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Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 17, por Elías Delfín (parte 2)

Capítulo 17, por Elías Delfín (parte 2)

Pocos minutos antes de que el autobús llegara a su destino, Vero recibió un mensaje de sus padres avisándola de que no podrían ir a recogerla por unos «asuntos de última hora». En su lugar, quien nos iba a esperar en la estación sería una cara que, si las advertencias de Norma eran lo suficientemente certeras, tendría que aprender a temer: la de la sacerdotisa del Santuario.

No tenía claro cuáles eran mis expectativas preconcebidas sobre su aspecto, pero estaba convencido de que ninguna de ellas incluía, ni remotamente, una melena color rosa chicle, gafas de sol en forma de corazón o, en general, un vestuario tan juvenil. Sí que había algo extrañamente tranquilizador en que su camisa fuera de color blanco y sus vaqueros fueran rojos, por algún motivo. Eso sí, teniendo en cuenta que mi mentora ya la llamaba «vieja» cuando la conoció, definitivamente esperaba una anciana arrugada y no a alguien que, como mucho, parecía estar más cerca de la cuarentena que de la senectud.

―Tú debes de ser Elías Delfín. ―En lo que no habían exagerado un ápice fue el tono glacial de su voz, eso sí―. Puedes y debes llamarme por mi título, «sacerdotisa».

Extendí la mano, pero no correspondió mi gesto. Vero inclinó la cabeza en señal de respeto y me dio un codazo en las costillas sin demasiado cuidado para que imitara su gesto.

―Veo que tu energía ha crecido desde la última vez que nos vimos, Verónica. ―Posó la mano en su hombro―. También observo que el espíritu que reside en ti sigue bajo tu férreo control. Parece que esa bala perdida está haciendo un buen trabajo formándote en mi ausencia. Quién lo iba a decir.

La exorcista no respondió, pero no había que ser un genio para ver que estaba intentando ahogar unos chillidos de emoción por el halago de alguien que no acostumbra a darlos. Bien hecho, Dark Vero.

―Respecto a ti... ―Pasó su mano por encima de mi cabeza―. Diría que tienes un aura muy interesante. Al menos, es lo que dice mi lectura de intuición. Mi veredicto tendrá que esperar a la ceremonia.

Sin decir nada más, se dio la vuelta y echó a andar hacia un coche no muy moderno que esperaba junto al apeadero. Intenté formular un par de preguntas, pero la forma de sisear de Vero me dejó claro que era una idea horrible dirigirme a ella sin que me cediese el turno de palabra, así que me limité a dejar nuestros macutos en el maletero y abrí la puerta trasera con intención de sentarme junto a mi amiga.

―Oh, no, no. ―Chasqueó varias veces con la lengua―. Seré muchas cosas en este pueblo, pero no un taxista. Por favor, toma el asiento del copiloto, Elías. Me gustaría hacer a tu alma unas últimas preguntas antes de la ceremonia, si me lo permites.

A pesar de lo que dijo, no tuvo que verbalizar nada más. A la sacerdotisa no le gustaba usar más palabras de las estrictamente necesarias, al parecer. En su lugar, observé cómo su aura se dibujaba en color dorado y punzaba sobre mi propia energía en busca de la información que requería. Aunque no tenía claro la naturaleza de su búsqueda, sí que sabía qué era lo que iba indagando. Cientos de preguntas sobre mi vida, mi experiencia con los glitches, mi entrenamiento espiritual... Todo lo que se le ocurriera, y a un ritmo de vértigo. Pero lo más impresionante no era su control de la energía, sino el hecho de que al mismo tiempo estuviera conduciendo a una velocidad bastante superior a lo que recomendaba el destartalado camino de tierra.

Tras los diez minutos más silenciosos y extrañamente inquisitivos de mi vida, paró el coche bajo un techo de madera. Por las marcas de los neumáticos en la hierba, parecía tratarse del lugar habitual de descanso del vehículo.

