Testimonios de los niños supervivientes de la masacre en la escuela secundaria St. Patrick Testimonio N.º087 - Kevin ██████, █ años
“Yo… Yo estaba en la biblioteca cuando todo comenzó. Hace unos días, unos idiotas me habían golpeado por ser gordo, acusándome de haberles robado unas galletitas en el recreo. Ni siquiera me gustan esas galletitas de vainilla barata que siempre llevan, pero claro, para ellos, si algo desaparece, es culpa del gordo. Me acuerdo bien de cada una de sus maldades, con sus risitas de imbéciles, mientras me empujaban contra las paredes: “Seguro que te las devoraste de un bocado, ¿verdad, gordo?” No tenía sentido discutir, no me escuchan. Solo querían tener a alguien a quien culpar, y como siempre, me tocaba a mí. Los murmullos, las risitas ahogadas cuando pasaba por el pasillo. Siempre era lo mismo: “Ahí va el gordo”, “Cuidado que te come el almuerzo”, “Asesino de choripanes”, “Bola de fraile”, “Ballena varada”. Las risitas nunca paraban. Me hacían sentir como una cosa, un bulto al que podías pegarle cuando te aburrías o cuando te convenía.
Todo fue por esas galletitas, antes al menos no me pegaban. El día que comenzaron a hacerlo yo estaba sentado en el patio, solo, como siempre, cuando de repente se me acercaron, los mismos de siempre. “Eh, gordo, ¿te gustaron las galletitas?” Yo no tenía ni idea de lo que estaban hablando. Luego me enteré de que a uno de los chicos, a Sebastián, le habían desaparecido unas galletitas de su mochila. Automáticamente, la culpa recayó sobre mí. Porque claro, si algo de comida desaparece, el gordo tuvo que haber sido.
Ni siquiera pude defenderme. Antes de que pudiera abrir la boca para decir algo, ya me habían dado un empujón y me tiraron al suelo. Sentí las carcajadas de todos a mi alrededor. No importaba que no las hubiera tocado, no importaba que no tuvieran ninguna prueba. Yo era el gordo, y por eso siempre sería culpable. Cuando intenté levantarme, me dieron otra patada, esta vez en las costillas. El dolor era insoportable, pero más me dolía la humillación. Ver cómo todos disfrutaban de lo que me hacían. Era como si yo fuera el chiste, como si mi vida entera no importara, solo existía para que ellos se rieran.
Lo más loco es que, semanas después, cuando ya había aceptado que iba a ser el blanco de todas las burlas por lo de las galletitas, me enteré de algo extraño. Unos chicos decían haber visto una sombra merodeando por el aula justo antes de que las galletas desaparecieran. Lo contaban como una broma, algo para asustar a los más pequeños. “Eh, ten cuidado con las malvadas sombras o te van a secuestrar”, decían. Pero lo que a ellos les parecía gracioso, a mí me dejó pensando. Las sombras no eran una novedad en el colegio. De vez en cuando, alguien decía haber visto una sombra extraña en algún lugar. A veces en los pasillos, otras en los baños. Nadie sabía bien qué eran, pero todos hablaban de ellas como si fueran un cuento de terror que se contaba en los recreos para pasar el rato. Yo no le daba mucha importancia, hasta que empecé a fijarme más.
Un día, después de la escuela, volví al aula. No sé por qué lo hice, tal vez quería entender qué había pasado realmente con esas galletas. Me senté en el mismo lugar donde había estado sentado todo el día. Estaba todo vacío, y el aula parecía más oscura de lo normal. La luz del sol apenas entraba por las ventanas, y el silencio era total. Entonces, algo me llamó la atención. En una de las esquinas del aula vi algo moverse. Al principio pensé que era mi imaginación, que tal vez me estaba sugestionando por todas las cosas que había escuchado, pero no. Ahí estaba. Una sombra. Pero no era una sombra cualquiera, era como si tuviera vida propia, como si estuviera alimentándose de algo en ese rincón.
