Novels2Search

Capítulo 08, por Elías Delfín

―Llegáis pronto, habíamos quedado a las cinco ―nos acusó Norma al otro lado del telefonillo―. Pero venga, pasad.

La puerta de la entrada zumbó un poco antes de que Vero la abriera con un golpe de cadera. El patio era algo aburrido: a pesar de todos los maceteros que tenía, las pocas plantas que restaban parecían haber muerto congeladas entre el frío de la montaña y la humedad del mar.

―¡Vamos, lentorro! ―protestó Vero mientras subía las escaleras de dos en dos. Era increíble que pudiera hacerlo con unas botas de tanta plataforma sin trastabillar―. Te dije que guardaras las fuerzas para el entrenamiento, pero no esperaba que te lo tomaras tan al pie de la letra.

―Va, va ―rezongué. Solo por hacerla rabiar, me paré unos instantes para estirar los hombros―. Ya voy.

Vero tiró del llamador de la puerta para dejarlo caer, pero fue arrastrada hacia ella cuando Norma la abrió de un tirón. Ella pudo recomponerse, pero yo fui incapaz de contener una carcajada al ver cómo reconstruía su facha seria como si nada.

―Perdonad, me habéis pillado a medias ―La mujer se señaló a la peluca anaranjada que estaba preparando. No estaba terminada, pero por los clips rojos ya intuía cuál iba a ser su próximo cosplay―. Podéis poneros cómodos, acabo un par de cosas y...

―De hecho ―Vero dejó su chaquetón en la percha de la entrada sin dejar a su mentora terminar de hablar―, si hemos venido antes es porque queríamos contarte algo.

―¿Lo de los bootlegs de Pokémon? ―Aunque Norma pretendía infundir un tono amenazante, la peluca chillona a medio terminar restaba mucha seriedad de su aura―. Ya me ha avisado tu tío, pero... Mira, Vero... Me alegro de que hayas salido ilesa y lograras frenar una leyenda urbana con tanta inercia tú sola, pero como se te ocurra hacer una cosa así sin avisarme antes, me encargaré personalmente de que vuelvas a Atecina en el primer autobús que salga.

La chica agachó la cabeza, exhalando toda su confianza en sí misma en un solo bufido.

―Pensé que podría tener que ver con lo que estabas...

―Eso no lo arregla ―casi gruñó―. De hecho, lo empeora. Te lo he dicho mil veces: no quiero que te inmiscuyas en los asuntos de la Catedral. Es un tema serio y, hasta que no averigüe lo que quiero, ni siquiera deberías pronunciar esa palabra en voz alta, ¿vale? Sé que yo también soy una bocazas, pero soy la responsable de que estés aquí cazando glitches y, si doy un paso en falso, tu tío me mata.

―No podría ni aunque lo intentara. ―Intentó recuperar algo de su imagen oscura y desafiante, pero la voz le tembló más de la cuenta―. Las dos sabemos que mi tío es un cobarde.

―Ramón es una persona prudente. ―Norma alzó la mano y la espalda de Vero se tensó unos instantes, antes de darse cuenta de que solo quería acariciarle el pelo―. Yo soy la temeraria. Y tú tienes que aprender lo mejor de los dos. Ese era el trato. De verdad, hermanita. Quiero enseñarte todo lo que sé. Quiero ayudarte... No me lo pongas tan difícil, ¿va?

A pesar del tono fraternal con el que la redactora hablaba, había algo frío en el ambiente. Mi mente, por supuesto, recurrió a la clásica salida en estas situaciones: sacar el bufón que vive en mí. Así que, ni corto ni perezoso, me puse a agitar los brazos para atraer la atención sobre mí y, en el más jocoso de mis tonos, chillé:

―¡Eh! ¡Hola! ¡Estoy aquí! ¡Y no me estoy enterando de nada! Anda, ¡tengamos un feliz jueves de nuestro Patrón!

Las dos echaron a reír al unísono y, de repente, toda la tensión desapareció.

―Eres un payaso, Eli. ―Ver la tímida sonrisa de Vero era suficiente compensación para el apelativo―. ¿Ves, Norma? Cuando no es un fan paralizado por tus encantos, hasta tiene su encanto.

