Tras lo ocurrido en el evento de lanzamiento de Yaroze-kai no quedaron muchos adeptos que quisieran pasarse por el Judgment 1999. Al fin y al cabo, quien no salió escaldado del Battle Royale tuvo peor suerte aún. Los pocos que se perdieron el torneo se encontraron a su vuelta un pub por el que parecía haber pasado un huracán (cortesía de una servidora) y no necesitaron más que un par de llamadas para descubrir la suerte que habían tenido. Naturalmente, después de enterarse de que al dueño del local se le había ido la olla del todo haciendo pactos con demonios, pasaron un tiempo prudencial alejados del bar.
Haciendo cuentas, los números no acababan de cuadrar. No pudimos dar cuenta de todos los asistentes del evento: además de Zack, media docena de participantes habían desaparecido. Todo apuntaba a que aún seguían encerrados en las tripas de ese poderoso demonio capaz de hacer resonar los designios del Gólem de Pirita más allá de su mundo, esperando su oportunidad de ser rescatados, como si sobre sus cabezas descansara uno de esos iconos de «misión secundaria». Una misión que, por mucho que distara de nuestro verdadero objetivo, no podíamos ignorar.
Éramos lo suficientemente viejos (y, como dice el refrán, diablos) como para saber que no iban a estar precisamente escondidos en un rincón remoto de la extraña mazmorra que había diseñado el loco líder de la agrupación. No, esperábamos desde un principio que esos últimos rezagados, y los demonios que habían domado, fueran nuestro «comité de bienvenida» particular. Una barrera diseñada para hacer mella, por poca que fuera, en nuestras fuerzas y nuestra psique. Poco más que herramientas para granjearse una victoria por atrición. Cobardes hasta las últimas consecuencias.
Por suerte, nuestro bando tampoco iba precisamente desnutrido: tres veteranos del exorcismo, la chica que cargaba en su sino el ser receptáculo de un héroe de leyenda, una mascota virtual en el cénit de su poder y un prometedor aprendiz pionero en aunar la doma con las enseñanzas tradicionales.
Si sumabas todas esas fuerzas, no era difícil adivinar que la reyerta inicial acabaría rápido. Los glitches que protegían a los muchachos no parecían especialmente capaces y su control sobre ellos comenzaba a flaquear tras un par de derrotas, por lo que acercarse en línea recta a sus ordenadores y hacerlos pedazos para liberarlos de la influencia del demonio mayor era el camino de menor resistencia. Especialmente si alguien como Elías (que quizá no tuviera el entrenamiento necesario, pero era capaz de compensarlo con creces con sus hechuras) o yo los sosteníamos a varios palmos sobre el suelo, esperando que el brillo rojizo de sus ojos se apagara mientras el titiritero los revolvía en un último y desesperado intento de hacernos daño.
―¿Veis cómo pelear contra «masillas» no es tan aburrido? ―bromeé con una sonora risotada―. No sé qué pensáis vosotros, pero yo diría que se trata de un calentamiento hecho a medida.
El barista protestó con pocas palabras, pero el mensaje de contrariedad era claro. Ramón prefirió centrarse en asistir a los derrotados en lugar de darme una respuesta. Vero parecía tener demasiadas cosas en la cabeza como para siquiera honrarme con una risotada vacía.
Elías, por su parte, empujó al desorientado muchacho que sostenía en el aire contra la pared. Sin pensárselo dos veces, clavó sobre él su antebrazo. El pobre soltó un grito como respuesta. No pareció amedrentarle, ya que el redactor lo apretó con algo más de fuerza e hizo que su voz tomara un tono agresivo.
―¿Dónde está Zack?
―N-no lo sé. ―Parecía que le costaba respirar al decirlo, así que me acerqué hacia mi compañero e intenté calmarle con un gesto. No funcionó―. ¿Q-qué ha pasado? Eres... el amigo que trajo esta tarde, ¿verdad?
Cuando se percató de que esos días habían sido en su memoria poco más que una laguna árida en la que le costaba siquiera pensar, el becario deshizo su agarre sobre el muchacho y lo dejó caer al suelo por su propio peso. Inspiró varias veces, activó sus poderes y los dejó recorrer sus sienes para calmar su palpable ansiedad. El adolescente al que había amenazado, menudo y aterrorizado, intentó huir gateando hacia atrás, pero me interpuse en su trayectoria.
