El Templo de los Redimidos, a pesar de su noble propósito, emanaba una atmósfera oscura, misteriosa y lúgubre. Al cruzar el umbral del templo, Richard fue recibido por un ambiente de penumbra. Las antorchas y candelabros de hierro forjado iluminaban débilmente los pasillos de piedra, proyectando sombras danzantes que parecían cobrar vida propia. El aire era denso y frío, cargado con el aroma a incienso pesado y a cera de velas, que apenas lograban disipar la oscuridad omnipresente. Los amplios corredores del templo estaban revestidos de tapices oscuros que narraban historias de redención y caída, de batallas entre la luz y la sombra.
Estos tapices, bordados con hilos de plata y oro que apenas destacaban en el fondo negro, parecían cobrar vida bajo la luz parpadeante de las antorchas. A lo largo de los muros, estatuas de antiguos héroes y redimidos se alzaban solemnes, sus ojos vacíos contemplando eternamente la penumbra.
El corazón del templo, la gran sala central, era igualmente impresionante y sobrecogedora. Un inmenso altar de mármol negro se erigía en el centro, rodeado por velas de cera negra que lanzaban un resplandor tenue y fantasmagórico. El altar estaba decorado con símbolos arcanos y grabados antiguos, sus superficies lisas y frías al tacto. Detrás del altar, un gran vitral representaba a las diosas, pero en tonos oscuros y sombríos, mostrando su lado más severo y poderoso. Los monjes que habitaban el templo, con sus túnicas rojas, blancas y negras, se movían en silencio, sus pasos resonando suavemente en los corredores de piedra. Los monjes de túnicas negras, en particular, añadían al aire de misterio y gravedad del lugar. Sus rostros estaban en gran parte ocultos por capuchas, y solo sus ojos, brillando con una luz tenue y introspectiva, eran visibles.
En este lugar, envuelto en penumbras y misterio, se sentía tanto la desesperación como la posibilidad de un nuevo comienzo, una dualidad que resonaba profundamente con los conflictos internos de todos los que cruzaban su umbral.
Frente al muchacho, en la sala central, se mostró la persona de túnica blanca de la entrada, era una mujer, y decidió comenzar a presentarse.
-Me llamo Sania Turckroft, y soy la sacerdotisa del templo de los redimidos -la mujer tenía una mirada cansada, solo se enfocaba en hablar, dando a entender que esto que le contaba al chico lo hacía muy seguido, no gesticulaba en absoluto, pero las arrugas de su rostro decían lo contrario-. Aquí no tenemos otro propósito más que el purgar a los Tenebris, o usuarios de la magia oscura, para que dejen de manifestarla, o en su defecto, hagan el juramento de no usarla para la maldad, pronto te darás cuenta que los individuos que deciden ya no usarla tienen más problemas debido a que constantemente lidian con el ser consumidos, ya que la naturaleza de la energía oscura es consumir y corromper.
La mujer le dio una túnica color negro a Richard, dándole a entender que los negros son los nuevos o que llevan poco tiempo en el templo.
-No necesitas presentarte conmigo, todos aquí te conocemos y los rumores están por todas las esquinas.
El muchacho sintió un golpe fuerte en el pecho que lo conectó en sintonía con todas las miradas de las personas con túnicas cernidas sobre él. Sintió un gran escalofrío y no pudo evitar sentirse expuesto y juzgado.
-¿Todos me conocen aquí? -volteaba a los lados temeroso.
-No te preocupes, aquí tienen prohibido matarte. Pero creo que tú más que nadie sabe que la muerte no necesariamente es el peor de todos los destinos, ¿no es así?
Richard se sintió en una atmosfera peligrosa, comenzó a ponerse hipertenso, su vista panorámica estaba borrosa, sus pupilas crecían y se reducían por las variaciones de luz en los pasillos, y sus latidos se aceleraban, sentía que sus movimientos eran rápidos y bruscos, cerró los ojos y pensó en el consejo de Gaspar. Realmente extrañaba a todo el equipo.
"Acepta tus emociones."
The story has been taken without consent; if you see it on Amazon, report the incident.
Para él todas sus sensaciones lo estaban sobre estimulando, la oscuridad de los pasillos resaltaba más las zonas donde habían rayos de luz e iluminación tenue por las velas o candelabros, y al mismo tiempo en esas zonas veía rápidamente el paso de sombras, todo comenzó a dar vueltas, abrió lo ojos intentando ampliar su vista panorámica, pero se nublaba irremediablemente, terminó vomitando y desmayándose.
Despertó en una cama desconocida, su mochila con todas sus pertenencias estaba recargada en el reposa cama, y vio una silueta con una túnica roja. Se talló los ojos, sentía ardor en su garganta por los jugos gástricos que expulsó anteriormente, y comenzó a sentir hambre, soltó un quejido fatídico y por inercia se movieron sus labios.