Me quedé helado. Quería moverme, quería salir corriendo, pero mi cuerpo no respondía. La sombra, aunque no tenía una forma definida, parecía estar haciendo algo, como si... estuviera comiendo. No podía creerlo, pero sí, la sombra estaba devorando algo. Me acerqué un poco más, con cuidado, tratando de no hacer ruido. Y entonces lo vi. Galletas. Eran las mismas galletitas que yo había dejado para atrapar a la sombra. Estaban esparcidas por el suelo, y la sombra las estaba devorando una por una.
Mi corazón latía tan fuerte que pensé que iba a explotar. Me di cuenta de que todo el tiempo habían sido las sombras. Ellas se habían llevado las galletas, y yo había pagado el precio. Sentí una mezcla de miedo y rabia. Miedo porque no entendía qué estaba viendo, y rabia porque había confirmado que había sido castigado por algo que no había hecho. Durante días, semanas incluso, había soportado el acoso, las burlas, los golpes, todo por algo que en realidad ni siquiera tenía que ver con este mundo.
Salí del aula tan rápido como pude, sin mirar atrás. No sabía si lo que había visto era real o si mi mente me estaba jugando una mala pasada, pero no podía quedarme más tiempo allí. Necesitaba salir, respirar. Lo peor de todo era que no podía decirle a nadie lo que había visto. Si ya se burlaban de mí por ser gordo, imagínate si les contaba que había visto a una sombra comiéndose unas galletas. Sería el hazmerreír de todo el colegio. Desde entonces, empecé a evitar a todos. Cada vez que podía, me escabullía antes de que empezaran las clases de educación física. No quería estar cerca de esos idiotas ni un segundo más de lo necesario. Me refugiaba en lugares donde sabía que no me iban a encontrar, esperando que todo pasara, que se olvidaran de mí.
Pero las sombras seguían ahí. Las veía de vez en cuando, moviéndose por los rincones del colegio, como si estuvieran buscando algo o a alguien. Tal vez estaban buscando a su próxima víctima, alguien a quien culpar por sus actos. No lo sé, pero de algo estoy seguro: esas sombras no eran normales, y lo de las galletitas fue solo el comienzo de algo mucho más grande.
El día del accidente comenzó como cualquier otro, o al menos eso pensaba en ese momento. Me acuerdo de que no tenía ganas de estar en clase, y mucho menos de soportar a los idiotas que me hacían la vida imposible. Ya te conté que siempre me escondía entre las estanterías de la biblioteca, ¿no? Me gustaba ese rincón. Era mi refugio, un lugar tranquilo donde podía leer en paz y, por un rato, olvidarme de lo que pasaba afuera. Estar solo me daba una sensación de seguridad que no encontraba en ningún otro lugar del colegio. La biblioteca era enorme, fría, pero me hacía sentir invisible, y eso me venía bien. Los demás nunca venían por ahí, ni los profesores, ni los idiotas de mi clase, así que podía estar tranquilo.
Como de costumbre, agarré un par de libros al azar. Ni siquiera me importaba de qué se trataban. Solo necesitaba algo que me mantuviera distraído. Me senté en mi rincón favorito, el que estaba más alejado de la puerta, y me puse a leer. No sé cuánto tiempo pasó, pero recuerdo que las luces empezaron a parpadear. No le di mucha importancia al principio, ya que las luces del colegio siempre fallaban. El edificio era viejo, y el sistema eléctrico estaba hecho polvo, así que era normal que a veces las luces parpadearan o que se cortara la electricidad por unos minutos. Solo que esta vez, no fue solo un parpadeo.
De repente, las luces se apagaron por completo, dejándome en la más absoluta oscuridad. Sentí un escalofrío recorriéndome la espalda. Al principio pensé que la luz volvería en unos segundos, así que me quedé quieto, esperando, tratando de calmarme. Pero los segundos se hicieron minutos, y el silencio en la biblioteca empezó a hacerse más denso. Podía escuchar mi propia respiración, más pesada de lo que me hubiera gustado. El corazón me latía tan fuerte que temía que alguien lo oyera desde afuera. Sabía que no podía salir. Si alguien me veía así de asustado, si esos idiotas de mi clase me encontraban, habría problemas. Siempre había problemas para los gordos como yo. Éramos el blanco fácil, siempre.
