El mensaje terminó con un pitido bajo y el silencio volvió a llenar el cubículo. Gómez se quedó mirando la tarjeta en su mano, como si fuera un objeto maldito. Evidentemente, había algo que Jonathan Parker estaba ocultando, algo que no podía revelar en un simple mensaje de audio. Gómez lo sabía y quería intentar deducir qué era lo que había descubierto su amigo. Pero no tenía las pistas para lograrlo. Necesitaba hablar con Jonathan. Él había mencionado encontrarse en los vestuarios. Si iba allí, podría obtener respuestas. Pero, al mismo tiempo, sabía que adentrarse más en esta conspiración pondría a todo el mundo en un peligro aún mayor.
El pendrive en su bolsillo se sentía como una carga cada vez más pesada, como si los secretos que contenía le sumaran un peso invisible. Aún no sabía qué revelaría la grabación, pero si Jonathan había arriesgado tanto para entregárselo, debía ser algo importante. Tenía que encontrar una terminal segura para examinarlo, pero hacerlo en el laboratorio, bajo la mirada constante de la inteligencia artificial que controlaba cada rincón, era demasiado arriesgado. Decidió que lo mejor sería revisarlo en otro momento.
Gómez dejó que la puerta del baño se cerrara suavemente detrás de él. El frío clínico de los pasillos apenas aliviaba la sensación de calor que recorría su cuerpo. Las luces tenues, combinadas con el zumbido constante de las máquinas que mantenían la instalación en funcionamiento, le hacían sentir que cada paso lo llevaba más cerca de las mandíbulas de una bestia desconocida. No obstante, no había miedo en su pecho, sino una mezcla de adrenalina y excitación.
La información que Jonathan le había prometido podría ser la clave que necesitaba para conectar todas las piezas sueltas de este rompecabezas. Gómez lo intuía, sentía que estaba a punto de desenterrar algo mucho más grande de lo que cualquiera podía imaginar. Este caso no era simplemente otro expediente rutinario, ni una misión cualquiera para la fundación; esto era algo grande, algo que desafiaba las mismas bases de la humanidad.
Durante toda su carrera como agente había enfrentado misterios, anomalías y sucesos que desafiaban la lógica, pero nada como esto. Este caso se estaba transformando en el desafío más complejo de su vida. Y aunque sabía que las respuestas que buscaba podrían traer consecuencias trágicas, el agente Gómez no podía evitar sentirse emocionado por lo que estaba por descubrir. Era un investigador en lo más profundo de su ser, y ahora, como si estuviera ante una pieza de arte incompleta, Gómez sentía la urgencia de develar cada trazo escondido de este gran misterio.
Las piezas del rompecabezas se movían lentamente, revelando fragmentos de una conspiración que parecía extenderse en todas direcciones. Según la nueva información ya no se trataba simplemente de “Ellos”, ahora había otro grupo oponiéndose. ¿Pero quiénes eran? ¿O qué eran? ¿Eran los buenos o los malos de la película? Gómez no sabía nada, pero quería saber. Le era imposible negarse a saborear esa fruta prohibida llamada conocimiento. Sabía que las respuestas no serían fáciles de digerir, y que lo que estaba a punto de descubrir podía destapar una tragedia. Sin embargo, la emoción del desafío lo envolvía por completo, y para hacer aún más interesante el asunto, la situación había dado un giro radical: ya no estaba solo en este caso.
El agente Jonathan Parker había estado investigando por su cuenta durante una semana entera. Su amigo parecía haber desenterrado información clave, pistas que él apenas podía imaginar. El tiempo que Jonathan había dedicado prometía resultados. ¿Qué clase de detalles habría encontrado? ¿Qué verdades ocultas estarían aguardando entre estos nuevos datos? La sensación de que estaba a punto de descubrir algo monumental lo impulsaba a seguir adelante, con la misma energía que lo había llevado a aceptar su suspensión con una mezcla de frustración y determinación.
Casi sin darse cuenta llegó al ascensor. Su destino ahora era el piso 3, donde se encontraba la sala de control. Si quería desenmarañar todo este enredo, necesitaba la información que Jonathan había prometido darle en persona. Aunque había pasado una semana postrado en la cama, su cuerpo se sentía renovado, casi como si el tiempo de recuperación hubiera sido solo una pausa momentánea, todo gracias a los avances milagrosos de la medicina futurista. Sin embargo, había algo que lo inquietaba; no tenía la menor idea de si su amigo estaba en el laboratorio.
