El joven Mario se dirigió hacia la cocina para buscar los condimentos para poder condimentar los chorizos, tras caminar un poco por el camino de piedra una gran casa rodeada de árboles podía hallarse en la distancia al final del camino de piedras.
Esta parte de la estancia era bastante moderna y estaba muy cuidada: muchas personas trabajaban en los jardines floridos y varias fuentes y estatuas podían verse dispersas alrededor del camino de piedras. La hermosura de este lugar divergía bastante con la otra parte de la estancia donde vivía el abuelo de Mario: que parecía ser rústica y desgastada con los años.
De vez en cuando un perro, un gato o alguna gallina seguida por varios polluelos podía verse caminando por los jardines, pero nadie parecía preocuparse por los animales pasándose a su antojo.
Cuando Mario llegó a la casa, una criada abrió la puerta para que Mario pudiera entrar. El joven entró y una habitación con pisos y paredes de madera podía hallarse. La habitación parecía ser un living de recepción y contaba con una chimenea muy linda y varios sillones y muebles alrededor de una mesa de madera muy elegante, la cual estaba apoyada sobre la piel de un tigre que servía de alfombra.
Todas las paredes de la sala de recepción, estaban llenas de cabezas de animales exóticos y cuadros de animales, por lo que parecía que alguien de la familia le gustaba mucho salir a cazar. Con algo de apuro, Mario se dirigió hasta una de las puertas de la sala de recepción y caminó hasta la cocina.
Al llegar a la cocina, Mario notó que varias personas estaban trabajando preparando la comida. En una de las esquinas de la habitación se encontraba una señora con pelo negro y ojos verdes. La señora se encontraba sentada en una silla, discutiendo y hablando con las criadas que trabajaban en la cocina.
La señora estaba vestida con ropas muy elegantes y varios anillos de oro y diamantes estaban colocados en sus dedos. Llevaba puestos dos aretes de diamantes y miraba con atención a todos los criados trabajando en la cocina, mientras se abanicaba la cara con un abanico muy exótico.
Mario se acercó a la señora abanicándose en la silla y le dijo:
—Mamá, necesito los condimentos para terminar de hacer los chorizos.
—Elena, ¡busca los condimentos para mi hijo!—La señora dio una orden con voz dominante.
Rápidamente, una de las criadas que estaba trabajando en la cocina comenzó a abrir cajones en busca de especias para condimentar la carne picada. Al ver a la muchacha cumpliendo su orden, la señora miró a su hijo y le dijo con preocupación:
—Que haces sin un gorro puesto con este calor: ¡Te vas a insolar! ¡Ve a buscar uno!
—Si, si, luego voy...—contestó Mario con desgana, ignorando la preocupación de su madre.
This tale has been unlawfully lifted from Royal Road. If you spot it on Amazon, please report it.
—Pensaba que tu abuelo vendría a buscar los condimentos—Dijo la señora con aún más preocupación—Cuando me case con tu padre, me acuerdo que tu abuelo me obligó a ayudar a Ernesto a hacer los chorizos.
—¿Cocinaste alguna vez en tu vida?—preguntó Mario con asombro; él sabía que a su madre le encantaba usar a los criados para todo, si no fuera por ella, posiblemente nadie se preocuparía por las decoraciones y el orden de esta casa.
—Claro que cocine, cuando eras un bebe te hacía la comida todos los días—Contestó su madre con una sonrisa orgullosa mientras se abanicaba.
—Nunca te vi cocinando la comida de Juan—Comento Mario con sospecha.
La mujer miró a su hijo con una sonrisa oculta con su abanico y comento:
—Una madre inteligente aprende con su primer hijo y educa de forma correcta a su segundo hijo. Si no me crees, mira a tu tío Carlos: fue más inteligente que tu padre y sé está montando un hermoso negocio en Estados Unidos vendiendo lo que tu padre cosecha.
Mario miró de mala gana la sonrisa oculta de su madre y comentó con ironía:
—Así que preferís más a un hijo que se vaya a hacer fortunas afuera. Entonces te vas a poner bastante contenta cuando tus dos hijos se vayan a hacer fortunas y no quede nadie para cuidarte más que los criados.
—Prefiero a los hijos que dejan de jugar con las mujeres y se casan—Contestó la señora con rapidez mientras miraba las marcas negras alrededor del cuello de su hijo—Deberías buscar algo serio...
Con algo de vergüenza por la mirada fija de su madre en los chupones en su cuello, Mario rápidamente cambió el tema y preguntó:
—¿Cuándo vienen los parientes de Italia? A este ritmo se perderán el casamiento.
— ¡Pero por supuesto que nuestros parientes no se perderán el casamiento!—Gritó la señora con enojo, parecía bastante nerviosa con el tema—Los novios tendrán que esperar a que llegue toda la familia del exterior: les guste o no...
—¡¿Tenemos que esperar a los parientes de Italia?!—Se quejó Mario con enojo—Encima que el abuelo les regala una estancia, también tenemos que esperarlos para el casamiento...
Al escuchar a su hijo decir eso, la mujer cerró el abanico y le pegó a su hijo, mientras gritaba con enojo:
—¡Más te vale no andar diciendo esas cosas afuera de esta cocina! ¡Acaso no sabes que tu abuelo también es italiano, idiota! Es lógico que tu abuelo vaya a ayudar a los hijos de su hermano. Si algún día viajas al exterior y tu hermanito te pidiera que cuidara a sus hijos: ¿acaso no ayudarías a los hijos de tu hermano?
—¡Pero les dio una de las mejores estancias!—Gritó Mario parecía que el tema le molestaba bastante más de lo que aparentaba— ¡El abuelo podría haberme dado esa estancia a mí y ya no tendría que vivir con ustedes!
—¿Así que quieres tener tu propio campo, jovencito?—preguntó la señora, mientras volvía a abrir su abanico y se abanicaba de forma elegante.
—¡Por supuesto que quiero tener mi propia tierra y mi propia casa e irme a esta casa!—Gritó Mario con enojo.
—Eso es bastante fácil de arreglar...—Murmuró la señora detrás de su abanico.
—¿En serio?—preguntó Mario con emoción, parecía que finalmente le dejarían armar su propia vida.
—Por supuesto, lo único que necesitas es tener tu propia esposa…—Respondió la señora mientras una sonrisa aparecía detrás del abanico—Cuando tengas tu propia esposa, te conseguiré tu propia tierra, tu propia casa y podrás irte a donde tu corazón te lleve.
—...—Mario miró a su madre en silencio. Esta vieja bruja era manipuladora a más no poder, pero Mario ya se había acostumbrado a la forma de ser de su madre.
Por suerte, la criada llegó con los tarros de condimentos, rescatando a Mario de las insistencias de su madre para que consiguiera una esposa. Con los tarros en la mano, Mario se despidió de su madre y camino rumbo al quincho donde su hermano estaba cuidando la carne picada.