Pero entonces escuché unos gritos. Al principio, pensé que eran los de siempre, peleándose en la clase de educación física por alguna tontería. Ya sabes, cuando juegan al fútbol o algo y alguien se enoja porque le hicieron falta. Pero estos gritos eran diferentes. Eran más fuertes, desesperados. Como si alguien realmente estuviera asustado, como si algo terrible estuviera ocurriendo. Parecía que mis compañeros estaban siendo lastimados por algo o alguien.
Sin pensarlo, me tiré al suelo y me escondí debajo de la mesa. Era mi instinto. Cuando tienes miedo, haces cualquier cosa por desaparecer. Mi cuerpo estaba completamente tenso, tratando de ser lo más pequeño posible. Me quedé ahí, paralizado, en la oscuridad, esperando que todo pasara. Pero no fue así. En lugar de que el silencio regresara, lo que escuché a continuación me hizo desear no haber escuchado nada en absoluto. Eran pasos. Pero no eran pasos normales. No sonaban como cuando alguien corre por los pasillos o cuando un profesor se mueve entre los bancos del aula. Estos pasos eran pesados, lentos, como si alguien arrastrara los pies por el suelo, pero con una fuerza que no era normal. Cada paso resonaba en mis oídos como si se acercara una tormenta. Sabía que algo se estaba moviendo, algo mucho más grande de lo que podía imaginar.
Miré hacia la puerta de la biblioteca, y entonces lo vi. O al menos, vi lo que parecía una bestia. Pero no era una bestia normal. Era un monstruo. Era enorme, una figura de alquitrán oscuro con una forma inentendible y sin rostro. Su cara, o lo que debería ser su cara, era solo oscuridad, salvo por un par de agujeros brillantes que parecían ojos, aunque no eran ojos de verdad. Era como si estuviera viendo algo que no debía existir. Como si esa cosa no perteneciera a este mundo. Y lo peor de todo era que estaba moviéndose lentamente hacia la puerta de la biblioteca, como si estuviera buscándome. Cada paso que daba sonaba como si estuviera respirando a través de una máscara, pesada, con un sonido que me ponía los pelos de punta.
Me tapé la boca con ambas manos, tratando de no hacer el más mínimo ruido. Sabía que si me descubría, si esa cosa me escuchaba, no habría forma de escapar. Estaba aterrorizado, congelado en mi lugar. Sentí cómo el sudor me corría por la frente, el calor subiéndome desde el pecho. Mis ojos estaban fijos en esa cosa, incapaz de apartarlos, como si mirarla fuera lo único que me mantuviera a salvo. No sé cuánto tiempo estuve ahí, bajo la mesa, esperando que se alejara, pero se sintió como una eternidad. Cada segundo que pasaba era una tortura.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, escuché cómo se alejaba por el pasillo, sus pasos cada vez más distantes. Solo cuando estuve seguro de que ya no estaba, me atreví a moverme. Salí de debajo de la mesa, pero mis piernas temblaban tanto que apenas podía sostenerme en pie. Me sentía mareado, como si todo el aire de la biblioteca hubiera desaparecido. Respiraba rápido, tratando de calmarme, pero no podía. Me daba la impresión de que algo seguía acechando en las sombras.
Justo cuando estaba tratando de decidir si debía quedarme escondido o correr, escuché a alguien entrando por la puerta de la biblioteca. Era el papá de ██████. Lo reconocí enseguida. Parecía desesperado, buscando a su hijo. Cuando me vio, me preguntó si lo había visto. Le dije que debía estar en el gimnasio, donde hacíamos educación física. Cuando el papá de ██████ escuchó esto, salió corriendo, pero antes me gritó que yo debía salir corriendo de la escuela por donde él había venido, que era seguro y que la policía ya estaba afuera. Al escuchar eso, salí corriendo y salí de la escuela sin problemas. Al salir me encontré con mi familia, pero en ese momento, mi papá estaba siendo detenido por un policía grande y malo. Mientras que mi mamá estaba lanzándole bolsas de basura al oficial que estaba arrestando a mi papá. Todo parecía una locura.
