Había vuelto a pasar. Y, por primera vez en mucho tiempo, había sido íntegramente culpa mía. Se suele decir que dejar salir todos los sentimientos de una vez es terapéutico, pero seguro que quien lo afirma no tiene un demonio conviviendo en su cuerpo preparado para tomar el control en un momento de debilidad.
Menos mal que Héroe hacía honor a su nombre.
Fuera como fuere, la fatiga de la experiencia hacía que mis párpados me pesaran demasiado y la vergüenza que sentía por la conversación que me llevó al descontrol no ayudaba a darme fuerzas para alzarlos de nuevo. Al fin y al cabo, abrir los ojos supondría volver a una incómoda realidad en la que seguramente se me exigieran más explicaciones de las que estaba dispuesta a dar. Y, por primera vez en mucho tiempo, me sentía demasiado cómoda en mi vacío mental como para eso.
Cuando empecé a ser consciente de mí misma, sentí dos cosas. Primero, cómo me mecía en el aire. Por la vivacidad con la que me movía, casi dando saltos, di por hecho que la espalda sobre la que estaba apoyada no era la de Elías. No, él estaría echando los pulmones por la boca si me tuviese que llevar tanto tiempo por un bosque tan desigual, no dando botes con energía. Sin embargo, lo percibía. Sentía su energía, reconfortante, fluir a través de mí. Desde la punta de mis dedos hasta mi cabeza, hasta mi corazón, disipando las últimas sombras de la ansiedad que aún hacía mi respiración entrecortada. Diciéndome sin palabras que todo lo que habíamos hablado sería problema de otro día. Que ahora solo necesitábamos cuidarnos el uno al otro. De alguna forma, supe que había estado sosteniendo mi mano durante todo el camino, esforzándose al máximo por hacer que sus nuevos poderes me revigorizaran. No pude evitar encender una sonrisa de bobalicona que oculté con lo que debía ser el hombro de mi mentora.
―Vaya, ya estás despierta ―sin saber cómo se había dado cuenta de que ya había vuelto en mí, me acusó con un tono afilado―. Ea, hermanita, ya puedes andar por tu cuenta. Y no, no me vengas con milongas, ya sé cómo funciona.
―Cinco minutos más, mamá ―balbuceé. Por algún motivo, me apetecía decir tonterías―. Venga, cinco minutos más.
Elías soltó levemente mi mano, pero yo me aferré a ella con fuerza. No quería dejarlo ir. No en ese momento. Él se dio cuenta y me ayudó a bajar de mi hermana de transporte con mucho (pero insuficiente, visto lo visto) cuidado.
―¿Necesitas que... te siga curando? ―Miró con algo de vergüenza a su mano, que aún intentaba sostener la mía―. No sé cómo va esto, es mi primerito día.
―No lo necesito ―le miré directamente a los ojos, que parecieron perdonarme todas las palabras que teníamos pendientes por un rato más―, pero me encantaría.
Caminamos un par de minutos en silencio. A pesar de que mi cabeza aún le daba vueltas a todo lo que había sido capaz de decir en voz alta (y a las cosas que aún me callaba), disfruté hasta el último segundo del paseo a la luz de la luna. De cómo nuestras auras se comunicaban en secreto a un nivel que no podíamos entender de una forma racional, disfrutando la una de la otra en silencio. Sin embargo, Norma no parecía demasiado entretenida con la situación, así que recorrió todos sus estadios del aburrimiento. Tras pasar por el pateo de todas las piedras que nos cruzábamos por el camino, tocó el ponerse a cantar introducciones de anime. Primero la de Hunter x Hunter, luego la de Great Teacher Onizuka y... Bueno, con la de Digimon Adventure no pudimos evitar unirnos al karaoke. Maldita canción pegadiza.
―He tenido que sacar la artillería pesada para haceros reaccionar. ―Me dio un codazo, burlona―. ¿Qué? ¿Hay noticia? ¿En qué ha quedado la cosa, tortolitos? ¡Venga, un adelanto a tu hermanita!
Tardé aproximadamente siete femtoseguntos en fulminarla con la mirada. Aún tenía demasiadas cosas en la cabeza como para siquiera plantearme que esa pregunta tuviera algún tipo de respuesta.