Echó una rápida mirada al cubo negro que siempre llevaba encima, el cual comenzó a proyectar la hora de forma holográfica. El reloj marcaba las primeras horas de la mañana, lo que significaba que el turno laboral ya había comenzado. En teoría, todos los agentes deberían estar activos y trabajando. Sin embargo, la realidad era un poco más complicada. Sabía que el hecho de que fuera horario laboral no garantizaba que todos estuvieran en el laboratorio. Los agentes de la fundación solían estar en constante movimiento, desplazándose a distintos lugares para recopilar evidencias, testimonios y cualquier otra pieza del rompecabezas que pudiera ayudar a los científicos en sus investigaciones. A pesar de esto, la sala de control del piso 3 era un buen punto de partida para encontrar a Jonathan Parker. Esa habitación servía como el centro de comando del laboratorio, donde los agentes coordinaban sus misiones, monitoreaban el desarrollo de operaciones en el campo y revisaban los últimos informes de los nuevos casos. Si Jonathan no estaba en medio de una misión, seguro lo encontraría allí, quizás con un café en la mano, charlando con algunos de los otros agentes.
Al entrar en el ascensor, la cabina se iluminó con una luz azulada suave, y al instante reconoció su identidad. “Piso 3, sala de control”, dijo, y el ascensor comenzó a moverse con una suavidad casi imperceptible, como si flotara. El ascensor se detuvo suavemente, y las puertas se abrieron para revelar el bullicio controlado de los pasillos del piso 3. Este era un piso muy transitado y todos los agentes pululaban de un lugar a otro.
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La sala de control se encontraba en el medio del piso. La habitación propiamente dicha estaba repleta de pantallas holográficas que proyectaban datos, mapas y transmisiones en vivo de las misiones en curso. Varias estaciones de trabajo flotantes se disponían en forma circular, creando un ambiente que recordaba a una sala de mando de una nave espacial, con agentes sentados frente a sus consolas, trabajando sin descanso. Sin embargo, había algo raro en el ambiente. A pesar de la actividad, el lugar estaba cargado con una sensación de mal humor insoportable. Los agentes, que normalmente se veían animados y concentrados, ahora parecían distraídos y abatidos. Gómez se sorprendió al ver la atmósfera tan densa.
Algunos agentes más jóvenes, probablemente reclutas, estaban enfrascados en la revisión de archivos, tratando de comprender los casos en los que estaban trabajando. Se veían agobiados, luchando por navegar entre los complejos informes y las infinitas bases de datos de la fundación. Uno de ellos estaba viendo un video de capacitación en una pequeña pantalla flotante, donde una voz alegre e infantil explicaba cómo acceder a los registros más antiguos, mientras otro a su lado maldecía en voz baja por no poder recordar ciertos códigos de acceso.
Al fondo, otros agentes probaban sus equipos antes de salir a sus misiones. Cinturones cargados con dispositivos de alta tecnología, armas que parecían más sacadas de una película de ciencia ficción que de la realidad, y cascos de visor aumentados que les permitían rastrear anomalías en el campo de operaciones. Sin embargo, la mayoría de ellos no parecía especialmente emocionados por lo que estaban haciendo. Había pocas charlas animadas, y las que existían eran conversaciones apagadas, sin energía. La sala, que normalmente resonaba con la vitalidad de un centro de comando, parecía ahora sofocada bajo el peso de algo invisible, pero innegablemente grave.
Gómez avanzó lentamente por la abarrotada sala de control, buscando a Jonathan entre las filas de agentes ocupados en sus tareas diarias. Aunque todos parecían estar atrapados en sus propios problemas, hubo algunos que se desviaron de su rutina para acercarse a él, dándole palmadas en la espalda o inclinando la cabeza con gestos de apoyo. Uno de los reclutas más jóvenes, con un chaleco táctico que aún brillaba por lo nuevo, le dedicó una sonrisa incómoda y dijo, casi sin mirarlo a los ojos:
—Oye, Gómez… lo siento mucho por lo de tu suspensión, hombre. No era justo que te la aplicaran.