No entendía nada. Lo único que sabía era que algo muy malo había pasado dentro del colegio, algo que ni siquiera podía empezar a explicar. Las sombras, los gritos, esa cosa que vi, todo me parecía un mal sueño, pero sabía que no lo era.”
Testimonio N.º099 - Samantha █████, █ años
“El día de la masacre empezó como cualquier otro. No había nada especial, nada fuera de lo común. Mi grupo estaba en el laboratorio de ciencias, como lo hacíamos todos los █████ por la tarde. La clase iba normal, estábamos haciendo uno de esos experimentos aburridos con tubos de ensayo y sustancias coloridas, cuando el profesor █████ se fue porque tenía que atender una llamada urgente. Nos dijo que no tardaría y que siguiéramos trabajando en silencio, pero tan pronto como salió del aula, todo cambió. Al principio, no le prestamos mucha atención. Nos quedamos hablando entre nosotros, riéndonos de alguna estupidez, como siempre que el profesor no estaba. Pero los minutos pasaron y el profesor no regresaba. Empezamos a sentirnos incómodos, aunque nadie lo decía en voz alta. Fue entonces cuando escuchamos los primeros golpes.
Era un sonido sordo, fuerte, como si alguien estuviera golpeando la puerta del laboratorio desde el otro lado. Al principio pensamos que era el profesor que había vuelto y que por algún motivo no podía abrir la puerta. Pero cuando David fue a intentar abrirle al profesor, la puerta no se movió. Era como si estuviera cerrada desde afuera, pero nadie podía creer que el profesor █████ nos hubiera encerrado con llave. Los chicos intentaron empujar la puerta varias veces, pero no hubo manera. Estábamos encerrados.
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No había pasado mucho tiempo cuando las ventanas empezaron a vibrar. Se escuchaba un zumbido agudo, constante, como si algo estuviera presionando el vidrio desde afuera. Eso ya nos puso nerviosos. Todos nos quedamos callados, escuchando, tratando de entender qué demonios estaba pasando. Mark se acercó a la ventana que daba al pasillo, y lo que vio lo dejó completamente pálido. Se quedó allí parado por unos segundos, como si no supiera si hablar o no. Al final, lo hizo. Nos dijo que había algo afuera, algo que se movía en el patio. No supo explicarlo bien, pero mencionó que no parecía humano. Naturalmente, ninguno le creyó. Nos reímos de él, lo tomamos a broma, y seguimos con lo nuestro, porque, bueno, ¿quién iba a tomarse en serio una historia como esa? Pero los golpes en la puerta seguían, las ventanas seguían vibrando y el ambiente se ponía cada vez más pesado. Entonces, escuchamos otra cosa. Era un susurro. Un susurro que no venía de ningún lugar en específico, pero al mismo tiempo, parecía estar en todas partes. Al principio pensé que era el viento o algún ruido que venía del exterior, pero no. Era algo más. No entendíamos qué decía, las palabras eran incomprensibles, pero el tono, el ritmo, todo sonaba como si fuera una advertencia. Algo que no queríamos entender.
David comenzó a perder los estribos. Empezó a golpear la puerta con ambas manos, como si su vida dependiera de ello. Nos gritaba que teníamos que salir, que si no lo hacíamos, nos iban a matar. Y aunque al principio todos nos reímos de él, su tono comenzó a afectarnos. Ya nadie se reía. El aire estaba tenso, como si estuviéramos esperando que algo terrible ocurriera.
Y ocurrió.
De repente, las luces se apagaron. No hubo advertencia, ni parpadeos previos, simplemente se apagaron de golpe, dejándonos a todos en medio de la oscuridad. No podíamos ver nada, ni siquiera nuestras propias manos. Por un momento, nadie dijo una palabra. Podíamos escuchar nuestra propia respiración, nuestros corazones latiendo con fuerza en el pecho, el sonido de nuestros nervios tensándose al máximo. Lo siguiente que escuché fue una respiración pesada, pero no era la de ninguno de nosotros. Era algo más, algo que no pertenecía a este mundo. Sonaba profundo, irregular, como si algo o alguien estuviera allí con nosotros, respirando justo al lado. Pensé que era alguno de mis compañeros, pero rápidamente me di cuenta de que no lo era. No sonaba humano.
