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Jonathan Parker (7)

Gómez apretó los puños, sintiendo un nudo en el estómago. Podía imaginarse la escena con claridad: un niño pequeño, apenas capaz de entender lo que había sucedido, encontrándose con los cuerpos sin vida de sus padres. La máscara que Jonathan usó al final de su vida era la misma que habían usado sus padres, un símbolo de desesperación compartida, un ciclo interminable de dolor que lo acompañó toda su vida.

—Jonathan no entendió lo que había sucedido —Prosiguió Ortega, su voz temblando levemente— Al menos no al principio. Cuando era niño, pensó que sus padres habían muerto en un accidente, que algo horrible había pasado sin motivo. Fue más tarde, cuando comenzó a investigar su pasado, que descubrió la verdad. Pero en esos primeros años, fueron los androides quienes lo criaron. Parte del drama de su vida era que sus niveles de inhibición eran casi nulos. Por lo que eran máquinas diseñadas para cuidar, sí, pero que carecían de cualquier capacidad real para ofrecerle consuelo emocional.

—Los androides hicieron lo que pudieron, pero nunca fue suficiente —Explicó Ortega, retomando su relato— A medida que crecía, comenzó a darse cuenta de lo diferente que era su vida en comparación de la vida de los otros niños, de lo marginado que estaba, incluso en medio de una sociedad que lo cuidaba. Y esa soledad lo marcó para siempre.

—Su suicidio fue real… Creo que en el fondo Jonathan siempre tuvo la idea de que estaba destinado a seguir el mismo camino que sus padres —Dijo Ortega, con un suspiro pesado— Creció con la idea de que el suicidio era una opción, una salida que sus padres habían tomado y que él también podría tomar si todo se volvía demasiado insoportable. Y así fue como terminó todo, Gómez…. Jonathan repitió la tragedia de su familia, y nosotros seguimos buscando justificaciones paranormales donde posiblemente no las hay.

Ortega tomó aire antes de continuar, cruzando los brazos como si intentara ordenar sus pensamientos antes de exponerlos. Gómez sentía una presión en el pecho, la necesidad de interrumpir, de preguntar directamente por qué Jonathan había cambiado tanto en los últimos días. Cómo Rivas le había advertido: Tuvo que haber un detonante. Jonathan era una bomba, con tal pasado no había dudas de ello, pero ¿qué o quién detonó esta bomba? Se contuvo. Sabía que Ortega no era del tipo que se apresuraba a soltar información, y si lo interrumpía en el momento equivocado, podría perderse de algo importante.

—Lo que más me sorprendió —Dijo Ortega, tras una pausa cargada de reflexión— Fue descubrir tantas cosas nuevas de Jonathan después de su muerte. He pensado mucho en ello y no dejo de sorprenderme. Nunca me di cuenta en su momento, pero ahora, organizando su funeral, me topé con una sorpresa que me dejó desconcertado. Resulta que él era de esos ingenuos que creían en la religión. Y no cualquier religión, sino una que apenas se menciona entre los de nuestra clase. Es raro, ¿sabes? Jonathan nunca fue el tipo de persona que asociaría con la fe. Como todo agente, era un hombre que buscaba respuestas, sí, pero siempre desde una perspectiva mucho más racional.

Ortega hizo una pausa, y Gómez vio el desconcierto en su rostro antes de que continuara.

—Él filosofaba a menudo, claro, sobre la vida, la muerte, el universo, pero lo hacía de un modo casi burlón. Con esa sonrisa estúpida que lo caracterizaba. Nunca fue el tipo que se refugiara en la fe para encontrar consuelo. La droga, el alcohol, esos sí que lo hacían divagar, lo hacían abrirse y especular sobre el sentido de la existencia, pero siempre desde un punto de vista más distante, casi existencialista. Y de pronto, en esos últimos días, lo vi cambiar. Empezó a interesarse por algo que nunca antes le había atraído: la religión. Me había dejado perplejo: ¿Cómo un hombre de razón, pasó a abrazar creencias que jamás habría pensado que existirían? Ahora lo comprendo, en la muerte todos estamos desnudos y Jonathan antes de suicidarse se paseaba “desnudó” por el laboratorio.

