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Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 21, por Elías Delfín (parte 1)

Capítulo 21, por Elías Delfín (parte 1)

Cuando desperté, no se me habían ido del todo las náuseas que me había dejado ese «ritual». Lo que tuve que hacer a esa pequeña criatura era algo a lo que sin duda no estaba dispuesto a enfrentarme de nuevo. Por fortuna, delante de mí tenía a alguien que había pasado por eso siete veces jugando animadamente a la que probablemente fuera mi Game Boy Advance (mi mochila estaba abierta de par en par sobre el suelo) sin una sola preocupación, así que supuse que lo superaría en algún momento.

―Buenos días, Crono. ―A pesar de su tatareo, mi cabeza estaba demasiado nublada para tanta referencia―. Ya era hora de que te levantaras.

―¿Buenos días? ―Intenté despegar los párpados, aunque aún me pesaban―. No me digas que...

―¡Has estado durmiendo siete años, Elías! ―Llevó la mano a su pecho para acompañar su tono melodramático―. ¡El malvado Ganondorf ha conquistado este mundo y es en este templo donde se guarda el último retazo de luz capaz de despejar las tinieblas! Ah, y te has perdido tu cita.

Aunque sabía que estaba completamente de broma con lo primero, el corazón me dio un vuelco por la posibilidad de que lo último no fuera parte de la chanza. Al ver que mi reloj aún marcaba las ocho y media de la noche, respiré tranquilo.

―Solo has estado roque media hora ―me explicó, sin dejar de fijar su vista en la pantalla―. La sacerdotisa me pidió que te vigilara, por si acaso. Ahora está con Zack.

―Imbécil ―espeté, aún con pocas energías―. De todas formas, ¿cómo sabías lo de...?

―Una hermana mayor tiene medios de sobra para averiguarlo, deberías saberlo a estas alturas. ―Sonrió maliciosamente―. Anda, corre. Te está esperando fuera. Me debes una por no dejarle que te viera con esas pintas de zombi, por cierto.

Me costó ponerme en pie. Mi cuerpo aún no respondía tan bien como debería y sentía cómo mi aura se desbordaba por momentos, pero mantener el equilibrio seguía siendo un reto. Mi mentora supo dejar la consola de lado (maldiciones mediante) y asistirme un poco.

―Tienes los poderes de un glitch capaz de curarte, Elías. ―Pasó mi brazo por encima de su hombro y me asió con fuerza―. Quizá sea un buen momento para explicarte cómo usarlos.

―¿Me quitará las ganas de vomitar?

―Eso espero. ―Soltó una risotada y me alzó de un tirón para arriba, haciéndome sentir como un peso muerto―. A ver, no soy una experta... Pero deja escapar tu aura. Ya sabes, como siempre.

Fue fácil hacerlo. De hecho, lo complicado era contenerla en un único punto. La energía quería escapar y entre lo pálido que me había quedado y el tono de la película traslúcida que me recubría, estaba convencido de que debía parecer un hombrecillo radioactivo. Poco a poco, la esclusa que se había dibujado en mi mente se cerraba para dejar que solo lo necesario saliera.

―Es normal que estés así ―apreció, sin dejar de sujetarme―. No es por presumir, pero te he entrenado bien. Además, el espíritu que te has zampado era ciertamente vivaz, así que estarás sobrecargado. Vale, si mal no recuerdo lo que te tocaría hacer ahora es... concentrarte en el flujo. En cómo esa energía recorre tu piel. Tus poros, tus músculos, tus venas. Es tan tuya como la que habías logrado por tu propia cuenta. Solo tienes que sentir lo que puede hacer. Visualiza.

Los ojos saltones de la criatura me vinieron a la cabeza. Poco a poco, el resto del ser se terminó de materializar en mi imaginación. Danzaba alegre, sin culparme por lo que me había permitido hacerle. Se iluminaba en varios colores. Tardó unos instantes en notar que la observaba, pero cuando lo hizo, hizo que su brillo se tornara glauco y se acercó girando sobre sí misma.

―Solo tienes que pedirle que te preste su fuerza. ―Deslizó su mano por mi brazo hasta llegar a la mía―. No deja de ser tu espíritu afín. Si se lo pides amablemente, ella te enseñará.