De repente, sentí algo tocarme el culo. No sé qué fue lo que me tocó, pero sabía que no era uno de mis compañeros. Me quedé inmóvil, esperando que lo que fuera que estuviera allí no se diera cuenta de mí. El contacto fue helado, un frío que se colaba por mi piel como si me hubiera tocado la mismísima muerte. Sentí ese toque en mi culo, rápido, pero lo suficientemente perturbador como para que cada fibra de mi ser se congelara. No podía gritar, no podía moverme. El miedo me aprisionó, me ató a ese lugar oscuro. Mi mente se negaba a procesar lo que acababa de pasar. Algo me había tocado. No era humano. Lo sabía, lo sentía en lo más profundo de mis huesos. Ese toque no pertenecía a este mundo.
Me quedé completamente inmóvil, mis manos temblando, mi respiración entrecortada. No quería hacer el más mínimo sonido, no quería llamar la atención de eso que merodeaba a nuestro alrededor. Si me movía, si respiraba demasiado fuerte, podría notarme. Podría volver a tocarme.
Y entonces, de la nada, comenzaron los gritos.
Al principio, fue uno solo. Desesperado, cortado en seco, como si la persona que lo emitía hubiera sido ahogada en plena exclamación de terror. Luego fue otro. Y otro. Antes de darme cuenta, la habitación se llenó de gritos. Era un caos de voces, todas al mismo tiempo, todos mis compañeros gritando con el mismo tono de horror. No sabía quiénes eran exactamente, pero sus gritos quedaban grabados en mi mente, cada uno con su propia melodía de dolor. Escuchaba golpes, cuerpos cayendo al suelo, el sonido de carne siendo arrastrada, desgarrada, triturada. Algo se movía rápido entre nosotros, sin que pudiéramos verlo. Los gritos no cesaban, cada uno más desgarrador que el anterior. Intentaba escuchar con atención, pero todo se mezclaba y era insoportable. Podía escuchar el sonido seco de huesos rompiéndose, el estallido húmedo de algo que no quería imaginar. El pánico de mis compañeros llenaba el aire.
“¡Ayúdenme!”, gritó alguien a mi izquierda, pero fue cortado por un sonido asfixiante, como si algo le hubiera cerrado la garganta en un solo movimiento. No sabía qué estaba pasando. Nadie sabía. Solo podíamos oír la muerte rodeándonos. Intenté esconderme, pero era imposible. Los sonidos venían de todos lados, como si un monstruo invisible estuviera devorando a mis compañeros, uno por uno. Haciéndolos trizas. A medida que nos mataban, los gritos empezaron a disminuir. Una tras otra desaparecieron las súplicas, como velas que se apagan con el viento. El ruido de carne siendo masticada era mi tortura y luego, de repente, la nada. El silencio volvió a la habitación, como si nunca hubiera pasado nada. Lo único que quedaba era el eco de los gritos en mi cabeza y la sensación de vacío, de algo irreparable. La oscuridad permanecía, y yo no me atrevía a abrir los ojos, no quería ver lo que quedaba de mis compañeros. No podía enfrentar esa realidad.
Permanecí escondida bajo la mesa, con las manos cubriéndome la boca para ahogar cualquier sonido que pudiera salir de mí. Podía sentir el sudor frío recorriéndome la frente. Mi cuerpo entero temblaba. ¿Cuánto tiempo había pasado? No lo sabía. El tiempo había dejado de tener significado. Podrían haber sido minutos, horas, días. No importaba. Lo único que importaba era que seguía allí, en ese rincón, esperando que lo que fuera que había matado a mis compañeros no me encontrara.
La oscuridad era total, aplastante. No había luces parpadeantes, no había destellos que me permitieran ver lo que ocurría a mi alrededor. Sólo el vacío, la oscuridad absoluta, el silencio aterrador. Pero dentro de esa nada, podía oírlo. Esa respiración. No era la mía. Era la respiración pesada, entrecortada, como si algo monstruoso estuviera allí, esperando. Cada exhalación era profunda, irregular, como si viniera de una bestia hambrienta, buscando su próxima víctima.
