Era impresionante ver en acción el trabajo de un músico exorcista. El aura glauca del compositor era capaz de dar una forma visible a unas ondas que se replicaban en el aire tal y como habían aparecido en la pantalla del ordenador y, por muy inquietante que resultase el tema que estábamos investigando, la energía que desprendía me mantenía tranquila y con ganas de sonreír.
―Mira, Norma. ―Señaló un montón de números que aparecían en el monitor―. La modulación es la misma. La forma de onda es idéntica, exacta al menos a tres posiciones decimales. Y...
Pasó la mano por los picos que se trazaban frente a él y dejó salir algo de su energía en una ráfaga que agitó la imagen etérica. Tras unos instantes, retomó su forma como si de un muelle se tratara.
―Nada ―confirmó―. Ni una evidencia de interferencia espiritual. ¿Qué opinas tú?
―Si estuviera tan extendido como citan los artículos, lo estaríamos viendo. ―Me humedecí ligeramente los labios―. De haber un glitch detrás de todo esto, no habría tantos reportes al respecto. Mi apuesta es que es un bulo.
―Ojo, eso no tiene por qué ser cierto. Aún no sabemos a ciencia cierta cómo funcionan estos diablillos digitales. ―Dio varios clics que cambiaron la representación de la pista de audio. A simple vista, parecía un mapa de colores―. Vale, el espectrograma tampoco tiene nada fuera de lo normal. Uno de los del foro aseguraba que la pieza sonaba tan extraña porque habían introducido un huevo de pascua que trazaba el retrato de un fantasma al realizar esta transformación.
Era un gusto escuchar lo que me contaba Jaime. Tenía la capacidad de mantener una serenidad palpable en su huella espiritual, pero aun así la chispa de su entusiasmo era completamente contagiosa. Ya fuera sobre música, videojuegos o sobre la vida en general, el hombre que me había encontrado luchando contra un demonio en mitad de la calle siempre sabía de lo que hablaba.
―¿Eso se puede hacer? ―Abrí los ojos como platos.
―El eje equis representa el tiempo. ―Movió el puntero para enfatizarlo―. El y, la frecuencia de la onda. Y el mapa de colores, la amplitud de onda. Si mantienes el control de esas tres variables, es relativamente sencillo. Bueno, relativamente. Hay muchas matemáticas detrás, y me toca admitir que no soy un experto en eso.
Tomé nota mentalmente de todo lo que decía.
―En fin, sea como sea, se va a quedar en culturilla general ―inclinó la silla hacia atrás―, porque aquí no hay nada que nos sirva. Avisaré a Ramón de que no es más que una de las tonterías de las que tanto se habla en Internet y a otra cosa, mariposa. ¿Le echamos un vistazo a esto del Compact Creatures?
―Creía que no me lo ibas a preguntar nunca.
Había leído en el coche la carta que aseguraba que existía un error a la hora de generar a las titulares criaturas y algunas de las teorías del exorcista sobre lo que podría estar ocurriendo, pero hasta que no lo viéramos de primera mano, era imposible sacar conclusiones razonables.
―Ve arrancando el juego. ―Sacó la copia de prensa del zurrón―. Ya sabes dónde tengo la consola. Yo voy a grabar unos cuantos discos. Puedes ir probando con estos de aquí mientras tanto.
Me dio una bobina de diez discos, pero por lo holgada que se sentía al agitarla, no tendría más de siete en su interior. El plástico exterior rezaba «Lanzamiento WIP» y cada una de las galletas estaba rotulada con una caligrafía cursiva magnífica que no correspondía para nada con la letra de Jaime. Cuando le lancé una mirada inquisitiva, respondió:
―Qué bonito escribe mi Ramón, ¿eh?
Compartimos una risilla cómplice, arranqué la consola y me senté en el sofá. Tuve que pasar una introducción en la que me resumían las mecánicas básicas del juego. Ya sabía por los adelantos de la revista y por todo lo que me había contado Kat al respecto que Compact Creatures era una estresante experiencia en la que el jugador tenía que paralelizar la crianza de diversos monstruos, cada uno con su ciclo y esperanza de vida, con su entrenamiento, los torneos y la exploración. Necesitabas contar con criaturas fuertes para superar los torneos, que te premiaban con licencias para explorar nuevas zonas del mundo y capturar en ellas monstruos diversos con los que ampliar tus posibilidades. Claro está, tener algo de suerte con la generación a través de la música podía hacerte el esfuerzo más fácil y proporcionarte un monstruo capaz de arrollar los torneos básicos, pero si era demasiado fuerte podría desobedecerte, enfermar a propósito o incluso morir antes de tiempo.