―A todo esto ―dijo por fin―, me veo obligada a pediros disculpas por alterar la agenda establecida para hoy; otra de mis pupilas ha requerido de mi guía de forma urgente para esta noche y los astros me han hecho incapaz de negarme a su petición.

―No pasa nada. ―Balanceé la mano, restándole importancia al cambio de planes―. Al fin y al cabo, eso de que sea el Día de Todos los Santos llena la agenda de cualquier espiritista, vaya que sí.

Si tuviera que juzgar por los puñales que me clavó con la mirada, diría que la sacerdotisa no pareció disfrutar de mi chiste. Y yo que creía que Ramón Lourido era una audiencia difícil. En su lugar, abrió la puerta del vehículo y echó a andar con presteza hacia la espesura sin más despedida que un chasquido de dedos. Con él, todas las advertencias y pullas que había construido Norma en contra de su maestra empezaron a tomar forma en mi cabeza.

―De acuerdo. ―Vero entrecerró los ojos, como intentando leer algo del aire―. Parece que me toca a mí guiarte al lugar de comienzo de la prueba. Según ha escrito la sacerdotisa en el aire, me toca hacer de mentora.

―¿Y eso te hace sentir halagada o...?

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―Depende de lo bueno que sea mi alumno. ―Me guiñó el ojo sin dejar de terminar mi chanza.

La muchacha desplegó sus poderes con la libertad que le proporcionaba la quietud del bosque. A pesar de que aún no había anochecido, las copas de los árboles impedían que gran parte de los rayos del sol se filtraran, así que casi toda la luz que nos iluminaba eran las extrañas marcas que se dibujaban en sus brazos y el hipnótico brillo espectral de sus ojos. También se empezaba a ver una pequeña raya en su cabeza sobre las raíces rubias de su cabello, pero era tan sutil que seguía pasando desapercibida para el ojo desentrenado.

―Sigo sin entender por qué alguien pensaría que esto podría asustarme. ―Evadí un poco la mirada―. Molas mucho, heroína.

Otra vez ese sutil tembleque con el que aguantaba la emoción. Cuando sus nervios se calmaron, paró un instante en el sitio para recomponer su máscara de chica dura. Huelga decir que el que perdió el temple con la estampa que tenía delante en ese momento fui yo. Al menos, era mejor disimulándolo.

Cuanto más nos adentrábamos en el bosque, más bonito me parecía. Tras unos minutos de senderismo la vegetación empezó a parecer salida de las historias de ficción: árboles que crecían en espiral y dejaban el suelo a rebosar de hojas añiles, unos coloridos hongos tan grandes que te podrías sentar en ellos (tuve que hacer un esfuerzo mayor del que podría admitir en evitar comprobar si eran tan elásticos como los de los videojuegos), flores que si bien no brillaban con luz propia eran capaces de acrecentar el reflejo del aura de mi amiga o cualquier rayo huérfano de sol... Me costaba pensar que solo unos minutos antes estuviera rodeado de poco más que los típicos chaparros y florecillas silvestres autóctonas.

¿Cómo podía ocultarse un paraje tan alienígena en el corazón del bosque de un pueblo de la serranía sin convertirse en una atracción turística? Tenía muchas teorías en la cabeza, pero mis pensamientos estaban tan dispersos que no fui capaz de pronunciarlos en voz alta.

―Estás extrañamente callada ―traté de salir de mi propio bucle de pensamientos llamando la atención de mi amiga―. ¿Pasa algo, Vero?

―Solo estaba pensando. ―Paró en seco―. He pasado mi adolescencia en un bosque mágico, tocado por los espíritus. Según me han contado, solo existen un par de docenas así en todo el mundo. Uno por cada sacerdote, que actúan como faro para los demonios perdidos. ¿Te habías preguntado alguna vez dónde acababan los glitches de buena voluntad? Pues es aquí. La naturaleza les calma y ellos se ponen a su servicio.

―Es increíble. ―Eché un vistazo a mi alrededor―. Pero estoy seguro de que no es lo único que te ronda por la cabeza.

