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Los dos mundos

En el vasto y complejo laboratorio 32 de la Fundación A.P.D., el vestuario del personal de “alto riesgo” era un espacio que parecía haber sido diseñado para limpiarse de los peores residuos. La entrada estaba flanqueada por puertas de acero inoxidable que se deslizaban silenciosamente al abrirse, revelando un ambiente que irradiaba una elegancia fría y tecnológica. Estaba compuesto con paredes de losas de un color blanco impecable que parecían reflejar la luz de los paneles encastrados en el techo. Las taquillas hechas de metal pulido y sin manijas visibles, se abrían con tu simple presencia mediante el uso de la inteligencia artificial del laboratorio, liberando una suave neblina esterilizante cada vez que se accedía a ellas. A un lado, había una fila de bancos flotantes, suspendidos a unos centímetros del suelo. Los espejos inteligentes cubrían la pared frontal, proporcionando información sobre las constantes vitales de cada persona que pasaba frente a ellos, al tiempo que ofrecían sugerencias personalizadas de ajustes en el uniforme, todo acompañado de un suave zumbido electrónico. El ambiente estaba impregnado de un olor ligeramente antiséptico, mezclado con la esencia estéril de los materiales plásticos y metálicos. Pantallas holográficas flotaban en las esquinas, mostrando recordatorios de protocolos de bioseguridad y actualizaciones de las investigaciones en curso, todo mientras la suave melodía de tonos electrónicos llenaba el aire.

Al cruzar el umbral que separaba el área para desvestirse del área de duchas, uno era recibido por una serie de paredes de vidrio de alta tecnología que se extendían del suelo al techo, cada una con una ligera opacidad personalizable que permitía una privacidad óptima sin sacrificar la luminosidad general del espacio. Las duchas en sí mismas eran paneles integrados en la pared, con controles táctiles empotrados y sin ningún tipo de grifería tradicional. Cada panel estaba equipado con una serie de boquillas que emitían agua a una temperatura perfectamente regulada, la cual se podía ajustar mediante una interfaz de realidad aumentada proyectada desde el control táctil. El agua caía en forma de suaves cortinas de vapor que se dispersaban en finas gotas, creando una niebla ligera que ayudaba a mantener el ambiente húmedo y relajante. El suelo estaba compuesto por baldosas de cerámica antideslizante con propiedades autolimpiables, que automáticamente absorbía cualquier resto de agua o suciedad. A los lados, se encontraban bancos minimalistas hechos de un material sintético altamente resistente a la humedad, ideales para relajarse después de una jornada estresante.

Las paredes blancas y relucientes del vestuario de los pisos inferiores del laboratorio 32, reflejaban la imagen de un hombre que no parecía estar en su mejor momento. Era el desafortunado agente Gómez, envuelto en una toalla blanca que cubría su cuerpo. El desdichado hombre se encontraba en un estado de trance, dejando que el vapor de la ducha lo envolviera mientras permanecía parado frente a uno de los paneles de ducha. Aunque el entorno debía ser relajante, él se encontraba claramente perturbado. Su expresión reflejaba la frustración y el agotamiento acumulado durante el interrogatorio de Thomas Smith. La sesión había sido intensa, la verdad difícil de obtener y la recompensa final aún más difícil de aceptar. Su cuerpo aún tenía las salpicaduras de sangre viscosa de aquel hombre que por poco lo arrastraba a una tragedia.

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Sintiendo el paso del tiempo, dejó la toalla en un banco cercano y se adentró en el agua. El suave zumbido del sistema de agua automatizado llenó el espacio con un sonido constante, mezclándose con el vapor que emanaba de las boquillas de alta tecnología. Las gotas de agua fluían sobre su piel, arrastrando consigo las manchas de sangre que aún se adherían a su cuerpo. El contacto con el agua tibia ofrecía un breve momento de calma, una ilusión de tranquilidad que contrastaba agudamente con la tormenta de pensamientos que giraban en su mente.

Tras acostumbrarse a la temperatura del agua, Gómez se posicionó bajo el chorro principal, permitiendo que el vapor y el agua se mezclaran en una neblina espesa a su alrededor. Las gotas de sangre se diluían en el vapor, deslizándose lentamente hacia el suelo de polímero negro. A medida que el agua caía, el vapor se alzaba en una danza etérea, casi como si intentara abrazar y calmar las preocupaciones que Gómez sentía. Miraba al frente, fijando su vista en un punto indefinido en el control de la ducha. En este momento, los controles no tenían importancia para él. Su mente estaba atrapada en el interrogatorio: cada mentira recibida, cada golpe que había hecho, cada promesa que no había cumplido, cada declaración de Thomas Smith y la presión de estar en el centro de una conspiración que podría marcar el fin de su vida.

Gómez tenía 45 años, pero en su mente aún se sentía como el joven que había comenzado su carrera de forma extraoficial a los 15 años. Había crecido rodeado de lo paranormal, su vida siempre entrelazada con eventos inexplicables. Su madre fue una agente de la fundación y experta en fenómenos paranormales, había sido su mentora desde que tenía memoria. Había sido educado para ser el mejor agente de toda Florida. Su madre quería eso y por eso usaba su hogar como un centro de investigación clandestino y lo entrenaba todas las tardes después de la escuela. Para Gómez, lo paranormal era tan normal como la luz del día; los eventos sobrenaturales y las anomalías eran la rutina diaria, más que el asombro de las masas.

Cuando su madre desapareció durante un incidente desafortunado, Gómez había tomado el relevo con una determinación férrea. Había heredado no solo la sangre, sino también el legado y las habilidades que su madre le había transmitido. Tras 30 años de servicio se convirtió en “El Agente”, el mejor en el laboratorio 32, una figura legendaria cuya habilidad para resolver casos complejos era casi mítica. Era conocido por su capacidad para ver la verdad donde otros solo veían caos. Su historial estaba lleno de casos resueltos donde nadie más podía encontrar respuestas. Sin embargo, ahora sentía que el peso de su legado estaba aplastándolo. Había llamado demasiado la atención, para bien y para mal.