―Ya veo. ―Imitó mis aspavientos de brazos―. ¡Feliz jueves de nuestro Patrón! Me gusta, me gusta... Vale, hermanita... ¡Me has traído a un buen chico! ―Soltó una carcajada y me dio uno de esos golpes en la espalda que podrían hacer que se me saliera el hígado por la boca―. En fin, dadme unos diez minutos. Servíos un café mientras, o algo. Ya sabes dónde están las cápsulas, Vero.

La anfitriona se dirigió al salón, donde tenía un montón de utensilios de peluquería desperdigados, pero mi amiga me arrastró hacia la cocina y me ordenó que me sentara. Por su lenguaje corporal, parecía tan frustrada como enérgica y no se decidía entre usar la máscara oscura que mostraba en público o la verdadera que guardaba para los momentos más tranquilos en confianza. Cómo me costaba leerla en esos momentos.

―Con leche ―le recordé.

―Y un par de cucharadas de miel ―Intentó esbozar una sonrisa que se perdió a la mitad, diluida entre sus pensamientos.

―¿Estás bien, Vero? ―suspiré―. Siento si he... destrozado el momento o algo. Creía que...

―No, no te preocupes. De hecho, me has salvado de una buena bronca... ―Dejó caer su peso sobre el botón de encendido―. Seguro que Norma se ha cortado porque estabas delante.

―¿Hay algo que no me hayas contado? ―inquirí―. Eso de la... ¿catedral? parece bastante importante.

―Es una pista.

―Vas a tener que ser un poco más clara si quieres que me entere de algo, Vero.

―Será mejor que te lo cuente ella. ―Ladeó la cabeza para rehuir mi mirada―. A mí me toca callarme. Ya ves, a pesar de haber venido aquí para ayudar, no me deja investigar siquiera.

―Los dos tenemos oídos ―espeté―. No ha dicho eso, y lo sabes.

―¿Es que vas a ponerte tú también de su parte? ―puso los ojos en blanco y enfrió su tono hasta convertirlo en glacial―. Sí, aquí está el Elías serio. Hacía tiempo que no lo veía. Venga, va, acúsame también.

Dejó la taza sobre la pesa con tanta violencia que algunas gotas se cayeron por sus laterales. Cogí una servilleta, las enjugué, y seguí hablando.

―A ver, recapitulemos... Llevas unos días un poco rara. Hoy te encuentro dándote de hostias con una serpiente con alas en el salón del piso. Tú lo tratas como normal, pero tu hermanita te echa la bronca. ―Di un sorbo al café. Estaba demasiado caliente como para seguir―. Y ahora escucho que eso es «menos preocupante» que lo que quiera que sea que está investigando Norma. No sé, Vero, he leído suficientes artículos de la revista como para saber que...

―No soy una niña ―dijo con la misma voz apagada que usaba con los desconocidos―. Deja de verme como una niña. En dos días cumplo diecisiete años. Sé cuidar de mí misma. Me han dejado venir precisamente porque sé hacerlo. Además, estoy dándolo todo para cuidar de ti. Elías, por mucho que lo necesitara me he asegurado de no volver a tu vida hasta que me he sentido capaz de estar a la puta altura. ¿Por qué no confiáis en mí?

Claro que ya no era una niña. Era evidente con solo mirarla. En todo caso, si aquí alguien se había quedado atrás, era yo. Pero esa nueva Vero me confundía y era muy fácil dar pasos en falso.

―Aún tengo mucho que aprender de todo esto. ―Extendí la mano a mi amiga, pero no la tomó. De hecho, siquiera me dirigía la mirada―. El susto del otro día me enseñó a las malas que aún no sé medir el peligro real de estos glitches. Así que tengo que confiar en vosotras... y si incluso a Norma le preocupa esa Catedral, por algo será.

Me tomé un instante para organizar las ideas en completo silencio.

―Dame un respiro, Vero. Tenemos que ir poco a poco, ¿no crees? Has vuelto, sí. No sabes lo contento que estoy por eso. ―Volví a ofrecerle la mano. Esta vez, al menos le echó un vistazo fugaz―. Sin embargo, también tienes que tener en cuenta que todo esto... Bueno, ya sabes. Has puesto mi vida patas arriba en unos días. Entiéndeme un poco. De todas formas...

