Me dio por comprobar las publicaciones de ese año porque fue el del lanzamiento de los dos primeros Super Robot Wars, una franquicia obligada para cualquier fanático de las gigantescas bestias mecánicas antropomórficas que habían logrado afianzar un género de animación. En ellos, un montón de mechas icónicos como Mazinger Z, algunos Gundam, las armaduras aéreas que más adelante tendrían protagonismo en Seldoria Chronicles y otros de los que nunca había oído hablar antes compartían escenario en un título de rol táctico. Por desgracia, el caos de licencias que conllevaba algo así hizo que fuera imposible localizarlos fuera del país del sol naciente (al menos, hasta que bastante después decidieron desarrollar Original Generation, un par de títulos que solo contaban con personajes originales), así que la saga no trascendió mucho más allá de las barreras del lugar que la vio nacer... Salvo por un puñado de otakus que o bien sabían leer el idioma o estaban tan locos como para aprenderse de memoria cada uno de los menús para disfrutar del espectáculo. Yo era de los segundos, si bien no abandonaba la esperanza de pasar al primer grupo.
Aun así, estaba más familiarizado con entregas más recientes (ya era un reto navegar por los menús sin entenderlos siendo adolescente, no quería imaginarme intentándolo de niño), así que el primer paso de mi investigación fue ver qué podía averiguar del ambiente que existía en su concepción. Por desgracia, no pude encontrar mucha más información más allá del nombre, la premisa y un par de capturas del juego. No obstante, se presentaba como curiosidad a pie de página, asegurando, con mucho tino, que no iba a llegar a nuestras estanterías.
Indagando, encontré una pista. Una que venía firmada por el mismo hombre que estaba escuchando mi historia. En el consultorio de la revista, la carta de un tal Moroboshi (un asiduo a escribir a la redacción, al parecer), además de hablar demasiado sobre lo convencido que estaba de algunos errores de la localización de sus mangas favoritos, anticipaba la salida de 2nd Super Robot Wars, la secuela del original. Parecía encantado por poder jugarlo en su nueva y flamante Famicom de importación, ahora aseguraba haber aprendido algo del idioma. Solo leyendo el mensaje, plagado innecesariamente de frases transcritas al alfabeto latino, era bastante claro que esa afirmación no se acercaba demasiado a la realidad como a él le gustaría.
Lo importante era que aseguraba haber leído en alguna parte que varias de las unidades nuevas salían de Exponential Entropy: AREX. Por supuesto, sin ofrecer fuente alguna y faltando a lo que más adelante se confirmó con realidad, aunque con toda la ilusión del mundo porque una de sus historias favoritas fuera vindicada dos décadas después. Al parecer, el estreno del juego coincidía con el lanzamiento de esa versión integral que habíamos podido ver en casa de Vero y eso era prueba suficiente de la realidad para el comentarista.
―Moroboshi afirmaba que en el juego aparecerían dos de las unidades más populares: el titular AREX, y Gazereth, el Hada de Mercurio. ―Señalé la pregunta en cuestión con el dedo índice―. Según tú, no se trataba más de habladurías de los tabloides nipones que la desarrolladora había negado por activa y por pasiva en entrevistas.
―Recuerdo vagamente esa carta. ―El hombre se acarició su incipiente barba y echó un vistazo breve a la fotografía de su escritorio―. Aunque, en realidad, fue Jaime quien la respondió. Y solo los dioses saben dónde dejaría un atolondrado como él la documentación.
―Tanto mensaje en los foros japoneses suena al nacimiento de una leyenda urbana ―observó Vero, que había estado callada todo este tiempo―. Creo que, aunque no llegara a materializarse, merece la pena echarle un vistazo.
―Eso es. ―Su tío la premió con una mirada de orgullo―. Veré qué puedo encontrar al respecto. Aunque debo decir, como periodista, que no extraño el mundo antes de Internet.
