Lía deslizó una mano a su chaqueta, sacando una carta arrugada y rápidamente mostró el sello que tenía en la parte superior, una marca clara de la firma de Daphne, quien la había enviado a investigar.
—Tengo esta carta, firmada por Dapne —respondió con firmeza, mostrándosela a la mujer—. Estoy aquí para investigar las desapariciones.
La anciana tomó la carta entre sus dedos temblorosos, escudriñándola con cuidado. Tras unos instantes, soltó un gruñido bajo, como si la autenticidad de la carta la hubiese convencido solo parcialmente.
—Desde que comenzaron las desapariciones... —dijo en voz baja, devolviéndole la carta a Lía—, ya no se puede confiar en nadie. Las personas aquí ya no son lo que solían ser. Algunos de los nuestros comenzaron a comportarse de manera extraña antes de desaparecer. Como si no fueran ellos mismos.
Lía alzó una ceja, intrigada, pero también con una sensación creciente de inquietud.
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo se comportaban? —preguntó, adelantándose un poco más hacia la anciana.
La mujer volvió a cerrar las cortinas de la ventana, asegurándose de que nadie pudiera verlas, y continuó, su voz era reducida a un susurro conspirativo.
—Las personas... comenzaban a actuar diferente. Algunos eran amables un día, y al siguiente parecían vacíos. Como si algo los hubiera cambiado desde dentro. Y después... desaparecían, como si nunca hubieran existido.
El aire dentro de la casa se volvió denso, y Lía sintió que un escalofrío recorría su columna. Algo oscuro y extraño estaba sucediendo en Glaciem, y la anciana lo sabía.
Al amanecer, Lía se preparó para partir de la casa de la anciana. La luz del sol apenas comenzaba a iluminar el pueblo de Glaciem, pintando el paisaje con un resplandor frío y gris. Tenía que visitar cuatro familias de los desaparecidos. La mujer mayor la despidió en la puerta, su rostro severo y marcado por las arrugas del tiempo, pero con una advertencia en sus ojos que no podía ignorar.
—Ten cuidado, chica —le dijo con voz grave—. No confíes en lo que ves. Las sombras aquí juegan con la mente.
Lía asintió en silencio, agradeciéndole por la hospitalidad y dejando unas monedas de plata en la mesa como pago simbólico por la noche. Al salir, un escalofrío recorrió su columna mientras recordaba la vela de la plaza. Algo había cambiado en ese pueblo, algo más allá de las desapariciones.
Montó a Obelisco, su fiel caballo, y se dirigió hacia el siguiente pueblo. A medida que avanzaba, el paisaje nevado se extendía en todas direcciones, con montañas imponentes en el horizonte y el frío cortante del aire haciendo que cada respiración fuera una lucha. El silencio era casi abrumador, roto solo por el crujido de la nieve bajo las patas del caballo.
Su objetivo era claro: visitar la casa de la familia Spore, donde Loid, el primer desaparecido, vivía. Si alguien podía arrojar algo de luz sobre lo que estaba ocurriendo, serían ellos.
Cuando finalmente llegó al hogar de los Spore, notó que la casa estaba en mal estado, como si el tiempo la hubiera castigado en los últimos meses. La puerta chirrió cuando la abrió lentamente, y fue recibida por una mujer visiblemente desgastada, con profundas ojeras y una expresión de resignación. La madre de Loid parecía haber envejecido de manera drástica en los últimos meses, y aunque intentaba mantenerse fuerte, la tristeza era evidente en su expresión.
—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó la mujer, con una mezcla de resignación y esperanza.
Lía tomó un respiro, consciente de que cada pregunta podría reabrir heridas, pero su misión era descubrir la verdad.
—Estoy investigando las desapariciones —dijo Lía con suavidad, pero firme—. Necesito saber cómo se comportaba Loid antes de desaparecer. Cualquier detalle podría ser importante.
La madre de Loid frunció el ceño, como si estuviera buscando en su memoria algo que tuviera sentido.
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—En los últimos días... Loid no era el mismo. —La mujer bajó la mirada, sus manos temblaban—. Me preguntaba cosas raras, cosas que él ya sabía... como qué me gustaba o cuál era su comida favorita. Revisaba su cuarto, como si estuviera explorando un lugar nuevo. Se comportaba... como si no viviera aquí, como si hubiera olvidado quién era.
Lía sintió un escalofrío recorrer su espalda. La sensación de que algo mucho más oscuro y profundo estaba ocurriendo se hacía cada vez más evidente. Era como si las personas desaparecidas hubieran sido reemplazadas por alguien más, alguien que trataba de encajar en sus vidas, pero que no podía comprender del todo los detalles más íntimos.
