La entrevista se hizo de rogar hasta el fin de semana. El trato era sencillo: nos daría la información y nosotros invitaríamos a Usagi y a su familia a almorzar en el Velocidad Pizzónica, uno de esos restaurantes llenos de consolas y máquinas recreativas tan popular entre los chavales que había abierto el año anterior. También decidimos regalarles algo de merchandising de la revista y unos cuantos juegos que teníamos tirados en el cajón de copias de prensa sin reclamar.
En la puerta nos esperaba un señor que, a pesar de mostrar la edad en las manchas de su piel y en las arrugas de su rostro, hacía gala de una energía encomiable. Lo acompañaban dos adolescentes que, si bien compartían un gran parecido físico, eran capaces de distinguirse de un simple vistazo solo con su actitud y lenguaje corporal. Por un lado, una tímida cabecilla se escondía con vergüenza tras el anciano, mientras que su hermana correteaba por el escaparate cotilleando todos los juegos que ofrecían ese mes.
―Zacarías Hernández, ¿verdad? ―Mi compañera le extendió la mano―. Soy Norma Guarnido, de la revista SiliMAX. De nuevo, muchas gracias por darnos su consentimiento para esta entrevista. Debería estar orgulloso, tiene delante a una personita capaz de encontrar un secreto que ni los jugones más empedernidos han logrado.
―¿Ves, abu? ―dijo la tímida figura, tirando de la manga de su camisa―. Las maquinitas no nos van a dejar tarumbas, nos han hecho ganar una pizza.
Me incliné para ponerme a su altura, aunque no fue muy fácil hacerme una idea de sus facciones. Escondía media cara entre los mechones de su melena oscura y la otra mitad bajo el cuello de su jersey. Cuando me acerqué más, se tapó lo poco que se podía ver de su rostro enrojecido.
―Prin... princesa Aran ―se giró hacia ella.
―Puedes llamarme Norma. Y mi compañero es Jaime. Tú debes de ser Usagi. ―Le tendió la mano, pero no la aceptó por vergüenza.
―¿Usagi? ―El abuelo soltó una carcajada―. No sé lo que significa, pero es un nombre bonito.
―¡E-es mi mote de internet! ―se revolvió cual gelatina―. Además, ya sabes que...
―Sí, sí ―con una sorprendente facilidad, alzó su cuerpo al aire y lo cogió en brazos. Aunque no fuera muy grande para su edad, estaba convencido de que yo no podría replicar la proeza―. ¿Qué se dice?
―U-un placer. ―Le tomó por fin la mano, pero con poca firmeza. Lo poco que dejaba ver de sus mejillas se iluminó.
―¡Vamos, vamos! ―interrumpió la vivaracha adolescente, señalando al interior del local―. ¡Si hace falta, yo os lo cuento todo! ¡Pero no os quedéis en la puerta!
―Perdonadla ―dijo el anciano―. Es un verdadero huracán cuando se lo propone. Venga, nena, ¿te apetece que juguemos al baloncesto mientras estos señores hacen su trabajo, Marina?
―¡Vale! ¡Pero primero la pizza!
Usagi, a pesar de lo mucho que le costaban cosas tan simples como establecer contacto visual, se empeñó (entre un montón de balbuceos, eso sí) en sentarse en una mesa apartada con nosotros. Su abuelo y su hermana se colocaron relativamente cerca, lo suficiente como para poder echar un vistazo si lo necesitaban, pero dejando un espacio a la intimidad de la entrevista.
―Vale, ¿te importa si uso esta grabadora? ―Realicé un gesto despreocupado, para que nos sintiera cercanos―. Así podemos comer tranquilamente sin manchar nuestras notas y nos será más fácil charlar de forma distendida. Como si estuvieras con unos amigos, ¿vale?
―B-bueno, vale. ―Se deslizó por la silla y empezó a murmurar―. Va. No suena mal. Eso... He venido a hablar de videojuegos con la Princesa Aran. Es mi gente... Es mi mundo... Debería...
Consideré usar mis poderes para calmar sus nervios, pero dadas las circunstancias podía no ser la mejor de las ideas. En su lugar, decidí usar mis propios encantos, dibujar una sonrisa enorme en mi rostro y formular la primera pregunta.
―Norma me ha dicho que eres muy fan de Compact Creatures. ¿Cuál es tu monstruo favorito?
Quizá aligerar el ambiente fuera uno de mis talentos, pero qué mal se me daba improvisar en momentos así. Seguro que a Norma se le habrían ocurrido veinte cuestiones mejores para abordar la conversación. Por fortuna, pareció funcionar.