Tomó nota de todo lo que había dicho en su cuaderno y pasó al siguiente punto de la reunión.
―Asumo que Guarnido les ha hablado de mis hallazgos respecto a la Catedral. ―Jugueteó con la pluma que aún sujetaba―. Así que me ahorraré los detalles.
―Correcto ―asentí con la cabeza―. Entiendo que tenemos luz verde para irnos de copas al Judgment 1999, ¿no, Ramón?
Su respuesta fue una mirada a medio camino entre el desconcierto y la amonestación, pero se mantuvo callado. Quise pensar que eso era un avance explícito en nuestra relación.
―Era broma, era broma. ―Me abaniqué con la mano―. No bebo en el trabajo. Y menos cuando hay demonios de por medio.
―Todos los miembros de la redacción contamos con invitación expresa de su líder ―siguió la conversación como si nada―. No obstante, déjeme advertirle: mis impresiones sobre ese hombre no han sido muy positivas. Y no en mi sentido habitual del juicio: ese tal Seven es ciertamente peligroso.
Stolen novel; please report.
―Iré bien protegido. ―Eché un vistazo cómplice a Vero, que desplegó su escudo orgullosa―. También confío lo suficiente en nuestro «agente infiltrado» como para saber que todo saldrá bien.
―De acuerdo, Delfín ―concedió con un levísimo suspiro―. Ha demostrado buen hacer en sus investigaciones, así que confiaré en su instinto periodístico por esta vez. Dicho esto, no les robaré más tiempo. Pueden seguir con su trabajo.
***
Bajamos a por un café al Thardisia. En parte, porque no tenía ni punto de comparación con el de la máquina de la oficina. Por otro lado, sabía que el barista iba a ser mucho más discreto si veía algo fuera de lugar que los compañeros de la redacción y me moría por darle un beso a Vero. La etapa de luna de miel estaba sacando toda esa ñoñería que guardaba dentro.
―Bueno. ―Giré mi teléfono sobre la mesa y lo seguí con la mirada, buscando una excusa para no seguir hablando. Cuando se paró, seguí―. Si tenemos que llamar a Zack para colarnos en la Catedral, quizá deberíamos dejar las cosas claras antes.
―No me he olvidado ―Retiró la mirada con la excusa de desenredar un mechón de la cadena de su oreja―. Demasiado lo hemos alargado, ¿verdad?
―Era fácil buscar excusas. ―Di un sorbo a mi café. Aún quemaba como lava volcánica, pero mantuve la entereza para que mis palabras no perdieran fuerza―. La familia, la universidad, los robots gigantes... Ya sabes.
Sí, «los robots gigantes» se habían vuelto parte de una lista de excusas para ignorar unos sentimientos no atendidos en un triángulo amoroso. Una muestra fidedigna de lo loca que se había vuelto mi vida en un par de meses.
―Pero, aunque hablemos... ―dijo en un susurro―. ¿Qué quieres que te diga? No hay una solución directa. ¿Qué hacemos, llegar y decir «eh, Zack, gracias por los ánimos, ahora estamos juntos, hora de darle una tremenda golpiza a los demonios»? Yo qué sé.
Nos miramos, incómodos y perdidos en nuestros propios pensamientos. Acaricié el anverso de su mano y busqué una payasada que decir, pero el pozo del que las sacaba se había secado de forma preventiva, como si me pidiera ser brutalmente honesto.
―Voy a parecerte un disco rayado, pero... ―No sonó, ni remotamente, como una chanza. Meritorio para mí―. Hay algo que necesito saber. ¿En qué nos convierte esto? ¿Somos...?
―Dos idiotas que se han enamorado a pesar, o gracias, a todo lo que han pasado juntos. ―Por una vez, fue ella quien me arrancó una sonrisa―. Hasta ahí, lo tengo claro. Te quiero, Eli. Supongo que, a estas alturas, la etiqueta es obvia. Y, por obvia que sea, ansío escucharla de tus labios.