―Vale, vale, ya me callo. ―Volvió a la fase de dar patadas a los cantos que se encontraba por el camino, esta vez con coros en vivo tras cada golpe―. Al menos, supongo que querrás saber lo que nos contó Héroe mientras no estabas. Bueno, será mejor que nos lo cuente Elías, que fue quien se enfrentó a él. Así, yo te ahorro los detalles más vergonzosos y él puede engalanarlo todo lo que quiera mientras le juzgo silenciosamente.
Aunque le costó arrancar, no escatimó en detalles sobre el encuentro. Incluso hizo su mejor esfuerzo por intentar replicar el tono reverberado de la voz del glitch y unos ademanes teatreros que recé porque fueran poco más que una licencia poética y no algo que mi cuerpo había hecho sin mi consentimiento.
―Y después, esta salió de detrás de los arbustos. Me prometió de verdad de la buena que solo nos encontró porque el Héroe y yo estábamos desgarrándonos los pulmones en nuestra acalorada discusión. ―Aunque su forma de decirlo me dio a entender que sospechaba que había escuchado también parte de nuestra conversación más personal―. Eso es todo. Aquí estamos. ¿Queda mucho para llegar a casa?
―Por la densidad de gatos por metro cuadrado, yo diría que no. ―Norma siseó a un par de mininos, pero la ignoraron vilmente―. Ya deberíamos estar a la entrada de la ciudad.
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―No deberían quedar más de diez minutos ―aseguré.
***
Hogar, dulce hogar. No había estado mucho más de un mes fuera, pero eso me había bastado para echar de menos la casa donde había pasado mi adolescencia. A pesar de mi deseo de volver a Gailadría lo antes posible, me había terminado encariñando con esa finca. Pensé en correr directamente a aporrear el timbre, pero había cosas que tenía que hacer antes. Primero, me aseguré de que mi padre seguía cuidando bien las plantas del jardín. No es que desconfiara de él (al fin y al cabo, casi toda la decoración era cosa suya), pero los geranios hiedra que había plantado estaban a punto de florecer antes de irme y quería que Eli los viera.
Después, me acerqué al comedero que dejábamos para el orondo gato pelirrojo que solía venir a cenar a nuestra casa (y a la de medio vecindario, no estaba tan regordete en vano), pero el que estuviera vacío era muestra más que de sobra de que habíamos llegado tarde. Al fin y al cabo, ya eran más de las diez y media de la noche.
―Te veo sorprendentemente relajada ―apreció mi amigo, con una de esas miradas suyas que te hacen derretirte por dentro―. ¿Es lo que tiene estar en casa sin las presiones de ser Dark Vero?
―Solo un poquito. ―Le propiné un codazo cariñoso―. No sé, por mucho que tenga ahora en la cabeza... Por mucho que tengamos que decidir qué significa todo esto... Me siento mejor contigo. Por poco Dark Vero que suene esto, me tranquiliza saber que puedo tenerte a mi lado cuando te necesito. Voy a engancharme a esos poderes tuyos, que lo sepas.
Llamé al timbre con mi patrón habitual, por si hubiera duda alguna de que fuera yo. Al otro lado de la puerta se escuchó con claridad un cuchicheo, pero me vi obligada a ignorarlo y a fingir sorpresa cuando un par de cañones de confeti nos explotaron en la cara y el clásico Cumpleaños Feliz de Parchís empezó a sonar a todo trapo.
Sí, ese disfrute irónico por ese tipo de temas musicales lo saqué de mi madre. Lo de buscar excusas para festejar después de tiempo, en cambio, era cien por cien de mi padre, pero no iba a negar que, en el fondo, agradecía la segunda oportunidad ante las velas.
―¡Ay, mi niña! ―Mi padre fue el primero en darme un abrazo―. ¿Qué tal estás? ¿Te están cuidando bien? ―Echó una mirada justo detrás de mí―. Bueno, para qué pregunto. No espero otra cosa de nuestro Eli. Ni del bueno de Ramonazo. Anda, ven aquí, que ahora al abrazarte me va a tocar mirar para arriba.
