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08-Los hijos

Los dos hombres caminaron con apuro hasta llegar a la casa de barro y paja.

Los nervios por ver el estado real de su padre invadía a Carlos, provocando que sus pasos fueran pesados y ninguna otra palabra pudiera mencionarse en todo el camino hasta la parte vieja de la estancia.

Mientras que para Ernesto ver la reacción de su padre al ver a Carlos era lo que más le preocupaba e impacientaba. Tal vez que su padre vea de nuevo a este hijo que siempre andaba lejos de casa, pudiera ayudar a su padre a recuperar algo de salud mental. Pero también podría ocurrir todo lo contrario y que ver a su hijo sea lo último que faltaba para que el viejo pierda completamente la cabeza.

Al ver el estado destrozado de la vieja vivienda, Carlos con enojo pregunto:

—¿Cómo vas a hacer vivir a nuestro padre en semejante chiquero?

—Te dije que vivir en este lugar había sido lo recomendado por el doctor—Se quejó Ernesto; a él también le disgustaba que su padre viviera en esta casa, pero si el doctor lo decía: había que hacerle caso.

—¡Me da igual que diga el doctor!—Gritó con enojo Carlos, para él era inadmisible que alguien con semejante fortuna viviera peor que sus empleados—Prefiero que sea un loco atendido como un rey y no un una persona al borde de la demencia viviendo en un chiquero. Ya está demasiado viejo, para vivir en semejante pocilga.

—Después lo discutimos...—Dijo Ernesto en voz baja; no quería que su padre se alterara por los gritos—Ahora entremos para ver cómo está papá. Te recuerdo que papá podría no reconocerte y si se pone agresivo, retírate para no poner a papá más nervioso.

Luego de decir eso, Ernesto se acercó hasta la puerta y la abrió con cuidado. Ernesto sabía que por lo fuerte que había gritado su hermano era imposible que su padre no lo hubiera escuchado, pero rezaba a dios para que su padre no se hubiera asustado y estuviera alterado durante la visita.

Al ver el interior de la sala con los muebles rotos y desgastado, el rostro de disgusto en la cara de Carlos no hizo más que empeorar; Carlos sabía más que bien que la esposa de Ernesto sería capaz de traer a su padre a esta pocilga solo para sacárselo de encima. Carlos quiso criticar nuevamente la decisión de su hermano de haber mandado a esta casa a su padre, pero no quería que su padre los notara discutiendo.

Ernesto se acercó a la puerta y antes de abrirla preguntó con cuidado:

—Papá, llegó Carlos con su prometida, él está acá conmigo ¿Podemos pasar a verte?

—¿Acaso crees que voy a creerte que mi hijo se va a casar? ¡Bestia estúpida!—Gritó el padre del otro lado de la puerta.

—¡Papá, soy yo, Carlos! ¡De verdad me voy a casar!—Gritó Carlos con preocupación, quiso abrir la puerta para decirlo viendo el rostro de su padre, pero Ernesto lo detuvo.

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—¡Tu mismo me dijiste que nunca te casarías!—Gritó el padre con miedo

—¡Te lo dije cuando tenía 20 años!—Gritó Carlos con tristeza porque notó que su padre dudaba de su identidad—Pero el tiempo pasa y conocí una chica interesante que también le gusta viajar por el mundo.

—Podría ser Carlos...—Dijo el padre, como discutiendo consigo mismo—¡Pero si de verdad eres mi hijo, me harás caso y no entrarás a verme!

—¡No nos vemos desde hace 3 años, papá!—Grito Carlos del otro lado de la puerta—Vivo en los Estados Unidos: acaso sabes lo molesto que es recorrer semejante distancia, solo para que tu padre no te permita dar unos pasos más y abrir una puerta para poder verlo a los ojos.

Al decir eso, Carlos corrió a su hermano de la puerta para que dejara de bloquearlo y con molestia abrió la puerta para ver el estado de su padre.

En el interior de la habitación vagamente iluminada podía encontrarse arriba de la cama a un viejo que miraba escondido debajo de una carpa formada por telas sucias.

En las manos del viejo se hallaba un cuchillo de plata muy fino y un rosario, ambos temblaban de forma violenta mientras miraba con cautela a las dos personas en la puerta.

—¿Papá?—preguntó Carlos entre lágrimas, aturdido por ver una escena que era mucho peor de lo que podía imaginar.

—¡Si te acercas, te voy a matar!—Gritó el viejo con enojo y miedo.

—¡¿Cómo puede ser que no puedas recordarme?!—Gritó Carlos de rodillas en el suelo, mientras lloraba desconsoladamente. Ernesto también comenzó a llorar por ver la escena y sobre todo por la impotencia de no saber qué hacer para ayudar a su padre o a su hermano.

El viejo se quedó mirando de modo contemplativo como sus dos hijos lloraban con desolación. Acto seguido, las manos del viejo dejaron de temblar y una mirada fría surgió en su rostro mientras miraba a sus dos hijos; parecía que el viejo había tomado una decisión en su mente mientras decía con odio:

—Carlos, no estaría llorando... ¡Vete de mi casa, demonio!

—Será mejor que volvamos cuando esté más tranquilo, Carlos...—Dijo Ernesto en voz baja, su padre parecía estar demasiado alterado para hablar con él ahora.

—¡Al menos promete que irás a mi casamiento!—Gritó Carlos ignorando a su hermano.

—No iré a ningún sitio con ninguna bestia desconocida y menos con una bestia que trata de engañarme...—Contestó el padre con un tono de voz frío. Parecía que antes el padre dudaba si de verdad eran o no sus hijos, pero ahora su mente no dudaba que eran impostores—Puedes quedarte y morir luchando o ir a buscar a otros idiotas que sean más fáciles de engañar...

Al ver que el estado de locura de su padre había llegado hasta el punto de amenazar con matarlo, Carlos se levantó del suelo y dejó de llorar. Con la voz algo rota por haber llorado tanto, Carlos dijo:

—¡No te preocupes, papá! Te prometo que encontraré un lugar donde al menos puedas vivir bien.

El padre miró a sus hijos con una sonrisa bastante cruel y dijo con tono irónico:

—Puedo vivir bien en cualquier lado, idiota. Lo único que desearía es que no hubiera bestias que traten de matarme todos los días. Nunca lo lograrán: las bestias como ustedes son realmente estúpidas, incluso un viejito como yo puede matarlas...

Lejos de enojarse por los insultos, Carlos, con mirada firme, dijo:

—Está bien, papá. Te prometo que buscaremos un sitio donde no haya bestias que traten de matarte todos los días. Si no quieres venir al casamiento, te traeremos las fotos: sacaremos tantas fotos como sean necesarias, pero podrás ver el casamiento como si de verdad hubieras estado ahí.

Al decir esas palabras, Carlos cerró la puerta con cuidado. Acto seguido, los hermanos se retiraron de la casa de barro y paja; dejando a su padre nuevamente en la oscuridad.