―E-el verbatorrinco marino. ―Alzó por primera vez la barbilla y se apartó un mechón de pelo de sus ojos grises―. No hace gran cosa, pero es muy mono.
Cómo una barra de pan de molde azul con pico, cola y estrabismo podía parecerle adorable a alguien era algo que en lo que no iba a ahondar, pero al menos las respuestas empezaban a fluir.
―Cuéntame, Usagi. ―Fue Norma quien siguió el cuestionario, entre sorbos de refresco―. De los ciento veintiocho monstruos del juego, ¿cuántos has conseguido?
―Ci-ciento veintidós ―distrajo su vista con la pizza familiar que habían puesto en nuestra mesa―. Sí, ya he encontrado alguno de los códigos secretos por ahí, pero algunos se me resisten.
―Enhorabuena, has superado a Kat, nuestra experta local. ¡Ella solo tiene unos ciento quince ahora mismo! ¡Y eso que tiene información privilegiada!
―¡Norma, no puedes hablar de eso! ―solté una carcajada tonta.
―Sabemos que hay algunos monstruos que incluso FILE está manteniendo en secreto, pero existe uno muy especial. Uno que, por mucha información que hayamos buscado en la red, solo nos lleva a un único mensaje tuyo.
―Sí... Algodaoth. ―Exhaló un largo suspiro, de esos que se eternizan y que te hacen sorprenderte de cuánto aire puede almacenar en sus pulmones un ser humano―. Lo he podido ver, pero aún no he logrado capturarlo. Es la última criatura elusiva que me falta.
―Solo conocer ese nombre tiene un montón de mérito, Usagi. ―Guau, Norma parecía hecha para el periodismo. Menudo carisma destilaba―. Al menos, antes de que hablemos de él en nuestro próximo número. ¡Y será todo gracias a ti!
―No sé. ―Cortó un trozo de pizza con su cuchillo, con la mirada distraída―. Quizá solo haya sido suerte.
―¿Suerte? ¿A qué te refieres?
―Mi hermana, Marina. ―Apuntó con su índice a la muchacha que estaba devorando una cuatro quesos junto a su abuelo―. Ganó un concurso en el que los premiados recibirían una copia adelantada de un disco de música que sale este mes.
―¿Así que el monstruo no había aparecido porque el disco del que sale aún no estaba a la venta? ―Norma dirigió su voz a la grabadora―. Qué curioso.
―Eso... no tiene sentido ―dije en voz baja a mi compañera―. La combinatoria debería haber dado el resultado antes. Tiene que haber algo raro en...
―Mirad. ―Sacó una caja de CD de su zurrón. Su portada era de color morado y en ella aparecían un par de hombres cruzando un paso de peatones―. Es este disco.
―¿Estopa? ―leyó la periodista en voz alta―. Nunca había oído hablar de ellos.
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―¿Debajo de qué piedra te has escondido, Norma? ―Jugueteé con el vaso de refresco. Era un momento perfecto para aligerar la conversación―. ¿Es que no pones la radio?
―Mi hermana se ha vuelto bastante fan. ―A pesar de la interrupción, continuó con timidez―. A mis abuelos les ha encantado, no tararean otra cosa por casa. Yo... bueno, no es lo que escucho habitualmente, pero tengo que reconocer que no está nada mal. Sea como sea, he hecho una copia. ―Nos entregó un disco con el título escrito a mano. Para «no ser lo suyo», hacía un buen esfuerzo a la hora de imitar la tipografía de la portada, eso sí―. Supuse que os interesaría.
Aunque seguía sorprendido por el absurdo giro de los acontecimientos, estaba contento de haber logrado por fin la clave que nos faltaba para resolver la leyenda urbana.
―Cuéntame, Usagi... ―seguí mientras leía la contraportada―. ¿Por qué no pudiste capturarlo?
―Supongo que lo habréis visto en los foros, pero no es demasiado raro recibir un error a la hora de leer un disco. He visto algunos que se quedan formando el huevo, otros que se cuelgan cuando te tienen que entregar el monstruo... Este, en concreto, para a la mitad. Se puede leer su nombre, se puede ver alguno de sus rasgos, pero...
Se me encendió la bombilla de repente: estábamos tan centrados en localizar la llave para alcanzar el Gólem que habíamos ignorado la posibilidad de que el glitch ya estuviera suelto. Al fin y al cabo, alguien había disparado ese error antes de que llegáramos nosotros. Tenía que averiguar si había sido el caso.
―¿Pasó algo extraño al intentarlo? ―interrumpí―. Quizá sea una pregunta rara, pero necesitamos saber si pasó algo raro en casa mientras tanto. Ya sabes, fallos en las luces, ruidos fuera de lo normal, el motor de la consola acelerándose... Cualquier cosa.