Gómez sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. ¿Jonathan? ¿Religión? Era algo que no encajaba en absoluto con el hombre que había conocido, o al menos con la versión que él había tenido de Jonathan en la cabeza. Pero decidió no decir nada, dejando que Ortega continuara desarrollando sus pensamientos.

—Es curioso —Continuó Ortega— Porque, como te dije, Jonathan nunca había sido el tipo de persona que buscara respuestas en la fe. Era más bien todo lo contrario. Siempre se burlaba de las creencias religiosas de las “cosas” de abajo, lo veía como un escape fácil. Probablemente, era una mentira, no me sorprendería que su madre le haya inculcado algo de esa fe y el haya vivido ocultándolo por temor a quedar solo por sus creencias.

—¿Cuánto conoces de la religión que Jonathan seguía? —Inquirió Gómez.

—Muy poco, casi nada —Contestó Ortega— Todavía estoy intentando averiguarlo. He hecho algunas investigaciones por mi cuenta, tratando de encontrar pistas en las cosas que me dijo, en los libros que estaba leyendo, en las conversaciones que tuvimos. Pero aún no tengo una respuesta clara.

Gómez se quedó mirando a Ortega, midiendo cada una de sus palabras. Sabía que había tocado un punto delicado. Ortega no quería hablar más del tema, eso estaba claro, pero la incomodidad con la que había respondido despertó en Gómez una necesidad de indagar más. Sin embargo, decidió dejarlo por el momento. No iba a presionar, todavía.

—Bueno, supongo que me voy entonces —Dijo Gómez con un suspiro, bajando la mirada como si estuviera aceptando su suspensión, su inevitable retiro — Quizás sea el momento de dejarlo todo atrás, ya sabes. Tal vez ya no encajo en este lugar. Demasiados fantasmas del pasado me están advirtiendo que es momento de bajar los brazos. Pero antes de irme hablaré con Marcus. Tal vez él pueda darme algunas pistas más sobre lo que pudo haber pasado en la última misión de Jonathan. Te informaré si hago algún descubrimiento.

En señal de despedida, Ortega asintió lentamente. Gómez comenzó a caminar hacia la puerta de la sala de control, sus pasos resonando en el espacio agitado. Justo antes de salir, se detuvo, como si algo lo empujara a no irse aún. Giró lentamente sobre sus talones, sus ojos volviendo a encontrar la figura de Ortega, que ya había regresado a sus hologramas y archivos.

— Alexander —Llamó, casi en un susurro, pero lo suficientemente fuerte como para que su compañero levantara la mirada de nuevo— ¿Qué hay del funeral de Jonathan? ¿Ya hay alguna fecha?

Ortega alzó la cabeza con una expresión de molestia. Sus ojos cansados y su ceño fruncido reflejaban su incomodidad.

—Sí… sobre eso —Respondió Ortega, dejando escapar un suspiro pesado antes de continuar— Es complicado, Gómez. Muy complicado.

—¿Complicado? —Repitió Gómez, con incredulidad— ¿Por qué?

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Ortega apoyó los codos sobre la mesa, frotándose las sienes con los dedos, como si el simple acto de hablar sobre el tema le resultara agotador.

—Mira, Jonathan… —Comenzó, eligiendo sus palabras con cautela.

—¿Es por su religión? —Interrumpió Gómez bruscamente.

Ortega asintió con un gesto de amargura.

—Exacto. La religión… Es que... bueno, el tema es la religión de Jonathan. Es una especie de… culto, por llamarlo de alguna manera. Es algo relativamente nuevo, nada tradicional. Algo que solo esas “cosas” entienden, y francamente, muchos veteranos consideran una locura que me planteé seriamente celebrar su funeral en ese culto.

