Ahí estaba yo, sentado en una roca, esperando el paso del tiempo como un monigote. Con poco que hacer y mucho que pensar. Aun así, no quería que mi cabeza divagara; tenía demasiadas cosas rondándome y a saber dónde podía acabar con tantos estímulos extraños como los que había tenido últimamente. Solo quería que apareciese delante de mí ese espíritu que, al parecer, me dejaría las cosas claras.
La quietud era tan pronunciada que sentía la aguja del reloj girar con su tic-tac, paso a paso. Incluso me daba la sensación de que los engranajes se estaban moviendo más lentamente de lo que deberían. Cerraba los ojos para centrarme en el sonido de la cascada y, cuando los abría convencido de que pasaría algo interesante, no había cambiado nada. Era aburrido. El peor tipo de aburrimiento posible, de hecho.
Los últimos rayos de sol estaban demasiado bajos como para iluminarme, pero tintaban el retal de cielo que se podía atisbar de un naranja intenso. Al juntarlo con las hojas añiles que copaban el bosque y mi recubrimiento espiritual verdoso, terminé imaginando que me encontraba en un planeta remoto. Al menos, eso era una distracción mental que no incluía cosas tan aterradoras como luchar con demonios o enfrentarte a una cita en la que no sabía cómo sentirme o qué demonios decir. Guau, dos citas en un mes. Estaba de racha. O lo estaría si tuviera las cosas más o menos claras en alguno de los casos, quizá.
―Maldita sea, se me ha vuelto a ir la cabeza ―dije en voz alta.
Me di un tortazo a cada lado de la cara. De esos que probablemente me terminarían dejando marca y tendría que explicar de la forma más incómoda posible. Y cuando volví a abrir los ojos, ahí estaba. Una criatura espectral. Un orbe acuoso y translúcido que se estiraba lo justo como para simular una cola picuda. Ahí plantada, mirándome con unos enormes y redondos ojos grises. No tenía boca, pero sí un par de orejas redondas que, al zarandearse, parecían soltar gotitas que se evaporaban al poco tiempo de desprenderse de su cuerpo. Agitaba con fuerza unos bracitos que no eran más grandes que un guisante, como intentando llamar mi atención.
―Hola, ricura. ―Le extendí mi aura a través de mi mano y acarició lo que supuse que sería su cabeza contra ella―. ¿Eres quien he venido a buscar?
Soltó una risilla y cogió algo de carrerilla. Con algo de torpeza, recorrió el camino que formaba la energía que desprendía mi cuerpo y tocó con su redondeada extremidad mi mejilla. De repente, el tortazo que me había dado dejó de doler.
―Eso no debería ser posible ―dije con un suspiro―. Un demonio no puede afectar al plano físico.
La criatura chirrió, molesta por mi comentario.
―Vale, vale. ―Eché la cabeza al lado―. Tienes razón, no lo sé todo de vosotros. Probablemente, no sepa ni un diez por ciento de lo que debería. Pero sí que tengo claro que eres una verdadera monada.
El interior de la esfera de agua se iluminó del mismo celeste que Vero, haciendo que su núcleo fuera capaz de iluminar el claro una vez el cielo se había tintado de la negrura noctura. Tras ver mi cara de sorpresa, dio varias vueltas sobre sí mismo y voló lentamente hacia el otro lado del lago.
―¿Ya te vas? ―le pregunté―. Así que... ¿no eras tú a quien esperaba?
El color de su luz se volvió rojo por unos instantes y, si eso no hubiera sido lo suficientemente claro, gruñó con disconformidad.
―¿Quieres que... te siga? ―Esa vez la luz fue verde―. Oh, ¡genial! Supongo que esta era la parte obvia de la que me habló Vero.
Anduve con el espíritu durante un par de minutos, sin saber qué decirle. No sabía si era por curiosidad o porque haber estado sentado en ese claro me había hecho bajar el indicador de interacción social de mi sim hasta la zona roja, pero necesitaba darle algo de conversación, aunque solo fuese a base de respuestas de sí o no.
―¿Es la primera vez que guías a un humano? ―Brilló en verde―. ¿Y sabes lo que tienes que hacer? ―Repitió la respuesta, esta vez con un chirrido que me vi obligado a interpretar como un «¿Y tú qué crees?»―. Vale, vale. Tienes personalidad, chico.
Volvió a iluminarse de color rojo.
―¿Chica? ―En esa ocasión, el destello fue verde―. Vale, va. Perdona. No sé mucho de la biología de los tuyos. ¿Cómo es que has sido capaz de curarme?
El núcleo esta vez se tornó amarillo. Supuse que era una pregunta muy difícil como para responderla con tan pocas herramientas de comunicación. No obstante, hizo su mayor esfuerzo por cruzar los brazos en una señal inequívoca de superioridad.
―Eso es un lenguaje muy humano. ¿Llevas mucho tiempo por aquí? ¿Es así como has aprendido a comunicarte? ―Dos respuestas afirmativas seguidas―. Seguro que ha pasado mucha gente por este bosque antes que yo... ¿Por qué yo?
