Lía, manteniendo su compostura, se acercó lentamente. Sabía que debía proceder con cuidado.
—Hut, —dijo suavemente, inclinándose un poco para mirarlo mejor—. Estoy aquí para ayudarte. Quiero entender qué pasó cuando fuiste a buscar a tu hermano.
El muchacho no reaccionó de inmediato, su respiración era entrecortada, y sus ojos parecían enfocados en algo invisible. Sin embargo, cuando Lía mencionó a su hermano, un leve destello de conciencia pareció regresar a sus ojos.
—¿Gusy? —murmuró, era apenas audible, tenía la boca seca. Su voz estaba rota, como si cada palabra le costara un esfuerzo inimaginable.
Lía asintió, manteniéndose cerca, pero sin invadir demasiado su espacio.
—Sí, tu hermano. Fuiste a buscarlo en la montaña, ¿verdad? ¿Qué encontraste allá, Hut? ¿Qué viste?
El muchacho tembló visiblemente al recordar— La... montaña... —susurró—. No debió haber ido... algo... algo está allí... algo que toma a la gente... que los cambia —sus manos temblorosas se levantaron hacia su rostro, como si intentara protegerse de un recuerdo doloroso—. No es Gusy... no es él...
Lía sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Las palabras de Hutnoir coincidían con las pistas que había recolectado hasta ahora. Algo estaba suplantando a las personas, algo más allá de lo físico.
—¿A dónde fuiste exactamente, Hut? ¿Recuerdas el lugar? —preguntó, tratando de obtener más detalles concretos.
Hut cerró los ojos con fuerza, su cuerpo entero temblaba.
—Cerca de la cueva... al norte... pero ya no está... ellos... ellos lo tomaron todo. Gusy no... ya no era Gusy... —una lágrima solitaria se deslizó por su rostro mientras su voz se quebraba, dejando a Lía con más preguntas que respuestas.
Lía lo observó en silencio, su mente trabajaba rápidamente para conectar los puntos. Algo en esa cueva, algo que transformaba a las personas, estaba acechando en la oscuridad. Pero antes de seguir adelante, sabía que debía ser cautelosa. El riesgo era mayor de lo que imaginaba.
Lía sentía su estómago revolverse mientras avanzaba hacia la cueva. Aunque estaba determinada a llegar al lugar que Hut había descrito, el recuerdo del muchacho temblando con las palabras "ya no era Gusy" no dejaba de resonar en su cabeza. Sabía que lo que enfrentaría no sería un simple combate, sino un horror desconocido. Necesitaba prepararse mental y físicamente. Durante horas, practicó sus habilidades de visión con su único ojo y afinó su percepción del entorno, sabiendo que cada detalle contaría cuando la situación llegara al límite. Obelisco, su fiel compañero, le ofrecía apoyo, su energía salvaje y sus relinchos llenos de entusiasmo eran un aliento de valentía.
Finalmente, decidió que iría al sitio de día. El sol, aunque tenue entre las montañas y el follaje invernal, le proporcionaría una ventaja que no tuvo en la oscuridad de la noche anterior. El camino era el mismo que había recorrido antes, pero esta vez no había una presencia sofocante que le hiciera temer cada paso. Sin embargo, eso no significaba que no había peligro, solo que este acechaba de manera más sutil.
Cuando estuvo cerca de la cueva, un olor asqueroso invadió sus fosas nasales de repente, tan fuerte y denso que sintió las lágrimas llenar sus ojos y su estómago retorcerse con arcadas. El olor a putrefacción era abrumador, como si la muerte misma se hubiese asentado allí y no hubiera dejado espacio para nada más que su hedor. Cada inhalación le traía náuseas, y tuvo que cubrirse la boca y la nariz con una tela improvisada para intentar bloquear la pestilencia. El cuerpo entero le temblaba ante esa sensación abominable, pero su determinación la empujaba a seguir adelante.
Adentrándose en la cueva, la atmósfera se volvió aún más oscura, más pesada. El suelo estaba salpicado de charcos de sangre coagulada, y las paredes estaban manchadas como si alguien, o algo, hubiera arrastrado cuerpos al interior. Las huellas eran claras, como si esa cueva fuera un lugar de sufrimiento inimaginable.
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El olor era peor dentro, sofocante, envolviéndola hasta el punto de sentir que su garganta se cerraba. Sin embargo, lo peor estaba por llegar. Cuando miró hacia arriba, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, no por el hedor, sino por el horror de lo que vio.
Colgando del techo de la cueva había cuerpos humanos, irreconocibles. Estaban desnudos, sin piel, solo con su sistema muscular expuesto. La carne roja y brillante estaba visible en todo su grotesco esplendor, y cada cuerpo colgaba de los pies, balanceándose levemente, como si fueran piezas de carne expuestas en un macabro matadero. Los rostros... los rostros eran lo más terrorífico. Estaban congelados en expresiones de puro horror, como si sus últimos momentos hubieran sido de un sufrimiento indescriptible.
