Novels2Search
Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 30, por Verónica Garza (parte 3)

Capítulo 30, por Verónica Garza (parte 3)

El monstruo respondía a la descripción que me había dado Norma: titánico, recubierto de una superficie metálica que reflejaba en los colores del arcoíris la poca luz que recibía, formado por cubos irregulares y con un solo ojo que no parecía dejar de vigilarnos. O lo habría hecho en otro tiempo, ya que en nuestro encuentro era patente que a la criatura le faltaban bastantes de sus trozos, que probablemente había desplazado a otras partes de su ser para recomponer el brazo que había perdido en el combate de 1998 o que, simplemente, yacían alojados en las almas de sus víctimas.

Algunos de los fragmentos que su cuerpo mantenía habían perdido su lustre. Zack parecía especialmente orgulloso de eso, apuntándose a su cansada sonrisa con los pulgares. A pesar de lo mucho que imponía, esa versión de Algodaoth parecía débil, constreñida y un objetivo de exorcismo tan fácil que resultaba incluso decepcionante, por mucho que supiera que no podía confiarme en las apariencias.

―Tú otra vez ―se dirigió directamente a Norma―. Los humanos sois ciertamente tozudos.

―Tú lo has dicho. ―Adoptó una postura de combate―. Pero no tengo ganas de ponerme al día, ya he escuchado a tus lacayos decir demasiadas tonterías. Vamos a por la segunda ronda.

Soltó una breve risotada e hizo que su ojo acusador lanzara un rayo láser, directo a mi mentora. Me interpuse para pararlo con mi nuevo escudo, aunque no pude evitar la ocasión para presumir de él frente a mi hermana. Cuando los restos del ataque se disiparon, lo puse a su servicio, a modo de trampolín. No hicieron falta palabras para que comprendiera la táctica y que, en pocos segundos, ya estuviera surcando el aire, lista para propinarle un puñetazo que desperdigó muchos de sus fragmentos por el suelo.

―Te recordaba más amenazante ―vaciló Norma mientras invocaba un puñado de esas llamaradas explosivas―. Qué daño hace la vejez.

Por mucho que presumiera de fuerza, estaba claro que Norma tampoco estaba en la mejor de sus formas. El combate contra Seven no debió haber sido trivial, pero quería concederle esa victoria a toda costa. Sabía que la necesitaba.

Lancé una mirada breve a Mako, que voló por el lugar para carbonizarlos con sus rayos antes de que volvieran a unirse al núcleo. Elías, por su parte, intentó llamar de nuevo a Nixie. Por desgracia, la criatura no se había recuperado del combate anterior. Sin dejarse amedrentar por eso, decidió salir a la gresca a cuerpo descubierto, haciendo lo que podía por sanar las heridas espirituales de Zack con una de sus manos mientras nos potenciaba con la energía que le sobrara. No obstante, eso era algo que sonaba mucho más sencillo en un plano teórico, ya que exigía muchas más fuerzas de las que le restaban. Hacer explotar esas luces y liberar a nuestro amigo había sido agotador para todos.

Volé hacia Norma y me puse espalda contra espalda con ella. Aunque la diferencia de altura fuera notoria, el poder levitar lo compensaba.

―¡Necios! ―bramó el demonio―. Aunque paréis este plan, no es la última carta del Señor de los Cernícalos. Mi vida podrá acabar, pero solo retrasaréis lo inevitable.

―Me vale con eso ―contestó Norma con convicción―. Si hace cinco años la única forma de pararte los pies fue con un sacrificio y ahora somos capaces de frenarte con poco más que nuestros puños y espadas... ¿quién sabe dónde nos pondrá ese tiempo extra?

No respondió. En su lugar, dio un par de pasos hacia delante, haciendo que todo retumbara. Los temblores desprendieron un montón de los cubos de su cuerpo, que empleó como arma arrojadiza. Aunque, a estas alturas, dominarnos con su habilidad de titiritero fuese una empresa complicada, la lluvia de metralla de pirita cargada con su propio poder no distaba mucho de una candente lluvia meteórica que hizo explotar todas las trampas que había desplegado mi mentora. Mi reacción más inmediata fue parapetar a mi mentora con mis poderes, insegura de que mi potenciada energía fuera suficiente para resistir el ataque.

La lluvia no se saldó sin daños. Aunque mi guarda fuera capaz de resistir las distintas oleadas, las explosiones habían empezado a hacer mellas en nuestras auras. Mako, por su parte, tuvo que encajar unos cuantos golpes si quería evitar que las piezas regresaran íntegras a su dueño. Elías no tenía lugar donde guarecerse y confió en sus propias habilidades para conjurar un escudo que los protegiera a él y al cansado domador. Afortunadamente, distaba tanto del epicentro de la técnica que su protección improvisada fue suficiente, aunque acabó drenando los últimos restos de su fuerza.

A pesar del cansancio que acumulaba tras una incursión así, no podía bajar la guardia. Las fuerzas del Gólem estarían mermadas, pero seguían sintiéndose como un muro infranqueable. Una bestia sin domar ante la que la única opción era perseverar. Sacar fuerzas de donde no las había. Alzarme en el aire, espada en mano y bloquear el torpe, pero contundente puñetazo que intentaría propinarme. Concentrar mis fuerzas para que mi inercia superara a la suya en el aire y cortara parte de su brazo. Aunque el Héroe me había dado una fuerza difícil de igualar, no era infalible. Especialmente si mi falta de dominio sobre ella era tan limitante.

This text was taken from Royal Road. Help the author by reading the original version there.

Podía suplirlo con mi voluntad. Teníamos que hacerlo.