Entonces, todo se calmó. Los sonidos cesaron. No había más respiraciones, no había más gritos, no había nada. Me quedé inmóvil, aún temblando, con los ojos cerrados, sin atreverme a moverme. ¿Había terminado? ¿Me había dejado en paz? ¿Había muerto?
Finalmente, abrí los ojos, pero no estaba en el laboratorio.
Estaba en mi cama.
El día estaba nublado, pero aún entraba algo de luz. Sentí un desconcierto tan profundo que me costaba respirar. Mi mente no podía procesarlo. ¿Había sido un sueño? Todo había sido tan real. El frío, los gritos, el toque en mi culo, la respiración… cada detalle estaba grabado en mi memoria. Pero aquí estaba, en mi habitación, a salvo. ¿Cómo? No lo entendía. Miré el reloj. Eran las 11:45 de la mañana. Las clases deberían haber empezado hace horas, y sin embargo, aquí estaba, en pijama, como si nunca hubiera ido al colegio. Mi piel aún estaba fría, y mis manos temblaban. ¿Cómo había llegado aquí? No tenía sentido. Mi ropa estaba igual que cuando me acosté la noche anterior, y no había señales de que hubiera salido de la casa.
Me levanté lentamente, mis piernas aún temblorosas por lo que había experimentado. Fui hasta el salón, buscando a mis padres, pero no había nadie. La casa estaba vacía, completamente silenciosa. La sensación de desconcierto no me dejaba en paz. Tal vez todo había sido una pesadilla, pero se sentía tan real. Prendí la televisión, buscando algo que me distrajera, algo que me hiciera sentir que todo estaba bien. Pero lo que vi en la pantalla me dejó helada.
Las noticias cubrían en vivo un incidente en mi colegio. La escuela estaba completamente rodeada de policías y ambulancias. El titular decía: “Masacre en la escuela secundaria St.Patrick: múltiples muertos tras un misterioso ataque”. Sentí cómo la sangre se me helaba en las venas. No podía ser cierto. Lo que había vivido no había sido una pesadilla. Había sido real. Me desplomé en el sillón, incapaz de procesar lo que había sucedido. Había sobrevivido, pero no sabía cómo. Mis compañeros estaban muertos, eso lo sabía con certeza. Pero yo estaba aquí, como si nada hubiera pasado. Y entonces, una pregunta empezó a consumir mi mente: ¿Por qué fui yo la que salió con vida?
Aquel día de la masacre sigue siendo una sombra que persiste en mi mente. Fui la única sobreviviente de mi clase, y aún no sé cómo ni por qué. Cada vez que cierro los ojos, los gritos de mis compañeros retumban en mis oídos, y aunque el mundo exterior sigue su curso, dentro de mí, todo está atrapado en ese laboratorio.
Mis padres no parecían tan sorprendidos como esperaba. Les conté sobre todo lo que sucedió en la escuela, pero cuando mencioné que no entendía cómo me había salvado. Mi mamá desvió la mirada y mi papá solo murmuró por lo bajo que mi hermano trabajaba como “explorador” para una organización benéfica internacional, por lo que es posible que él fuera el responsable de que haya salido con vida. No me dijeron mucho más, lo cual me frustró enormemente. Aún no entiendo cómo mi hermano pudo haber estado involucrado, o cómo alguien fuera de ese laboratorio podría haber sabido lo que estaba pasando ahí dentro, pero la tranquilidad en la voz de mis padres, el modo en que parecían aceptar la idea de que él había intervenido, fue perturbador. No hicieron preguntas, como si supieran algo que yo no sabía. Como si su papel en todo esto no fuera tan extraño después de todo.
Sin embargo, algo no me cuadra. Desde aquel día, he empezado a recordar cosas que no tienen sentido. Fragmentos de memoria, visiones borrosas de momentos que no recuerdo haber vivido realmente. Veo a alguien en las sombras, observándome desde la oscuridad del laboratorio. Estoy segura de que vi a mi hermano. Aunque era imposible. Él no estaba allí, ¿o sí? Pero cada vez que intento aferrarme a esas imágenes, se desvanecen como si fueran humo”
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Comentario del Dr. █████ █████, investigador principal del caso:
> Tras una revisión del testimonio de Samantha █████, hemos encontrado varias inconsistencias y anomalías peligrosas. Desde el principio, nos llamó la atención el hecho de que ella fue la única sobreviviente de la masacre en el laboratorio de ciencias. Sin embargo, fue su relato de los eventos lo que planteó más preguntas de las que respondió.
