De repente, el silencio fue brutalmente interrumpido. La puerta de la habitación se abrió de golpe, estampándose contra la pared con un estruendo que resonó en todo el templo. El impacto fue tan violento que Richard sintió el eco del ruido vibrar en sus huesos, dejándolo momentáneamente aturdido.
Un hombre con túnica roja irrumpió en la habitación como una tormenta desatada. Su presencia era imponente, con su porte estricto y mirada acerada. La desconfianza hacia Richard era palpable en sus ojos.
—¡Soy Thalos Steelfire y seré tu corrupción! —gritó Thalos, con su voz cortando el aire como un látigo, las pisadas que el hombre daba estremecían la escasa paz y quietud del lugar, tenía un cuerpo robusto y su rostro era tosco, y una mirada completamente exigente—. No hay tiempo para languidecer en la oscuridad. Tu entrenamiento no espera.
Richard, todavía aturdido por el inesperado y violento ingreso de Thalos, tardó unos segundos en reaccionar. El estruendo aún resonaba en su mente, y la brusquedad del mentor lo había dejado sin aliento. Aun así, forzó su cuerpo agotado a moverse, sintiendo cada músculo protestar mientras se incorporaba lentamente.
Thalos no mostró ni una pizca de compasión. Su mirada severa se mantuvo fija en Richard, evaluándolo, juzgándolo.
—Más acciones y menos silencio, la energía oscura no te vencerá mientras yo tenga algo que decir al respecto. Ahora, ¡sigue mis órdenes sin vacilar!
Richard se levantó de la cama, su cuerpo tembloroso y su mente aún seguía abrumada por la opresiva atmósfera de la habitación. La disciplina implacable de Thalos era un recordatorio constante de la difícil y ardua batalla que tenía por delante. Pero en ese momento, mientras luchaba por mantenerse firme bajo la dura mirada del mentor, Richard supo que no podía permitir que la oscuridad ni el agotamiento lo vencieran.
—Estoy listo —murmuró Richard, con su voz apenas un susurro en el aire pesado de la habitación. Aun así, había una chispa de determinación en sus ojos, un reflejo de la lucha interna que se negaba a ceder ante las circunstancias. Thalos asintió, con una expresión inalterable, y salió de la habitación, esperando que Richard lo siguiera, dejando la puerta abierta detrás de él.
Desde que Richard llegó al Templo de los Redimidos, sus días se llenaron de una rutina agotadora y exigente bajo la estricta supervisión de Thalos Steelfire. Desde el amanecer, hasta bien entrada la noche, Thalos sometía a Richard a ejercicios extremos, diseñados para probar no solo su resistencia física sino también su fortaleza mental. Cada entrenamiento era una prueba de su determinación y voluntad. Las jornadas comenzaban con carreras a través de terrenos escarpados a lo largo del acantilado, seguidas de intensas sesiones de combate y agotadores ejercicios de resistencia. Thalos no daba tregua ni mostraba compasión, exigiendo siempre el máximo esfuerzo de Richard. Tan pronto como Thalos sintiera inseguridades en el hombre, su creatividad demostraba que siempre encontraba la forma de sentirlo más expuesto.
Un día mientras estaba corriendo y cansado de estar dándolo todo, decidió disminuir el paso, debido a que los demás discípulos estaban lanzándole miradas de odio y repudio, Richard no pudo mantenerles la mirada, perdió el enfoque. Entonces Thalos con un ademán, dejó al muchacho sin su túnica, exponiendo solo su ropa interior.
—¡Usa esa adrenalina a tu favor! —a pesar del momento cómico para los demás, Richard fue brindándole foco a lo que realmente le importa, su progreso, su meta, y ese día superó las expectativas de Thalos.
Al principio, Richard se sentía abrumado. Su cuerpo, aun recuperándose de los fracasos pasados, protestaba ante la constante presión. Pero con el tiempo, empezó a encontrar una extraña sensación de consuelo en la brutalidad de Thalos. La agresividad y asertividad del mentor eran como una guía firme en medio del caos. Cada orden, cada corrección brusca, era una señal clara de lo que debía hacer, eliminando cualquier ambigüedad. Richard se dio cuenta de que, en esa dureza, había una forma de atención que no había encontrado en otro lugar. Thalos lo empujaba constantemente a superar sus límites, y aunque las palabras eran duras, no dejaban espacio para la duda.
Sin embargo, las noches traían consigo los peores momentos. En la soledad de su lúgubre habitación, Richard enfrentaba visiones de su fracaso contra Daster, y el daño causado. La energía oscura del templo se manifestaba en pesadillas vívidas y perturbadoras, donde revivía la derrota y la desesperación una y otra vez. En esos momentos, Elára se acercaba a él. Con su voz dulce y suave, intentaba consolarlo y le enseñaba técnicas de meditación para calmar su mente.
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Pero las palabras de Elára, aunque llenas de amabilidad, a menudo le resultaban hirientes y desesperanzadoras. Había una suavidad en su tono que, en lugar de ofrecer consuelo, parecía subrayar su vulnerabilidad y fragilidad. Richard cometía constantemente el error de abrirse y exponer sus debilidades y miedos a Elára, debido a su ilusión creada, sin embargo, a pesar de saber que Elára lo traicionaba usando sus debilidades en su contra, comprendía el papel de la mujer, comprendía el papel de Thalos, ellos no ganaban nada con que Richard tuviera éxito o fracaso, simplemente servían de guía y él era el que decidiría qué hacer con su destino.
