El eco de su propia voz la llenó de un pavor que apenas podía contener. Mientras se adentraba en la casa, sus ojos se ajustaban a la penumbra del interior, donde sombras se movían de manera inquietante. Lía no tenía idea de lo que iba a encontrar, pero sabía que cada segundo contaba.
Al llegar a la habitación de los gemelos, se detuvo. La puerta estaba cerrada, pero podía escuchar un leve murmullo que le hizo estremecer. Se acercó con cautela y, después de un instante de duda, empujó la puerta con fuerza. El sonido del crujido fue como un disparo en la quietud.
Al abrirse la puerta, se encontró con Hut, pero no era el mismo. La mirada perdida y la piel pálida la golpearon como un puñetazo en el estómago.
—Hut... ¿eres tú? —Lía preguntó, pero no recibió respuesta. En lugar de eso, Hut dio un paso hacia ella, y en ese momento, el aire se llenó de una energía oscura, casi palpable, que le hizo temblar.
Lía sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral. Ella sabía lo que debía hacer, pero el miedo se agarró de su garganta como un monstruo oculto en la oscuridad. ¿Sería capaz de salvar a Hut? ¿O se estaba enfrentando a un ser que ya no tenía nada de humano?
La figura de Hut se mantuvo en las sombras, su rostro apenas estaba iluminado por un rayo de luz que se filtraba a través de una ventana entreabierta. Pero lo que Lía pudo ver fue suficiente para provocar un terror indescriptible en su interior. Las comisuras de los labios de Hut se estiraron en una mueca siniestra, y una voz que no era suya surgió de su garganta.
—¿Cuál es la comida favorita de Hut? —preguntó, su tono imitaba la voz familiar, pero distorsionada, como si estuviera recitando una frase de un recuerdo oscuro.
Lía se quedó paralizada, su mente estaba luchando por procesar la situación. Aquellos recuerdos de los síntomas que había observado en los desaparecidos la invadieron como un torrente, y su corazón se hundió al darse cuenta de que estaba frente al captor, una manifestación de la oscuridad que había arrasado con tantas vidas.
—¿Qué le gusta hacer a Hut? —la criatura continuó, su tono burlón resonaba en las paredes de la habitación, como si se regocijara en el juego de terror que había creado.
El terror abismal la envolvió; la pregunta no era solo una burla, sino un recordatorio escalofriante de lo que había perdido. Sus manos temblaban incontrolablemente mientras su mente buscaba una salida. Instintivamente, giró la cabeza hacia la puerta, su única vía de escape.
En ese instante, Hut dio un par de pasos hacia adelante, y la luz entró con más fuerza en la habitación, revelando una escena de horror inimaginable. Lía sintió que su corazón se detenía al reconocer los cuerpos de sus padres, los de la familia Taimalys, despojados de su humanidad, siendo devorados por esa entidad. La piel pálida y flácida de los muertos era un recordatorio cruel de lo que estaba en juego.
Las palabras se le atascaban en la garganta, y el pánico la impulsó a retroceder. Un sudor frío le recorría la frente mientras buscaba desesperadamente una forma de escapar. La criatura frente a ella, ahora iluminada, mostraba una sonrisa monstruosa que destilaba satisfacción en medio del horror. Los ojos de Hut, o lo que quedaba de ellos, brillaban con una mezcla de hambre y locura.
Lía recordó las advertencias de los ancianos del pueblo sobre lo que acechaba en las sombras. No podía dejar que esa cosa la atrapara como a los demás. Tenía que encontrar una forma de huir.
Sin perder más tiempo, Lía dio un giro y corrió hacia la puerta. Las pisadas de Hut resonaron detrás de ella, un eco ominoso que la empujó a moverse más rápido. Al salir de la habitación, sintió una mezcla de alivio y terror al dejar atrás la vista de esa atrocidad.
Pero el pasillo no era seguro. Sabía que el tiempo se le acababa. La oscuridad se movía con ella, y el aire se sentía pesado. Mientras corría, no podía evitar pensar en lo que había visto y en la vida que se había apoderado de Hut. Si había una posibilidad, tenía que actuar, no solo por ella, sino por aquellos que habían sido tragados por la sombra.
La figura de Hut, deformada por la oscuridad, emergió de la habitación tras Lía, persiguiéndola con una velocidad y agilidad inhumanas. Sus movimientos no eran naturales; trepaba las paredes como una araña, con sus extremidades alargándose grotescamente. El eco de sus garras arañando la madera resonaba en la casa, como un susurro de muerte que se acercaba rápidamente.
Lía sentía el aliento de la criatura en su nuca, su corazón bombeaba tan fuerte que parecía explotar. Apretó los dientes, ignorando el miedo paralizante, mientras corría por los pasillos con una desesperación creciente. Estaba tan cerca de la puerta principal, pero cada segundo era una eternidad.
