―¿Cómo lo ves, Mako? ―Acaricié ligeramente la naricilla del glitch que reposaba en mi hombro―. ¿Crees que le gustará?
La respuesta del recién nacido fue un largo y enérgico chillido con el que estiró sus emplumadas orejas. Cuando cerró la boca, saltó con una torpe pirueta y recorrió con su orondo cuerpecillo blanco todo el circuito espiritual como si se tratara de una pista de Scalextric, vibrando por el camino. Por suerte, su imagen etérea era incapaz de salpicar el agua que debería estar desplazando.
―Vale, sí, quizá me he pasado. ―Me llevé la mano al colgante―. Estoy nerviosa. No sé de dónde he sacado la voluntad de hacer todo lo que he hecho hoy. Y lo que me queda luego. ¿Podemos echarle la culpa a Norma?
La criaturilla volvió a saltar hacia mí y se dejó caer en mi cabeza. Se trataba de una sensación a la que no me acababa de acostumbrar: aunque no pesara un solo gramo, estaba ahí y lo notaba. Eso sí, era increíble cómo un pequeñín de poco más de un palmo de alto podía ascender tanto de un bote.
Acto seguido, volvió a gruñir con impaciencia.
―Vale, va ―suspiré―. Volvamos con los demás.
El demonio intentó aletear para mantenerse en el aire junto a mí, pero las leyes de la aerodinámica hicieron que fracasara estrepitosamente. Algo frustrado porque las pequeñas alas de su cabeza no sirvieran para revolotear a mi lado, se limitó a dar botes a mi alrededor.
―Listo ―anuncié con una palmada al cruzar el umbral de la puerta―. Cuando quieras, Eli.
Era difícil racionalizar cómo la situación que había dejado antes de ir a preparar el ritual difería tanto de la que me había encontrado a la vuelta, pero así era. No esperaba la visita de Norma, pero verla retorcerse para superar la energía con la que su maestra la retenía era algo que había presenciado tantas veces a lo largo de mi vida que no me extrañó un ápice. En todo caso, tenía que felicitarla; cada vez que venía, lograba aguantar el pulso con su mentora un poco más.
Eso sí, ver a un muchacho albino literalmente colgándose del cuello de Elías en un abrazo que transgredía la barrera de la camaradería incendió mi pecho con furia. ¿Por qué en ese momento? Inspiré con calma para relajarme. Me sabía las técnicas. Solo tenía que aplicarlas. Si había un lugar en el que pudiera perder el control de mis poderes, no era frente a la sacerdotisa. Pero una cosa era que mi espíritu no fuera a explotar y otra muy distinta que mi hermana no se mereciera un poco de venganza.
―Ah. ―Torcí un poco el gesto―. ¿Ya se ha enterado la maestra de que has devorado otro glitch más? Te dije que no le iba a hacer ninguna gracia, Norma.
Por lo rápido que ese pulso espiritual se convirtió en una derrota aplastante para la aspirante, asumí que mi comentario era la primera noticia que tenía al respecto. Ignorando el resto de la situación, la experta trazó su aura dorada en el aire y escudriñó a mi hermana mayor con sus púas.
―Chivata ―replicó en un gruñido entre sus chillidos de dolor―. ¡Era importante para la misión, maestra! ¡No tenía tiempo de tanta burocracia! ¡Te lo prometo!
El escándalo hizo que los dos novatos repararan en mi presencia. Aunque Elías tardase un poco más en reaccionar, su compañero salió corriendo de un salto y eliminó la distancia que nos separaba de un plumazo. Mi amigo solo se encogió levemente de hombros y me dedicó una sonrisa tímida, como sin saber dónde esconderse él tampoco.
―¡Ay, Vero! ―Ondeó las manos con mucha energía―. ¡Eli me ha hablado muchísimo de ti! ¡Qué ganas tenía de conocerte! Bueno, formalmente, quiero decir. Ya nos cruzamos hace unas semanas en tu portal, claro. ¡Jo! ¡Cómo mola esa ropa que llevas! ¡Pareces toda una miko! Uy, dónde me dejo mis modales. ―Agachó toda la espalda de forma exagerada―. Soy Zack... Bueno, eso ya lo sabes. Supongo. ¡Encantado!
