Quizá no hubiéramos calculado bien lo fácil que podía ser el mantener una conversación mientras paseábamos por un bosque mágico en mitad de la noche. Siempre había un detalle bonito que señalar, una anécdota que contar o un rumor entre las hojas que asociar a los espíritus que vagaban ocultos en la naturaleza o un susto que terminaba distrayendo de cualquier tentativa de abordar un diálogo más profundo.
Y, cuando no había nada que decir, también quedaba el silencio, cómplice del momento.
―Tú que decías que era un plan aburrido. ―Sonreí como un pánfilo ante un hongo gigante con espirales que recordaban a galaxias en miniatura―. Ya te vale.
―Ahora no, pero cuando los árboles vuelvan a ser verdes, las flores dejen de brillar y solo quede un camino de tierra aburrido hasta la entrada del pueblo... Se habrá acabado la magia, supongo.
―No te creas. ―Tiré del cuello de su jersey para que no se acelerara―. Seguirás estando tú. Ahí, eclipsando todo lo que el mundo me tenga que ofrecer.
Por algún motivo, probablemente porque el cumplido salió en un tono mucho más tontorrón de lo que había esperado inicialmente, esa zalamería pilló a la exorcista más desarmada de la cuenta.
―Menudas cosas tienes, Eli. ―Decidió empujarme de forma juguetona, pero como el suelo era irregular, acabé trastabillando y cayendo de culo―. ¡Ay! ¡Perdona! ¡No quería!
Le extendí el brazo, alegando que lo menos que podía hacer era ayudarme a levantar de nuevo. A juzgar por esa expresión de desconfianza que había aprendido a reconocer, sabía perfectamente que mis planes eran tirarla junto a mí, pero se dejó. Con gracia, aterrizó de rodillas a pocos centímetros de donde estaba. Solo esperé que, con todo lo que había en el suelo, las medias que llevaba no se hubieran rasgado.
¿Pero por qué estaba pensando en eso? ¿Para distraerme de que, de nuevo, nuestros rostros estaban a poco menos de dos palmos? Los poderes de la muchacha que nos iluminaban parpadearon un par de veces y se apagaron como una linterna que se quedaba sin pilas, dejándonos casi a solas con las pocas fuentes de luz del bosque. Era uno de esos momentos de película en los que habría sido fácil tomar la iniciativa y cobrarme ese beso que tanto tiempo llevaba en el aire. Sin embargo, y en un alarde de responsabilidad, usé mis labios para formular las palabras que tenía pendientes.
―¿En qué nos convierte todo esto, Vero? ―Miré hacia un lado en un intento no muy bien disimulado de evadir la acusación de sus ojos―. Es justo que nos hagamos esa pregunta, ¿no crees?
―No lo sé. ―Alzó la barbilla. Parecía que ella tampoco quería mirarme directamente en ese instante, por mucha penumbra que nos difuminara―. Si me hubieras hecho esa pregunta esta misma mañana, quizá la respuesta hubiera sido más clara. ―Soltó un suspiro. Sentí cómo su aliento me agitaba el pelo―. Más humilde, sí, pero más clara. Ahora... No lo sé.
―¿Qué me habrías dicho?
Extendí ligeramente la mano hacia la suya. No sabía si sostenerla, acariciarla o qué hacer exactamente, y ella tampoco parecía decidirse, por lo que nuestros dedos acabaron jugueteando fuera de nuestro control, como una pequeña distracción a las palabras que llenaban la quietud del bosque añil.
―Que desde el momento en el que nos reencontramos en la estación supe que todo iba a ser distinto. Que cuando bajé de ese autobús no esperaba que volverte a tener cerca causara tal impresión en mí. Que ese abrazo con aroma a castañas asadas había cambiado algo en mi interior de forma irremediable, aunque no supiera exactamente el qué.
―Eran unas buenas castañas, sin duda. ―Reprimí el impulso de echarme hacia delante―. Si te soy sincero, a mí también me encantó ese abrazo. Lo llevaba necesitando años.
―Me sentía como en casa. Te echaba mucho de menos. Pero no de esa forma, quería decirme. Era feliz estando contigo, volviendo a ser nosotros. Aunque el motivo real de volver a Gailadría era algo tan abstracto como el «destino», lo que necesitaba era estar al lado de mi mejor amigo. Y, sobre todo, protegerlo de ese mundo al que le iba a terminar arrastrando tarde o temprano.
―Admito que todo eso me sorprendió. Pero también es cierto que desde pequeña me has hecho partícipe de tus locuras. ―Reuní algo de determinación para tomar su mano con firmeza―. ¿Qué más daba una más? Te seguiría hasta el fin de este mundo y todo lo que pudiera del siguiente, Vero.
La chica me dio un beso en la mejilla. La mejor respuesta que podría haber esperado. Tras unos segundos en los que ninguno de los dos hizo un esfuerzo por apartarse, se percató de que su pintalabios me había dejado marca e intentó borrarla con timidez, pero sostuve su mano y dejé mi frente sobre la suya.