―Tienes razón. ―Trazó una suerte de runa en el aire, probablemente para orientase―.Si te soy sincera, pensaba en que me da pena no poder haberte traído antes para enseñártelo con la calma que se merece. Ahora tenemos que ir con prisas y... Bueno, este momento no es precisamente como me lo había imaginado tantos años. Solo es eso.

―Habrá tiempo. ―Me encogí de hombros―. Como si fuera a perderme la oportunidad de preparar una cesta de picnic y venir aquí de nuevo contigo en cuanto las cosas se relajen un poco.

La programadora soltó una risilla tonta. Probablemente estaba evocando la misma imagen en su mente que yo, porque ya se la había descrito cientos de veces en nuestros chats, hasta el último detalle del mantel de cuadros y de la malvada ardilla que nos intentaría robar las nueces. ¿O quizá ahora sería un espíritu juguetón en lugar de un roedor de dibujo animado?

―Yo qué sé... Quería que te llevaras una primera impresión perfecta. ―Hizo que su cuerpo se encendiera un poco más. Me costó quitarle los ojos de encima―. En fin, al menos este pueblo tiene muchas cosas con las que te puedo dar una buena sorpresa todavía. Te lo prometí, ¿verdad?

―Te tomo la palabra, reina de los gatos.

Finalmente, llegamos a un claro en el que aún se dejaban caer los últimos rayos dorados del atardecer. En su centro, había una construcción que, si bien parecía de factura humana, llevaba ahí varios cientos de años. Su único cometido parecía ser extraer agua del subsuelo a un pequeño lago en la superficie a través de una cascada de aproximadamente un par de metros de alto. Unos coloridos y orondos pájaros se revolcaban para bañarse en la parte más alta mientras que otras criaturas del bosque saciaban su sed a nivel del suelo. Ninguna de ellas se alertó por nuestra presencia.

―Ahora es cuando me dices que me tengo que poner a meditar debajo. ―Señalé el torrente de agua.

―Hoy no.

―¿Hoy? ¿Quieres decir que...?

―He pasado no pocas horas bajo ese chorro, sí ―afirmó con un leve cabeceo. Yo no pude evitar soltar una risilla maliciosa al imaginármelo―. Lo sé, lo sé, suena a cliché. Sea como sea, no es eso a lo que hemos venido aquí hoy; tu misión en el claro hoy es encontrar a tu espíritu afín.

―Vas a tener que explicarme cómo. ―Parpadeé varias veces―. Estoy forzando la Vista desde que hemos llegado y no he visto ni uno por el camino.

―Los espíritus de este bosque no se dejan ver así como así. ―Alzó el dedo índice―. La mayoría llevan tanto tiempo en comunión con la naturaleza que se han vuelto parte de ella. Si tienes dudas sobre los detalles, será mejor que se las preguntes a la sacerdotisa. Para lo callada que suele mostrarse, es un tema del que le apasiona hablar. Pero, respondiendo a tu pregunta, la mejor forma de atraerlo es... pescando.

―Sabes que odio los minijuegos de pesca con toda mi alma, Verónica.

―Tranquilo. ―Me pasó la mano por el pelo. Sentir el calor de su energía hizo que mi corazón se acelerara―. Es fácil, solo tienes que dejar salir tu energía espiritual como cebo. Exactamente igual que cuando quieres facilitar a un glitch que se materialice en nuestro mundo. Si todo va bien, resonará con la energía de alguna de las criaturas que se esconden entre los árboles y haréis buenas migas.

―Vale, no suena demasiado horrible. ―Le guiñé el ojo―. ¿Algún consejo más, sensei?

―Me temo que no. Eso es todo lo que puedo decirte antes de marcharme, Eli. Pero no te preocupes, el resto se te irá haciendo obvio según vaya pasando.

―¿Obvio? Nada de esto parece serlo, ni de forma remota. ―Agaché la cabeza de con un falso dramatismo exagerado―. Pero confío en ti. Más que en nadie. Nos vemos en un rato, Vero.