Después de su visita a la familia Spore, Lía decidió seguir con su investigación y se dirigió a la casa de los Luwer, una familia de taladores de árboles que tenían un pequeño negocio de venta de madera en el pueblo. El camino hacia su hogar estaba rodeado de árboles frondosos, aunque el invierno los había despojado de su vida, dejando a su paso troncos desnudos que se alzaban como sombras inquietantes. El aire estaba cargado de esa quietud extraña que parecía envolver todo en los alrededores.
Cuando llegó, fue recibida por el señor Luwer, un hombre robusto de manos agrietadas y rostro endurecido por los años de trabajo en el bosque. Sin embargo, al hablar sobre su hijo Dustin, su mirada se suavizó con una mezcla de tristeza y desconcierto.
—Dustin... —empezó a decir el hombre, tomando una larga pausa como si buscara las palabras adecuadas—. En los días antes de desaparecer, estaba... diferente. Igual que dicen que pasó con Loid. —La mención del otro chico le recordó a Lía cuán parecidos eran estos casos.
El señor Luwer continuó, frotándose las manos con inquietud. —Hacía preguntas extrañas. Cosas que ya sabía, pero que parecía olvidar. Me preguntaba sobre el negocio, sobre la familia... como si tratara de convencerse a sí mismo de quién era. Tenía la misma mirada, pero algo en sus ojos... —El hombre hizo una pausa, sus ojos se volvieron hacia Lía con un destello de preocupación—. Era como si ya no estuviera del todo aquí. Se le veía perdido, como si estuviera atrapado en algún lugar al que yo no podía llegar.
Lía notó el creciente temblor en la voz del hombre cuando continuó describiendo los cambios en Dustin. —Su mirada estaba vacía, tenía ojeras profundas y su cabello, que siempre había sido fuerte y saludable, empezó a debilitarse, como si algo le estuviera drenando la vida. Incluso su tono de voz había cambiado, se escuchaba más... hueco. Como si no fuera él mismo al hablar.
Lía se mantuvo en silencio, analizando cada palabra, cada detalle. Había un patrón claro en estas desapariciones, pero faltaban respuestas. Entonces, formuló la pregunta clave.
—¿Sabe usted cuándo comenzó a notar estos cambios? —inquirió, buscando un punto de referencia.
El señor Luwer negó lentamente con la cabeza. —Eso es lo más extraño. Un día estaba bien, y al siguiente... era como si algo hubiera cambiado en él de forma imperceptible. No fue de un día para otro, pero tampoco hubo señales claras. Solo... un día simplemente ya no era el mismo.
Las palabras del señor Luwer resonaron en la mente de Lía. Algo estaba afectando a los jóvenes antes de su desaparición, algo que no dejaba rastros evidentes hasta que era demasiado tarde.
Saliendo del negocio de los Luwer, Lía sintió el peso de los ojos de la gente del pueblo. Cada mirada que se encontraba parecía cargar con la esperanza de alguien que buscaba respuestas, pero también con la angustia de quien no tenía ningún control sobre la situación. El aire, helado y espeso, hacía más palpable la desesperación en el ambiente.
Decidió detenerse en una posada cercana para comer algo. El lugar era modesto, con vigas de madera oscura y ventanas empañadas por el frío. Entró y se sentó en una de las mesas, notando de inmediato el silencio que cayó cuando la vieron entrar. Los empleados de la posada intercambiaron miradas, como si estuvieran susurrando con los ojos lo que no se atrevían a decir con palabras.
Afuera, la misma atmósfera de incertidumbre. La gente caminaba apresurada, con pasos cortos y tensos, mientras otros se detenían un segundo más de lo necesario para observarla. Lía percibía en cada gesto la misma expectación: como si todos esperaran que ella tuviera las respuestas a un misterio que los había consumido. Había llegado hasta ahí buscando respuestas, pero la sensación que tenía ahora era que también cargaba con la esperanza de todo el pueblo, gente que, aunque aterrada, confiaba en que ella pudiera poner fin a las desapariciones.
Mientras comía, su mente recorría las piezas del rompecabezas que había reunido hasta el momento: Loid, el muchacho que actuaba como si no perteneciera a su propia casa; Dustin, con su mirada perdida y su voz extrañamente alterada. Todo parecía apuntar a un cambio sutil pero profundo en las personas antes de desaparecer. Pero aún no lograba encajar todas las piezas. Algo, una verdad más oscura, yacía entre las sombras, justo fuera de su alcance.
Lía se tomó un momento para respirar y despejarse, recargando fuerzas para continuar. Sabía que lo que vendría después sería aún más sombrío, pero no se detendría hasta descubrir qué estaba sucediendo en Glaciem y los pueblos cercanos.
Llegó a la casa de la familia Latrin con la sensación de que algo crucial podría desvelarse aquí. La madre, exhausta y con la mirada ansiosa, se resistía a hablar, pero la paciencia y firmeza de Lía lograron que finalmente compartiera lo que había descubierto. El relato fue desconcertante.