La chica se aferró a mi mano con fuerza, pero escondió media cabeza en su sudadera.

―Deja de verme como una niña ―repitió a través del cuello de la prenda.

Stolen novel; please report.

―... si ese es el precio que tengo que pagar por tenerte de vuelta, me tocará aprender a luchar contra demonios de silicio, brujas de estaño o monstruos de tungsteno. No tengo ni puta idea de qué está ocurriendo, de qué es esa cosa o de por qué es suficiente peligro como para mandarte de vuelta a casa. Lo que tengo claro es que aún tenemos mucho con lo que ponernos al día y no voy a dejar que un error nos separe de nuevo.

Soplé la taza, que aún ardía, intentando dejarle espacio a la muchacha para que me diera esas respuestas. Eso sí, no dejé de fijar la mirada en el poco rostro que sobresalía de su ropa hasta que se hubo iluminado un poco.

―Bah, ese mapache seguro que no era nada. ―Intentó recuperar un poco de autoestima en su tono―. El primer pringao que se te cruzó pudo con él. Mírame a mí. ¡La conquistadora de sierpes!

―Pues mí esa Catedral de la que habláis suena cien veces más peligroso, Vero. ―Por fin pude beberme el café sin temor a calcinarme el paladar―. De verdad, quiero aprender de todo esto. Te lo prometo. Sí, protégeme, pero no pienso dejarte sola. Eso sí, vayamos paso a paso. Juntos. ¿Te parece?

―Que sepas... que el Elías serio es un imbécil ―protestó con algo a medio camino entre el sollozo y la carcajada―. ¿Por qué los imbéciles siempre tienen razón?

Rodeé a la chica con mi brazo y compartimos un silencio cómplice durante unos instantes.

―Tranquila, ya vuelvo a mi programación habitual de bufón, si te hace sentir más tranquila. ―Tracé una mueca estúpida en mi cara―. ¡Mira! ¡Choy un payacho!

La exorcista sacó la cabeza de la sudadera y se ajustó el pelo. Mientras se pasaba un mechón rebelde por detrás de la oreja, no pude evitar en fijarme en que, en efecto, por muy grandes e inocentes que fueran sus ojos, ya no pertenecían a quien dejó Gailadría cinco años atrás.

Podía confiar en ella.

―Lo que sois es una pareja adorable. ―La anfitriona salió de las sombras. Sentí cómo Vero se deslizaba por la mesa y se escapaba de mi brazo―. Respondiendo a tu pregunta, Elías...

―¿Sí? ―Me erguí con anticipación.

―Todo esto que te digo es extraoficial, pero si Vero lo sabe, no tiene sentido ocultártelo. ―Se sentó frente a mí y me miró con una intensidad magnética―. ¿Recuerdas el Efecto Pirita? Bueno, claro que lo recuerdas, escribiste una redacción eterna sobre él en el test de Ramón. Ni yo lo hubiera explicado mejor, y eso que estuve allí.

―S-sí ―me costó convocar la sílaba. Por algún motivo, daba corte que ella hubiera leído cómo ensalzaba su artículo―. F-fue un punto de inflexión en... Y algo especialmente duro que...

―Pues esto de la Catedral parece igual de chungo... Y no dudo que haya actores dispuestos a repetir ―Aprovechó para atarse el pelo con la goma que había estado manteniendo cerrado el paquete de cereales―. Pero eso será charla para otro día. Quizá la guarde para ese café al que me tenías que invitar. Venga, ¡a entrenar!

***

Vero soltó una risilla al «darse cuenta» de que no me había aconsejado traer ropa deportiva al dojo de Norma. Así que ahí estaba, cual pasmarote en vaqueros y una camiseta de Iron Maiden ante la mirada juiciosa de dos artistas marciales listas para el entrenamiento. Al menos, el felino ígneo que nos acompañaba no parecía interesado en mi atuendo.

―Empecemos con la teoría. ―La mentora comenzó a estirar. No supe si imitar sus movimientos o no, así que me quedé petrificado―. Mi hermanita ya me ha dicho que te ha contado lo más básico, pero quiero oírlo de tus labios. Venga, examen sorpresa, ¡todo lo que sepas!

