiempo, pero no estaba dispuesto a hablar sobre lo que realmente había ocurrido. Se encogió de hombros y buscó una excusa rápidamente, una que no sonara del todo convincente, pero que funcionara lo suficiente para desviar la atención.
—Estaba cansado del trabajo, supongo —Dijo sin mucho entusiasmo— El tipo sabía cómo meterse en la cabeza de la gente. Llevaba horas sin dormir y creo que todo me pasó factura. Pero ya sabes cómo es esto. Todo se resuelve con un poco de descanso.
Jonathan lo observó por un momento, él también era un agente y claramente no estaba convencido con la respuesta, pero también parecía dispuesto a no presionar más el asunto. La incomodidad en el aire lanzaba chispas, pero Gómez sabía cómo cambiar el tema:
—¿Y tú qué tal? ¿Cómo va tu investigación paranormal? Estabas trabajando en ese caso raro con esas entidades dimensionales desconocidas que desaparecen gente, ¿no?
Jonathan se tomó un momento antes de responder, relajándose visiblemente al cambiar de tema—Ah, sí… —Empezó mientras dejaba que el agua cayera sobre sus piernas— Es complicado, la verdad. Hemos estado tratando de descifrar unos patrones en las emisiones de energía para ver donde están mandando a la gente que secuestran, pero es como si “estás cosas” cambiarán de método cada vez que estamos cerca de atraparlas. El problema es que no se comportan como lo haría nada que conocemos y la verdad es que no me tocó el científico más amigable en el equipo.
—¿Cómo es eso? —Preguntó Gómez.
Jonathan frunció el ceño: —Es complicado. Es como si no hubiera reglas. A veces usan puertas, otras no. A veces parecen interactuar con los espejos, pero en otros momentos simplemente usan las bañeras.
—Interesante —Dijo Gómez, mientras frotaba el jabón por su torso— ¿Y crees que haya alguna conexión con mi anterior caso? Sabes, el que estuve investigando antes en el edificio abandonado.
Jonathan negó con la cabeza—No lo sé. Hay similitudes, pero también diferencias importantes. Lo único que puedo decir es que cada vez estoy más convencido de que estas entidades no están aquí por accidente. Es como si estuvieran buscando algo o a alguien.
—¿A alguien? —Repitió Gómez, levantando una ceja.
—Sí —Continuó Jonathan— Hemos notado patrones en sus desapariciones. Están buscando a un historiador en particular, pero no sabemos quién ni por qué. Y cada vez que nos acercamos a una respuesta, parece que se enteran de alguna manera. Es frustrante.
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Gómez lo escuchaba con atención, pero su mente seguía volviendo a su propia experiencia con Thomas. Ese hombre era un profesor de historia y en su defecto un historiador. Y ahora, Jonathan le estaba hablando de que “Ellos” seguían mandando a desaparecer historiadores, empezaba a preguntarse si había más conexiones entre todo esto de lo que parecía a simple vista.
—¿Qué opinan los altos mandos de esto? —Preguntó Gómez, intentando mantener el hilo de la conversación mientras su mente vagaba en otras direcciones.
—Lo de siempre —Respondió Jonathan, suspirando— Nos piden resultados, pero no asignan los recursos para ver esos resultados. Los nuevos reclutas no sirven como agentes, Gómez. Solo se interesan en la misión si la misma implica que los manden a explorar el otro mundo. En sus mentes solo así pueden hacer algún descubrimiento o aporte que lo mande a algún laboratorio más importante. En el fondo creo que les importa tres bledos ayudar a los ciudadanos de Florida.
Gómez asintió, comprendiendo perfectamente la frustración de su amigo. El vapor de las duchas seguía envolviendo a los dos hombres mientras la conversación perdía intensidad. El tema de las entidades y las investigaciones paranormales parecía haber calmado la tensión en el aire, y Gómez se sentía agradecido por ello. Ambos seguían bajo los chorros de agua, disfrutando de lo que parecía ser uno de los pocos momentos de tranquilidad en sus agitadas rutinas.