Richard empezó a notar una extraña paradoja en sus interacciones con ambos mentores. La dulzura de Elára lo hacía sentirse más indefenso, más consciente de sus fallos y de la enormidad del camino que tenía por delante. Sus palabras, aunque bien intencionadas, tenían un efecto desmoralizador, como si cada intento de consuelo acentuara aún más sus debilidades. Por otro lado, la dureza de Thalos, su enfoque implacable y sin concesiones, proporcionaba una estructura y un propósito que le ayudaban a seguir adelante. En la brutalidad de Thalos, Richard encontró una forma de atención y cuidado que, aunque áspera, era clara y directa. Le daba algo contra lo que luchar, un objetivo tangible a alcanzar diariamente.
Cada día, Richard se levantaba con el cuerpo adolorido y la mente exhausta, pero con una determinación renovada. Las mañanas comenzaban con el sonido estridente de Thalos llamándolo al entrenamiento, y aunque cada sesión era un reto, Richard empezaba a ver mejoras en su resistencia y habilidades. Las lecciones de Thalos, aunque duras, eran efectivas. Por la noche, después de enfrentar sus pesadillas y recibir las consolaciones de Elára, Richard reflexionaba sobre las diferencias en la forma en que cada uno lo trataba. Y, sorprendentemente, encontraba más fuerza en la severidad de Thalos que en la ternura de Elára.
Realmente el muchacho lo intentaba, pero la marea lo superaba, fue aquí cuando se desprendió de si, en cuatro fragmentos. Después de la diaria y nocturna interacción con Elára, el chico se quebró, fragmentando su mente, manifestándose en tres colores, acostado en la cama, contemplaba que su sombra se partía en tres fragmentos.
La energía oscura en su brazo había alcanzado un nivel crítico, acumulándose hasta el punto de distorsionar su realidad. De repente, sintió un dolor agudo y una extraña sensación de separación. Su sombra comenzó a fragmentarse, dividiéndose en cuatro siluetas distintas que emergieron de su brazo oscuro.
La primera silueta era blanca, brillante y luminosa, irradiando una energía pura. Representaba la determinación de Richard para hacer lo correcto por el bien de todos. Su presencia era reconfortante y decidida, una voz de razón en medio del caos.
La segunda silueta era negra, densa y opresiva, personificando la derrota de Richard ante la energía oscura. Sus discursos eran crudos y desalentadores, con una visión cínica de la naturaleza humana. Hablaba de la inevitabilidad del fracaso y la corrupción, y la falta de soluciones ante los males inherentes de la humanidad.
La tercera silueta era gris, un espectro que emanaba neutralidad y juicio objetivo. Esta silueta representaba la perspectiva propia de Richard, libre de los extremos del bien y del mal. Se mantenía al margen del conflicto, observando y señalando las fallas de las otras facciones con una calma analítica.
La cuarta silueta, la normal, era Richard mismo, observando cómo las otras tres siluetas se enredaban en un tifón de pensamientos y debates. No podían hacerse daño entre sí, ni a Richard, pero poseían todo el control sobre el muchacho.
Las siluetas comenzaron a debatir ferozmente, con sus voces resonando en la mente de Richard. La silueta blanca insistía en la importancia del sacrificio y la determinación para lograr el bien común. Sus palabras eran llenas de esperanza y valentía, instando a Richard a mantenerse firme y no sucumbir a la oscuridad.
La silueta negra, sin embargo, contraatacaba con una lógica implacable y amarga. Hablaba de la corrupción inevitable de la humanidad, de cómo el poder y la ambición siempre llevaban a la caída. Sus discursos eran dolorosamente realistas, despojando de cualquier ilusión de redención o pureza.
La silueta gris observaba y escuchaba atentamente, interviniendo con comentarios que resaltaban los fallos de ambos extremos. Señalaba la ingenuidad de la esperanza ciega de la silueta blanca y la desesperanza paralizante de la silueta negra. Proponía una perspectiva más equilibrada, que reconocía la complejidad de la realidad y la necesidad de un enfoque pragmático.
Richard, en medio de este tifón de pensamientos, se sentía dividido. Las palabras de cada silueta resonaban en su mente, cada una tratando de atraerlo hacia su visión del mundo. La intensidad del debate interno era abrumadora, y a veces sentía que perdía el control. Pero al mismo tiempo, se daba cuenta de que esta lucha interna era crucial para su crecimiento.
A medida que los debates continuaban por las noches, Richard empezó a comprender que cada silueta representaba una parte esencial de sí mismo. La determinación de la silueta blanca era necesaria para mantener su propósito y no rendirse ante la oscuridad. La cruda realidad de la silueta negra le recordaba los peligros y las tentaciones que debía evitar. La perspectiva objetiva de la silueta gris le proporcionaba el equilibrio necesario para tomar decisiones informadas y justas.
Finalmente, Richard comprendió que no debía rechazar ninguna de las siluetas, sino integrarlas todas en su ser. Esta aceptación le permitiría utilizar la energía oscura de manera equilibrada, sin sucumbir a su corrupción. Con esta nueva comprensión, comenzó a meditar, buscando la armonía entre las partes conflictivas de su alma.