Esperaba que volviese a dar una respuesta de confusión, pero se acercó a la capa de energía que me rodeaba y restregó sus pequeñas orejas sobre ella.
―Afinidad, claro. Tiene cierto sentido. ―Me estaba quedando sin preguntas que hacerle a la criatura―. Supongo que conoces el lugar al que vamos, pero... ¿sabes lo que vamos a hacer allí?
Se iluminó de color verde tres veces seguidas y, por si acaso, soltó un chillido alegre con mucha seguridad de sí misma. Acto seguido, trazó varios círculos en el cielo para indicarme (o eso me pareció entender) que estábamos lo suficientemente cerca.
―Así que no queda mucho. ―La esfera se tornó roja de nuevo―. ¿No a que queda mucho o a que no queda mucho?
La respuesta volvió a ser negativa. Dediqué a la criatura una mirada de frustración y, tras soltar una risilla, señaló justo detrás de mí.
―Que sí, que estás cerca, Eli.
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Fue Vero quien lo dijo, escapándose de entre las sombras del oscuro bosque. Al verla salir de repente me alerté, pero al reparar en que iba ataviada con unos ropajes ceremoniales que no habrían estado fuera de lugar en uno de esos templos japoneses que tanto había visto en series de animación, el que se acabó iluminando en color bermellón fui yo.
Solo esperaba que el santuario no tuviese tantas escaleras como los del país del Sol Naciente.
***
―Veo que has podido traer un familiar con éxito, Elías ―apreció la sacerdotisa al verme llegar―. Oh, menuda ricura de espíritu. ¿Quién es una monada? Sí, claro que eres una monada.
Que esa señora tan aterradoramente seria se pusiera a hablar a las criaturas espectrales como si se trataran de cachorritos sí que fue una sorpresa, pero la energía opresiva que dejaba escapar por todos los poros de su alma me dejó muy claro que no debía soltar ni la más mínima risilla.
―Diría que es curioso, pero ya había asumido que tu sino sería este desde que nos conocimos. ―Tras darle una última carantoña, me miró directamente a los ojos―. Hace mucho tiempo que ningún aprendiz vuelve con una criatura de sanación al santuario.
―Desde que lo hizo Jaime, sí. ―La tristeza en la voz de la aprendiza fue clara, pero solo duró un instante antes de tornarse enérgica―. Supongo que a los de mi familia nos gusta rodearnos de gente muy especial.
―Sin duda, Verónica ―apreció la mujer―. Dime, niña, ¿serías tan amable de preparar la purificación mientras respondo las dudas que seguramente vaya a cuestionarme nuestro curioso invitado?
La aludida no tuvo más que dedicar una reverencia a su mentora antes de marcharse. Lo hizo en silencio, aunque tuve que admitir que me costó despegar la vista de ella hasta que desapareció tras el umbral.
―Dime, Elías.
No sabía si su invitación a la charla era o no una trampa, así que anduve con pies de plomo y decidí que mi primera cuestión abordaría un tema que según mi amiga sería de su interés.
―Este bosque es ciertamente mágico. ―Me llevé la mano al cogote para poner una postura relajada―. Vero me ha contado que es por la presencia de los espíritus.
―Eso es. ―Se sentó en uno de los cojines del suelo y me instó a hacer lo mismo. Intenté imitar su postura, pero tras sufrir un tirón del gemelo, desistí―. Este bosque, y un pequeño puñado de otros lugares de este vasto mundo son el lugar de descanso de los espíritus pacíficos que llegan desde el otro lado.
―¿Del mundo del que vienen los glitches? ―Me sorprendí―. Pero si el primero fue... ¿Tanto ha cambiado esto en poco más de una década y media?
―No. ―Su respuesta fue tajante―. Ya llevo más de tres siglos lidiando con criaturas de diversa índole. Sí que es cierto que esos demonios de silicio de los que hablas han supuesto un desequilibrio en las energías, más este mundo ha sido un lugar de referencia para toda clase de criaturas a lo largo del tiempo.
―¿Tres siglos? ¿Toda clase? ¿Qué? ―Tenía que recomponer mi cara de pazguato de alguna forma―. Creía que... ¿De dónde...?
―El universo funciona de formas sorprendentes, si bien hay interrogantes que no requieren de una respuesta.
―Menuda forma de no decir nada ―dije para mis adentros.
Según acabé de subvocalizar la frase, sentí cómo la energía de la mujer caía con toda su fuerza sobre mi mente, como si de una maldición se tratase. El peso era tanto que me postré sin desearlo.
―Lo que quiero decir, Elías, es que la naturaleza de mi trabajo aquí sería la misma fuese cual fuese la respuesta a tu pregunta. Atraer a toda clase de espíritus a un lugar seguro y hacer lo posible porque las almas confusas que busquen refugio en mi bosque se vuelvan puras. El sacerdocio tiene tan prohibido inmiscuirse en los asuntos del universo como en el de los humanos.