No parecía que hubieran pasado cinco años. Aunque no los hubiera visto desde que despidió al camión de la mudanza, Elías seguía siendo como de la familia. Pero sin el como. No pude evitar tomarme ese momento para disfrutar de la entrañable estampa. Tanto, que mi madre pudo apreciar un momento de distracción en mi generalmente alta guardia y aprovechó para coordinarse casi sin palabras con mi mentora para llevar a cabo la centenaria técnica del abrazo en pinza.
―Por cierto, Maite ―la periodista interrumpió el efusivo encuentro―. ¿Os importa si uso vuestro teléfono? Tengo un par de asuntos que tratar con tu hermano. Y la cobertura en el monte es... Bueno, no estoy para pensar muchos eufemismos.
―¡Claro! Cuando termines, déjame calentarle la oreja un poco, que hace demasiado que no se pasa por aquí. ―Flexionó el brazo―. Este Ramón...
―Por cierto, mira mi truco nuevo ―presumió mi padre haciendo levitar el gorro de cumpleaños que se había puesto en la cabeza―. Aún no me da para hacer malabares, pero oye, puede volar.
Le miré con orgullo y le di un segundo abrazo, esta vez todavía más fuerte. Tanto él como mi madre se vieron arrastrados al mundo espiritual después de que nos mudáramos a Atecina del Bosque. Tenían miedo de que uno de esos momentos en los que mi cuerpo era incapaz de hacer las paces con el glitch que llevaba dentro no les diese tiempo a pedir ayuda, así que rogaron a la sacerdotisa una instrucción básica.
Mi madre tuvo suerte. Despertar sus capacidades latentes solo le costó a la guardiana del templo una descarga tan nimia como certera en el centro de su pecho. Incluso podría haberlo hecho yo misma, si me lo hubiera propuesto. En menos de una semana ya había aprendido todo lo básico y podía manejar las técnicas elementales con cierta soltura, aunque no tuviese las capacidades sanadoras de Jaime o la sabiduría de la maestra.
En cambio, Julián Garza era una de esas personas nacidas sin potencial alguno. La sacerdotisa le envió de vuelta a casa, alegando que con una artista espiritual vigilándome y las esporádicas visitas de Norma y mis tíos tendría suficientes cuidados como para que mereciera la pena educar a un cuerpo desde cero. Pero si mi padre era algo, era obstinado. No aceptó un no por respuesta y, aunque le tomó meses de un entrenamiento que posteriormente no definiría con una palabra más bonita que «infierno», logró ponerse a la altura de las circunstancias. Incluso tuve el honor de preparar su ritual personalmente.
―Espera, eso no es de tu espíritu afín ―reparé tras más tiempo que el que me gustaría admitir―. Y la telequinesis es una de las formas más complicadas de usar tu propia energía. ¡Yo nunca lo he logrado!
―¡Hostias, Juli! ¡Qué crack! ―A Elías le costó unir todos los puntos, especialmente porque le faltaba información, pero le aplaudió igual―. ¡Vas a tener que enseñarme!
―No seré un luchador nato, pero este perro viejo es capaz de aprender trucos nuevos cuando se lo propone. ―Se llevó las manos al pecho con orgullo―. Y, bueno, no es precisamente un truco nuevo, pero seguro que estáis deseando hincarle el diente a lo que os he preparado de cena.
Así que ese era el aroma familiar que invadía la casa.
―¿Estoy oliendo tu famosa tortilla de patatas?
―Un puntito por debajo del cuajado, como a ti te gusta. ―Me revolvió el pelo con ímpetu―. Solo me falta meter el pan en el horno y...
Elías olfateó varias veces el aire, intentando buscar los matices. O quizá, solo siendo un payaso como de costumbre. Solo le faltaba erizar las orejas como a un perro para terminar de dibujar la caricatura completa.
Cómo quería a ese idiota.
―Vale, ya pensaba que me iba a ir sin probar tus berenjenas rellenas. ―Se frotó las manos―. Hace años que no las cato y te prometo que no quieres saber cómo acabaron mis intentos de prepararlas por mi cuenta.
―Algún día heredarás la receta, joven. ―Aunque eso implicara tener que ponerse de puntillas, me dio una palmada en la cabeza―. Pero aún te falta entrenamiento.