Novels2Search

Jonathan Parker (6)

—¿Crees que hay alguna manera de entender mejor qué pudo haber desencadenado ese cambio? —Preguntó Gómez, su tono denotando una mezcla de curiosidad y desesperación por encontrar respuestas.

Ortega lo miró fijamente, su expresión reflejando una mezcla de resignación y cansancio.

—Si quieres obtener más información al respecto de esa misión, deberías hablar con Marcus. Él puede tener una perspectiva diferente sobre lo que ocurrió. Lo único que puedo decirte, es que al regresar había algo diferente en su mirada, en su manera de hablar. Ya no era el tipo que caminaba con prisa o que se preocupaba por cada pequeño detalle. Al contrario, empezó a tomarse las cosas con una serenidad que no parecía natural.

—¿Qué tipo de serenidad? —Rebuscó Gómez, con la esperanza de que Ortega pudiera dar más detalles que explicaran aquel estado. Rivas también lo había notado, pero él no era alguien que lo hubiera conocido tan bien como Ortega.

—No sé cómo explicarlo —Contestó Ortega, consternado— Era como si de repente todo hubiera cobrado sentido para él, pero no del modo en que tú o yo encontraríamos claridad. Había algo en su forma de ser, algo en su manera de ver el mundo que cambió radicalmente. Los últimos días solía pasar horas, y cuando digo horas, te lo digo en serio, meditando, o al menos eso parecía. Lo encontrabas sentado, mirando el vacío, sin decir una palabra durante largos períodos de tiempo. Y si le preguntabas en qué pensaba, te daba respuestas que sonaban casi como acertijos.

—¿Qué te decía? —Inquirió Gómez, inclinándose hacia adelante, interesado en comprender mejor esa transformación.

Ortega se rascó la cabeza, como si intentar recordar las palabras exactas de Jonathan lo agotara mentalmente.

—Lo recuerdo bien porque me dejó desconcertado en más de una ocasión. Me decía cosas como: “Ortega, ¿alguna vez te has detenido a pensar que tal vez no somos más que observadores? No actores, solo testigos de lo que está más allá de nuestra comprensión”. Al principio pensé que era solo una forma poética de expresar lo agotado que estaba, pero cuanto más hablábamos, más me daba cuenta de que hablaba en serio. Jonathan estaba empezando a cuestionarse todo, como si hubiera visto algo que lo obligó a replantearse la realidad misma.

—¿Crees que estaba siendo afectado por un fenómeno paranormal? —Preguntó Gómez, casi en un susurro.

Ortega lo miró y negó con resignación.

—Gómez, créeme, investigué todo lo que pude por mi cuenta. Revisé las cámaras, hablé con los pocos que estuvieron con él esa última semana. No hay nada. Ninguna señal de que alguien lo haya obligado o de que hubiera algo paranormal. Jonathan estaba mal, eso lo sabíamos todos. Solo que ninguno vio venir el desenlace de su historia. Aún no aceptó que se haya matado. Nunca lo vi alucinar o hablar de algo concreto. Era más como si después de todo lo que había visto a lo largo de su vida, después todo lo que había enfrentado, hubiera hecho clic en su cabeza de una manera que ninguno de nosotros podía entender. Me hablaba de “conexiones” entre las cosas, de cómo todo estaba entrelazado de una forma que no podíamos percibir a simple vista. Lo describía como si hubiera alcanzado algún tipo de iluminación, esa claridad lo hizo más feliz. Nadie la veía como algo malo.

Ortega se pasó las manos por la cara, y Gómez notó que el tema lo estaba afectando más de lo que parecía.

—A veces pienso que todo esto —Ortega hizo un gesto vago alrededor de la sala— Todo lo que hacemos, tiene un costo. No necesariamente uno físico, sino uno mental. Un costo que Jonathan, por alguna razón, no pudo seguir ignorando. Pero en lugar de quebrarse, como muchos de nosotros lo hemos hecho en algún momento, él simplemente aceptó todo y se mató. Así de brusco y rápido. Si te pones a pensar, la gran mayoría de agentes tiene muchas excusas para saltar de un rascacielos luego de trabajar tantas décadas en este matadero.

Gómez levantó una ceja, curioso por esa elección de palabras.

—¿Aceptó qué cosa? —Indagó.

—Aceptó que nada de lo que hacemos aquí importa en el gran esquema de las cosas. Al menos, eso fue lo que me dio a entender. Para él, todo comenzó a perder significado porque empezó a ver lo insignificantes que éramos en comparación con las fuerzas a las que nos enfrentamos. Y no me malinterpretes, no era como si estuviera deprimido o desesperado por ello. Al contrario, era como si hubiera hecho las paces con esos fantasmas. Ya no tenía miedo, ya no se preocupaba. Pero esa paz que encontró no era la que cualquiera de nosotros querría.