El chico abrió los brazos con la esperanza de que me presentara con un abrazo, pero mi cuerpo solo supo responder con un gesto que resultaba frío hasta para mi impostada personalidad de chica oscura. En su lugar, intenté respirar para controlar esos estúpidos celos. Tuve que espirar un par de veces en silencio para extinguir el fuego de mi pecho y poder echarle un nuevo vistazo al muchacho. Demonios, Eli no mentía cuando decía que era bastante mono. Y su sonrisa, genuina, me hacía sentirme culpable por tratarle así. Pero no lo suficiente como para dejar de hacerlo.
Gestionar tus sentimientos en una situación así no era fácil, hubiera o no espíritus de por medio.
―Zacarías ha accedido a nuestra invitación para investigar el fragmento de Algodaoth que reside en su cuerpo ―nos recordó la sacerdotisa―. Debemos agradecerle su colaboración en este asunto. Así que, por favor, trátale como a un invitado de honor, Verónica.
―Por favor, llámame Zack ―dijo con esa maldita sonrisa magnética―. Zacarías era mi abuelo.
―De acuerdo, Zack entonces. ―Ver a la protectora del santuario ceder tan rápido con algo así era, como poco, sorprendente―. Muchas gracias por tu cooperación, de nuevo.
El aludido replicó con una reverencia teatral. Sin duda, parecía divertirse con la situación mucho más que nadie.
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―Vale, hagamos las cosas por orden ―intervino Norma, aún quejumbrosa por la paliza espiritual que había recibido―. Primero toca acabar con el ritual de Elías y luego empezaremos con las pruebas de nuestro invitado, ¿no, maestra?
―Así es ―asintió con un ligero vaivén―. No estoy muy segura de cuánto nos tomará el análisis espiritual de nuestro invitado, así que actuemos con presteza. ¿Estás listo, Elías?
El aludido tardó unos instantes en reaccionar. Cuando lo hizo, fue echando un vistazo al espíritu que le acompañaba. Acarició su cabeza. Le dedicó un gesto tierno. Susurró al lugar donde imaginaba que tendría los oídos. Después, me miró con un mohín que resultaba nuevo adornando su rostro. Nuevo, pero claro como el agua: seguía apenado por la idea de devorar al demonio, por mucho que se hubiera ofrecido a ello.
Acto seguido, dio un par de pasos hacia nosotros. Lo que más me sorprendió fue que, para lo indeciso que solía ser con estas cosas, su lenguaje corporal parecía lleno de determinación.
―No me voy a achantar ahora. ―Me dedicó una de esas miradas que parecían hechas solo para mí―. Te lo prometí, Vero. Si tengo que hacer esto para poder luchar a tu lado, que así sea.
Es posible que el tono de sus palabras tuviera la culpa de ese latido que se saltó mi corazón. O quizá fuera porque mi mente había alcanzado un nivel de saturación que me impedía procesar correctamente los pocos pensamientos que le llegaban. El caso es que cuando me llevé la mano a la cara, estaba ardiendo... y que no me importó que los demás se fueran a dar cuenta.
―Vale, vamos. ―La maestra chasqueó los dedos con fuerza y nos dio la espalda sin más explicación―. Tú también me acompañas, Guarnido. Aún tengo una bronca que echarte. O tres. Además, las energías del ambiente me dicen que el que no estés presente es, sin duda alguna, el mejor curso de acción.
―¡Pero yo quiero quedarme aquí! ―Por mucho que se opusiera a la fuerza de la sacerdotisa, la pelirroja acabó siendo arrastrada―. ¡No puedes hacerme esto!
Siempre era hilarante ver cómo un referente de madurez como Norma era reducida al nivel de una niña llorica cuando la sacerdotisa ponía un poco de su parte.
―Oh, vaya que si puedo. ¿Y tú también quieres venir con nosotros, pequeñín? ―Mako se había subido a su hombro y se restregaba contra su mejilla―. ¿Estás seguro? Quizá lo que veas pueda asustar a un chiquitín como tú...
El demonio no necesitó un solo gesto para hacerse entender. Yo lo intuí por haber pasado tanto tiempo con sus diversas versiones, pero la maestra solo tenía que leer su energía como si de un libro abierto se tratara.
―Vale, vale... Fallo mío ―suspiró la protectora del santuario―. Es que te veo así de lindo, redondito y achuchable y... Eres el espíritu más confuso que he conocido en mi vida, ¿lo sabes?
La bolita emplumada chilló con orgullo.
***
***
―Bueno ―dijo Zack tras un par de minutos de quietud incómoda―. Este silencio me está matando. ¿Te apetece hablar de algo? ¡Ya sé! ¡Dime cosas sobre ti! Que he oído cosas muy chulas, pero me encantaría que fueras tú quien me las contara.