―Novios, entonces ―me sentí extremadamente raro al pronunciar esa palabra en voz alta―. Relationship upgrade!
―Menudos novios. ―Se rio, pero parecía haberlo hecho más por no saber qué hacer que por otro motivo―. Yo me beso con otro horas antes de declararme y no puedo olvidarme de ello. Él me dice a la cara que eso no es un impedimento para seguir buscándote. Y tú...
Pocas veces me había avergonzado tanto de verbalizar algo como en ese momento, pero esos ojos tan penetrantes no se merecían escuchar otra cosa que no fuera la verdad. Cerré los ojos por un instante, me agarré la cara como si me fuera a caer sobre la mesa e inspiré con fuerza antes de hablar.
―Yo... te tengo algo de envidia, sí. ―Agaché la cabeza y me rasqué la mejilla con nerviosismo. Tuve que obligarme a parar antes de hacerme daño―. Bueno, a estas alturas... quizá suene un poco a tontería, pero sigo preguntándome cómo habría sido. Bueno, ya me entiendes. No tengo las cosas claras. Por eso estamos hablando ahora, ¿no?
―Así que... Si él te busca, yo no puedo olvidar ese beso y tú sigues preguntándote cómo sería... El maldito tenía razón: tres vértices y tres aristas. Un triángulo no podría ser de otra forma, no.
Acabó su taza de un trago y exhaló con fuerza. A pesar de que la conversación cada vez me hiciera más complicado entender la situación, la bocanada de vainilla me hizo componer una sonrisa tonta en mis labios.
―Todo era más fácil antes de que convirtiera toda mi animadversión en un estúpido cuelgue. Pero también es cierto que estoy más acostumbrada a competir que a cooperar. Maldita seas, Norma. Mientras tanto, tú...
Aunque la rabieta fue fingida, me resultó adorable. La Vero fría y oscura de estos últimos días no se habría permitido un gesto tan pueril en público. Y, por mucho que me esforzara, era incapaz de ignorar quién había tenido la culpa de que las cosas estuvieran tornándose en esa dirección, por mucho que también se dedicara a enmarañar nuestros pensamientos.
―Cómo no voy a querer a alguien así en nuestras vidas. ―Suspiré, sin dar más explicación―. Sería injusto. Para él y para nosotros.
―He de admitir que la primera impresión que dejó en mí fue fuerte. ―Me agarró de la mano―. Un par de horas juntos y ya me siento incapaz de renunciar a él. Ni me imagino lo que tienes que estar pensando tú, si casi te tenía en sus garras. ―Me dio un codazo acusador, pero acaramelado―. Menudo par de idiotas.
―Si quieres saber la verdad... ―Pasé mi brazo por encima de su hombro y me acerqué lo suficiente como para poder susurrar en su oído―. Estaba a una cita y un par de zalamerías de lograrlo. Eso lo habría cambiado todo.
―Una mala solución trigonométrica ―Se tornó como si fuera a besarme, pero se paró a solo un par de centímetros de mí. Su boca todavía guardaba el aroma a café, y eso era demasiado irresistible―. Supongo que las cosas han ocurrido de la mejor forma posible. Aún tenemos tiempo para despejar la incógnita, ¿no?
―Entonces, ¿estamos de acuerdo? ―acaricié su mejilla con cariño.
―Lo estamos. No estoy muy segura de en qué, pero sí que siento mi aura en sintonía con la tuya. Eso me basta para estar dispuesta a averiguar dónde nos lleva esta locura aritmética.
Se tomó unos segundos para recorrer las pecas de mi cara antes de darme ese beso que llevaba un rato esperando. Probablemente estaríamos matando al resto de los asistentes a la cafetería de un inesperado subidón de azúcar, pero no podía decir que me importara.
―Adelante.
Cogí el móvil de la mesa y sentí cómo mi cuerpo se tensaba con cada tono que emitía mientras esperaba que el albino respondiera.