―Tranquila ―susurré―. Te escucho.
Vero tomó una bocanada de aire para armarse con determinación.
―Me costaba entender lo que estaba pasando por mi cabeza. No dejaba de repetirme que me veías como una cría. Que nunca sería más que la niña con la que pasaste la infancia... Al fin y al cabo, es lo que tiene sentido. Que algo cambiara en mí no quiere decir que tú... Yo qué sé. Dolía. No sabía por qué. Quería creer que simplemente era porque no me tomabas en serio.
―Pero lo hacía. ―Volví a girar la mirada a su rostro, que parecía brillar con luz propia―. ¿Cómo no iba a hacerlo? No solo habías puesto toda la carne en el asador para volver aquí. También tienes una puta espada espectral. Eso no es algo que tomarse a la ligera.
―Bueno, ya sabes qué era lo que querías que vieras en mí. ―Se retiró un mechón de pelo y se lo pasó tras la oreja. Aprovechó para juguetear con uno de los pendientes―. Que yo también había crecido.
―Claro que me di cuenta. ―Me incorporé un poco más―. Como si no tuviera ojos en la cara. Pero, por mucho que quiera ganarme la vida escribiendo, parece que soy malo con las palabras, así que recurrí a otro lenguaje... Y te regalé el colgante. Pensé que lo entenderías a la primera.
―Lo hice. ―Se enjugó uno de los ojos, intentando evitar que se le humedecieran―. Créeme, lo hice.
―Cuando te vi con él puesto todo hizo clic. Todos esos sentimientos desperdigados encontraron su lugar de repente. Para ti fue ese abrazo, para mí fue ver unos engranajes colgando de tu cuello. Suena absurdo, sí, pero... Perdóname por llegar tarde a la epifanía. Siempre has sido la que mejor nos ha entendido de los dos.
De repente, Vero se puso en pie y echó un vistazo hacia los pocos retazos de cielo estrellado que se veían tras las copas de los árboles. No entendí gran cosa, pero la acompañé en su esfuerzo.
―Y aun así, fue una señal ―dijo con algo de tristeza―. El mensaje de Norma, quiero decir. Sigo sin saber si me tenía que haber retirado o seguido adelante, pero cuando te vi esa cara de felicidad por la noticia, quise que la tierra me tragara. Borrar esos últimos minutos. Dejarlo de nuevo en una situación en la que pudiera esconderme en la amistad. Pero ya era tarde.
―Yo no lo había borrado ―aseguré―. Es imposible saber qué habría ocurrido si el teléfono no hubiera sonado en ese momento, pero me diste mucho en lo que pensar. Al fin y al cabo, es uno de esos momentos de los que no hay vuelta atrás posible. Nunca más iba a poder verte simplemente como mi amiga de la infancia.
―Esa es la conversación que habríamos tenido esta mañana, sí. ―Me dio la espalda. Me vi tentado a rodearla con mis brazos, pero mi cuerpo se bloqueó con ese tono tan tintado de azul―. La conversación fácil, honesta y humilde de la que hablaba.
―¿Qué ha cambiado, entonces?
Sabía perfectamente qué era lo que ese escenario ficticio estaba ignorando, pero quería oírlo de su propia voz.
―Zack ―afirmó. Alto, pero no muy claro―. Créeme, no has sido nada sutil al hablar de él. Aun así, me convencí de que yo también podía hacerte sentir así. Pero... ¿después de ese mensaje? ¿Cómo esperabas que reaccionara? Joder, Elías, accediste a una cita con él.
―En mi defensa, no me percaté de que era una hasta que ya estaba allí. ―Sería cierto, pero la muchacha se lo tomó como una chanza errada que no ayudaba al ambiente―. Sí, sé que es una mierda de defensa. En el fondo, era lo que quería desde el principio.
Me hubiera gustado justificarme diciendo que realmente lo que buscaba era una distracción de todo lo que había estado a punto de pasar. Que tenía tanto caos en la cabeza que dejarme llevar era una solución fácil, pero eso sería mentir a alguien que me importaba. No, no podía negar que ese primer encuentro había dejado huella en mí. En su lugar, dejé que hablara.
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―No lo entendía. ―Jugueteó con una voluta de energía brillante entre sus dedos, intentando relajarse―. No tenía claro cómo encajaba esa nueva pieza en tu vida, y sentí celos. Os vi en el portal y me debatía entre un «pienso matar a ese tío con mis propias manos por celos» y un «joder, qué monos son juntos, está claro que soy yo quien sobra aquí». Necesitaba tiempo para pensar. O, mejor aún, un motivo para tenerte solo para mí. Entonces, podríamos volver a ese momento y hacer las cosas de forma distinta.