Justo cuando Hut se abalanzaba sobre ella desde el techo, Lía dio un salto desesperado hacia la puerta. Su mano alcanzó el picaporte y, en un último esfuerzo, abrió la puerta de golpe y se lanzó al exterior. Cayó de rodillas sobre la nieve fría, su respiración entrecortada, mientras la criatura se detenía justo en el umbral. Hut, o lo que quedaba de él, se quedó allí, su cuerpo deformado por la penumbra, sus ojos estaban inyectados de furia.
El frío de la nieve le golpeaba el rostro, pero lo que la mantuvo en pie fue algo mucho más intenso: una mezcla de dolor, coraje y lágrimas por las víctimas de esa cosa. Todo su cuerpo temblaba, pero esta vez no era por el miedo, sino por la ira acumulada. La bestia que antes la había asechado ya no hablaba, no tenía más juegos retorcidos. Solo quedaba el instinto de cazar, de capturar a su siguiente víctima.
Lía se puso de pie, limpiando las lágrimas de su rostro con la manga de su abrigo. Su ojo, el único visible, ardía con determinación. Sabía que esa criatura no era Hut, ya no. Lo que fuera que la había perseguido se había apoderado de su hermano, y ahora estaba frente a ella con una furia desbordante.
Stolen story; please report.
El espectro salió finalmente de la casa, arrastrando su cuerpo grotesco hacia ella. Sin hablar, sin burlas, solo con una intención clara: cazarla.
El dolor en su pecho era profundo, pero con cada respiración, lo transformaba en coraje.
—No voy a dejar que tomes más vidas —dijo entre dientes, con la voz rota, pero decidida.
El espectro se lanzó hacia ella, y Lía, con una mezcla de lágrimas y furia, se preparó para lo inevitable.
La tensión de la batalla era palpable en el aire. Lía se plantó firmemente ante la criatura que alguna vez fue Hut, su parche cubriendo el ojo izquierdo, mientras el otro reflejaba las llamas que comenzaban a danzar alrededor de sus manos. Su respiración era pesada, no por el cansancio físico, sino por el torrente de emociones que se arremolinaban en su interior. Tenía que vencerlo, no solo por ella, sino por todas las víctimas que esta criatura había suplantado y destrozado.
El espectro se movía erráticamente, sus pasos resonaban como un eco en el suelo, y su velocidad aumentaba de forma inhumana, desafiando las leyes de la física al trepar por las paredes y lanzarse hacia Lía. El ser no hablaba ya, era pura hambre y odio. En el instante que se abalanzó sobre ella, Lía levantó una barrera de fuego, creando un muro de llamas ardientes que bloqueó el primer ataque, empujándolo hacia atrás. Sin embargo, la criatura parecía no sentir el dolor; su piel falsa se chamuscaba, pero sus movimientos no se detenían.
Lía contraatacó, lanzando una columna de fuego que recorrió el suelo como una serpiente incandescente. El espectro la esquivó por poco, su figura se deslizó como humo. Aterrizó detrás de Lía, pero ella ya había girado en un movimiento rápido, disparando otra ráfaga de fuego en su dirección. Esta vez el impacto fue directo, envolviendo su forma en una explosión de llamas. El espectro gritó, un sonido que no era humano, sino algo mucho más antiguo y oscuro.
El calor era sofocante, y aunque las llamas obedecían su voluntad, Lía comenzaba a sudar. Su poder de fuego requería concentración, y la criatura no le daba respiro. En un movimiento brutal, el espectro arremetió de nuevo, rompiendo la barrera y lanzando a Lía contra la pared de la casa con una fuerza sorprendente. Ella jadeó por el impacto, el dolor recorría su espalda, pero no se rindió. Se levantó de inmediato, canalizando una llamarada que formó un látigo ardiente en su mano derecha.
El látigo silbó en el aire y se envolvió alrededor de la pierna del espectro. Lía tiró con fuerza, haciendo que la criatura cayera al suelo, pero esta, con una fuerza increíble, rompió el látigo de fuego y saltó hacia ella nuevamente. Lía rodó por el suelo, esquivando los gélidos dedos que casi la atrapaban, y respondió con una explosión de llamas que iluminó el lugar.
La balanza de la batalla oscilaba. En algunos momentos, parecía que Lía iba a prevalecer, que su poder sería suficiente para quemar esa cosa hasta los huesos. Pero el espectro era tenaz, persistente, y cada vez que parecía derrotado, se levantaba más fuerte, más rápido. Las llamas de Lía comenzaron a titubear, y por un momento, pensó que no podría detener a esa cosa.