>
> En primer lugar, Samantha menciona “deliberadamente” que, a las 11:45 de la mañana, los medios ya habían informado sobre el incidente en la escuela. Sin embargo, tras revisar los registros, podemos confirmar que las primeras noticias públicas sobre la tragedia no se difundieron hasta bien entrada la tarde. Esto sugiere que hay una alteración deliberada en su percepción del tiempo o, peor aún, una manipulación de los hechos.
>
> En segundo lugar, se comprobó que gran parte del testimonio de Samantha fue construido previamente usando inteligencia artificial. El lenguaje utilizado y la pomposidad de sus palabras indicaron tal planificación. Al revisar sus dispositivos electrónicos, se comprobó el uso de inteligencia artificial para generar fragmentos de su relato. Lo más alarmante es la aparente “inocencia” con la que se empleó esta tecnología de acceso público. En mi opinión profesional, considero que ella sabía que por mero protocolo revisaríamos sus dispositivos.
>
> Pero aún hay algo peor, el siguiente fragmento de su testimonio establece una coartada peligrosa: “Fragmentos de memoria, visiones borrosas de momentos que no recuerdo haber vivido realmente”. Dicho argumento fue utilizado en múltiples ocasiones por los █████ y por los █████ en el pasado para infiltrarse en nuestro mundo. No obstante, hace siglos que estas criaturas han dejado de usar esta frase genérica, dado que su mero uso implicaba que por protocolo nosotros tuviéramos que realizar un análisis de tipo █████ y por tanto, quedarán delatadas. Evidentemente, seguimos el protocolo internacional y realizamos un análisis de tipo █████ en Samantha █████. El resultado dio negativo. Ella es 100% humana.
>
> La historia no termina ahí. Lo más intrigante es la mención de un supuesto “hermano”, que según Samantha, trabajaba como explorador para una organización benéfica internacional. Esto complicó la verificación del testimonio en otro nivel, exigiendo que el laboratorio 32 contactara al laboratorio principal en Estados Unidos, que a su vez debía comunicarse con el laboratorio internacional de la fundación y, finalmente, con varios organismos internacionales, en un intento de identificar al “explorador” involucrado en nuestro caso. Un trámite que, claramente, no fue pequeño ni inmediato.
>
> Como resultado, nunca se pudo comprobar la existencia del “hermano” de Samantha █████, y no existen registros públicos de su nacimiento. La familia proporcionó “pruebas” sobre la existencia de este individuo, pero posteriormente se descubrió que dichas pruebas fueron fabricadas mediante inteligencia artificial. A pesar de la colaboración de la familia, persisten serias dudas sobre lo que realmente ocurrió en el laboratorio de ciencias durante la tragedia. Aunque el testimonio de Samantha es “virtualmente correcto” y “virtualmente detallado”, el hecho de que ella sea la única sobreviviente plantea interrogantes adicionales sobre la veracidad de su relato. Se pudo comprobar que ella efectivamente estuvo en la escuela durante la masacre gracias a las numerosas cámaras de seguridad de la institución, pero no se sabe cómo sobrevivió. El caso ha sido archivado por falta de pruebas, pero Samantha ha sido puesta bajo un programa de vigilancia debido a las anomalías en su declaración.
>
> A día de hoy, seguimos sin entender completamente las circunstancias que rodearon el evento. Pero no tengo dudas de que Samantha █████ “deliberadamente” ha hecho todo lo posible para que nosotros dudemos de que ella sea la “verdadera” Samantha █████. Esto plantea una pregunta crucial: ¿Por qué Samantha █████ quería hacernos perder el tiempo? O más inquietante aún: ¿Cómo una adolescente sabía “exactamente” qué decir para hacernos perder tanto tiempo?