Se acarició la mejilla. Era fácil intuir la curiosidad en sus ojos. Se esforzó en paladear varias veces una posible respuesta, pero tardó unos instantes en llegar a formularla.
―No siempre ―sentenció, finalmente―. He probado media docena de veces. Ya sabéis, limpiando el disco, dándole con un bastoncillo a la lente, cosas así. Siempre el mismo error. Pero, ¿cosas así de raras? Solo en las dos ocasiones en las que mi hermana estaba mirando. Le encantan las historias de terror, así que no descarto que estuviera gastándome una broma.
Activé la Vista y escudriñé a Usagi de arriba abajo. No sentía energía espiritual, ya fuera potencial o en la superficie, pero sí que había algo inquietante en el ambiente que nos rodeaba. Giré la cabeza lentamente hacia sus familiares y... tal y como me había figurado, era su hermana quien dejaba escapar su aura sin control en cada uno de sus movimientos.
―Norma... ―Me acerqué a su oído para cuchichear, pero me frenó.
―No necesito siquiera mirar para saber en lo que estás pensando.
Si un par de adolescentes habían invocado accidentalmente a Algodaoth a nuestro mundo y estaban aquí para contarlo, eso solo podía significar dos cosas: que la criatura no era tan malévola como prometía el Héroe o que habíamos infraestimado su inteligencia y tenía sus propios motivos para estar suelto por nuestro mundo. Y algo me decía que no iba a ser lo primero.
Me acerqué al oído de mi compañera para susurrar a su oído. Usagi nos miró con esa expresión de frustración que le sale a uno cuando le ocultan cosas estando tú delante, pero no se atrevió a preguntar nada.
―Pero hay algo que no me cuadra. El mismo glitch... ¿dos veces?
―La grieta debería haberse cerrado la primera vez ―replicó―. No conozco ningún caso en el que...
No tenía ningún sentido. Como el de Vero, ese caso también estaba rompiendo todas las normas que habíamos considerado reales hasta ese momento. Quizá fuera por eso por lo que el Héroe tuvo que intervenir antes de tiempo. Quizá una de sus irregularidades fuera la que iba a poner el mundo patas arriba.
―Usagi. ―Norma chasqueó los dedos de repente, sacándome a la fuerza de mi hilo de pensamiento―. Dirías que conoces todo lo que hay que saber de Compact Creatures, ¿verdad? Quizá puedas ayudarnos con una duda.
―E-eso es ―replicó con encogimiento―. Bueno, eso de todo... Ya sabéis, lo que buenamente he podido aprender con la información del propio juego y lo que he leído en Internet. Estoy deseando que salga el libro de arte para leer las entrevistas.
―Entonces, ¿puedes contarnos todo lo que sabes del Gólem de Pirita? La información que tenemos es escasa, pero seguro que la puedes ampliar.
No me gustaba a dónde estaba yendo esa conversación. Si teníamos que hacer caso a lo que se suponía que era ese monstruo dentro del mundo del juego...
―Bueno, ya sabéis que en Compact Creatures existen cuatro gólems metálicos. ―Era gracioso ver cómo alternaba su timidez al hablar con su pasión por hablar del videojuego―. Pero algunos grupos de enemigos tienen un miembro secreto.
―Por lo que nos ha contado Kat, se referencia un quinto gólem en la biblioteca, sí. Y puedes averiguar su nombre si descifras los acertijos en una mazmorra que se desbloquea tras acabar la historia.
―¡Eso es! ―Dejó que una sonrisa orgullosa atravesara su vergüenza―. Poca gente sabe eso último. Pero ya está. No hay más información sobre él dentro del propio juego. Y mira que he investigado por mi cuenta.
―Hay una cosa sobre la que tengo especial curiosidad. Kat ha anotado que ese monstruo es capaz de controlar a otros lanzando fragmentos de pirita. ¿No es muy raro que tenga una mecánica tan única una criatura que casi ningún jugador puede encontrar?
―¡Ay, no! ―soltó una sonora carcajada. Tanto, que se avergonzó de ella y acabó tapándose el rostro con las manos―. Esas cosas son solo flavor text.
Concentré de nuevo la Vista. Estaba empezando a unir los cabos sobre la presencia extraña que había visto unos minutos antes. Al fin y al cabo, lo que había dicho no cambiaba nada: que no pudiera pasar en el juego no significaba que las leyendas urbanas sobre su identidad no fueran capaces de conferir esa característica al demonio que acabaran formando.