-¿Quién eres...? -se distinguía una voz desgastada, no por cansancio físico, si no mental.
Del otro lado de la habitación, resonando en las paredes frescas y frías del castillo, utilizaba notas agudas con la garganta seca, se escuchó una dulce voz compasiva, esa voz le dio un respiro de alivio al chico, pudo recuperar el aliento y destensar sus músculos en la cama.
-Me llamo Elára Sanwu. Cuando los redimidos vienen a cumplir su objetivo en el templo, le son otorgadas dos túnicas rojas y una blanca. Representaremos la trilogía del proceso de los redimidos: la corrupción, la ilusión y el juicio. A mi me respecta la ilusión, y seré tu mentora en esa disciplina. Espero que no nos abandones en el proceso.
Después de la ligera experiencia que tuvo con Sania, y complementando la última oración de Elára, súbitamente se convenció que ese lugar tenía como dueños legítimos a la desolación, el delirio, la penumbra, el dolor y la desesperanza. El templo era invadido involuntariamente por los redimidos, y esas mismas sensaciones se encargarían de ahuyentar a los huéspedes inesperados, con o sin vida.
Sus palabras resonaron en su cabeza, creyó que lo decía por un canal telepático pero no, veía como sus labios se movían forzando su vista que aun estaba borrosa. Intentaba guardar su aspecto para el recuerdo, la mujer solo tenía expuesto su rostro, su mirada ladeaba los ojos a otro sitio, evitando verlo directo, su gesto reflejaba pena, y su cabello dorado se asomaba por la capucha inocentemente.
-¿Quiénes serán los demás...? -pregunta esforzándose por continuar.-Ya conociste a Sania, ella será tu juicio, después conocerás tu corrupción. Me pidieron que te trajera a tu cuarto, este sitio será el peor lugar, o el último que veas, así que te recomiendo que se convierta en la primera opción.
La habitación era un estómago con jugos gástricos escurriendo de los ladrillos en los muros, amenazaba con robar tu energía vital, y consumirte totalmente. Las paredes, de un negro profundo y tenebroso, estaban cubiertas de sombras danzantes que parecían cobrar vida propia con la tenue luz que se filtraba a través de la pequeña ventana. Esta ventana, casi una grieta en la estructura, permitía el paso de un débil rayo de luz grisáceo que apenas lograba iluminar el ambiente sombrío.
El amueblado era escaso y austero. En el centro de la habitación se encontraba una cama muy desgastada, con el colchón hundido y los muelles chirriando con cada movimiento. Las sábanas, delgadas y ásperas, tenían un tono apagado y estaban frías al tacto, como si no pudieran retener el calor humano. A pesar de su propósito de ofrecer descanso, la cama parecía más una trampa, atrayendo a quien se recostara en ella hacia un sueño inquieto y agotador.
El aire estaba cargado de una humedad persistente que se sentía pesada al respirar, contribuyendo a la sensación de agotamiento. Un silencio sepulcral envolvía la habitación, interrumpido ocasionalmente por el susurro del viento que se colaba por la ventana, llevando consigo un escalofrío que recorría la piel.
A pesar de ser un lugar destinado al descanso, la habitación transmitía una inquietud constante. Es como si las paredes mismas estuvieran impregnadas de una energía oscura que se alimentaba de la presencia de cualquier ser viviente, drenando lentamente su vitalidad. Estar en ese espacio era experimentar una lucha constante contra la sensación de que el lugar mismo intentaría robarte el aliento, dejándote vacío y sin fuerzas.
A pesar de escuchar su dulce y comprensiva voz, tener el rostro esquicito y una mirada dulce, reconfortante y tranquila, parecía ser una ilusión. Sus palabras flagelaban el alma. Era explícita y parecía convertir en transparente tu alma desde sus ojos impasibles de pena. Sentenció su destino con esas últimas palabras y brindaba una brisa sutil al no dejarte zambullirte en tu brea corrosiva.
La mujer se dio la vuelta y salió de la habitación, cerrando la ostentosa puerta de madera oscura, haciendo que fuera el último ruido que dio eco en la habitación. El muchacho se recostó boca arriba, sus manos temblaban, sus parpados eran pesados, y sus piernas se sentían pesadas, le costaba respirar, ya que su mente le recordaba vagamente la acción, que por falta de atención se le olvidaba.
Sentía angustia, por la desesperanza que le brindó Elára, no podía asimilar que existiera tal persona, con sus contrastes tan palpables, su voz debería transmitirte alivio, sin embargo, te dejaba con la sensación de vacío.