―Eli... ―El nudo de mi garganta me impedía hablar. Tanto, que lo acabé musitando―. ¿Te ha... hablado mucho sobre mí?
―¡Y tanto! ―Sonrió de oreja a oreja―. Tienes que ser muy, pero que muy importante para él. Sé que habéis pasado un bache, pero desconozco los detalles. Mira que lo he intentado, pero el tío no suelta prenda. ¡Ni Norma tampoco! ¡Jo! ¡Bueno, sea como sea, estoy aquí para ayudar!
Deseé espetarle un «lo último que haces es ayudar», pero el muchacho parecía tan sincero que no acabó de salirme. En su lugar, solo me apeteció esconder la cabeza entre mi ropa. Ropa que, por desgracia, no se prestaba a ello tan bien como mi indumentaria habitual, así que tuve que improvisar y hacerme un ovillo, esperando que las anchas mangas de mi traje pudieran ocultarme.
―¿Sabes qué? ―Siguió hablando como si nada―. Olvídalo. No es el sitio por el que tenía que empezar esta conversación. Soy demasiado echado para delante y me acelero. Imagino que lo más adecuado sería empezar hablando sobre mí mismo. O podemos irnos a terreno más neutral, ¡hablemos de videojuegos!
No respondí. Tenía demasiadas líneas de pensamiento cruzando mi cabeza. Al fin y al cabo, no dejaba de verle como un rival romántico, por mucho potencial que pudiera tener como amigo. ¿Y si acababa perdiendo? Terminaría formando parte de mi vida lo quisiera o no. Una parte de mí deseaba que no fuera tan majo. Sería mucho más fácil que tuviera motivos reales para mi hostilidad más allá de un montón de celos.
Por mucho que Norma disfrutara siendo una agente del caos, había traído al chico aquí por un buen motivo, ¿no? Sí, era una pieza clave si queríamos rescatar a Jaime, salvar el mundo y todo eso que se suponía que era mi misión. Tragué saliva. Sí, si no intentaba hacer buenas migas con él por Eli, lo haría por mi tío. O porque era lo que se esperaba de mí como heroína.
Las heroínas de ficción no odian a sus aliados por simples celos, ¿verdad?
―Eres público del duro ―siguió a pesar de mi reticencia―. Hablarle a una bola de tela es menos divertido de lo que parece, pero supongo que seguiré intentándolo hasta que pueda sacar alguna reacción de ti.
¿Por qué si mi mente había dejado claro que aceptar a Zack en mi vida era lo que tenía que hacer, mi corazón me impedía hablar con él?
―Ahora lo entiendo ―dejé caer en un susurro, sin preocuparme demasiado que me escuchara―. Por qué el muy imbécil estaba tan risueño hablando contigo. Por qué no se achantó ante una cita, a pesar de todo lo que había en su cabeza en ese momento.
Era así de encantador. Tenía esa energía capaz de arrancarme una sonrisa cuando no quería dársela. Ese desparpajo, esa capacidad de dejar ver sus sentimientos con la mayor transparencia del mundo, mientras yo me obligaba a esconderlos bajo una capa de tinte de pelo y una actitud glacial. Mientras me sentía culpable con cada sonrisa, por cada gesto fuera del molde que había construido para el Héroe. Me ponía de los nervios.
No solo me hacía sentir inferior. Me hacía sentir que ya había perdido. Que una persona así era exactamente lo que alguien tan despistado como Eli necesitaba en su vida y que yo...
―¿Qué? ―Me puso la mano en la espalda―. No te entiendo si hablas tan flojito a través de la tela, que pareces Kenny de South Park. Tienes aquí un amigo. Anda, mírame a los ojos y dime lo que necesites. Que, también te digo, eres demasiado mona como para esconderte tanto.
Los ojos se me humedecieron, probablemente de rabia. Estaba siendo demasiado amable conmigo. Incapaz de controlarme, me eché para atrás de un aspaviento y seguí su recomendación de mirarle cara a cara. Solo había una cosa que, por mucho que mi cabeza dijera que era estúpida, mi pecho quería decirle. Lo único que podía hacerme sentir mejor en ese momento, de hecho.
―Zack Hernández ―mi voz se caldeó más de lo que cabría esperar―. Según las reglas del santuario, te reto a un duelo espiritual.
―No sé de qué me hablas ―volvió a dibujar en sus labios esa mueca feliz y despreocupada que tanto estaba agitando las aguas de mi ser―, ¡pero suena divertido! Venga, va, ¡hagamos algo juntos!