Necesitaba probar algo, por arriesgado que pudiera parecer. Tracé una figura en el aire con mi energía espiritual. Una que cualquier persona con un mínimo de control sobre su espíritu sería capaz de reconocer. Y, aunque no debiera, Usagi giró sus ojos hacia ella, con sorpresa. Norma no tardó ni un instante en entender qué era lo que estaba probando. Por cómo evolucionó la expresión de su rostro, estaba convencido de que había llegado a la misma conclusión que yo.
―¡Ja, ja! ¡Dejemos de hacer el tonto! ―Aunque los labios de Usagi se movían, la voz parecía llegar directamente a mi cerebro, vetusta y acompañada de un incómodo chirrido―. Creía que estaba bien escondido, pero es hora de quitarse la careta...
Sus ojos cambiaron en un chasquido. El gris de sus iris adquirió un brillo metálico y empezó a reflejar los componentes de la luz, como si de la parte trasera de un CD se tratara. Mi primera reacción fue alzar un muro de energía que rodeara la mesa, por poco sutil que pudiera resultar a alguien con sensibilidad espiritual. Sí, cabía la posibilidad de que su hermana pudiera darse cuenta de que había algo fuera de lugar, pero confiaba en que el duelo de baloncesto la distrajera lo necesario como para no mirar hacia la mesa más tiempo de la cuenta.
―Quietos, cazadores ―advirtió, con el cuchillo de cortar la pizza en la mano―. No tengo reparos en dañar uno de mis receptáculos si eso os enseña una lección. Cuento con reservas, pero sé de buena tinta que las leyes de vuestro mundo os harán difícil explicar por qué la persona con la que almorzabais yace en un charco de sangre.
―Hijo de puta.
Norma desplegó su brazo demoniaco sin pensárselo dos veces. No era de las que confiaban en la diplomacia en un caso así y tampoco le importaba demasiado que alguien pudiera verlo.
―¿Estáis eligiendo la violencia? ―la voz espectral se encogió en una carcajada retorcida―. Que así sea.
Antes de que pudiera hacerle daño, lancé una rápida onda que desarmó al demonio y llegué rápidamente a la conclusión de que, por muy títere que fuera, su control obedecía a las leyes y limitaciones del cuerpo humano. Eso nos daba algo de ventaja, pero no la suficiente.
―Estamos llamando la atención ―advertí a Norma―. Lo que hagamos tiene que ser rápido, metódico, y quirúrgico.
―Mi estilo de combate no tiene espacio para palabras como «sutileza». ―Definitivamente, su brazo llameante era demasiado llamativo para cualquier persona con el potencial de verlo―. ¿Qué sugieres? Escucho tus ideas.
―El demonio no está poseyendo su cuerpo, lo está controlando ―especulé sin levantar demasiado la voz. Por suerte, Norma tenía buen oído―. Es un titiritero, y las marionetas se controlan a través de hilos.
―Así que solo tengo que cortar la conexión y será libre. ―Estiró la mano llameante hacia delante―. Parece sencillo. Eso sí, no me hace mucha gracia que un trozo del alma de un demonio se quede dentro de alguien tan vulnerable.
―Eso será un problema para el Jaime de mañana. ―Con un movimiento ágil, sujeté las muñecas de Usagi sobre la mesa para evitar que el demonio tomase represalias y recé a todas las deidades que conocía para que nadie se alertara por la estampa―. Ahora, corta.
―¿Y qué cojones tengo que cortar? ―Concentró la energía espiritual en sus garras ígneas―. Esto no es un caso de «cable rojo, cable azul». No es como si pudiera ver algo aquí.
―Tú corta. Justo por encima de la cabeza, unos tres centímetros ―le dije―. Confía en mi Vista.
Norma dio lo que a cualquier extraño podía parecerle un zarpazo al aire. Desde fuera, cualquier persona podría haber pensado que estaba espantando un par de moscas, pero los que teníamos la capacidad de ver lo que estaba ocurriendo pudimos observar cómo una hebra plateada que salía de la cabeza del títere se cortaba por la mitad. Acto seguido, sus músculos se relajaron. Sus ojos, incapaces de volver a su estado original, me miraron con algo de confusión de que la agarrara por la muñeca.
―¿Qué... ha pasado? ―preguntó con la voz entrecortada.
―Ya estás bien, Usagi. ―Solté sus muñecas y tracé una sonrisa tranquilizadora en mi rostro. Por desgracia, no pareció tener efecto.
―Tengo que estar alucinando o algo. ―Dejó que su cabeza recorriera un círculo perfecto―. ¿Por qué la Princesa Aran tiene su brazo en llamas?