Obedecí rápido y hablando como una locomotora. La naturaleza de los glitches, las tres condiciones para que se materialicen, el daño que podían hacer a tu alma (aunque me sentía incómodo usando esa palabra, la dio por buena) si te atacaban, su habilidad para meterse en tu mente, las dos formas que conocía de dominar a uno. Y ya que estaba, un par de chanzas que acabaron pasando desapercibidas entre tanto dato.

―Eso del látigo me cuadra. Tendré que... ―Se dio cuenta de que ese murmullo no era tan imperceptible como esperaba y se calló del todo―. En fin, buena respuesta, pero mi pregunta no era sobre los glitches en sí, sino sobre el poder espiritual.

―Siete ―dijo Vero, de repente. La miré con extrañeza―. Cuatro. Zeta. Y deja de ponerme kanjis tan complicados, que no me los sé.

―No puedes verlo, ¿verdad? ―Dibujó una sonrisa desafiante.

Chasqueó los dedos y estos se iluminaron de un tenue azul. De repente, una figura etérea se empezó a dibujar desde sus puntas, mostrando el símbolo del infinito.

―¿Que si puedo ver qué? ―Entrecerré los ojos―. Ah. Vale, vale.

―Sí, he subido la cantidad de energía para que cualquier persona capaz de sentir la energía espiritual pueda verlo. Ya te explicaré cómo percibirlo a bajas intensidades. ―Zarandeó ligeramente la figura en el aire. Sus bordes se difuminaron un poco―. Como decía, hay gente que nace con su don despierto, gente que lo oculta en lo más profundo de su ser y gente que... simplemente no lo tiene. Aunque, si se lo propone, siempre lo puede desarrollar con esfuerzo y disciplina. Yo soy de las primeras, tú de los segundos y Vero... Dejaré los detalles para luego, ya que ella se trata de un caso algo particular.

―Es fácil despertar el potencial latente de una persona ―aseguró la pupila, iluminando la palma de su mano―. La mayoría de las veces es el escepticismo de sus mentes el que lo esconde, así que solo hay que darles una prueba firme de que se equivoca para romper sus bloqueos. Ya pasamos por eso en la oficina, así que te ahorraré los detalles.

Apagó de nuevo su mano y dejó que Norma siguiera hablando.

―Tus poderes espirituales, ahora mismo, no son demasiado impresionantes ―prosiguió―. De hecho, me preocuparía si así fuera. Los podrás entrenar con esfuerzo y tesón. Sin embargo, para hacerlo, tendrás que entender con claridad su naturaleza y cómo pueden interactuar contigo y con los glitches. En primer lugar...

Norma extendió un brazo y de él brotó un arco hecho de luz sólida. Tensó una cuerda etérea y en él se materializó una flecha que disparó a la pared. Un montón de partículas salieron desperdigadas del lugar del impacto. Sin siquiera esperar a una indicación de su mentora, Vero saltó hacia delante y desplegó su escudo para parar la segunda saeta, que quedó hendida en la energía que disipaba su brazo derecho.

―Construcción ―dijo por fin la profesora―. Energía pura. Solo puede interactuar con otras formas de energía. Es la faceta más básica del control espiritual. Y la primera que aprenderás una vez hayas interiorizado lo más básico.

―Yo tengo una espada y un escudo, como ya sabes ―me recordó Vero con una demostración visual―. Aunque, a decir verdad, puedo usar mi propia energía para...

Se giró para crear una esfera de energía en su mano izquierda y, tras un silbido, se la lanzó a Mako. El dientes de sable la controló de un cabezazo y la atrapó entre sus fauces, juguetón. Eso sí, con tanta fuerza para ello que explotó en mil pedazos. Aunque, a pesar del estallido, la mascota parecía más decepcionada por haber perdido su juguete que afectada por la onda expansiva.

―Con esa energía, puedes levantar muros con los que proteger tu alma del ataque de los glitches ―aseguró la pelirroja―. Se trata de una técnica básica que, si bien no es demasiado potente, te salvará en un brete.

Sin decir más, la mujer asentó ambos pies con firmeza en el tatami y apretó los puños. Con un control casi hipnótico de su respiración, hizo que poco a poco unas líneas de energía empezaran a brillar en ellos.

―Potenciación ―continuó―. Su nombre debería ser bastante autoexplicativo, pero...