―Pero nos entrenas ―repliqué, cabizbajo. El espíritu que me acompañaba se dejó caer sobre mi hombro―. No entiendo nada. Cada día menos. Llevo más de un mes yéndome a la cama con más preguntas que respuestas y... es difícil.
―Es lo que el universo ha decidido. ―Extendió su mano hacia delante―. Mi rol no es sino garantizar que todos los planos viven en armonía escuchando a un poder superior. En otros tiempos, esa necesidad era que nos mantuviéramos en secreto. Ahora, la voluntad del cosmos es que os proporcione mi guía.
―No entiendo nada ―repetí―. ¿Qué eres, exactamente?
―Esa no es una pregunta muy educada que formular a una dama, ¿no crees?
Vaya, ahora sí que le había aflorado el sentido del humor. Incluso tenía ese jocoso brillo en los ojos de estar conteniéndose una sonrisilla pícara.
―Me temo que no cuento con más tiempo para tus cuestiones, mas te prometo que accederé encantada a atenderte si logras dar con las cuestiones adecuadas. Es la hora de proseguir con tu ceremonia. ―Se puso en pie―. Mas, sabiendo los problemas que profesas gestionando la incertidumbre, te describiré los pasos. Primero, serás purificado. Como ya has oído, Verónica se está encargando de esa parte del ritual. Luego, esta pequeña que ha elegido acompañarte, fundirá sus energías con las tuyas. Al ser una criatura dócil y pura, no supondrá riesgo alguno para tu psique, si bien tendrás que encontrar la forma de tomar sus riendas. No será un proceso fácil mas tu alma cuenta con el potencial para lograrlo.
Cuando entendí las implicaciones de lo que había dicho la clérigo, me giré al espíritu y acaricié un poco su cabeza con mi energía. Con una calma inusitada, cerró sus ojos y soltó un breve ronroneo.
―¿Te voy a tener que devorar, verdad? ―Noté el reflejo glauco que me daba la razón―. ¿Por qué? Necesito tu poder, pero... ¿por qué tengo que hacerte daño?
―Te ha elegido ―aseguró la sacerdotisa―. Conoce el ritual y, aunque eso ponga fin a su existencia pacífica en este mundo, quiere prestarte su fuerza para ayudarte en tu misión. Ella te ha aceptado. Por favor, no deshonres su elección con tus propias dudas.
Después de las descripciones que había oído sobre el proceso no podía negar que sentí un agujero en el pecho de la pena que me daba tener que hacerle algo así a la pobre criatura. Me limité a apretar los puños y asentir con una mayoritariamente fingida seguridad.
―De acuerdo, dime qué tengo que hacer.
―Aguarda, por favor. ―Alzó el índice al aire.
Exactamente diez segundos más tarde escuché un golpe seco sobre la puerta del santuario. La maestra se levantó con mucha más calma de la que cabría esperar y caminó lentamente hacia la puerta.
―¡Joder! ―una voz muy familiar se escuchó al otro lado―. Lo estás haciendo otra vez a propósito, ¿verdad? La próxima vez voy a tirar el puto muro abajo de un puñetazo.
―Si lo que quieres es lanzarme una invitación a un duelo, adelante. ―La mujer se paró en seco―. Mas no creo que tengas cuerpo para eso después de la última vez, Norma.
―Algún día ―gruñó con tanta fuerza que lo pude escuchar desde mi sitio―. Algún día te pondré en tu sitio.
Sin moverse de la mitad de la habitación, la sacerdotisa no tuvo más que dar un chasquido para que la puerta se abriera de par en par. Cuando lo hizo, la periodista salió corriendo a una velocidad supersónica para intentar propinar un puñetazo a su mentora, pero esta pudo parar toda su inercia en mitad del aire sin esfuerzo alguno. La muchacha gritó con pujanza, intentando hacer que su mera fuerza de voluntad volviera a permitirle tomar el control de su cuerpo. Por desgracia para ella, la sonrisa de la maestra dejaba entrever que el esfuerzo que tenía que hacer para contenerla era prácticamente nulo.
―Ese día sigue sin ser hoy ―Se dejó caer al suelo con violencia.
―Ni llegará en toda tu esperanza de vida, mi niña ―Le tendió la mano para que se levantara y le dio un fuerte abrazo―. Tengo que admitir que es un avance, eso sí.
―En fin... ―Estiró los brazos para atrás entre quejidos―. Ya sabes para qué vengo.
―Soy consciente del motivo de tu visita, mas tu alma me dice que no has elegido el momento con las mejores intenciones posibles. ―Alargó su energía cual látigo hacia ella―. Exacto... Si puedo leer que tu súplica es honesta, ¿a qué viene tal entropía en tu aura?
―¿Qué? Si yo soy un cacho de pan ―Se giró hacia la entrada―. Anda, no te quedes ahí parado y entra de una maldita vez, Zack.