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El interrogatorio (3)

Thomas se retorció en su silla, las cadenas tintineando en el proceso. Un escalofrío recorrió su columna vertebral mientras la luz parpadeante de la lámpara proyectaba sombras grotescas en la pared. Estaba agotado, mental y físicamente. Sabía que sus palabras lo hacían parecer un loco, pero también sabía que la verdad que estaba por revelar era más aterradora que cualquier condena.

—Yo no los maté porque quise… —Empezó a decir con la voz temblorosa— Te lo juro por mis hijos. Ellos ya no eran ellos. Algo los había transformado. Los estudiantes que conocía, los chicos que asistían a mis clases, simplemente desaparecieron. Quedaron estos monstruos. Al principio pensé que estaban drogados, pero… luego lo vi.

Gómez se quedó en silencio. No interrumpió a Thomas. Estaba acostumbrado a las divagaciones de criminales desesperados por reducir sus condenas, pero había algo en la manera en la que Thomas hablaba, en su mirada, que lo hizo dudar. Era un reflejo de terror genuino. Un terror que él mismo reconocía. “Lo vi”. Esas dos palabras reverberaban en su mente. Podrían ser la clave para descifrar el tipo de evento paranormal que Thomas había presenciado. Aunque la fundación ya tenía un informe sobre el evento, desconocían el detonante que lo había provocado. La fundación ni siquiera estaba al tanto de que el evento había sido “provocado” intencionalmente para asesinar a Thomas, por lo que este profesor debía estar ocultando información peligrosa.

—¿Qué viste? —Preguntó, esta vez con menos sarcasmo y más interés. Sus ojos claros brillaban ahora con curiosidad.

Thomas se quedó callado por un segundo, como si estuviera debatiendo si debía decirlo o no. Finalmente, con la voz más baja que antes, susurró:

—Había algo detrás de ellos. Una sombra. Una presencia que los dominaba. Y no fui el único que lo notó. Otros maestros empezaron a ver lo mismo. Las luces de la escuela parpadeaban, los relojes se detenían. Había grietas en las paredes que no estaban antes. Grietas que se movían, cambiaban de lugar. Las grietas formaron el dibujo de una puerta en la pared, y cuando esta se abrió, todos los niños perdieron la cabeza. Repentinamente, ellos saltaron a atacarme, querían matarme. No tuve otra opción. Tuve que luchar.

El agente Gómez, aunque no lo mostrara, sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Lo que Thomas describía coincidía con los informes que había leído sobre este caso, sobre sombras que habitaban los espacios “corrompidos”, alimentándose del miedo de los estudiantes y poseyéndolos. “Pero esos informes fueron redactados por investigadores”, pensó Gómez, “¿Por qué este profesor de secundaria conoce tan bien todos los detalles mencionados en esos informes?” No se trataba solo de haber vivido la experiencia; para describir tales detalles, uno no solo debía haber visto el evento. Se requería una atención meticulosa a aspectos como las sombras, las luces y los relojes. ¿Quién en su sano juicio se detendría a observar grietas en las paredes cuando estaba en riesgo su vida? A menos… a menos que alguien estuviera esperando ser “atacado”, o tuviera la sospecha de que algo estaba por ocurrir y entendiera profundamente los síntomas de eventos paranormales. ¿Por qué un profesor de secundaria sabría todo eso? Thomas estaba escondiendo algo.

—Sigo sin entender cómo llegaste al punto de matarlos —Dijo Gómez, aunque su tono ya no era tan acusador. Su vara dejó de golpear la mesa, y sus dedos comenzaron a jugar con el borde del informe que tenía frente a él.

Thomas cerró los ojos, como si quisiera bloquear los recuerdos que lo atormentaban. Su voz, cuando habló de nuevo, estaba cargada de angustia.

—Esa “cosa” empezó a tomar el control. Primero fue una de las niñas, Emily. Empezó a hablar en un español perfecto para su edad, pero no la entendía, para mí decía cosas que no tenían sentido, pero… pero luego empezó a flotar. ¡Lo juro! ¡Estaba flotando sobre su pupitre! Y sus ojos… sus ojos eran completamente negros.

El agente frunció el ceño y pensó “¿Un profesor de historia latinoamericana que no sabe español?”. El prisionero estaba mintiendo, no había dudas. Pero, ¿por qué?