Ortega hizo una pausa, sus ojos fijos en el suelo, antes de añadir:

—En sus últimos días, Jonathan hablaba como si ya estuviera a medio camino de otro lugar. Como si este mundo y lo que había aquí ya no le interesara en absoluto. Lo vi pasar de ser alguien consumido por la tensión a alguien que estaba completamente relajado. Aunque era más bien como si hubiera dejado de pertenecer a este mundo.

—Y luego, simplemente, decidió irse, matarse —Continuó Ortega, su voz baja— Nos dio señales confusas de lo que planeaba hacer, supongo que ya lo había meditado desde hace tiempo. Su muerte no fue una huida desesperada, fue una elección muy planificada. Una elección que él había hecho mucho antes de que nosotros siquiera nos diéramos cuenta. Podría haber estado meditando el asunto años, pero nadie lo sabe, nunca habló abiertamente sobre cómo la soledad lo consumía por dentro.

Ortega respiró hondo, se acomodó, muchos reclutas se habían puesto a escuchar a escondidas, aparentemente el chisme les era interesante. La incomodidad en el ambiente era pesada, y Gómez se dio cuenta de que lo que el veterano estaba por decir sería aún más perturbador que lo que ya había revelado.

—Hace unos días revisé los registros en las memorias de los androides de la familia de Jonathan —Dijo Ortega finalmente, sin mirarlo directamente a los ojos— No es algo muy correcto revisar cosas tan íntimas, pero no podía quitarme la sensación de que el suicidio de Jonathan fue inducido por algo mas haya de sus propios pensamientos.

—¿Y qué encontraste? —Investigó Gómez, intentando que su tono fuera lo más neutral posible, aunque sabía que la respuesta lo afectaría más de lo que podía prever.

Find this and other great novels on the author's preferred platform. Support original creators!

—Jonathan me contó muy poco de su infancia —Comenzó Ortega, su voz apenas un susurro— Sabía lo básico: que sus padres habían muerto cuando él era joven y que había sido criado por sus androides hasta que fue lo suficientemente mayor para valerse por sí mismo.

—Según lo que me había contado Jonathan, sus padres habían muerto en un accidente doméstico. Eso es lo que yo supe hasta su muerte, pero después de revisar las grabaciones de los androides que lo habían criado, me di cuenta de que no fue un accidente en absoluto.

El corazón de Gómez dio un vuelco. No podía imaginar lo que venía después, pero sabía que no sería bueno. Ortega lo miró por un momento, sus ojos reflejando una mezcla de confusión y pena.

—Sus padres no murieron por accidente, Gómez. Se suicidaron.

El impacto de las palabras resonó en la habitación.

—¿Cómo es posible? —Inquirió Gómez, con incredulidad— ¿Ambos se suicidaron? No puedo creerlo, mucho menos teniendo un hijo tan joven…

Ortega asintió lentamente, como si cada movimiento de su cabeza fuera una afirmación dolorosa de una verdad que había estado enterrada durante demasiado tiempo.

—Sí. Lo más perturbador es que lo hicieron de la misma manera en que Jonathan terminó quitándose la vida. Usaron la misma máscara, siguieron el mismo ritual y usaron el mismo androide para asistirlos. Es como si hubieran trazado el camino que Jonathan seguiría años después, sin siquiera darse cuenta.

Gómez frunció el ceño, sintiendo que había algo más detrás de esa revelación. Si se ponía a meditar que el suicidio de Jonathan en realidad fue un asesinato, entonces esta coartada era un jaque mate. Jonathan tenía los motivos, la actitud y había hecho todos los preparativos pertinentes para dejar bien en claro que se había suicidado, pero ahora también se le sumaba que tenía toda una historia que lo llevó a este punto. Con semejantes pruebas, ni siquiera Gómez podría dudar que esto no fue un suicidio. No era que alguien planificó una simple coartada para encubrir su muerte, su vida entera era la coartada.

—¿Por qué lo hicieron? —Indagó, finalmente, su tono bajo, pero firme— ¿Qué los llevó a eso?

Ortega respiró profundamente, como si lo que estaba a punto de decir lo estuviera ahogando desde dentro.

—La madre de Jonathan estaba siendo engañada por su esposo. Cuando ella se enteró, fue como si algo en su interior se rompiera. No pudo soportar la traición, y en un acto de desesperación, decidió quitarse la vida.

Gómez se quedó en silencio, no quería insinuar que no entendía los motivos, pero era la primera vez que escuchaba que alguien se suicidara por una relación sexual fuera el matrimonio. Hoy en día tal práctica era la cosa más común del mundo. No obstante, decidió permanecer en silencio, sabiendo que Ortega le terminaría explicando la situación.

—Y el padre… —Continuó Ortega, su voz quebrándose ligeramente— Cuando encontró el cuerpo de su esposa, no pudo soportarlo. La culpa lo consumió. No podía procesar lo que había hecho, el engaño, el dolor que había causado. Y se quitó la vida también, de la misma forma que ella. Fue como si no pudiera vivir con lo que sus acciones habían desencadenado.