Jonathan soltó una pequeña carcajada: —¿Recuerdas cuando nosotros éramos reclutas? —Dijo mientras se frotaba el cabello con ambas manos— Estábamos cagados de miedo, pero aun así continuamos. Hoy en día los jóvenes se meten en la boca del lobo con tal de resolver un caso importante.
Gómez sonrió, relajándose un poco más: —Sí, esos eran otros tiempos. Cuando todo parecía más simple.
Jonathan asintió, dejando que el agua le golpeara la espalda: —Sí, simple. Aunque no sé si alguna vez lo fue. Quizás simplemente no sabíamos en lo que nos estábamos metiendo.
—Claro, claro—Respondió Gómez—Pero al menos sabíamos cómo cuidarnos las espaldas. Hoy en día los jóvenes creen que porque ven un par de vídeos o completan un par de cursos, ya están listos para lo que sea.
—¿Recuerdas la primera misión importante que nos asignaron? —Preguntó Jonathan, cambiando de tono, como si intentara aliviar el ambiente— La que nos mandaron al laboratorio 67. ¡Dios, cómo la sufrimos!
—Sí, ¿y cómo olvidarlo? —Respondió Gómez— No habíamos entrado ni cinco minutos y ya estábamos convencidos de que algo nos iba a arrancar la cabeza. Unos cuantos vomitaron, otros fuimos más inteligentes y lo hicimos en secreto.
Jonathan rió más fuerte esta vez: —Y resultó que todo era una broma de esos bastardos. ¡Ni fantasmas, ni monstruos, ni nada! Solo un maldito veterano que activó las alarmas de ese viejo laboratorio y nos mandó a cazar motas de polvo.
—Nos mandaron a hacer el ridículo. Pero, ¿sabes? Prefiero esa clase de educación que los cursos pedorros de ahora. Al menos entonces nos capacitaban otros agentes, no los payasos de recursos humanos.
Jonathan se quedó en silencio un momento, su expresión tornándose más seria. Había una verdad innegable en lo que Gómez decía. Las cosas habían cambiado mucho desde esos días. Ahora, los errores no solo te costaban la dignidad. Te podían costar la vida.
—Y sin embargo, seguimos aquí… —Dijo Jonathan finalmente, con un suspiro.
—Sí, seguimos —Replicó Gómez— Pero ya no somos los mismos…
Finalmente, ambos hombres cerraron las llaves de las duchas y comenzaron a salir. El vapor condensado hacía que las paredes de la sala de duchas parecieran distorsionadas, como si la realidad misma estuviera en un estado de transición, algo apropiado para el lugar en el que trabajaban. Sin embargo, la sensación era más relajante que inquietante, y Gómez decidió centrarse en lo mundano en lugar de dejarse llevar por pensamientos más oscuros.
Al llegar al vestuario, Gómez notó algo inusual. Sus ropas, que antes habían estado manchadas de sangre y sudor, no estaban donde las había dejado. En su lugar, sobre la banca flotante, había un nuevo uniforme: completamente limpio, planchado, con la insignia de la organización perfectamente colocada en el hombro. La tela, suave al tacto, tenía un brillo leve bajo la luz artificial del vestuario.
—Vaya, servicio express —Dijo Jonathan con una sonrisa burlona al ver la ropa nueva de Gómez— Parece que los de recursos humanos se están asegurando de que te veas bien para tu suspensión.
Gómez arqueó una ceja, sorprendido —No recuerdo haber pedido un cambio de ropa —Murmuró mientras se acercaba al uniforme. Lo inspeccionó con atención. A simple vista parecía ser suya, pero había algo en los detalles que no cuadraba. La etiqueta interior tenía su nombre y su rango, como debía ser, pero el material parecía más avanzado de lo que solía usar. Era como si alguien hubiera mejorado su equipo sin informarle.
—¿Te quejas? —Jonathan se estaba secando con una toalla mientras miraba a su compañero con una sonrisa ladeada— Con todo lo que te ha pasado hoy, un uniforme limpio parece lo menos preocupante.