Por mucho que molara el concepto, no había arrancado el título como jugona, sino como investigadora. Así que escuché todo lo que el anciano tenía que contarme antes de que me permitiera acceder a la cámara de invocación y comencé, uno por uno, a hacer aparecer los monstruos inspirados por la música de Jaime en mi partida.
Preventivamente, ambos ocultamos hasta nuestro último rastro de energía espiritual. El objetivo era averiguar cuál era el algoritmo tras la generación de las criaturas, no combatir contra los demonios que escondía el juego. Eso vendría después.
La secuencia de invocación era espectacular: al cerrar la tapa tras cambiar el disco, un fragmento de la primera pista de audio del CD se reproducía mientras veías en la pantalla cómo el icono giraba a toda velocidad y refulgía en distintos colores. Cada vez que pulsaba, una chispa de luz viajaba hasta el centro de la pantalla para construir un enorme huevo con runas grabadas en él. Después, había que esperar unos segundos para que eclosionara (y, en función de lo que hubiera dentro, lo hacía de una u otra forma) antes de presentar formalmente a la criatura.
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Tuve tiempo a generar cuatro monstruos antes de que Jaime se presentara con una sonrisa llena de satisfacción y un montón de discos recién salidos del horno, listos para investigar.
―¿Cómo va la cosa? ―quiso saber―. He hecho algún que otro experimento. Todos estos princos son esencialmente el mismo tema, pero con variaciones menores de distinto tipo.
―Por ahora, todo reconocible. ―Alcé el pulgar, sin dejar de mirar la pantalla―. El conejo y el pato de la portada, una nutria bastante mona y una especie de lagarto de dos cabezas que muy bonito no era, pero que al menos contaba con buenas estadísticas.
El quinto disco comenzó a generar a la criatura tal y como era habitual. Dibujó un huevo de tonos verdes y anaranjados con una espiral en el centro, que se agitó con fuerza tres veces antes de que un puño atravesara la cáscara. En pocos instantes, salió un demonio forzudo que empezó a hacer estiramientos en su secuencia de presentación.
Todo normal hasta que la música empezó a repetir en bucle las últimas notas de la música y el mando decidió no responder. Pasaron unos diez segundos hasta que un mensaje de error devolvió el juego a su pantalla de título.
―¡Bingo! ―El músico dio una palmada al aire―. ¡Hemos replicado el error! ¿Puedes probar de nuevo? Creo que tengo otra copia de este tema. Dame un minuto.
Al volver a intentarlo, ocurrió exactamente lo mismo. Si la carta que habíamos recibido en la redacción estaba en lo correcto, otro disco con el mismo contenido debería haber funcionado perfectamente.
―Pues no ―suspiré, finalmente―. Falla exactamente igual. Aquí hay algo raro.
―¿Y todo esto no te suena a un magnífico misterio? ―Jaime no perdió la alegría de su cara―. Sí, los resultados serán inconsistentes con lo que sabemos, pero cuanto más investiguemos, más cerraremos el cerco.
―A veces me pregunto por qué no te decides a trabajar directamente en la redacción con nosotros. ―Le puse la mano en el hombro y compartimos una mirada de confianza―. Al menos, cobrarías por todo lo que haces.
―¿Y tener de jefe a Ramón? ―Puso los brazos en cruz―. Oh, no, nena. Nunca.
―Touché.
―Por cierto, ya que tenemos dos CD que reproducen exactamente el mismo error, quédate tú este. ―Giró la copia errónea en la punta de su dedo―. Quizá te sirva para algo. Y ahora, ¡a seguir investigando!
No tuvimos mucho tiempo para hacerlo antes de que el aparatoso teléfono móvil del músico nos alertara. Y, por la capacidad de hacer que Jaime desdibujara su sempiterna sonrisa de su rostro, parecía que las nuevas no eran muy halagüeñas.
***
El trayecto fue silencioso. Jaime intentó acompañarlo de música para aligerar el ambiente, pero la mirada que Ramón le devolvió fue tan fría que ni siquiera él se atrevió a intentarlo de nuevo. Tras unos minutos que me parecieron mucho más largos de lo que realmente deberían haber sido, aparcó el coche con un violento tirón del freno de mano en mitad de un barrio residencial en el que nunca había estado.
Mi jefe sacó un manojo de llaves de su bolsillo y las recorrió, con las manos inquietas, hasta encontrar la del portal, que abrió enérgicamente. Nunca había visto a Ramón tan alterado por un informe de un glitch. Consideró abrir la puerta del piso con sus propias llaves, pero después de que Jaime pusiera la mano en su hombro y dejase fluir algo de su energía hacia el jefe de redacción, se compuso y decidió llamar a la puerta con sus nudillos.