Con una mezcla de lágrimas y furia, Lía reunió toda su magia. Su cuerpo brillaba con un resplandor rojizo, y las llamas se intensificaron, envolviendo su cuerpo en un aura ardiente. El aire alrededor de ellos chisporroteaba de energía. Sabía que tenía que dar el golpe final. El espectro se lanzó hacia ella una vez más, pero esta vez, Lía estaba lista.
Con un grito de pura determinación, liberó una explosión de fuego abrumadora, como si todo su ser se convirtiera en llamas. El calor fue tan intenso que el suelo bajo sus pies se derritió, y la criatura quedó atrapada en el epicentro de la tormenta de fuego. Gritó, retorciéndose en las llamas, hasta que, finalmente, su forma comenzó a desintegrarse, sus gritos se desvanecieron, y todo quedó en silencio.
Lía cayó de rodillas, exhausta, sus manos aún ardían con los últimos vestigios de su magia. La batalla había terminado, pero las cicatrices que dejó en su corazón no desaparecerían tan fácilmente.
Después de la intensa batalla, Lía, agotada pero determinada, tomó un momento para recomponerse antes de hacer lo que sabía que debía. Su cuerpo aún temblaba, pero el fuego de su corazón seguía firme. A pesar de su dolor y cansancio, debía dar cierre a las familias de los desaparecidos. Sabían que algo no estaba bien, pero no podían imaginar la verdad detrás de las desapariciones.
Primero, se dirigió a la casa de los Spore. Al entrar, los rostros expectantes de los padres de Loid la recibieron. Con la voz quebrada y el peso de lo sucedido en su mirada, les contó lo que había encontrado en la cueva y cómo su hijo había sido víctima de algo más que simples desapariciones. Aunque Lía intentó ser lo más compasiva posible, las lágrimas brotaron de los ojos de la madre mientras el padre permanecía petrificado, incapaz de procesar las terribles noticias. Aún así, agradecieron a Lía por enfrentar aquello que ellos nunca hubieran podido.
En la casa de los Luwer, Lía fue recibida con una mezcla de esperanza y desesperación. Dustin había desaparecido sin dejar rastro, y sus familiares vivían con la sombra de la duda. Lía les explicó con todo el cuidado que pudo, describiendo lo que encontró en la cueva, y cómo su hijo no era más el joven que conocían. Los padres cayeron de rodillas, el dolor era visible en sus rostros mientras aceptaban la brutal verdad. A pesar del desgarro emocional, la familia agradeció profundamente a Lía por detener el horror que amenazaba a otros.
Finalmente, llegó a la casa de los Latrin, y la madre, aún en duelo por la pérdida, quedó devastada al escuchar la confirmación de lo que había temido. Lía describió cómo la encontró, su piel siendo uno de los trofeos en esa cueva macabra. Aunque las palabras de consuelo nunca serían suficientes, Lía intentó darles paz, sabiendo que había puesto fin a la monstruosidad que acechaba la región.
Con el corazón pesado y el alma cargada de la tragedia que había presenciado, Lía montó nuevamente a Obelisco. Su siguiente destino era Glaciora. Sabía que las autoridades debían estar al tanto de lo que había ocurrido en esos pueblos aislados. Al llegar, el frío viento de Glaciora la recibió, como si la misma naturaleza comprendiera el peso de lo que había enfrentado.
Su viaje de regreso fue silencioso, reflexivo. Lía había enfrentado un horror que jamás imaginó, pero su determinación y habilidades la habían llevado a la victoria. Sin embargo, las cicatrices emocionales de lo que vivió se quedaban con ella, recordándole que el mundo estaba lleno de peligros mucho más horripilantes de lo que la oscuridad alguna vez pudieron mostrarle.
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A pesar de sus dudas iniciales, Lía había demostrado que podía superar sus limitaciones y resolver el caso con éxito. Su capacidad para adaptarse y enfrentar sus miedos la convirtió en una detective formidable, y la gente de Glaciora comenzó a verla no solo como una heroína, sino como una protectora de su ciudad.
Esa noche que Lía disfrutaba los frutos de su minuciosa investigación, recibió la visita de Lunaris en su habitación.
—¿Puedo pasar? —preguntaba la chica pelo plateado.
—Claro, adelante —Lía tenía su pijama para conciliar el sueño cómodamente.
—Lía quiero ser directa contigo, y necesito que me cuentes qué piensas al respecto —Luna no pudo evitar exponer sus emociones, claramente las chicas eran un contraste de polos opuestos —. ¿Has pensado en estos meses dónde está Richard?
Lía no pudo permitírselo, urgentemente ella se convirtió en su prioridad, y una vez que Lunaris le desbloqueó el recuerdo, ésta le responde.
—No soy su madre. Nos buscará si lo necesita.
Realmente por primera vez Lía comenzaba a ser incoherente, quería saber dónde estaba y cómo se encontraba Richard, pero las palabras se le adelantaron y decidió mantenerlas.