Otro agente, más veterano, pasó junto a él y agregó en voz baja:
—Todos sabemos que hiciste lo correcto en esa sala de interrogatorios. Smith estaba condenado. No te culpes. Sigues siendo el mejor agente de este laboratorio. Los de recursos humanos están todos locos si piensan lo contrario.
Gómez asintió, agradecido por el apoyo, pero su mente estaba en otro lugar. Mientras sus colegas se alejaban rápidamente para seguir con sus labores, pudo notar que algo no estaba del todo bien. No era simplemente la incomodidad habitual de sus compañeros por su suspensión, había algo más. Algo que no lograba identificar, pero que flotaba en el aire como una nube negra sobre sus cabezas. Las expresiones de los agentes que lo rodeaban no solo reflejaban tristeza o lástima; parecían preocupados, tensos, como si estuvieran esperando que algo malo sucediera en cualquier momento.
Gómez se esforzó por restarle importancia al ambiente, atribuyéndolo a su propia situación. Estaba seguro de que muchos de sus colegas lo veían como un ejemplo de lo que podría pasarles si cometían un error similar, como una advertencia silenciosa que indicaba que el “nuevo orden” había llegado finalmente a los pisos inferiores. No les faltaba razón para ser cautelosos. Si el mejor agente fue suspendido, todos los veteranos podían ser suspendidos en cualquier momento.
Mientras caminaba por la sala, un par de agentes más se le acercaron. Ambos parecían tener prisa, como si estuvieran luchando contra el reloj para completar alguna tarea antes de que algo importante ocurriera. El primero, una mujer de unos treinta años con cabello corto y un rostro endurecido por años de trabajo en campo, le palmeó el hombro.
—Esto es temporal, Gómez. Volverás antes de que te des cuenta —Le dijo, sus palabras rápidas y secas, como si no tuviera tiempo para una conversación más larga.
El segundo, un hombre corpulento con cicatrices que surcaban su rostro, pasó a su lado sin detenerse, pero le lanzó una mirada de apoyo. Gómez trató de hacer contacto visual con él, para preguntar por Jonathan, pero el agente ya estaba a varios metros de distancia, inmerso en su propio trabajo. Todos parecían estar muy apurados, y no había tiempo para que él preguntara sobre el paradero de su amigo.
Frustrado por no obtener respuestas, se detuvo un momento a mirar a su alrededor. La sala de control estaba como siempre: agentes, técnicos y analistas trabajando sin parar frente a terminales holográficas, revisando datos, monitoreando las misiones activas o discutiendo en voz baja entre ellos sobre los últimos informes de inteligencia. Los hologramas que proyectaban mapas y gráficos llenaban el espacio, creando un ambiente frenético, pero controlado. Sin embargo, ahora parecía haber una energía subyacente diferente en el aire, algo que no podía identificar, pero que lo ponía nervioso.
Gómez frunció el ceño mientras cruzaba la estancia. Aunque estaba claro que su suspensión había causado un impacto, no podía ser la razón de la actitud abatida de todos. Nadie levantó la vista cuando pasó por el medio de la sala, lo que le permitió escuchar fragmentos de susurros entre los nuevos reclutas.
—… No puede ser que lo haya hecho…
—Pero lo encontraron allí, ¿no? Entonces…
—Es una locura, de seguro fue una criatura desconocida…
Gómez apretó los labios y siguió caminando, su preocupación aumentando. Justo cuando se disponía a preguntar a otro agente sobre el paradero de Jonathan Parker, una mujer se le acercó. Era una agente que apenas conocía, una de las nuevas incorporaciones al equipo. Su rostro era solemne, y aunque su expresión parecía querer reflejar calma, Gómez notó un rastro de incomodidad en sus ojos.
—El jefe quiere verte en su oficina, Gómez —Le dijo con una voz suave, casi como si temiera darle la noticia.
Gómez arqueó una ceja, algo sorprendido. Aunque estaba suspendido y sabía que en algún momento tendría que enfrentarse a su jefe, no esperaba que fuera tan pronto. La joven agente no ofreció más explicaciones, solo se dio la vuelta y se alejó antes de que él pudiera hacerle alguna pregunta.