―Parece que eres el que ha salido mejor parado de este grupo, así que te toca encargarte de sacar de aquí a tus amigos ―dije, intentando mantener la calma―. También deberías llamar a tus padres en cuanto tengas ocasión. Tienen que estar preocupados.
―¿Q-qué ha pasado aquí? ―preguntó con poco más que un hilillo de voz―. Estábamos jugando tranquilamente al Wipeout 64 después de que nos eliminaran. Escuchamos un estruendo. Alguien se había cargado la máquina expendedora, así que entramos a buscar a Seven y lo siguiente que recuerdo es encontrarme en el aire, en brazos de este bruto.
Tragué algo de saliva cuando varias de las miradas se clavaron en mí, culpándome de haber atraído al grupo a una trampa que podrían haber eludido si hubiera optado por un acercamiento más sigiloso. Mi expresión no cedió un milímetro: cuando tu hermana pequeña te llama alertándote del peligro, no puedes pararte a pensar en si el dar una patada giratoria a una dispensadora de refrescos iba a tener consecuencias a largo plazo.
―Lo siento ―rezongó el aludido, mascando la disculpa como si fuera un chicle enorme―. Han pasado un par de cosas desde entonces. Te daré un resumen muy breve: a Seven se le ha ido la olla, ha construido esta arena en el interior de un demonio y, de alguna forma, os ha controlado a través de vuestro GLMP. Por eso hemos ido por la ruta fácil, la de cargárnoslos.
―Pero tú... tienes uno, ¿no? ―Le miró de reojo, poco convencido―. ¿Por qué puedes usarlo sin...? ¿Y estás buscando a...?
―Es una larga historia ―bufó, aunque su tono se iba volviendo poco a poco más cálido, más de él mismo―. Tú lo único que tienes que saber es que este lugar ya no es seguro. Probablemente no vuelva a serlo nunca más, de hecho. Anda, encárgate de poner a los demás a salvo conforme se vayan recuperando. Nosotros iremos a rescatar a Zack.
Aunque intentaba ponerse en pie, estaba claro que no se había recompuesto del todo. Fue entonces cuando Elías dejó salir su verdadera personalidad entre la rabia que le consumía y le extendió la mano para que se levantara. Incluso usó una pequeña parte de su energía para que el adolescente recuperara sus fuerzas. Una vez incorporado, echó un vistazo al móvil que guardaba en el bolsillo. Sin batería después de tanto tiempo, claro. El GLMP de su brazo se había vuelto poco más que un amasijo de hierros, cortesía de un golpe contundente contra un muro. Por suerte, su reloj, aunque con la esfera agrietada, mostraba claramente la fecha: uno de diciembre.
―Sigo sin entender muy bien lo que pasa ―suspiró. Su rostro aún hacía gala de un claro cansancio―, pero si los demonios la han liado tanto como para que hayan desaparecido diez días de mi vida y Zack, que es el puto campeón de este sitio, esté en peligro... Tiene que ser algo chungo. Mensaje captado, me las piro.
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***
No necesitamos explorar mucho más lo que antes había sido una arena de combate: nuestros enemigos se seguirían escondiendo en esa torre negra que desprendía un aura tan ominosa. Cuando estábamos a pocos metros de su puerta, tres conocidas figuras nos cortaron el paso, siguiendo punto por punto ese cliché tan desgastado en el que el segundo de a mando del jefe final te interrumpe cuando crees que tienes su combate a solo un par de pasos de distancia.
Definitivamente, hay gente a la que no puedes dejar guionizar las cosas. Máxime cuando se trata de un megalómano que hace pactos con demonios y pone vidas en peligro.
―Si vais a hacer esta sandez, dadle un poco más de teatralidad. ―Elías se encontraba en un estado inestable, a medio camino entre sus habituales ganas de bromear y el querer plantarle el puño entre los dientes a ese tío y yo no podía aguantarme la risa por la situación―. Venga, que es 2003, estamos hartos de ver entradas dinámicas chulas. Os lo podríais haber currado un poquito más.
