—Supongo que es hora de terminar esta larga historia —Murmuró Gómez, más para sí mismo que para la IA que lo acompañaba como si se tratase de su propia sombra.
Al llegar a la puerta de la sala de reuniones, Gómez se detuvo. Durante unos segundos, se quedó mirando el pasillo que había recorrido, una última mirada a lo que había sido su vida durante tantos años. Los recuerdos, las tensiones, los éxitos y fracasos, todo parecía tan distante ahora. El edificio en el que había trabajado durante tanto tiempo ya no era suyo, y la única compañía que le quedaba era el viejo que lo seguía como un observador entusiasmado.
El anciano, con una sonrisa burlona dibujada en su rostro, apoyó ambas manos en el bastón e hizo un leve gesto con la cabeza, como si lo estuviera invitando a entrar a la sala de reuniones. Gómez suspiró, cansado de la constante burla. No tenía sentido enojarse con una inteligencia artificial programada por alguien con un pésimo sentido del humor. Era solo otro detalle que demostraba lo poco que encajaba en este laboratorio.
Sin más opciones, decidió entrar.
Notó algo inesperado. A diferencia de otras ocasiones, no tuvo que esperar a nadie. La puerta se deslizó suavemente, y al entrar, vio a Sahara Shepherd ya sentada frente a la mesa ovalada de cristal. Su pomposo cabello estaba completamente desaliñado como si hubiera armado una fiesta al enterarse de que finalmente Gómez se retiraría, y su traje de látex milimétricamente ajustado a su escandalosa figura transmitía un aura de cabaret casi intimidante. Parecía que había elegido su ropa más provocativa solo para remarcar a Gómez que ya no había vuelta atrás; este ya no era “su” laboratorio.
Sobre la mesa ovalada de cristal flotaba el contrato, proyectado digitalmente. No había papeles físicos, solo datos y firmas electrónicas, una formalidad que Gómez ya conocía bien. Pero lo que lo desconcertaba era lo rápido que había sido todo el proceso. No había esperado encontrarse con Shepherd tan pronto. Aunque, por lo acelerada que estaba la respiración de la señorita y las gotas de sudor que resbalaban por su rostro parecía que había corrido a la sala de reuniones, nomás escuchó la noticia. En el fondo, Gómez había pensado que la gerente le daría un poco más de tiempo para procesar lo que estaba ocurriendo, pero la astuta administrativa se había adelantado a sus pensamientos.
—Agente Gómez, bienvenido —Dijo Shepherd, con esa voz suave y profesional que tan bien manejaba. No había emoción alguna en sus palabras, solo una fría cortesía— Me alegra que haya decidido jubilarse. Todo está listo para que firme su renuncia.
—No decidí, me obligaron. ¿Acaso pensaron que iba a estar ocho meses sin recibir mi salario? —Criticó Gómez ásperamente. No era la primera vez que tenía que sentarse frente a Shepherd, pero sí sería la última. Ella parecía estar disimulando un aura de serenidad, como si estuviera aliviada de que todo llegara a su fin, pero en el fondo aún temía que el agente cambiara de decisión a último momento.
Shepherd hizo un gesto suave con la mano, como restándole importancia a la queja.
—Este es un proceso rutinario, Gómez. No hay necesidad de prolongarlo —Continuó ella, señalando la proyección holográfica— El contrato está listo para que lo firme. Las condiciones son más que buenas, pero tómate tu tiempo y pon tu firma cuando hayas terminado de leerlo.
Gómez miró el contrato proyectado sobre la mesa con una mezcla de resignación y desconfianza. Las letras brillaban fríamente, como si quisieran apurarle a tomar una decisión importante. Aunque ya sabía que no había vuelta atrás, no podía evitar sentir que el proceso estaba siendo más mecánico y desalmado de lo que esperaba. El silencio en la habitación era asfixiante, y el único sonido que se percibía era el zumbido apenas audible de las animadas charlas en el exterior. No había movimiento en la sala más allá de las gotas de sudor que se deslizaban del rostro de la gerente.
Shepherd lo observaba con paciencia calculada. Su presencia, inmutable y profesional, le resultaba incómoda, como si fuera una estatua esculpida en la perfección. Gómez sabía que este silencio no era casual; era una táctica. Shepherd quería que se sintiera presionado, apurado, que firmara y saliera de la sala lo antes posible. Pero Gómez, aunque cansado, no era tan fácil de intimidar. A lo largo de su carrera, había lidiado con situaciones mucho más críticas que una simple reunión con recursos humanos. Sin embargo, ese cansancio acumulado, esa sensación de ser un “dinosaurio malhumorado”, le hacía ceder a la incomodidad del momento.
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El silencio brindó el espacio para que recordara el mensaje de Jhonatan, las indirectas de Mendelson, las advertencias de Marcus y las muchas recomendaciones que había recibido con anterioridad para jubilarse de una buena vez por todas, para dejar todo atrás antes de que fuera demasiado tarde. La vida de agente era dura y efímera, Gómez lo sabía mejor que nadie. No obstante, no era fácil aceptar el final de tan larga trayectoria con una simple firma.
