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Prólogo (Autor invitado)

Mi mano izquierda escupió una bola de fuego (¿desde cuándo podía hacer eso?) y la pequeña sombra que me acechaba explotó en mil pedazos. Sin que me diera cuenta, mis labios se arquearon con una mueca de satisfacción.

Has vencido al Umbro.

Inspiré con fuerza y envainé la espada. Las llanuras se extendían más allá del horizonte, dejando una estampa tan simple como efectiva en la que la protagonista absoluta era esa extraña hierba añil. Sí, algún surco plateado la cruzaba de vez en cuando, pero no había una sola atracción para la vista más allá del ocasional monstruo deseoso de destruir al primer rival que se le cruzara.

Sigue adelante.

Esa era mi vida. Desde que tomé conciencia de mí mismo (no sabría decir cuándo, era incapaz de percibir el paso del tiempo), no hacía más que vagar por un mundo en el que nadie era capaz de dedicarme más que unos rugidos guturales antes de abalanzarse contra mí.

Tu destino se halla allende los campos.

Guiado por las palabras que aparecían en mi mente, no cejé en mi empeño de explorar ese extraño mundo. Bueno, era difícil calificarlo como «extraño» cuando era lo único que jamás había conocido, pero había algo en mi interior que decía que no era el lugar en el que debía estar. También me enseñaba, poco a poco, a luchar contra las diversas criaturas que me encontraba por el camino. Gradualmente, fui convenciéndome de que ese infinito añil no era el lugar al que realmente pertenecía, aunque no tuviera indicio alguno de ello.

¿Ves, chico? Incluso aquí, has de superar estos retos.

De repente, la explanada acabó. No sabía por qué, pero la palabra «castillo» vino a mi cabeza al ver cómo esos bloques rojizos se alzaban buscando el cielo de forma irregular, buscando la luna blanca de un cielo huérfano de estrellas.

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Eres un héroe. Ese es tu único propósito.

―¿Qué significa ser un héroe? ―Por primera vez, unas palabras brotaron de mis labios. El tono era totalmente opuesto al timbre grave que daba voz a mis pensamientos.

Has de aprenderlo por ti mismo. Ese es tu sino. Mas vas bien encaminado, joven.

Exploré ese edificio que el eco de mi mente había llamado castillo. Las formas estaban poco definidas. Sin embargo, poco a poco, empezaban a tener sentido, formando habitaciones, trazando diseños en las paredes y guiándome a lo que ese narrador de mi cabeza describía como «sala del trono».

―Una visita. ―Un torrente vetusto retumbó en las paredes―. Hacía eones que nadie se personaba en mis dominios.

Estás en el lugar que buscabas.

¡Alguien que pronunciaba palabras! ¡Palabras de verdad! ¡No «groar» ni «iiih»! ¡Palabras constantes y sonantes! Me dio igual lo ominoso del tono, corrí hacia la fuente de la primera voz que no salía de mi cabeza.

―¡Hola! ―grité con todo el aire de mis pulmones―. Soy… Esto…

¿Tenía nombre acaso? Solo sabía que tenía que seguir adelante y convertirme en un…

¿Estás seguro de que quieres aceptar ese nombre?

―¡Héroe! ¡Me llamo Héroe!

Unos pesados pasos precedieron a una figura. Comparada con las sombras informes y las criaturas asilvestradas que me había encontrado en mi periplo, esta tenía más entidad. Estaba claramente formada y, a pesar de que me doblaba en altura y triplicaba en hechuras, podían reconocerse ciertos rasgos humanos en ella. Algunos, no todos. Aunque no sabía cómo debía ser un humano (mi reflejo en las aguas era la única referencia que tenía de eso), algo me decía que un pico largo y arqueado y una cola larga y puntiaguda no eran rasgos de humanidad. Vestía poco más que unos raídos pantalones y una capa y llevaba un enorme tridente atado a su espalda con un cinto de cuero.

ERYMATH

SEÑOR DE LOS CERNÍCALOS

―Así que Héroe… ―ponderó unos instantes―. Me gusta.

―¡Eso es! ―grité con energía. Sin costumbre, costaba controlar la voz―. ¡Quiero aprender qué significa!

El enorme ser soltó una estruendosa carcajada. Tanto, que algo de polvo rojizo cayó de los bloques del techo al agitarse. Algo me decía que debí haber escuchado a mi instinto de supervivencia antes que a mi deseo de hablar con alguien.

―La próxima grieta será mi billete de salida de esta prisión ―advirtió, señalándome con su arma―. Y tú no puedes hacer nada para impedirlo.

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