Los tres veteranos de la Catedral parecían, al mismo tiempo, demacrados y terriblemente poderosos. Sus auras, llenas del poder de decenas de variopintos demonios, despuntaban coloridas, incapaces de controlar su sed de combate. A cambio, sus cuerpos lucían tan poco nutridos como provistos de descanso. Marcas moradas bajo los ojos que el desgastado maquillaje no era capaz de ocultar, miradas faltas de cualquier clase de brillo que pudieran haber tenido en otro tiempo y en el caso del líder, que aún hacía gala de parte de ese maltrecho cosplay, un huesudo torso lleno de heridas y moratones.
―Vaya, vaya... por fin están aquí nuestros invitados de honor ―dijo Seven. El volumen de su voz daba saltos a cada una de las sílabas que soltaba por su boca―. Si lo que buscáis es un espectáculo, nada me gustaría más que proporcionaros unos asientos en primera fila para la vuelta de nuestro Señor, mas su campeón ha exigido quietud absoluta. No obstante, si tantas ganas de combatir tenéis, ¿por qué no ofrecernos como aperitivo?
―Menudo monólogo de villano de mierda. ―Esa vez fue Vero quien lanzó un ataque verbal. No era momento para admitirlo en voz alta, pero estaba orgullosa de mis pupilos―. ¿Lo has escrito tú solito o te lo ha dictado tu musa demonio?
El hombrecillo soltó una carcajada desencajada que llenó el aire. Mientras el eco aún retumbaba por la sala, aprovechó para desplegar las alas de Gazereth. Sus dos compañeros se limitaron a tomar algo más de distancia para evitar que las llamas etéreas que escapaban de sus reactores cayeran sobre ellos, pero sin dejar de fijar su vista en nosotros en ningún momento. La heroína, en anticipación al combate, intentó invocar sus poderes. Sin embargo, su tío decidió pararla con uno de esos ejercicios de lenguaje no verbal que tan bien se le daba a los de su familia. Antes de disipar la energía de esa espada espectral que estaba empezando a solidificarse, tomó la mano de Elías, quizá con la esperanza de relajarse un poco.
―Si he hecho bien las cuentas, y diría que no es una operación muy difícil... Somos tres. ―El jefe de redacción trazó una línea invisible entre los novatos y los veteranos―. Ellos también. No creo que haga falta dar más explicaciones, equipo.
Protesté con un encogimiento de hombros. Aunque supiera que tenía razón con su premisa, no quería caer en algo tan trillado como el «cubrir las espaldas a los verdaderos héroes haciendo frente a los lacayos». Siempre había odiado cuando los videojuegos me obligaban a hacer eso. ¿No era más fácil que todo el equipo hiciera frente a sus enemigos gracias a la superioridad numérica y llegasen más adelante, juntos, al villano final? Joder, esperaba ese tipo de ideas del loco que había rediseñado el sótano de un bar para crear su videojuego personal, pero que Ramón, una persona incapaz de pillar dos chistes seguidos le siguiera el juego... Tenía que tratarse o bien de un plan perfectamente hilado o de un lapsus en su juicio que no le iba a perdonar el resto de su vida.
Por mucho que el tiempo corriera en nuestra contra, Vero aún necesitaba a su escudera si quería enfrentarse mano a mano al Gólem de Pirita, ¿verdad? Me necesitaba a su lado en el combate... O quizá era yo quien necesitaba estar allí. Quien se había tomado la revancha contra el demonio que le derrotó cinco años atrás como algo personal. Quien se negaba a perderse la oportunidad de enfrentarse a Algodaoth por estar en un combate que percibía menor, por muy necesario que fuese. Aun así, el jefe fijó de nuevo su mirada en mí, imprimiendo en ella un claro «confía en mí» que me hizo tragarme mis dudas con el orgullo que pudiera mantener como guarnición.
―Vale ―concedí finalmente, girándome de nuevo a un Seven que parecía ansioso por meter baza en nuestra conversación―, pero como me pidas también que hagamos la mierda esta que se ha puesto de moda en el manga de asignarnos a un rival en un uno contra uno y mandarnos a cada uno a una punta, os mandaré personalmente a la mierda a tu plan y a ti.
