—¿Crees que alguien dentro de esta secta lo convenció de suicidarse? —Indagó Gómez de repente, su voz cortando el aire con la precisión de una navaja, como si con esa pregunta pudiera atravesar la niebla que envolvía la verdad.
Ortega guardó silencio, su rostro reflejando un esfuerzo por organizar las ideas que le rondaban la cabeza. Era una pregunta compleja, cargada de implicaciones que no se podían responder a la ligera. Después de unos segundos de reflexión, finalmente habló.
—No, lo dudo. El Despertar no tiene influencia en los niveles superiores. Toda su actividad se limita a unas pocas iglesias en las zonas más pobres. Por lo que es imposible que algún miembro de esa secta haya entrado en contacto directo con Jonathan. Lo único plausible es que él mismo haya bajado a buscarlos, que haya cruzado la línea que nos separa de esas “cosas”. Si esa fue su voluntad, no hay nada que podamos hacer. Los políticos aman estas sectas de mierda que dan estabilidad a los niveles inferiores, y eso incluye a los cultos que honran a la muerte.
—No descarto que El Despertar haya sido clave para que Jonathan tomara la decisión que tomó —Prosiguió Ortega, cruzando los brazos mientras reflexionaba— Pero fue algo que él buscó. Nadie lo obligó, nadie lo forzó. Cuando uno está roto por dentro, cuando la soledad te consume hasta los huesos, empiezas a buscar respuestas en lugares que antes habrías considerado ridículos, absurdos. Y eso es lo que creo que le pasó a Jonathan. No creo que alguien lo haya manipulado directamente, estoy convencido de que él mismo encontró consuelo en las palabras de esa secta. Si alguien le hizo pensar que El Despertar tenía las respuestas que él había estado buscando, probablemente haya sido su madre.
—Es que... —Intentó decir Gómez, pero Ortega no se detuvo, su voz resonando en la habitación como un eco de desesperanza.
—Mira, he visto estos cultos antes. Prometen mentiras a los que ya no tienen esperanza. Y la mayoría de las veces, son puras estafas. Venden falsas promesas, recogen dinero y cuando todo se derrumba, los líderes desaparecen y los seguidores se quedan peor de lo que estaban. Es lo mismo con “El Despertar”. He estado investigando un poco, y no es más que otro de esos montajes diseñados para explotar a la gente pobre. Les venden la idea de que la muerte no es el final, sino el “despertar”, el comienzo de algo mejor. Y por supuesto, para asegurar tu “despertar”, tienes que pagar un buen funeral.
—Alexander, espera un momento... —Insistió Gómez, sintiéndose atrapado en la maraña de palabras que su compañero lanzaba sin descanso. Pero Ortega continuó sin dejarle espacio.
—... Y ahí está el truco. Convencen a la gente de que todo su sufrimiento tiene un propósito, de que su sacrificio, su dolor, es parte de un plan divino. Pero lo que realmente hacen es despojar a esos individuos de su dignidad, dejándolos con promesas vacías y, al final, sin nada que ofrecer. Jonathan se convirtió en un blanco fácil para estas manipulaciones. La desesperación es un caldo de cultivo perfecto para la explotación de las mentes inocentes.
Gómez escuchó todo hasta el final, sintiendo una mezcla intensa de rabia y desconcierto. ¿Cómo era posible que alguien como Jonathan, con una mente tan aguda y una capacidad inigualable para ver más allá de las mentiras, hubiera caído en algo tan burdo como una secta? La idea le resultaba casi insultante, como si la imagen que tenía de su amigo se desmoronara ante sus propios ojos. Jonathan, el hombre que siempre había cuestionado todo, que había mantenido una actitud escéptica ante cualquier cosa que no pudiera verificar con pruebas, ¿cómo había terminado sucumbiendo a una fantasía tan banal?
Por mucho que quisiera aferrarse a esa indignación, Gómez no podía negar una realidad que él mismo había visto en más de una ocasión: la mente humana es frágil. Incluso las mentes más brillantes, sometidas a un dolor constante, podían quebrarse. Jonathan había soportado una carga emocional que hubiera destruido a cualquiera. Las evidencias apuntaban a que su suicidio no había sido impulsivo; había sido una decisión meditada, calculada. Sin embargo, existía esa otra posibilidad, más oscura y perturbadora, la de que Jonathan hubiera descubierto algo tan terrible que no quiso compartirlo, algo que lo había llevado a elegir la muerte antes que enfrentar la verdad.
Pero entonces estaba la paradoja que lo atormentaba: el mensaje secreto que había dejado grabado. ¿Por qué lo hizo? Si su intención era que nadie descubriera nada, ¿por qué dejar pistas? Y si se había arrepentido de su decisión, ¿por qué no lo eliminó? Esa contradicción mordía en lo más profundo de Gómez, haciéndole sentir que, aunque todo parecía claro en la superficie, algo crucial escapaba de su comprensión, algo que no lograba encajar del todo.
