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Los dos mundos (9)

A medida que Gómez subía hacia los niveles superiores, el cambio en el entorno se iba acentuando. El frío y austero diseño de los pisos inferiores empezó a desvanecerse, dando lugar a un ambiente mucho más alegre y cálido. Los pasillos se ensanchaban, las paredes rígidas de metal eran reemplazadas por paneles de vidrio y superficies de madera. Aquí, las luces ya no eran los tubos fríos y blancos que parpadeaban ocasionalmente debido a la interferencia del “otro mundo”, sino que se trataba de fuentes luminosas discretas y delicadas, integradas en los paneles del techo, emitiendo un tono dorado suave que envolvía el espacio dando lugar a una atmósfera acogedora. Era una especie de lujo para nada discreto, una sensación de bienestar cuidadosamente diseñada, como si estos pisos existieran para hacer olvidar la realidad gris y opresiva de los niveles inferiores, donde lo paranormal se trataba como una amenaza constante.

Lo más impresionante eran las paredes de la fachada del edificio. Ya no eran metálicas, eran cristal. Y aunque al principio parecían simples cristales, en realidad eran paneles holográficos que simulaban un paisaje natural idílico. Gómez observó como las ventanas ofrecían una vista de un pintoresco campo de trigo dorado que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, donde una hermosa y pintoresca casa de campo se alcanzaba ver en lo muy lejos, toda esta hermosura natural bañada por la luz suave de un sol en lo alto del cielo despejado. El efecto era tan convincente que por un momento Gómez casi creyó que el edificio estaba en medio de algún paisaje rural, apartado de la civilización. Pero, por supuesto, esto era solo una ilusión cuidadosamente elaborada. La verdadera vista, oculta detrás de esos paneles holográficos, era una de miseria urbana: una ciudad contaminada, industrial y decadente, algo que los empleados administrativos preferían olvidar.

Como al entrar en las instalaciones no lo había notado, Gómez no pudo ocultar su sorpresa al contemplar el paisaje que se desplegaba ante él. Era la primera vez que veía algo así en las instalaciones del laboratorio. El director solía preferir entornos acuáticos o bosques densos, algo más místico o relajante, pero aquel día los paneles holográficos habían dibujado un campo dorado, extenso y soleado, que parecía sacado de una postal antigua. Un campo como este ya no existía en el mundo real. Las granjas tradicionales habían sido reemplazadas hacía siglos por inmensos galpones industriales, y las parcelas de tierra fértil en el planeta tierra se había convertido en un bien tan raro y preciado que si un hombre lograra poseer un campo tan grande como esté se convertiría en el hombre más rico de la humanidad.

El trigo dorado bailaba bajo una brisa imaginaria, proyectada con un realismo inquietante, al punto que por un momento Gómez sintió el impulso de respirar profundamente, como si el aire estuviera impregnado del aroma fresco del campo. Lo más desconcertante de todo era la pequeña casa que se alzaba en la distancia. A simple vista, parecía hecha de madera, con sus ventanas diminutas y su techo inclinado. Tenía un aspecto tan real que Gómez pensó, por un segundo, que podría acercarse y tocarla.

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El agente frunció el ceño, confundido. Nunca había visto una casita así, ni siquiera en proyecciones anteriores. Su realismo era perturbador, no era tanto una imagen pintoresca o idealizada, sino más bien una fotografía histórica de lo que alguna vez fue el mundo. Una época que él no alcanzó a conocer y que ahora parecía tan lejana como lo fueron las estrellas en su momento. Gómez soltó una risa corta, nerviosa, y comentó en voz baja, casi para sí mismo:

—¿Ahora nos ponen campos? ¿Qué sigue, una puesta de sol en la playa o niños corriendo por el parque? Seguro que es porque el director está de vacaciones este mes y alguno de los de recursos humanos se sintió romántico.

El comentario fue mitad broma, mitad reflexión. No le sorprendía. Cuando el director no estaba, solían pasar estas cosas: alguien más tomaba las riendas de los paneles holográficos y decidía cambiar los paisajes de acuerdo a su propio gusto. Eso dio lugar a muchas bromas… y muchos despidos. Pero lo que realmente le importaba era lo desubicado que le parecía ver un campo tan vasto y “feliz” en un lugar que, de alguna manera, siempre había sido frío y mecánico. Se quedó un momento más observando la casita, esperando que alguien saliera de su interior o que alguna incongruencia en la proyección le revelara que todo era un simple engaño visual. Pero no pasó. El paisaje permanecía intacto, sin una sola fisura en la ilusión, como si el pasado hubiera vuelto a la vida, aunque solo fuera en forma de luz y sombras proyectadas en los muros del edificio.

Era evidente que los niveles superiores estaban diseñados para mantener una fachada de tranquilidad. Todo era una mentira visual, un escape artificial de una realidad que nadie quería ver, pero era imposible negar. Y funcionaba: el personal administrativo se movía por estos pasillos con una calma que resultaba casi desconcertante para alguien que venía de los pisos de investigación, donde la tensión solía crear fantasmas que pululaban por los pasillos.

Los niveles superiores no solo representaban un cambio de diseño, sino también de propósito. Aquí no había laboratorios ni celdas para prisioneros. En su lugar, los despachos y oficinas dominaban el panorama. El personal estaba compuesto por abogados, que luchaban por las patentes de las últimas invenciones tecnológicas, asegurándose de que la fundación mantuviera el control absoluto sobre cada avance científico. También había equipos de logística, cuya tarea consistía en importar las máquinas más avanzadas de todos los rincones del mundo, garantizando que el laboratorio siempre estuviera un paso adelante en términos de tecnología. Por otro lado, el área de recursos humanos gestionaba el flujo constante de nuevos reclutas, seleccionando cuidadosamente a aquellos que serían capaces de soportar el trabajo en este lugar. Y por supuesto, el equipo de gestión financiera, siempre ocupado elaborando los presupuestos para las innumerables investigaciones que se llevaban a cabo. Además de las áreas claves mencionadas, se encontraban innumerables campos de la administración trabajando en esta parte del edificio.