—¿Un culto? —Resaltó Gómez, frunciendo el ceño.

Ortega soltó una risa amarga, como si la situación que estaba describiendo lo superara, o lo irritara más de lo que dejaba ver.

—Eso pensé yo también —Respondió, con un leve gesto de resignación— Jonathan fue una persona respetable. Él nunca creería en esas creencias de ignorantes, mucho menos creería en algo tan estúpido como un culto desconocido para nuestra gente. Pero está en su testamento y su última voluntad me es innegable.

—¿Y de qué tipo de culto estamos hablando? —Investigó Gómez, finalmente, sin poder contener su curiosidad.

Ortega se quedó en silencio por un momento, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para describir algo que ni siquiera él entendía por completo.

—La cuestión es más espiritual de lo que puedes estar pensando, Gómez —Reveló Ortega en un tono evasivo— No es como esas sectas religiosas que nosotros conocemos, ni una corriente hedonista que sigue la moda moderna. Es algo más inocente. Algo que ha estado ganando fuerza entre esas “cosas” de abajo. Los más vulnerables siempre caen en estas trampas, especialmente los que no le encuentran el placer a la vida. El culto se llama “El Despertar”. Y según lo que he podido averiguar en estos pocos días es una religión que solo siguen los de “abajo”, por eso creía que su madre se la enseño. Otra explicación no encuentro.

—¿El Despertar? —Insistió Gómez— Nunca he oído hablar de esa secta. ¿De qué se trata exactamente?

Ortega soltó un suspiro y se cruzó de brazos, mirando al suelo como si estuviera revisando mentalmente toda la información que había reunido.

—Como ocurre con todas las religiones nuevas, este culto ofrece respuestas fáciles —explicó Ortega, dejando traslucir su desdén—. Venden la idea de que la vida no acaba con la muerte, que hay algo más allá, un “despertar” hacia una existencia mejor. Te aseguran que, si sigues sus enseñanzas y haces las ofrendas adecuadas, te liberarás del sufrimiento en esta vida y comenzarás con más fortuna en la próxima. Es la misma basura de siempre, ¿no? Esa promesa de una vida mejor que nunca llega, pero que está diseñada para seducir a los desesperados, a los que ya no tienen otra opción.

—¿Y crees que eso fue lo que atrajo a Jonathan? —Preguntó Gómez, tratando de encajar las piezas del rompecabezas— ¿Las promesas de una vida mejor? Me recuerda mucho a sus últimas palabras si te soy sincero.

Ortega se encogió de hombros, intentando mantener una expresión neutral, aunque era evidente un leve resentimiento por lo que estaba a punto de admitir.

—Honestamente, creo que sí —Confesó al fin, mientras una sombra oscurecía su mirada— No me gusta decir que Jonathan fuera el tipo de persona que se dejaría engañar tan fácilmente. Era demasiado racional para eso. Pero, según lo que he podido deducir, esta religión estaba profundamente vinculada a su madre. Para él, no eran simplemente “tonterías”, ¿me entiendes? Probablemente no se tragaba todo el discurso barato que le venden a los ingenuos de “abajo”, pero era su manera de reconectar con su madre, incluso después de su muerte. Y no puedo culparlo por eso. En estos tiempos, pocos mantienen esa rectitud moral, esa necesidad de honrar a sus antepasados o a sus seres queridos.

Gómez asintió, sin interrumpir. Era cierto. En esta época la religión había perdido casi todo su peso e importancia, más bien había sido relegada a una curiosidad arcaica o a algo que la gente simplemente mencionaba como una moda del pasado. La fe no era más que una reliquia, algo que, en el mejor de los casos, inspiraba ternura por su inutilidad en un mundo donde la ciencia, las armas, la economía y lo paranormal lo dominaban todo. Sin embargo, la historia de Jonathan desafiaba las creencias populares de estos tiempos.

