Gómez exhaló un suspiro leve, casi imperceptible. Lo que le estaba contando el científico encajaba, de alguna manera, con el patrón de irregularidades que había notado desde que salió de la enfermería. Todos en el laboratorio sospechaban algo, pero nadie tenía pruebas concretas. En su línea de trabajo, esas sospechas sin fundamento solían verse como intentos de darle sentido a lo inexplicable, como excusas para evitar aceptar lo inaceptable. En resumen: Jonathan Parker se había suicidado. Sin embargo, a pesar de todo, había algo que seguía resonando en la mente de Gómez, algo que no terminaba de cuadrar.
El hecho de que Jonathan hubiera conseguido el libro mencionado por Thomas Smith lo perturbaba profundamente. Estaba claro que no contenía los resultados de la investigación privada de Oliver Murphy, la cual, aparentemente, se había ido al inframundo con la muerte de Thomas Smith. Tampoco contenía la información crucial que Jonathan Parker intentó compartirle, aquella que se perdió para siempre cuando Jonathan decidió quitarse la vida. Lo único que parecía estar claro era que cualquiera que se acercara demasiado a la verdad terminaba muerto antes de poder revelarla, un patrón constante que envolvía el enigmático caso del “Observador”.
—¿Por casualidad no tienes una copia digital del libro? —Tanteó Gómez, intentando sonar casual, aunque su tono traicionaba la impaciencia que sentía por conocer la respuesta a esa pregunta.
—Evidentemente, me adelanté a la oleada de agentes que vendrían buscando más respuestas sobre el caso… —Respondió Marcus mientras se inclinaba hacia su escritorio y comenzaba a rebuscar algo en el cajón inferior.
Gómez observó cómo Marcus rebuscaba entre papeles y artefactos tecnológicos antiguos, hasta que finalmente extrajo un pequeño dispositivo. Era un pendrive de diseño sencillo, plateado, sin ninguna marca evidente.
—Aquí tienes tu copia—Marcus se la entregó, sosteniéndola por un momento antes de soltarlo, como si estuviera entregando algo mucho más importante que un simple archivo digital— Ya la revisaron los otros agentes, y todos coinciden en que no hay nada peligroso en el contenido del libro. El libro físico fue revisado por el gobierno y nos pagaron como es debido por la donación a la biblioteca secreta. El informe hecho por el gobierno no revela ninguna maldición y lo consideran de lectura segura. Todo parece inocuo, pero como tú eres el mejor agente de este laboratorio, prefiero dejarte a ti el veredicto final. Si encuentras algo, será algo que nadie más pudo detectar.
Gómez tomó el pendrive y lo observó por un segundo, como si pudiera percibir algo extraño solo por el tacto. En el fondo, sabía que el problema no era el libro en sí, sino lo que representaba. Si Oliver Murphy se lo había entregado a Thomas Smith junto a su investigación privada, entonces ese libro debía ser importante. El historiador había mantenido su existencia en secreto hasta el final de sus días y su esposa se había mostrado nerviosa con solo revelar su existencia, algo más profundo estaba en juego. Pero por ahora, Gómez tendría que conformarse con esperar encontrar la oportunidad para revisar este libro con más calma.
—Lo revisaré con atención —Aseguró el agente, guardando el dispositivo en el mismo bolsillo en donde escondía el pendrive que le había sido entregado por Jonathan. Luego clavó su mirada en los ojos de Marcus y preguntó:
—Antes de irme, Marcus, ¿hay algo más sobre el caso de Jonathan que no me hayas contado? ¿Algo que me estés ocultando? ¿Algo que podría costarte la vida? ¿O algo que, si lo dijeras en voz alta, podría matarnos a todos los que trabajamos en este laboratorio?
La pregunta llevaba una carga amenazante, y Gómez pudo notar cómo Marcus se tensaba al escucharla. El hombre se inclinó ligeramente hacia atrás en su silla, cruzando los brazos sobre el pecho, como si ese simple gesto le proporcionara una defensa ante la gravedad de la conversación.
—Te he contado todo lo que sé, Gómez —Objetó Marcus, tratando de mantener un tono casual, aunque una ligera aspereza en su voz traicionaba sus verdaderos sentimientos— Y te advierto que ya he hablado más de lo que debería. Todo esto es confidencial, y la información que acabo de compartir contigo no es algo que puedas andar divulgando.
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—Lo entiendo —Asintió Gómez, levantándose de la silla con calma, sus movimientos cargados con un cansancio que no se podía ocultar— Gracias por tu tiempo, Marcus.
Marcus lo observó un momento, sus ojos traicionando una mezcla de preocupación y resignación antes de dejar escapar un suspiro profundo, aliviado de que la conversación estuviera llegando a su inevitable fin.