Dio un puñetazo hacia delante. El aire se movió con tanta fuerza que hizo que me tambaleara. Al verme desorientado, aprovechó para descargar la fuerza del otro brazo y hacerme caer de culo al suelo.

―Esta técnica se sirve de mis propias facultades físicas y las amplifica hasta límites sobrehumanos. ―Me tendió la mano para ayudarme a recobrar la postura adecuada―. Piensa en ello como una multiplicación. Como entenderás, siendo mi principal medio para enfrentarme a estos demonios, tengo que mantenerme físicamente en forma si quiero aprovechar la técnica al máximo.

―Antes de que lo preguntes, sí ―interrumpió Vero―. Una vez que imbuyes tu cuerpo de energía, puedes atacar a los glitches con él. Solo... ten cuidado, el golpe afectará al plano físico también.

―He tenido que reconstruir ese muro demasiadas veces para aprender la lección, sí. ―Señaló al fondo de la habitación.

―Vale, lo voy pillando ―asentí con insistencia―. La típica cosa de «entrena cuerpo y mente». El nivel uno parece sencillo, pero el dos...

Norma soltó una de esas carcajadas que hacen retumbar la habitación.

―Por ahora, céntrate en la mente. No, no hay niveles. Son... tipos de canalización. Existen varios más, pero son más complicados de describir y no puedo darte ejemplos prácticos.

―Además ―Vero asomó la cabeza tras mi hombro―, tampoco es que puedas dominarlos. De hecho, algunos no serías capaz ni de percibirlos con tus capacidades actuales. Como ya te hemos dicho, con un poco de suerte podrás levantar un muro y...

―Las dos técnicas que te he enseñado son fruto de domar un glitch y usar su fuerza en mi beneficio. Por mucho que un humano entrene su propio poder espiritual, es difícil darle más salida que la que puede generar un bicho hecho puramente de ella. ―Creó un cuchillo de combate en su mano izquierda―. Mira, este es el límite de mis propias fuerzas, entrenadas día a día durante cinco años... Quizá, por mí misma, podría hacer que mis puños pudieran infligir algo de daño a los demonios en un combate cuerpo a cuerpo. Pero ya has visto lo que puedo hacer con unos cuantos glitches de mi parte.

Deshizo el arma en un estallido de luz.

―Es por eso que las facultades básicas son importantes. Hoy te enseñaré cómo ver lo oculto. Cómo sentir el flujo de tu propia fuerza. Cómo controlar la energía que tu cuerpo disipa e invita a los glitches a materializarse cuando un error se lo permite. Y, ante todo... Cómo lograr que tu mente pueda dominar a una de esas criaturas para que te ceda su fuerza.

***

En algún punto del entrenamiento, mis últimas fuerzas abandonaron mi cuerpo. Al menos, alguien había tenido el detalle de dejarme una manta encima y una almohada para que descansara. Me dolía todo y, por mullido que fuera el suelo, un tatami no era el mejor lugar para quedarse dormido.

Al echar un vistazo al reloj de mi muñeca vi la hora: las seis de la mañana.

―Buenos días, joven. ―Era increíble que no me hubiera despertado con el escándalo de la entrenadora dando puñetazos a un saco de boxeo―. Supongo que querrás desayunar algo. ¡Eh! ¡Nada mal! ¡Un desayuno con tu ídolo favorita!

―Lo que quiero es morirme ―protesté entre balbuceos, incapaz de prestar atención a la provocación―. Yo vine a Cazadores por los juegos gratis. Los contactos en el mundillo... Un sueldo, quizá. Y mírame ahora. Hablando de darle puñetazos a demonios después de hacer que mi chakra me haga los brazos más fuertes. Menuda experiencia.

―Anda, no te pongas quejica, Naruto ―bromeó. Su tono me confundió un poco, pero me lo tomé como una invitación a charlar de tú a tú―. Sé perfectamente lo que estás dispuesto a hacer por Vero.

Me reincorporé con torpeza. Con más de la que solía hacer gala.

―Escuchaste todo lo que dijimos, ¿verdad? ―sin darme cuenta, estaba sonriendo―. Entonces, ya sabes cómo me siento.

Asintió con la cabeza.

―Chico, creo que lo sé aún mejor que tú.