Gómez bufó, visiblemente molesto, mientras se ajustaba el uniforme nuevo que acababa de recibir. Le quedaba perfecto y parecía haber sido diseñado a medida.
—El problema no es el uniforme —Respondió, frunciendo el ceño— Estaba usando la corbata favorita de mi padre y estos idiotas son capaces de incinerarla como si fuera cualquier trapo.
Jonathan soltó una carcajada baja y negó con la cabeza:
—Tranquilo, eso lo arreglo yo. Si algo tiene solución es una corbata. Pero, escúchame, pon cara de idiota mientras te suspenden y di cualquier excusa convincente. Pero de las buenas, ¿eh? Porque mataste a un prisionero, y si te ven alterado, solo les darás razones para que te jubilen antes de tiempo. Y créeme, nadie quiere eso. Ya quedamos pocos agentes de verdad en este laboratorio.
—¿Y qué excusa puedo dar? —Preguntó Gómez, pasando una toalla por su rostro mojado— No puedo decir que fue un accidente. Ya sabes cómo son en recursos humanos, viven para joderles la vida a los veteranos. Tienen esa maldita política de cero tolerancia, y están ansiosos por deshacerse de cualquiera que no siga el “nuevo” protocolo al pie de la letra. No quiero darles más motivos para mandarme a la mierda.
—Inventa algo. Ya sabes cómo va esto. Diles que el prisionero te provocó, que intentó escapar o que hubo un fallo en los controles y no estaba encadenado. Lo que sea. Algo lo suficientemente creíble para que no les den ganas de seguir investigando. Si los distraes con eso, podrás salir del radar un tiempo. Y créeme, te necesitamos aquí. No dejes que te metan en esa trampa.
—Es fácil decirlo, pero tú sabes cómo son estos tipos. Si no encuentran algo claro, lo inventan. Y la verdad… —Hizo una pausa, dejando que las palabras se formaran en su mente antes de soltarlas— No lo pensé bien en ese momento. Solo, sucedió. No fue premeditado, ni planeado, pero en ese instante, parecía la única salida para no volverme loco.
Jonathan lo observó en silencio por un momento, con esa mezcla de comprensión y pragmatismo que sólo los años de servicio podían brindar—Lo sé, hermano. Y por eso te digo que juegues tus cartas bien. No pueden culparte si pones una buena excusa. ¿Recuerdas que mataste a Thomas Smith? —Preguntó, cambiando ligeramente el tono de la conversación, como si la nueva información fuera la clave para salir del problema.
Gómez lo miró con seriedad: —¿Sí? ¿Importa su nombre?
—Yo participé en el caso de la secundaria St. Patrick como detective privado para uno de los padres de esa escuela —Dijo Jonathan en voz baja, abotonándose la camisa— Resulta que Thomas Smith es en esencia un hijo de puta, pero más importante es que estuvo involucrado en un caso con criaturas con altas tendencias a hacer posesiones. Si le cuentas a recursos humanos que algo raro pasó durante el interrogatorio, que te sentiste… no sé, “poseído” o manipulado, tal vez podrías salirte con la tuya. Ya sabes cómo les gusta usar el misterio y toda esa mierda paranormal como excusa de sus fracasos. Podría funcionar.
—No, si digo eso me harán un J74 y me va a dar negativo —Respondió Gómez.
—Ya lo sé, pero el resultado de ese examen es lo de menos —Dijo Jonathan, con una sonrisa de lado— Créeme, los de recursos humanos están más preocupados por mantener sus bonitos índices de “clima laboral” y “seguimiento de protocolo” que por lo que realmente ocurre. Si dices que una criatura misteriosa te poseyó con esta cuartada, estarían más que dispuestos a inventarse que el J74 puede dar falsos negativos con esa criatura. Lo único que les importa es mantener su política de muchas sonrisas y pocas caras tristes.