Pronuncié las palabras en mi mente. Terminé con un «por favor». Tenía que ser educado con la criatura que había dado su vida por mí, al fin y al cabo. El pequeño espíritu, sin mediar palabra alguna (o su equivalente conversacional) me transmitió una calidez que no tardó en empezar a filtrarse por mis poros. En un abrir y cerrar de ojos, la fatiga había desaparecido y mi cuerpo se sintió liviano. La bola de remordimientos que sentía en el estómago no se aligeró un ápice, pero mi ánimo se había vuelto capaz de enfrentarse a ella con solo una pequeña descarga de mis nuevos poderes.

Agradecí la extraña lección a la criatura de mi mente. Fuera real o no, le dediqué una sonrisa de despedida.

―Exacto. Tenía que ser así. ―Norma se separó de mí y echó un vistazo al techo, con nostalgia―. Esa energía. Es como la de...

―Jaime, lo sé. ―Observé cómo mi aura se arremolinaba en los irregulares picos de su superficie―. Espero poder estar a su altura.

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Norma ocultó sus ojos tras su antebrazo. No quiso decir nada más en unos segundos, pero su sonrisa anclada en otros tiempos la delataba. Vaya que si la delataba.

―Perdona, un ataque tonto de nostalgia. ―Agitó la cabeza como un perro después de salir de un charco y volvió a su enérgico tono habitual―. Estoy orgullosa de ti, Elías. ¡Eh! ¡Y tú deberías estarlo!

―Gracias. ―Me rasqué la mejilla, sin saber muy bien qué decir―. Significa mucho viniendo de alguien a quien admiro tanto.

―Venga, suficiente momento emotivo por hoy, muchacho. ―Puso los brazos en jarras y sacó pecho―. Corre, que ya te han esperado mucho. Y... suerte, supongo.

―Diría que no la necesito para quedar bien, pero soy un desastre, así que lo agradezco. ―Alcé el pulgar izquierdo―. Lo haré lo mejor que pueda. Gracias, Norma.

Recuperé mi mochila (aunque la partida de Advance Wars de Norma estaba siendo demasiado interesante como para que me permitiera que la consola volviera conmigo), me puse el anorak, dejé caer una bufanda sobre mi hombro y salí por la puerta del dormitorio en menos tiempo del que le tomó a la periodista maldecir al ejército de Black Hole.

A veces, los videojuegos tienen unos pasillos excesivamente largos en los que no hay nada que hacer para que la consola vaya cargando el próximo escenario en lugar de mostrarte una pantalla de carga. Una efectiva triquiñuela que lograba aumentar la expectación en los momentos de más carga emocional, que te mantenía pulsando el stick hacia delante mientras esperabas que algo pasara.

En ese momento, no podía pensar en otra cosa; era un símil perfecto para definir esa sensación en la que sabía perfectamente qué me iba a encontrar, aunque el tiempo se dilatase de una forma estúpida.

―Bueno, ha acabado oficialmente el ritual ―anuncié al ver a mi amiga de la infancia―. ¿Y qué significa eso? Te dejo contármelo. Al fin y al cabo, la idea ha sido tuya.

Si había un motivo por el que me había acostumbrado a decir tantas payasadas a lo largo de mi vida, era por lo mucho que me gustaba hacer sonreír a la gente. Vale, tenía que admitir que en algún punto de mi adolescencia había perdido el control sobre esa habilidad tan mía, pero merecía la pena hacer felices a los que me rodeaban. Especialmente, a ella. Pasara lo que pasara. De niños. Después de separarnos. Tras haberme reencontrado con esa versión de ella tan sombría que seguía irradiando luz solo para mí. Así que, por muy guapa que se hubiera puesto para la ocasión (y, definitivamente, lo había hecho), solo podía fijarme en la curva de sus rojos labios, que no acabaron de alzarse del todo ante mi tono juguetón.

Me abrazó en un silencio helado que me vi obligado a respetar. No porque no tuviera qué decir, sino porque la notaba temblar y algo en el fondo de mi cabeza me decía que lo que necesitaba era que recorriera su pelo en lugar de mediar más palabras.

A veces, hasta sabía atinar con esas cosas, y todo.