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—¿Y Jonathan de verdad creía en ese “despertar” que has mencionado? —Inquirió Gómez
Ortega lo miró directamente a los ojos, y por un momento, hubo una chispa de tristeza en su mirada.
—Lo suficiente como para dejarme en su testamento la obligación de que pagara el funeral —Admitió Ortega— Podría no haber creído en todas las tonterías que ese culto vendía sobre el “despertar”, pero estaba buscando algo que le diera paz, algo que llenara ese vacío que lo carcomía por dentro. Y esta religión... no era cualquier religión para él. Era un vínculo, un recuerdo de su madre. Quizás, reencontrarse con esos recuerdos de su infancia, con esa parte de él que había dejado atrás, le dio algo de consuelo. Tal vez esa fue la causa de la extraña calma antes de su muerte.
El silencio entre los dos hombres se volvió incómodo, como si las palabras de Ortega hubieran marcado una conclusión dolorosa, pero ineludible.
—No quiero seguir dándole vueltas al asunto, Gómez…—Reconoció Ortega, su voz más suave— A veces me sorprendo a mí mismo pensando que tal vez debería haber hecho algo más, haber estado más presente. Este duelo me está sacando años de vida. Jonathan era uno de los pocos amigos de verdad que tenía, y ahora que se fue, me siento tan solo como él lo estaba en sus últimos días. No puedo evitar sentirme responsable de alguna manera.
—Gracias por tu tiempo, Alexander —Agradeció Gómez, terminado la conversación con un suspiro pesado— Te mantendré informado si encuentro algo nuevo. Hasta entonces, cuídate. Y sobre el funeral... ¿Hay algo que necesites? Mencionaste que había que pagar un funeral, ¿necesitas que te ayudemos a pagarlo?
Ortega lo miró por un momento, su expresión un poco más serena, aunque el peso de la situación seguía claramente sobre sus hombros.
—No, para nosotros es prácticamente gratis. Es caro para esas “cosas” —Respondió Ortega. Luego hizo una pausa antes de añadir— Pero necesito que vayas y no me dejes solo en ese funeral.
—Es obvio que iré —Aseguró Gómez con rapidez.
—Se realizará en los pisos inferiores—Manifestó Ortega.
—¿¡Donde?! —Exclamó Gómez, su rostro distorsionado por el asco que le invadió de inmediato. Los pisos inferiores eran la parte más inhumana del mundo, un lugar al que nadie de su posición jamás querría poner un pie. La sola idea de tener que ir allí para despedir a Jonathan lo hacía sentir incómodo, su estómago se revolvía ante el pensamiento de todo lo que ese lugar representaba.
—Te mencioné que no hay iglesias de este culto en los pisos superiores. No hay muchos sitios que sigan esta creencia —Explicó Ortega, con un tono casi resignado— Y los que existen, bueno, están más bien en zonas inseguras. No quiero meterme con esas “cosas”, y mucho menos llevar el cuerpo de Jonathan a uno de esos sitios. Pero no tengo otra opción.
—¿Y cuánto tiempo tienes para resolver esto? —Indagó Gómez, su voz teñida de preocupación.
Ortega suspiró de nuevo, mirando el reloj en la pantalla frente a él.
—Una semana, como máximo. Si no lo organizo pronto, las autoridades de la fundación seguirán el protocolo y lo enviarán a un crematorio. Francamente, esa es la última opción que quiero para él…
—El problema es el operativo de seguridad, pero no te preocupes, lo arreglaré. Por lo demás, ya hablé con algunos de los miembros de ese culto y ellos prepararán todo según las normas de su creencia. Parece que el cuerpo de Jonathan tiene que pasar por unos “rituales” o algo así.
Gómez apenas escuchaba las últimas palabras de Ortega. Lo que más le atormentaba era la idea de tener que bajar a los pisos inferiores. Los pisos inferiores eran una cloaca, un lugar lleno de miseria, violencia y enfermedades, donde la vida era efímera y la muerte una compañía constante.
—Gómez… —Continuó Ortega, atrayendo su atención de nuevo— Te prometo una cosa: el funeral de Jonathan será esta semana. No importa lo que tenga que hacer, no voy a dejar que esto se quede así. Tendrá su despedida, a como dé lugar.
—A como dé lugar... —Repitió Gómez para sí mismo, sus palabras cargadas de una incredulidad amarga—Bueno, gracias, Alexander. No te preocupes, estaré ahí. No te dejaré solo en esto.
Ortega asintió y no dijo nada más. Su mirada volvió a la pantalla frente a él, y Gómez supo que era momento de irse. Mientras salía de la sala de control, Gómez no pudo evitar pensar en lo abrupto que era todo este asunto. La muerte de Jonathan estaba envuelta en misterio, igual que su última semana de vida. No solo había dejado preguntas sin respuesta, sino que su funeral estaba rodeado de caos y complicaciones. Todo parecía estar mal, desordenado, como si algo en el universo se hubiera torcido cuando Jonathan murió.