Lía sintió el vértigo apoderarse de su cuerpo, sus manos temblaron incontrolablemente. Era como si la cueva misma estuviera respirando, como si estuviera viva con el sufrimiento de aquellos cuerpos que colgaban del techo. ¿Qué tipo de criatura podía hacer algo así? Este no era un tenebris que buscaba el caos o la destrucción por mero capricho; esto era algo más, algo que disfrutaba del tormento, del sufrimiento lento y prolongado.
Sintió un nudo en la garganta, y por un momento, su mente le gritaba que corriera, que saliera de ese lugar maldito. Pero se obligó a mantener la compostura, aunque su cuerpo estaba al borde del colapso. Sabía que había llegado demasiado lejos como para retroceder ahora. Si quería respuestas, tendría que enfrentarse a lo que fuera que habitaba en las profundidades de esa cueva.
Lía recorrió la cueva con una mezcla de miedo y determinación, cada paso resonaba en el silencio opresivo que la envolvía. La visión de los cuerpos colgantes seguía acechando su mente, pero se obligó a seguir adelante. Sin embargo, la inquietud se afianzaba en su pecho como un nudo apretado. A cada instante, el aire se tornaba más pesado, como si las sombras mismas quisieran absorberla en su oscuridad.
Finalmente, llegó a un rincón más alejado de la cueva, donde la penumbra parecía engullir todo. Su mirada se fijó en un bulto oscuro, oculto tras unas piedras. Intrigada y aterrorizada a la vez, decidió acercarse, su corazón latía con fuerza mientras levantaba una vara de madera que encontró en el suelo. Con manos temblorosas, se preparó para descubrir lo que se ocultaba en las sombras.
Al alzar la vara y despejar el bulto, un grito desgarrador salió de sus labios. Lo que había creído que eran mantas arrugadas y olvidadas resultó ser las pieles de los desaparecidos. El horror se apoderó de ella al reconocer las texturas y los colores, recordando cada rostro que había visto en las familias que había visitado: Loid, Dustin, Violet, y Gusy. Cada una de esas pieles contaba una historia de sufrimiento y desolación.
Lía sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Las pieles, despojadas de su humanidad, colgaban como trozos de un rompecabezas macabro, un recordatorio cruel de que aquellos que habían sido devorados por el misterio de la montaña no solo habían desaparecido: habían sido despojados de todo lo que eran. Su mente se llenó de imágenes de los rostros de aquellos jóvenes, de sus risas y sueños, ahora convertidos en un horror tangible.
La rabia y la tristeza se entrelazaron en su corazón. La criatura que había hecho esto no solo había tomado vidas, había despojado a esas almas de su esencia misma, transformándolas en un mero objeto, un trofeo de su vileza. La desolación le pesaba en el pecho, y una determinación renovada surgió dentro de ella. No podía permitir que esto quedara sin respuesta.
Respirando hondo para calmarse, Lía supo que debía seguir adelante. Con la imagen de las pieles grabada en su mente y el eco de sus risas resonando en su corazón, se preparó para enfrentar al monstruo que había traído tanto sufrimiento a los pueblos. Era el momento de poner fin a esa oscuridad, de liberar las almas atrapadas en la cueva, de vengar a aquellos que ya no podían luchar por sí mismos. Su mente estaba al mil por hora y se estremeció al descubrir algo que la llenó de incertidumbre después de contar los cuerpos colgados sin piel y las pieles en el suelo: cinco cuerpos colgados, cuatro pieles.
Esa cosa estaba afuera, en el pueblo, con la piel de...
Lía salió de la cueva con la mente a mil por hora todavía, el corazón latiéndole en las sienes. Recordó la mirada vacía de Hut, esa expresión de terror congelado en su rostro. En un chispazo de comprensión, se dio cuenta de lo que había ignorado hasta ese momento: ese ya no era Hut. Esa sombra que había vuelto no era el gemelo Taimalys, sino una parodia grotesca de lo que alguna vez había sido. Un ser que había sido usurpado, un títere de la oscuridad que lo había engullido.
Sin detenerse a respirar, corrió de regreso por el camino que había tomado, su mente estaba agitada y su cuerpo era impulsado por un instinto primal de protección. Las palabras de los familiares de Hut resonaban en su mente, la angustia estaba palpable en sus voces. Si Hut había regresado, ¿acaso no había algo más en juego? No podía arriesgarse a perder a la familia Taimalys, no cuando ya habían perdido tanto.
Cuando finalmente llegó a la casa de los Taimalys, la luz del día brillaba sobre la fachada, pero no ofrecía consuelo. La puerta estaba entreabierta, y al empujarla, se sintió invadida por la inquietante sensación de que todo estaba mal. El silencio era ensordecedor, y su corazón se encogió.
—¿Hut? ¿Alguien? —llamó, con su voz temblorosa reverberando en el aire.