—¡Lo que te estoy diciendo es real! —Exclamó Thomas, golpeando la mesa con sus puños encadenados, haciendo que las cadenas resonaran como campanas lúgubres en la pequeña habitación— ¡No sé qué estaba pasando, pero ellos ya no eran humanos! ¡Nunca lastimaría a mis estudiantes!

Gómez lo observaba en silencio, analizando cada palabra, cada gesto. El tipo estaba al borde del colapso. O bien era un loco peligroso alterando la verdad, o estaba tan asustado que la verdad le era imposible de admitir. Y, en su línea de trabajo, ambas cosas podían ser ciertas al mismo tiempo. Gómez se recostó en su silla, observando al hombre frente a él, antes de hablar nuevamente.

—¿Y los otros maestros? —Preguntó Gómez, con un tono que no delataba emoción alguna— Dijiste que no eras el único que vio esa sombra. ¿Dónde están ellos ahora? ¿Qué es de sus vidas?

Thomas tembló visiblemente. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, pero no era un llanto de tristeza, sino de puro terror. Gómez lo había visto antes en otras personas que habían sobrevivido a encuentros paranormales. La mirada de alguien que ha visto lo incomprensible y ha sido marcado para siempre por ello.

—“Ellos”… —Thomas hizo una pausa, tragando saliva mientras trataba de controlar su respiración— Ellos están muertos. Algunos se suicidaron, otros desaparecieron antes de que me condenaran. Lo supe por las noticias. Uno de “ellos”… quiero decir, el director… lo encontré colgado en su oficina el mismo día de la tragedia, pero no dejó nota ni explicación. Solo su cuerpo, colgado allí, como si hubiera estado pensando en matarse durante días. Pero lo vi esa misma mañana, Gómez. Tomamos un café juntos en la sala de profesores. Nos llevábamos muy bien. Hasta me contó que su hija se iba a casar y me invitó a la boda esa misma mañana. Un hombre tan alegre no terminaría su vida así. Él no se suicidó, lo mataron. Al igual que a otros profesores… Nos querían muertos. “Ellos” buscaban a uno de los profesores, y ese profesor era yo. Estoy seguro de que alguno de tus superiores sabía todo esto y no te lo contó. Te están usando, Gómez. Al igual que me usan a mí. No seas tan tonto de creer en ellos, abre los ojos y date cuenta de dónde te han metido. La gente de poder siempre nos usa y nos oculta la verdad. Pero todo eso no importa, porque la información que tengo no solo puede sacarme de aquí, sino que también puede catapultar tu carrera en la fundación. Créeme, vale una fortuna.

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El silencio en la habitación se hizo insoportable. El zumbido de la lámpara oxidada era lo único que interrumpía el pesado ambiente que se había formado. Gómez se levantó lentamente de su silla, caminando alrededor de la mesa. Con cada paso que daba, el eco resonaba en la sala, haciéndolo parecer aún más imponente. Estaba pensativo, intentando procesar lo que había escuchado.

—Esto es lo que vamos a hacer, Thomas —Dijo finalmente, deteniéndose detrás del prisionero— Me vas a contar todo, hasta el último detalle. Si me estás mintiendo, te juro que te podrías haber librado más fácil aceptando morir en una guillotina. Pero si lo que dices es cierto…

Se inclinó sobre el hombro de Thomas, susurrándole al oído:

—Quizás podamos encontrar la manera de solucionar tu pequeño problema.

Thomas tragó saliva, sintiendo el aliento frío de Gómez en su nuca. Estaba a punto de contar su “información”, pero entonces la lámpara comenzó a parpadear con más intensidad de lo habitual, y por un momento, la habitación quedó en una total penumbra. En ese breve instante, Thomas juró ver una sombra, alta y delgada, observándolos desde una de las esquinas. Cuando la luz volvió a parpadear con normalidad, la sombra ya no estaba.

“Esas cosas… aún me están buscando, Gómez” Pensó Thomas mientras su cuerpo temblaba violentamente.

El agente Gómez se mantuvo en silencio, asimilando la falta de respuesta del prisionero. Su mente estaba en ebullición, procesando cada fragmento de información que le habían dado, tratando de encontrar una grieta en la historia de Thomas, algo que pudiera confirmar si el prisionero estaba diciendo la verdad o simplemente estaba falsificando una historia para que su información se haga más valiosa. Pero por el momento sus conclusiones eran que el prisionero ocultaba “algo”, pero no mentía.