Finalmente, soltó un suspiro leve, incapaz de soportar el silencio un segundo más. Hizo una pausa en la lectura del contrato y levantó la vista, fijándose en Shepherd, quien seguía impasible. Decidió romper la monotonía con una pregunta que también le había estado rondando por la cabeza durante todo el camino hacia la reunión.
—¿Sabes quién fue el bromista que programó la IA para molestarme? —Cuestionó el agente con un tono que pretendía ser casual, pero que no lograba ocultar del todo su malestar.
Shepherd levantó una ceja, claramente sorprendida por la pregunta.
—¿Una broma? —Respondió ella, genuinamente desconcertada— No estaba al tanto de eso. ¿Alguien ha estado manipulando la IA nuevamente?
Gómez asintió lentamente, con una leve sonrisa amarga. Claro, ella no sabía nada. Aunque le sorprendió ver que su reacción parecía sincera, la verdad era que en este lugar nada se sabía con certeza, y si ella había hecho esa broma, seguramente lo ocultaría muy bien.
—Sí, alguien con un retorcido sentido del humor decidió programar a la IA para imitar a un anciano amargado —El tono de Gómez fue más agrio de lo que pretendía, pero no pudo evitarlo— No es que me moleste tanto, pero... bueno, no es precisamente el tipo de despedida que tenía en mente.
Shepherd lo miró con una mezcla de interés y desconcierto. Parecía que no sabía nada del asunto, y aunque era difícil saber si le importaba realmente o no, Gómez percibió un mínimo de empatía en su expresión.
—Es la primera vez que oigo hablar de eso —Afirmó ella — Aunque, ahora que lo mencionas, hemos estado lidiando con un par de incidentes similares —Hizo una pausa, y Gómez la miró con atención, esperando más detalles— Todavía no hemos encontrado al responsable, pero alguien ha estado alterando los hologramas en varias áreas. Lo más extraño que hemos visto hasta ahora es un campo de trigo dorado en lugar del bosque holográfico que se suponía debía proyectarse en la fachada del edificio.
—¿Y nuestra querida IA no encontró a ningún culpable? —Indagó Gómez, arrugando el ceño— Eso suena un tanto extraño para una broma tan casual, ¿no crees?
Shepherd asintió con una sonrisa leve, pero su tono seguía siendo serio.
—Me resulta sumamente desconcertante. Imagina la sorpresa del equipo de seguridad cuando se dieron cuenta de que era imposible encontrar al culpable. Están furiosos, claro. El director va a despedir a unos cuantos de su equipo, ya sabes cómo se pone cuando alguien se pone a toquetear a la inteligencia artificial del laboratorio.
Gómez esbozó una sonrisa, pero más por la ironía del comentario que por el chisme en sí. Conocía demasiado bien al director, un hombre que nunca había tolerado el más mínimo desvío en sus planes para el laboratorio. Evidentemente, el cambio en el paisaje no le preocupaba en absoluto, el problema era no encontrar a quién modificó la IA; eso delataba graves problemas de seguridad.
—El director debería preocuparse menos por los hologramas y más por no escaparse de vacaciones a otros mundos cada tres meses. Ese viejo solo trabaja unos pocos días al año—Mencionó Gómez con un tono relajado, dejando caer la crítica como si fuera una broma más, aunque ambos sabían que había algo de verdad detrás de sus palabras.
Shepherd soltó una pequeña risa, algo que sorprendió a Gómez. No estaba seguro de si la había visto reír antes, al menos no hablando con él.
—No me hagas empezar a hablar de eso —Propuso ella, rodando los ojos con una expresión de complicidad— El problema es que cuando se va parece que todo se sale de control. Es como si el laboratorio perdiera el rumbo. Y claro, eso lo vuelve más paranoico cuando regresa. Se pone insoportable.
Gómez asintió lentamente, recordando las ocasiones en que había tenido que lidiar con la personalidad volátil del director. Ese hombre vivía obsesionado con el control, y cualquier señal de caos, por pequeña que fuera, lo hacía entrar en pánico. Pero al mismo tiempo, se tomaba largas vacaciones como si no tuviera responsabilidad alguna. Todos los jefes lo criticaban por eso, aunque pocos lo decían abiertamente.
—Y aquí estamos nosotros, sufriendo sus caprichos…—Añadió Gómez, lanzando una mirada de complicidad a Shepherd.
Ella sonrió de nuevo, esta vez de forma un poco más abierta.
—Nadie se salva de tener que lidiar con los caprichos de los que están un poquito más arriba…—Reflexionó Shepherd, señalando la proyección que seguía flotando en la mesa— Pero bueno, volvamos al tema del contrato. Estoy segura de que tienes algunas dudas o preguntas.