Ortega continuó hablando, aunque ahora bajó la voz, como si temiera que algún recluta pudiera escucharlo.

—Mira, no creo que Jonathan fuera un fanático. Ni mucho menos. “El Despertar” es diferente a lo que tienes en mente, Gómez. Te conozco bien y déjame adelantarte que este culto no es como esas sectas sospechosamente peligrosas que prometen un acceso exclusivo al otro mundo, rozando los límites de lo legal y romantizando lo paranormal como cuestión divina. Esas sectas tienen iglesias de lujo en la zona “alta”. Créeme, me sería mucho más fácil organizar un funeral como la gente si “El Despertar” fuera uno de esos cultos para ricos que se creen una mezcla entre ocultistas y conspiranoicos.

Ortega hizo una pausa, lanzando una mirada a su alrededor, como si el aire se hubiera vuelto de repente más pesado.

—“El Despertar” es diferente... Debe ser una de las pocas religiones que sigue sin incorporar al otro mundo en sus creencias, ¿puedes creerlo? No venden falsas promesas de contactar con entidades sobrenaturales ni ofrecen acceso a poderes místicos reservados para los elegidos. Aunque eso es coherente con sus principios, considerando que apuntan a los de “abajo”.

—Lo que más me impactó es que esta religión es la única que no incluye la tecnología en sus creencias. Es... profundamente humana, y al mismo tiempo, eso la hace casi absurda. Se basa en valores que hace siglos quizás hubieran tenido sentido, pero hoy en día parecen completamente desfasados con nuestra época. Me recuerda a las antiguas religiones, pero muy antiguas, las que surgieron en la época primitiva, cuando se escribía con lápiz y papel, y el dominio de la electricidad era algo reservado a las tormentas. Es como si estuvieran atrapados en un tiempo que ya no existe, aferrándose a ideales que hoy parecen inútiles.

Ortega frunció el ceño, como si el pensamiento lo incomodara.

—Hablan de una vida eterna, pero no a través del otro mundo ni de la robotización. No, sus explicaciones bordan lo inexistente. Lo imaginario. Según ellos, la clave está en alcanzar el despertar, el cual se logra gracias a la muerte. A mi gusto, se enfocan demasiado en resaltar la miseria de la vida humana y lo efímera que es nuestra existencia. Supongo que por eso no tiene seguidores entre la élite. Muy pocas religiones pesimistas lograron sobrevivir al paso de los tiempos.

Gómez observó a Ortega con atención, asintiendo lentamente cada palabra con una confusión innegable dibujada en su rostro. Creía haber encontrado finalmente la clave que explicaba el suicidio de Jonathan, pero al parecer se había equivocado. Si “El Despertar” negaba la existencia del otro mundo, resultaba difícil usar esa creencia como justificación para explicar que alguien indujo el suicidio de su amigo. Claro, podía haber sido que esta secta le inculcara ideas demasiado pesimistas, algo peligroso para alguien ya destrozado por la vida. Pero sin el factor paranormal involucrado, resultaba difícil imaginar que alguien hubiera orquestado la muerte de Jonathan para enterrar el secreto que había descubierto.

—Por desgracia, esas “cosas” tienen poca memoria —Continuó Ortega, su tono teñido de un cinismo cada vez más evidente— No viven lo suficiente como para que estas creencias se afiancen en la sociedad. Y mientras tanto, nosotros nunca nos sentiríamos atraídos por ideas tan sombrías o negativas. La verdadera élite, los de “arriba”, no necesitan la promesa de una vida eterna porque ya viven lo suficientemente largo como para sentirse prácticamente inmortales. Y los que realmente podrían beneficiarse de creer en algo así, los de “abajo”, simplemente no tienen tiempo. Están demasiado ocupados tratando de sobrevivir día a día como para pensar en algo tan lejano como la vida después de la muerte.