Finalmente, Gómez se sentó frente a Thomas, su rostro endurecido por una mezcla de cansancio y furia. La atmósfera en la habitación se sentía cargada, casi como si la misma estructura de cemento estuviera presionando contra ellos. La lámpara, con su luz parpadeante, acentuaba las sombras en el rostro de Gómez, creando un efecto dramático que solo aumentaba la tensión del momento.

—¿Sabes qué? —Dijo Gómez, con una voz que era casi un gruñido— Tu historia es… interesante, para decir lo menos. Pero no has demostrado aún que lo que dices es suficiente para justificar tu liberación. No has dicho nada importante para justificar que no mueras trabajando como rata de laboratorio.

Gómez se inclinó sobre la mesa, sus ojos fríos como hielo, penetrando en los de Thomas con una intensidad que podría cortar a través de acero. Su mano se movió con firmeza, golpeando la mesa con la vara de metal, el sonido resonó en el pequeño cuarto como un trueno.

—Me has contado cuentos sobre posesiones, sombras y gente flotando. Todo esto parece sacado de una novela de terror barata. No tengo pruebas que respalden nada de lo que dices. Solo tu palabra.

—Pero tienes que creerme —Dijo Thomas, su voz temblando— No estoy loco. Lo que vi, lo que hice, no puedo volver a mi antigua vida sin tu ayuda. ¿Si no crees esto, cómo se supone que te cuente toda la historia? Estoy diciendo la verdad. Hay cosas que… cosas que la fundación necesita saber.

Gómez bufó, claramente irritado por la insistencia de Thomas, pero también por la falta de información importante. Su paciencia se estaba agotando, y el espacio reducido de la sala parecía amplificar su creciente frustración.

—Te daré una oportunidad —Dijo Gómez, alzando la voz— Pero solo porque me estás mostrando una desesperación que no puedo ignorar. Sin embargo, quiero detalles. Detalles que puedan ser verificados. No me importa si tienes que contarme cada maldito segundo que pasaste en esa escuela. Si no lo haces, tu historia quedará aquí, en esta habitación, y tú con ella.

Thomas tragó saliva, sintiendo que el peso de la situación se estaba volviendo insoportable. Cada palabra de Gómez lo empujaba más. Sabía que necesitaba encontrar una forma de pactar oficialmente su liberación antes de soltar la información “importante”, pero no tenía idea de cómo hacerlo. En su mente, las imágenes de su vida anterior se mezclaban con los recuerdos de los eventos paranormales que había presenciado.

—Recuerdo algo… algo que tal vez te haga creer mi historia —Dijo Thomas, su voz entrecortada, más parecida a una súplica que a una declaración— Había un libro. Un libro extraño que los profesores solían leer en la sala de maestros. No sé cómo llegó a la escuela, pero estoy seguro de que sería útil para la fundación. El libro hablaba de rituales antiguos, de invocaciones extrañas, de pasajes a lo desconocido. Lo vi una mañana mientras desayunaba. Siempre estaba allí, en el estante polvoriento de la sala de profesores, como si nadie le prestara atención, pero el día de la tragedia, desapareció. ¿Entiendes lo que te digo? ¡Alguien lo tomó! No sé quién, pero estoy seguro de que si encuentras ese libro considerarás más en serio el darme una reducción de mi condena.

—Ese libro no era como los demás, les será fácil encontrarlo si mandan a alguien a buscarlo a la escuela —Continuó Thomas, inclinándose hacia adelante, su voz volviéndose un susurro— Era antiguo, casi arcaico. La cubierta era de cuero marrón, gastada, con bordes agrietados y símbolos extraños, grabados que no entendía, pero que siempre me causaban una sensación de incomodidad, como si no perteneciera a este mundo. Sus páginas eran gruesas, amarillentas, llenas de dibujos. Pese a que los símbolos y dibujos no tienen ningún sentido, el libro está escrito en español, les será fácil sacar información útil. Realmente su aspecto no importa, el libro es fácil de encontrar por su aura, era como si quisiera ser encontrado. Estando en la escuela, solo piensa en su existencia y lo encontrarás. Recuerdo que cada vez que lo miraba, el aire se volvía más denso, más pesado. Ese libro es valioso.