―Oh, descuida, amiga mía. Odiaría desaprovechar la que podría ser mi última oportunidad de luchar codo con codo junto a vosotros ―respondió con voz firme y clara que se proyectaba en todas las direcciones―. ¡Adelante, cazadores!
―¿La última? ―inquirió el barista del Thardisia, abriendo la boca por primera vez en toda la tarde―. Tan agorero como siempre, Ramón.
―¡Por fin! ¡Por fin! ―exclamó el líder de la Catedral, danzando en el aire―. ¡Me estaba empezando a aburrir! Venga, vamos... ¡Sorprendedme! ¡Quiero ver de qué pasta estáis hechos! No todos los días tiene uno la oportunidad de enfrentarse a su ídolo en un combate limpio y justo. Bueno, mejor dejémoslo en un combate. No sería la primera vez que decidís cambiar las reglas del juego. Ni tampoco sería raro que yo decidiera distorsionarlas aún más en represalia, claro está. ¡Vamos, mis compañeros! ¡Hora de darlo todo por nuestro señor!
A pesar de parecer poco más que un cascarón que se movía con un intrincado sistema de palancas y poleas (demónicas, eso sí), la mujer que acompañaba a Seven no quitaba el ojo de encima a Vero y Elías mientras que el resto de su cuerpo paraba las cuchilladas de nuestro barista de confianza de forma despreocupada. Los monstruos que la controlaban parecían intuir, de alguna forma, que su objetivo era salir corriendo lo más lejos posible del combate en cuanto les diera la ocasión.
Si quería cubrirles el paso, iba a necesitar una buena cortina de humo. O algo que necesitara de toda su capacidad de reacción. O quizá algo que cumpliera ambas funciones al mismo tiempo, ya que estábamos. Guiñé el ojo a mi hermana y comencé a invocar fuegos fatuos por doquier. Calculé que con un par de docenas persiguiendo a los tres objetivos por aquí y por allá bastaría. Como de costumbre, las llamas eran demasiado lentas como para impactar contra unos enemigos duchos, y estos eran capaces de despejar a sus dos atacantes sin dejar de esquivar con garbo el fuego morado.
Dediqué una sonrisa cómplice a Vero, lista para la segunda fase del improvisado plan. Desplegué las hojas glaucas de mis manos y cargué la técnica de los «mil cortes eólicos» que había aprendido de uno de los glitches cuya energía había asimilado como mía. La muchacha tomó a su compañero de la muñeca, desplegó su escudo a máxima potencia y empezó a correr hacia la puerta que custodiaban los tres guerreros, seguida de su mascota. Cuando el domador pudo reaccionar, invocó a su criatura para que complementara el escudo de la muchacha.
Lo malo de los «mil cortes eólicos», aparte de todo el tiempo que requería para cargar el ataque, era que apuntar cada una de las hojas que surcaban el aire era prácticamente imposible. Eso, de forma normal, suponía una clara ventaja abrumando al enemigo, pero con varios aliados en el campo de batalla, la probabilidad de fuego amigo era demasiado alta. Para paliarlo, lancé un alarido de advertencia para que volvieran a mi vera, por mucho que eso eliminara de cuajo el factor sorpresa.
Pensándolo bien, ¿qué más daba? En cuanto la energía cortante atravesara las lentas llamas, pasarían dos cosas: por un lado, la energía de ambas se combinaría en una hoja flamígera que crecería en tamaño, haciendo que cada golpe tuviera mucho más fácil el impactar contra uno de los tres rivales. Que además resultara más doloroso era un buen bonus, claro está. Por otro, los fuegos detonarían con la misma fuerza con la que lo harían al impactar contra sus objetivos originales, llenando toda la zona de una sobrecarga energética tan capaz de distraer como de dañar.
Un combo difícil de preparar, sí, pero uno con mucha sinergia. Y lo más importante, uno que había permitido a los chavales escabullirse delante de la vigía de la Catedral. ¿Quién era la irresponsable por acumular armas en su cabeza ahora, vieja?
―¿Y ahora cómo nos enfrentamos a estos tres? ―Di un salto al centro de la pista y entrechoqué los puños―. ¿Algún plan?