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Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 10, por Verónica Garza (parte 2)

Capítulo 10, por Verónica Garza (parte 2)

Se echó hacia delante con fuerza, pero no se percató de que mi cabeza se había deslizado por su espalda. Estaba demasiado concentrado estirando los brazos al frente como un superguerrero dispuesto a lanzar una onda vital. Tras unos instantes (demasiado largos, pero nada mal para un novato), unas chispas empezaron a surgir de entre las yemas de sus dedos. En poco tiempo, todo su cuerpo estaba cubierto de una fina capa de energía. Le costaba mantener la forma y la capa que disipaba contaba con muchos puntos de fuga por los que escapaban regueros de energía, pero ver a mi amigo brillar en tenues tonos glaucos era capaz de poner una sonrisa en mi cara.

―Eli... ―dejé escapar entre los dientes.

―Impresionante, ¿eh? ―Me regaló una sonrisa con aires de superioridad―. He estado esforzándome.

La mueca se me contagió de inmediato. Ningún entrenamiento, ninguna estoicidad forzada iba a ser capaz de ofuscar una sonrisa tan genuina. Me puse en pie y tiré de sus brazos para que me siguiera. Me tomé unos instantes, ante su mirada confusa, para decidir qué era lo que estaba haciendo en ese momento. ¿Por qué era tan difícil? Estaba frente a él, sintiendo el calor de su energía, deseando que me diera las fuerzas para atreverme a dar un paso hacia delante y ser totalmente sincera.

Eso sí que podía hacerlo, ¿no? Además, me sacaría de la cabeza esas otras ideas. Al fin y al cabo, ¿no merecía saber para qué había vuelto a la ciudad con tanta prisa? Todo sería más fácil cuando no hubiera secretos entre nosotros. Necesitaba hablarle del Héroe que aún me hablaba en sueños. De mis sospechas sobre la Catedral. De que el caso del Efecto Pirita aún coleaba cinco años después. De Jaime. Seguro que podía hablarle de una de esas cosas...

Aunque sus ojos eran dulces, me sentí juzgada por la mirada de confusión del chico. Para eludirla, hundí la cabeza en su pecho e inspiré su aura de serenidad. Solo quería dejar de guardarle secretos. No se lo merecía. Yo tampoco me lo merecía.

Mientras buscaba la forma de pronunciar unas palabras que se me complicaban, me recordé que mi amigo aún estaba esperando mi reacción a sus nuevos trucos de magia. Tenía que decirle algo.

―Bah, ¿eso es todo? ―de alguna forma, logré poner un tono de burla sin que sonara demasiado falso―. Mira y aprende.

Di un paso hacia atrás, cerré los ojos e inspiré por la nariz. Sabía que su sensibilidad espiritual no era tan alta como la mía, así que debía disipar más fuerza que él si quería que fuera capaz de percibirla con claridad. Debía mantenerla real, cercana. No del tipo de descarga que alguien usaría como cebo para demonios, sino... La que compartirías con alguien a quien quieres. Un toque cariñoso. Quizá incluso alguien tan obtuso como él sería capaz de entenderme si no había palabras de por medio.

Abrí los ojos y me puse de puntillas. Aun así, la distancia de altura entre nosotros lo ponía difícil para llegar a sus mejillas. Por suerte, su cuerpo entendió que lo buscaba y se encorvó un poco hacia mí. En silencio, recorrí las pecas de sus mejillas con mis pulgares y empecé a dejar escapar parte de mis fuerzas a través de ellos.

―Te brillan los ojos ―apreció, sin dejar de fijarse en ellos con cariño―. Nunca me había dado cuenta... Siempre apartas la cara de mí cuando vas a usar tus poderes. Y ni a mí ni a Norma nos pasa... ¿Por qué los tuyos...?

Siseé. No quería palabras. No las necesitaba. Seguí recorriendo el rostro del muchacho. Recreándome en los puntos donde su energía intentaba escaparse. Él sonrió. Estaba sonriendo. Solo para mí.

No pude evitar perder ligeramente el control de mis poderes cuando mi mente adolescente empezó a divagar. Elías se entumeció un poco por el picotazo súbito, pero no se separó. Ninguno de los dos quería separarse en ese instante.

―También me brilla el pelo al usarlos ―dije, por fin―. Por eso el cambio: este es el único tinte capaz de ocultarlo. Fíjate en las raíces, fíjate.

Hice un esfuerzo en iluminarlas, aunque mi amigo no dejaba de mirarme a los ojos a pesar de mis instrucciones. No parecía perdido en ellos, sino sumido en sus propios pensamientos. Era fácil reconocer esa mirada distante a pesar de todo el tiempo que había pasado... Y lo de lo que era preludio.

Me atreví a darle pie:

―Qué poderes más raros, ¿eh?

―Norma me dijo que naciste con un glitch.

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Suspiré con una recién encontrada calma. Si ya lo sabía, iba a ser mucho más fácil hablarle del Héroe.

―Siento habértelo ocultado ―suspiré, a pocos centímetros de su cara―. Llevo queriendo arrastrarte a este mundo, a mi mundo, desde que lo sé. Luchando día a día porque me permitieran volver aquí. Necesitaba tu ayuda. O tu presencia. O, simplemente, a ti. Pero... Me da miedo que, si me voy de la lengua, mi tío me dé una patada de vuelta a casa y este sueño se acabe.

―Que lo intente.

El joven periodista se tomó un instante antes de continuar. Cuando lo hizo, su tono había cambiado de vagamente agresivo a dulce y lleno de cariño. Volví a acariciarle la mejilla, disfrutando de la intimidad del momento.