—Escucha, Gómez, no te lo digo para fastidiarte, pero creo que deberías ir pensando en tramitar tu renuncia —Comentó Marcus, frotándose la sien con la mano como si intentara espantar un pensamiento persistente— Ya sabía que te habían suspendido por ocho meses antes de que me lo dijeras. Todos acá “abajo” lo saben. Pero me parece importante revelarte que lo que se está diciendo en los pasillos de “arriba” sobre tu suspensión no pinta bien para ti. Sinceramente, dudo que tengas un lugar al que regresar cuando esos ocho meses se terminen. Hay demasiados rumores flotando por ahí, y si te soy honesto, lo mejor que podrías hacer es largarte de este maldito laboratorio cuanto antes. Yo probablemente haga lo mismo… tal vez me largue del planeta, y si las cosas se ponen realmente feas… de esta galaxia.
—¿Tienes miedo? —Cuestionó Gómez, sorprendido por la calma en su propia voz.
Marcus alzó la mirada hacia el techo, quedándose en silencio por unos segundos que parecieron eternos antes de soltar un largo y pesado suspiro.
—No, miedo no… —Respondió en voz baja— Ya estoy viejo y no tengo nada que perder. Mi vida vale una mierda en este punto. Pero aún hay cosas que quiero hacer, sueños que quiero cumplir. Tú y yo sabemos que los próximos meses serán decisivos, y si no tomamos las decisiones correctas, ni tú ni yo llegaremos a ver el final de esta historia.
—¿Qué va a pasar? ¿Crees que nos mandaran a matar? Pero si el pobre Jhonatan se suicidó, ¿o acaso pensabas todo lo contrario a lo que estuviste diciendo? —Escudriñó Gómez.
Marcus dejó escapar una risa seca y amarga, inclinándose hacia adelante con una sonrisa torcida que nunca llegó a sus ojos.
—Odio que hagas eso, siempre he detestado que plantees preguntas a las que ya sabes la respuesta. Tu madre hacía lo mismo cuando trabajaba en estos pisos, y era igual de molesta. Debe ser cosa de familia —Dijo el científico, con una mueca divertida— Seguro que te enseñó a ser redundante, y ahora lo usas como si fuera alguna especie de arma secreta.
Gómez permaneció en silencio unos instantes, y una sonrisa torpe, casi nostálgica, cruzó su rostro por primera vez en mucho tiempo. Marcus tenía razón. Esa manía de hacer preguntas que ya conocía la respuesta se la había enseñado su madre cuando era apenas un niño que iba al colegio para aprender a leer. Era una forma de asegurarse de que todo encajaba, de que nada quedaba fuera de su control… y de molestar a los profesores en el colegio.
—¿Quieres un buen consejo, Gómez? —Preguntó Marcus de repente, su tono más serio, aunque no perdió esa familiar rudeza.
—Claro, dime —Respondió Gómez, cruzando los brazos, curioso por lo que el científico podría tener que decirle.
—Madura, cásate y arma una familia de verdad. Aprende de Jonathan y no termines como ese idiota. Tu madre no desapareció para que acabes “suicidándote” como un estúpido. No vale la pena morir por un caso que no se puede resolver, Gómez... Este caso no lo vale… —La voz de Marcus era dura, casi cortante, pero había algo más profundo allí, algo que Gómez reconoció como una advertencia, una que solo se da a un amigo de verdad.
—Lo tendré en mente —Dijo Gómez, intentando suavizar la tensión con una palmada amistosa en el hombro de Marcus antes de dirigirse hacia la puerta— Buena suerte, Marcus. Tal vez nos encontremos nuevamente en el futuro. Pero espero que no sea en un planeta distante.
Marcus soltó una mirada alegre, pero su sonrisa se desvaneció rápidamente, como si el peso de la realidad cayera de golpe sobre ambos. Sabían lo que significaba esa despedida, aunque ninguno lo dijera en voz alta. Era un adiós definitivo, uno que no tendría vuelta atrás, uno que cerraba una puerta que probablemente nunca volvería a abrirse.
Mientras Gómez salía de la oficina, el eco de sus pasos se mezclaba con el murmullo lejano de la maquinaria del laboratorio, ese sonido constante y monótono que le recordaba que, a pesar de todo, el mundo seguía su curso. Sabía que la recomendación de Marcus no era solo por los rumores o por su suspensión. Había algo más grande en marcha, algo que podría aplastarlos a todos si no estaban lo suficientemente despiertos como para salir a tiempo. Marcus había captado parte de la “verdad” tras la muerte de Jonathan. Aunque no conocía lo que Gómez sabía, sí intuía que el suicidio de Jonathan escondía mucho más de lo que parecía a simple vista. Podría ser cualquier cosa, pero si era lo suficientemente grave como para mandar a silenciar a un agente de la fundación, nadie en este laboratorio podría dormir tranquilo hasta que todo se tranquilizara.