A pesar de que era casi incapaz de mantenerse en pie, Elías sacó del fondo de su espíritu algo de impulso como para invocar a algunas de sus criaturas. Débiles, y poco entrenadas, pero una prueba irrefutable de que estaba dispuesto a poner toda la carne en el asador. Yo no podía ser menos. Norma tampoco.

―Hay que acabar con él ―sentencié―. Aquí y ahora. Cueste lo que cueste.

―Por Jaime ―respondió Norma―. Es lo menos que podemos hacer por él. Lo menos. Lo más será traerle de vuelta cuando todo esto acabe, claro.

Ascendí varios metros hacia el cielo de esta dimensión de bolsillo, lanzando una mirada de superioridad al esqueleto de pirita al que cada vez le faltaban más piezas. Los diminutos ataques de las criaturas de Elías rebotaban sin hacer un rasguño en él, aunque servían para agitar el aura demónica de un Gólem que cada vez era más inestable. Norma había desplegado su brazo espectral y una ráfaga de energía recorría sus maltrechas piernas, lista para saltar.

Acrecenté el tamaño de mi espada, volcando toda la energía que me restaba en ella. No era una de esas hojas cómicamente largas que triplicaban el tamaño de su portador. Solo había crecido unos cuantos centímetros en su largo y unos pocos más de ancho. En realidad, lo que había aumentado era el espíritu que acarreaba en cada uno de sus vaivenes. Más sólido, más afilado, capaz de sesgar a su rival con la precisión de una punta de diamante. Satisfecha por su aspecto, vi cómo el aguamarina de mis ojos se reflejaba en la pulida hoja y me decidí a dar el golpe. Un tajo en zigzag preciso que cruzaría su pecho, dejando entrever el hasta entonces demasiado fortificado núcleo de pirita.

Cuando el monstruo se hubo partido en dos, me dejé caer al suelo, apagando el brillo que no había dejado de iluminarme en la última hora y suspiré el nombre de Norma, que se había ganado la oportunidad de hacer añicos el corazón del enemigo en su propio puño.

―Hemos... ganado ―jadeé, viendo que el resto del Gólem se desmoronaba―. Algodaoth ha muerto.

La prisión empezó a sacudirse antes de que pudiéramos celebrar la victoria. Las líneas glaucas del vacío negro empezaron a vibrar, y la grieta por la que habíamos entrado, a sacudirse. O bien ese espacio no tenía sentido sin su recluso o el resto de la guardia estaba haciendo algo por castigarnos. Fuera como fuese, teníamos que huir.

Sentí cómo mi mentora me cogía en brazos y ponía todo su esfuerzo en escapar del lugar. Elías no me soltó la mano, aunque también llevara a Zack de bulto en la espalda. Sin ser capaz siquiera de abrir los ojos, sentí cómo mi cuerpo se arrastraba a través de la luz.

―Vale, hagamos recuento. ―Norma dio una palmada enérgica. Parecía animada, a pesar de estar al borde del desmayo tras combatir contra Seven y destruir a uno de los demonios más poderosos. No podía hacer otra cosa que no fuera admirarla―. Vero, ¿estás bien? Has ido demasiado al límite con eso. No deberías hacer algo así con poderes que no eres capaz de controlar.

―Confiaba en ti ―repliqué, aunque mi respiración seguía entrecortada―. Al fin y al cabo, eres mi escudera.

La aludida sonrió con ternura.

―¿Elías? ―continuó.

―Vivo, de alguna forma. ―Dejó a Zack con cuidado sobre el suelo y le apartó un mechón de pelo de la cara con cariño―. Aunque...

El albino no respondió. Respiraba. Su corazón latía. Nos aseguramos varias veces. Aun así, le costaba volver con nosotros. Elías le incorporó un poco e intentó descargar algo de su energía para estabilizar el aura del domador. Una vez. Otra. Y otra. Y otra más, sin resultado.

No me atreví a decirle que era incapaz de sentir energía espiritual emanando de él. Tenía que ser un error. Que el combate me había consumido tanto que no podía verla. Pero no, ahí estaba esa corriente glauca intentando llegar a alguna parte. Ahí estaba lo poco que restaban de las fuerzas de Norma. Ahí brillaba Mako, en su glorioso dorado. No entendía qué pasaba con Zack.

O no lo entendí hasta que abrió de nuevo los ojos. Una mirada vacía, carente de ese brillo multicolor que tanto lo hacía destacar. Sus iris ahora solo mostraban un pálido gris que no parecía anhelar su identidad. Desilusionado. Débil. Triste.

Algodaoth había muerto, y con él, el trozo que guardaba su alma. La pieza que le cambió la vida. Una parte importante de su ser.

―¿Zack? ―Elías lo abrazó con fuerza, ignorante de las conclusiones a las que había llegado ―. Joder, qué susto me has dado, tío.

No respondió. Al menos, no con palabras. Solo lo hizo con un reguero de lágrimas que humedecieron el hombro de un periodista tan denso como para darse cuenta de cuál era el problema al que se enfrentaba.

―¿Zack? ―le apretó de nuevo entre sus brazos, buscando sentir la respiración de su pecho―. Dime algo, joder. ¡Zack! ¡Hemos ganado! ¡Tienes que gritar de alegría! ¡No quedarte helado en el sitio! Te hemos rescatado. Estamos contigo. Por favor... dime algo.

Me arrodillé junto a los dos, sin saber qué decir. En su lugar, recorrí uno de los mechones de su pelo, enjugué sus lágrimas como buenamente pude y me quedé en silencio, pensando que un «todo irá bien» no era más que una promesa tan vacía como esos ojos desprovistos de su color.