No estaba seguro de si se trataba de las energías que aún me envolvían o si el estar ahí con ella era suficiente como para calmar sus miedos, pero poco a poco dejó de agitarse. Cuando se tranquilizó, ninguno de los dos dijo nada. Yo me limité a disfrutar del momento y, por la forma de agarrarse a mí, diría que ella compartía esa necesidad.

―¿Qué tal ha ido? ―No me soltó, pero sí que inclinó un poco la cabeza para mirarme a los ojos―. El ritual, quiero decir. La sacerdotisa me ha dicho que tuvo éxito, pero que...

―No sé cuánto te habrá contado, pero cuantos menos detalles me hagas recordar, mejor. Cero de diez, no lo recomiendo. Eso sí, ¿la purificación? Una maravilla. No sabía que tuvieras tanto talento para preparar cosas así. Bueno, ¿y tú qué tal en mi ausencia?

No respondió. En su lugar, tomó algo de distancia y metió la barbilla en el cuello de su rasgado jersey negro. O en el de la camisa blanca que llevaba por debajo, era difícil saberlo. El caso es que volvía a esconderse con timidez y juguetear con las cadenas que colgaban de su oreja. Balbuceó un poco, pero no fue capaz de construir ninguna afirmación que tuviera un ápice de sentido. Al menos, a mí no me lo pareció.

Vero estaba más rara de lo normal. Podría achacarlo a la susodicha cita, pero solo unas horas antes estaba sonriéndome y buscando mis reacciones más vergonzosas al respecto. No, no era eso. Intenté hallar una pista en sus ojos, pero me rehuyeron mientras su mente seguía en bucle tras mi última pregunta. Decidí en su lugar preguntar a mi instinto, que me decía a gritos que ahora sí que era el momento de aligerar el ambiente con una de mis tonterías.

―Es una pena que no te haya podido ver más con las ropas ceremoniales, eso sí. ―Chasqueé la lengua―. Supongo que no se puede tener todo en esta vida.

―Quizá... más adelante. ―Sus ojos vagaron nerviosos por la habitación―. He de admitir que me dio corte. Norma insistió y... bueno, verte la cara cuando salí de las sombras vestida así mereció completamente la pena... Pero... Dios mío, ¿cómo he sido capaz de hacer eso?

Ahí estaba. Una sonrisa que, aunque tímida, iluminaba mi corazón con los cien mil voltios del proverbial rayo. Capaz de borrar de un plumazo el peso emocional que había dejado atrás el ritual. Tanto, que tardé en darme cuenta de lo fácil que lo hacía. De hecho, casi diría que mis orejas, de un tono rojo delator, se dieron cuenta antes que mi cerebro.

―En fin, ¿cuál es el plan?

La muchacha dio un paso adelante. Uno que quizá debiera ser de decisión, pero que no acabó de parecerlo del todo. Al darse cuenta de que no había proyectado la fuerza necesaria en sus gestos, giró la cabeza hacia el lado.

―Va a ser la cita más aburrida de la historia: daremos un paseo hasta casa y luego cenaremos con mis padres. Me han escrito para decirme que han preparado «algo». ―Exageró las comillas en el aire―. Ya sabes... para unos días que paso de nuevo con ellos, tampoco les voy a dar plantón.

―¿Fiesta sorpresa? ―Solté una carcajada―. Bueno, subo la apuesta: tu padre se ha ido de la lengua. Es algo que haría.

―Eso es ―bufó con desgana―. Si quieres dejarlo para otro día, lo entenderé. También tienes que estar cansado, y...

―Eh, eso de presentarme a tus padres en la primera cita es bastante atrevido. ―Le di un codazo cariñoso con el que le arranqué un quejido tonto y una risotada que lo pareció aún más―. Además, me dijiste que este pueblo es muy bonito. ¡Y lleno de gatos! No lo dejaría para otro día, no. Necesito esta excusa para que hablemos de una vez por todas.

La muchacha suspiró e hizo recorrer sus dedos por las cuatro piedras del colgante que le había regalado, reflexiva. El instante que tardó en reaccionar no fue muy largo, pero se me hizo eterno.

―Adelante. ―Lanzó su puño hacia el frente, esta vez con una convicción que parecía real―. ¡Tengamos esa cita!