Gómez apretó los labios, el suicidio del padre estaba mas justificado, hoy en día muchas parejas terminan su vida si su cónyuge muere; en estos tiempos la vida es muy larga, demasiado artificialmente larga. Para muchas personas no tenía sentido seguir viviendo sin alguien a quien amar y eso había popularizado el suicidio cuando uno de los dos cónyuges moria. No obstante, Gómez no habló, no era el momento de hablar, era el momento de escuchar. Sentía que la historia que Ortega estaba revelando era solo la punta de un iceberg mucho más grande y oscuro.

—El problema real era una cuestión de estatus —Añadió Ortega, y esta vez su voz adquirió un tono más grave— La madre de Jonathan era una “cosa”. Una cosa de “abajo”, por la cual el padre de Jonathan se había encaprichado hasta tal punto de matarse al perderla.

Como si le tiraran un balde frío de agua, Gómez comprendió la trama de esta trágica historia. En este distante futuro, aquellos que vivían “abajo” no eran considerados personas como los que vivían “arriba”. No era tan simple como parecía, no solo era “estatus”, ni “poder”, ni “dinero”. Había un motivo mucho más profundo para que surgiera esa separación social. Aunque explicar eso quedará para después, el punto clave para entender esta subtrama es que las “cosas” de “abajo” eran ciudadanos de segunda clase, sin derechos ni privilegios. Gente marcada por la pobreza, el aislamiento y la desesperanza. Y lo peor de todo, no tenían ningún poder legal sobre los de “arriba”. Sobre “Ellos”. Sobre gente como Ortega, Gomez, Marcus, Rivas, Jonathan o cualquier otro trabajador de este laboratorio.

La expresión de Gómez se endureció, pero decidió mantenerse en silencio. Ortega estaba llegando al punto crucial de la historia, y Gómez quería escuchar cada detalle antes de sacar sus propias conclusiones.

—Por ley —Continuó Ortega—La madre de Jonathan no tenía derechos sobre su hijo. Era responsabilidad de su esposo. Desde su perspectiva como “cosa”, el hecho de que él la estuviera engañando significaba que estaba por ser descartada, reemplazada por otra “cosa”. Es complicado que personas como nosotros entendamos ese sentimiento, pero hay que recordar que las “cosas” no reciben una educación como la nuestra y es probable que entender un concepto tan simple como “libertad sexual” le fuera imposible.

Gómez asintió con la cabeza de acuerdo con esa postura.

—Eso la destrozó —Prosiguió Ortega— Ver cómo su familia se desmoronaba, sin poder hacer nada al respecto, la llevó a la desesperación más absoluta. Fue entonces cuando decidió acabar con su vida, creyendo que al menos en la muerte tendría algún tipo de control, alguna libertad que le fue negada en su nacimiento.

El silencio que siguió fue abrumador. Gómez dejó que el eco de la historia golpeara su mente, comprendiendo ahora la magnitud de lo que Jonathan había heredado. No era solo una tragedia familiar; era un ciclo de desesperación, traición y dolor que se había transmitido de una generación a otra, hasta que finalmente se cobró la vida de Jonathan también.

—¿Y Jonathan sabía todo esto? —Escudriñó Gómez, rompiendo el silencio.

Ortega asintió lentamente.

—No estoy seguro de cuánto sabía exactamente, pero debió haber tenido alguna idea. Cuando empecé a revisar los archivos, encontré fragmentos de conversaciones que tuvo con los androides de la familia, y parecía que durante su adolescencia comenzó a buscar respuestas sobre su pasado. Es muy probable que su amor por resolver misterios haya nacido tras descubrir cómo ocurrió la trágica muerte de sus padres.

Ortega se pasó una mano por el rostro, como si con ese simple gesto intentara aliviar el peso de la tragedia que estaba desenterrando. Gómez, por su parte, mantenía la mirada fija en el veterano, observando cómo cada palabra parecía drenarle la energía vital. Sabía que Ortega no se había sumergido en el pasado de Jonathan por curiosidad, sino porque había algo en su muerte que no le encajaba, algo que lo atormentaba desde el suicidio de su amigo.

—El padre de Jonathan… —Reanudó Ortega— Cuando encontró a su esposa muerta, fue como si el mundo entero se derrumbara sobre él. No lo soportó. Sabía que había causado ese sufrimiento, que su infidelidad fue la gota que colmó el vaso en la vida de su esposa.

—Es comprensible que haya querido matarse, él nunca entendió el daño que había causado hasta que vio lo que provocó —Continuó Ortega, pensativo— Para él, su infidelidad no significaba tanto, pero para su esposa era volver “abajo”. El remordimiento lo aplastó. Se sintió culpable no solo por haberla engañado, sino también por no haber comprendido lo que eso significaba para ella. Tal vez si hubiera pensado más en su hijo, habría seguido adelante, pero eso no ocurrió. En su desesperación, optó por seguirla. Se quitó la vida ahí mismo, sin pensarlo dos veces, y dejó a Jonathan completamente solo.