Odiaba no saber lo que estaba pasando. Jaime había sido extremadamente lacónico en su descripción de la incidencia y Ramón no había abierto la boca desde que nos recogió en la puerta de casa, así que toda la información que tenía se resumía en «necesitan un par de exorcistas» y «hoy es el único día en el que no tienes que hacerte la jocosa con él».
―Habéis llegado rápido.
Un hombre rubio de mediana edad abrió la puerta con nerviosismo. Parecía tan desorientado como cansado, y sus ojeras destacaban los rasgos afilados de su rostro. Le costaba componer las palabras y movía las manos erráticamente, pero Ramón ni siquiera se inmutó por ello.
―Buenas tardes, Julián. ―No esperó a su permiso para entrar, algo totalmente impropio del cuadriculado jefe―. ¿Cómo está Verónica?
―En su cuarto ―fue presto al responder―. Más estable. Durmiendo, más o menos. Maite está con ella.
Ramón echó a andar sin siquiera esperarnos. Jaime se justificó y decidió presentarme formalmente, si bien de forma breve:
―Norma, te presento a mi cuñado. Bueno, técnicamente es el cuñado de Ramón, pero ya me entiendes. Juli, esta es la nueva exorcista. Norma Guarnido. ―Me hizo un gesto para que no perdiera el tiempo extendiéndole la mano y le siguiera―. Quizá entre los dos podamos averiguar qué pasa con Vero esta vez.
―Vosotros sois los expertos ―suspiró―. Ay, me siento inútil en todo esto. Por favor, ayudadla.
―Ese es mi trabajo. ―Hinché el pecho para conferir seguridad a mis palabras, aunque quizá hubiera dilatado un poco la verdad con ellas.
Seguimos a Ramón a la habitación de la niña y poco a poco empecé a conectar la información que rondaba mi cabeza. Había oído alguna vez hablar a Jaime de su sobrina y del cariño que todo el mundo le tenía, así que ver a la «niña de sus ojos» siendo víctima de algo que había consagrado su vida a investigar no iba a ser plato de buen gusto.
El cómo el siempre serio y cuadriculado redactor sostenía con tanto cariño a una chica tan menuda entre sus brazos resultaba enternecedor y me confería a mí también el deseo de protegerla. Ninguna niña se merecía tener que enfrentarse a unos demonios desconocidos sin previo aviso. Sin embargo, el que la pequeña hubiera hecho aparecer a un glitch lo suficientemente malévolo como para atacar su mente solo podía significar... que contaba con poderes espirituales desde su más tierna infancia. Y yo que me creía precoz por haber descubierto ese mundillo a los quince.
―Parece estar bien. ―Ramón le estaba pasando una mano recubierta de energía blanquecina por la frente―. Su mente está un poco cansada. Ha estado luchando. Por fortuna, no tiene daño alguno. Verónica, eres una niña muy fuerte. Si me oyes, quiero que sepas que todo va a salir bien. Jaime, ¿puedes hacer los honores?
Los padres suspiraron con calma tras oír las reconfortantes palabras del tío, pero no se alejaron un centímetro de la pequeña. El aludido intentó tomar a la joven en brazos, pero cuando se dio cuenta de que quizá sus brazos escuálidos no tuvieran suficiente fuerza como para eso, decidió dejarla sobre la cama.
Tatareó una de sus canciones mientras concentraba la energía en sus manos. Con un toquecito en la frente, el aura de la muchacha se desplegó en un muy tímido color celeste. Aunque su forma era irregular, era fácil ver que había mucha más fuerza en ella de la que cabría esperar de una niña de once años.
―No te preocupes. ―El músico abrazó a la niña, sin dejar de entonar su melodía―. Todo irá bien.
Con un pequeño chasquido espiritual, toda su superficie empezó a tintarse ligeramente de verde, limando cualquier tipo de aspereza que pudiera haber tenido en primer lugar. Aunque sus padres observaran el proceso con una confusión clara, también sentían la tranquilidad que las notas del extraño curandero eran capaces de infundir.
―Sigue habiendo algo ―dije en voz baja―. Siento... una presencia. Pero...
La chiquilla despertó de un respingo que interrumpió mi frase. Tardó en darse cuenta de la situación en la que estaba, pero cuando aspiró con fuerza el característico perfume de Jaime lo reconoció al instante.
―¡Tito Jaime! ¡Tito Ramón! ―Enroscó sus brazos en torno a él en cuanto los reconoció―. ¿Qué hacéis todos aquí?