―Tiene que haber sido duro tener que callártelo. ―Retiró uno de los mechones que tapaban mi cara y me lo puso detrás de la oreja. ¿Estaba ocurriendo de verdad? No eran imaginaciones mías, ¡estaba ocurriendo!―. Ya es suficiente carga como para no poder compartirla con tu mejor amigo, ¿no? Y yo aburriéndote con mis chorradas mientras tanto.

Quizá mis deseos y mi misión no se contradecían tanto. Al fin y al cabo, tenía la bendición de mi maestra, ¿no?

―Son tus chorradas las que han hecho estos años más llevaderos, imbécil. ―Noté cómo los ojos se me empañaban un poco―. Ese pequeño rato de Messenger era lo que me mantenía con ganas de seguir adelante entre tanto estudio y entrenamiento. En Atecina solo hay viejos y gatos, así que tampoco es que pudiera hacer nuevos amigos allí. Contaba los días para las visitas de Norma y lo que me quedaba para poder volver aquí si todo salía bien.

―Pues yo te imagino liderando un ejército de gatetes usando raspas de sardinas fácilmente.

Se me saltó un lagrimón de la risa. Las payasadas de Elías no siempre daban en el blanco, pero cuando lo hacían, eran casi terapéuticas. Por suerte, habían estado llegando igual de bien por teléfono.

Cómo no iba a sentirme yo misma con él.

―El no poder contarte que estaba «domando un demonio» era una mierda. Que me prohibieran venir a verte por si acababa flotando en el aire con el pelo iluminado era una mierda. Saber que podría estar ayudando a mi tío y a Norma, pero tener que quedarme en casa porque el maldito glitch me dominaba a las primeras de cambio era una mierda. Hablar contigo era lo único que me salvaba el día. Gracias, Eli. No lo habría hecho sin ti.

Claro que le quería. ¿Cómo no iba a hacerlo?

―No me jodas, haberte visto flotando en el aire con tu espada y tu escudo tan molones hubiera sido la hostia. ―Aprovechó la risilla para atraerme poco a poco hacia él y dejó su frente sobre la mía. La distancia que nos separaba podría calificarse como «peligrosa» y mi pecho lo sabía―. Siento no haber podido apoyarte en esos momentos. Pero ya estás conmigo. Ya soy parte de ese mundo tuyo, como tú dices. Estoy aquí, Vero. Ahora, no tienes por qué esconder nada.

Me estiré un poco más hacia arriba. Quería estar aún más cerca de él. Decirle todo lo que le estaba ocultando. Algunas cosas que incluso yo misma me quería ocultar.

―Quiero ayudarte, Vero ―suspiró. Sentí su aliento directamente sobre mis labios, lo que hizo que me temblaran las piernas―. Pero para ello necesito que confíes en mí. Joder, estoy tirando kames para tener la oportunidad de combatir demonios junto a ti. ¿Qué más necesitas?

Se mordió el labio inferior unos instantes. Aunque lo hiciera con torpeza y por indecisión, me pareció tremendamente atractivo. Quería culpar a Norma por sugestionarme tanto, pero por una vez admití que todo eso salía de mí.

Y me sentí bien por haberlo hecho.

―Vale, quizá me hubiera gustado aprenderlo aunque no estuvieras involucrada. Tirar cañonazos desde las manos siempre ha sido mi sueño. Pero... ¿Crees que un vago como yo se mataría en un entrenamiento así como así? Ya sé que a veces soy poco más que un payaso, pero lo daría todo por verte sonreír como ahora mismo.

―Calla ―avergonzada, siseé con tal fuerza que se vio obligado a obedecer―. Y mírame. Mírame sonreír. Esta curva en mis labios es cosa tuya. Y siempre lo ha sido, pedazo de idiota.

Cerré de nuevo los ojos. Eli seguía dejando escapar su cálida y motivadora energía y yo me sentía capaz de dar el salto. Solo había unos pocos centímetros entre sus labios y los míos. Después de lo que me había dicho, era imposible negar lo que sentía. Y tenía la sensación de que él también lo compartía. Mi corazón me estaba pidiendo a gritos que redujera esa distancia a cero y mi cuerpo quería obedecer.

Pero el universo no parecía estar muy de acuerdo. El teléfono de Elías vibró tan fuerte que fui capaz de notarlo a través de los escasos puntos de contacto de nuestros cuerpos. Intenté dejarlo pasar. Fingir que la sacudida no había roto el encantamiento al que me tenía sometida su cálida aura. Sin embargo, el estridente tono de mensaje que lo acompañó terminó por asesinar el momento. Cuatro notas que iba a odiar el resto de mi vida.

Podía recuperarme. Podía haber seguido adelante, al fin y al cabo. Pero me asusté. Di un pequeño salto para atrás, tomé en una inspiración el aire que el temblor de mi pecho me había estado arrebatando esos últimos instantes y permití a mi amigo, aún congelado en el momento, que revisara su correspondencia.

―Es Norma ―explicó, enseñándome la pantalla. Su expresión parecía algo descolocada―. Parece que ha dado con Zack. Joder, sí que es buena investigando. Ni veinticuatro horas le ha tomado. Dice que puedo llamarle si quiero. ¿Qué hago?

«Rebobinar el tiempo unos segundos e ignorar el mensaje, imbécil».

―Bueno... ―Me encogí de hombros con la rigidez que hubieran tenido si el jarro de agua fría que había caído sobre mí fuera literal y no metafórico―. Por lo que me dijiste, te debe una pizza. Así que, ¿por qué no?

Mientras el estudiante se quedó mirando el SMS buscando una forma adecuada de abordarlo, yo empecé a componer uno en mi propio terminal: «Norma, voy a matarte. Luego te llamo para contarte por qué, pero que sepas que pienso matarte».