Gómez frunció el ceño, sopesando las palabras de su compañero. La idea tenía sentido, aunque era arriesgada. Mentir tan descaradamente sobre un resultado que se podía verificar no era lo que más le preocupaba, sino las implicaciones de que se investigara de más el caso. Eso lo pondría en el radar del laboratorio hasta que de resultado negativo, es decir, buscarían la grabadora y aunque nadie la encontrara, y el departamento de recursos humanos comprara la historia, no significaba que todos los demás lo harían.
—¿Y crees que eso funcionaría? —Preguntó Gómez, con una mezcla de duda y resignación en su voz.
Jonathan se secó las últimas gotas de agua del cuello antes de responder, su tono firme y confiado: —No te lo puedo garantizar, pero te doy mi palabra de que es mejor que ir con las manos vacías. Ya sabes cómo son estos tipos: prefieren resolver las cosas con una buena historia antes que meterse en el lío de investigar a fondo. Y con todo lo que se sabe de Thomas Smith, podrían comprarse la idea de que algo te afectó. La clave es que juegues bien tus cartas, te presentes como una víctima de las circunstancias, no como el tipo que simplemente perdió el control. Las historias de posesión siempre venden, y más si el jefe también te respalda. Al final, solo necesitan una excusa para pasar página y tú te sales con la tuya.
Gómez suspiró, aún dubitativo, pero con una chispa de esperanza, comenzando a encenderse en su interior. En el fondo quería creer que el jefe de los agentes no le había clavado un puñal por la espalda al mandarle disimuladamente a Thomas, pero su experiencia como agente le obligaba a no apostar a las casualidades.
—Ya, pero si llego a mencionar eso y lo compran desde recursos humanos. Pero después el equipo de control no encuentra ni rastro de actividad paranormal en el área del interrogatorio, ¿cómo me salvo de eso? —Preguntó, mientras se pasaba una mano por el cabello, aún mojado.
Jonathan levantó las cejas, como si hubiera estado esperando esa pregunta:
—Ahí es donde tienes que usar tu ingenio, viejo. Di que las interferencias fueron momentáneas, que te afectaron solo a ti. Incluso podrías decir que los sistemas estaban inestables cuando ocurrió, que la criatura se manifestó en un plano que los equipos no alcanzan a detectar. Les encanta esa clase de mierda. Lo importante es que suene a algo que podría ser plausible, algo lo suficientemente vago para que no lo cuestionen demasiado.
—Tienes razón, en estos tiempos la mayoría de agentes escribe mierda que ni entiende para que no los tachen de idiotas… —Murmuró al final, casi como si estuviera convenciendo a sí mismo— No tengo otra opción. Es eso o que me jubilen.
Jonathan, notando el tono más decidido de su compañero, esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Así se habla. No te preocupes, te cubrimos la espalda. Yo hablaré con el jefe y le dejaré caer algunas pistas. Sabes que si todos empujamos en la misma dirección, las cosas terminan saliendo bien.
—Espero que tengas razón —Respondió Gómez, resignado pero con un leve toque de alivio en su voz.
Jonathan terminó de vestirse y lo miró con una seriedad que contrastaba con la ligereza con la que había empezado la conversación:
—Lo que tienes que recordar es que en este juego, nadie juega limpio. Thomas Smith era un hijo de puta, no te sientas culpable por eso, y no dejes que te coman vivo los de arriba. Ellos también son unos hijos de puta, solo que lo disimulan mejor.
Gómez asintió en silencio. Las palabras de Jonathan resonaban en su mente como un recordatorio de la realidad en la que estaba metido. Había cometido errores, pero no podía permitirse ser uno más en la larga lista de caídos del laboratorio. Tenía que mantenerse en el juego o no podría seguir ayudando a sus amigos.
—Gracias, Jonathan. Te debo una —Dijo finalmente, mientras se pasaba la toalla por la cara para despejarse un poco más.
—No me debes nada —Respondió Jonathan, mientras se dirigía hacia la puerta— Solo asegúrate de que esto no vuelva a pasar.