Controló la respiración. Aunque su voz imprimiera el tono calmado de la Dark Vero que había aprendido a ser (con unas cuantas notas de la chica que podía permitirse ser a mi lado), parecía que sacarla de su pecho le hiciera daño a un nivel complicado de describir.
Se tomó unos instantes para continuar. No sabía si aprovecharlos para buscar una respuesta más acertada o si sentirme acusado por ellos, así que me limité a esperar en silencio.
―Tenía claro que las cosas iban a cambiar cuando tuviera la oportunidad de conocer a Zack. ―Juntó las manos y las estiró hacia delante mientras exhalaba aire, uno de sus ejercicios de relajación―. Conocerle de verdad, quiero decir. No sabía si para bien o para mal, sabía que un rato con él era exactamente la pieza que me faltaba.
―Vero. ―Posé mi mano sobre su espalda, pero esta me repelió. Pude notar cómo su energía se descontrolaba ―. Si necesitas parar, hazlo. Sé que es una conversación importante, pero...
La exorcista se giró hacia mí. Sus ojos, algo húmedos y sin ninguna pretensión de ocultarlo, parpadearon lentamente un par de veces. Sus labios componían un puchero de esos que podía hacer alguien cuando estaba a punto de romperse. Mi acto reflejo fue abrazarla de nuevo, pero el pequeño glitch de mi cabeza hizo que liberara algo de energía calmante sin siquiera pedírselo. Probablemente, de no hacerlo, me habría visto superado por el aura escarpada de mi compañera.
―Me moría de envidia ―sollozó en mi hombro―. Claro que no podía competir contra él. No podía ni intentarlo. Joder, Zack es exactamente el tipo de persona que necesitas en tu vida. Alguien que te haría feliz sin complicaciones. Así que quise demostrarme que al menos yo era más fuerte, que al menos, si no podía ser tu... ―no decidió una palabra para terminar esa frase―. Que al menos, te protegería. Que podría ganarle en un duelo espiritual.
―No hacen falta duelos para saber que los dos sois fuertes a vuestra manera. ―Posé mis labios sobre su pelo―. Conozco de primera mano tu determinación por lograr todo lo que te propones y es terrorífica. A pocas personas confiaría mi seguridad antes que a ti.
Soltó una risa nerviosa, rota. Temí haber tocado la fibra equivocada con ese comentario.
―Perdí ―me confesó entre lágrimas―. Pero eso no fue lo peor. Lo peor fue que, por muy hostil que me hubiera mostrado con él, estaba dispuesto a ayudar, a apoyarme con una sonrisa. Lo peor fue que me sentí como una imbécil por tomar por enemigo a alguien que en cualquier otra circunstancia habría querido tener cerca.
―Bueno, no sé exactamente en qué situación me pone esto, pero...
―Calla ―espetó con un poco de violencia y un mucho de sollozo―. Todavía queda una parte. La que hace todo esto mucho más difícil. ¿Sabes? Después de que me derrotara, fui lo suficientemente idiota como para sincerarme con él. Sí, fue la primera persona a la que le dije algo que solo debería haberte dicho a ti. Total. ¿Qué más iba a perder?
―En sitios más raros he encontrado yo confidentes ―me limité a responder, aunque no parecía ayudar mucho.
Ahora no era solo su aura la que estaba descontrolándose. Su cuerpo también empezaba a agitarse. Noté cómo su pecho latía con fuerza. Estaba volviendo a respirar de forma entrecortada y la pequeña línea rubia de su cabeza volvía a iluminarse a rachas. Pero no se calló.
―Me dijo que él también ―se le rompió la voz a la mitad de la frase. Intenté hacer algo por ella, pero parecía que el control que tenía sobre mis nuevos poderes no era suficiente como para calmarla, así que solo pude abrazarla con más fuerza―. Así. Directamente, a la cara.
A pesar de las implicaciones que pudiera tener una afirmación así sobre mí mismo, decidí que ese momento solo podía escuchar lo que mi amiga tenía que decir. Darle la mano. Ofrecerle mi hombro si lo necesitaba. Volver a intentar calmarla con unos poderes que no había dominado tanto como debía aún. Pero ella tomó un poco de distancia para realizar sus ejercicios de respiración.
―Vale, ya casi he llegado al final. ―Dejó caer los hombros como si le pesaran un quintal―. Dijo cosas bonitas sobre mí. Después, aseguró que eso no tenía por qué significar competir. Que hacerlo era una tontería y, yo qué sé, se puso a hablar de trigonometría o algo así. Que no tenía sentido hablar de un triángulo que no tenga tres lados. Y, bueno, una cosa llevó a la otra y...
Entendí de repente por qué le estaba costando tanto contar esa historia, sobre todo si había tenido lugar tan solo un par de horas atrás. O quizá, ni eso. ¿Qué hora era? Me sentí tentado a mirar el reloj. En parte para asegurarme, en parte para distraerme de lo que me había dado a entender y no acababa de asimilar. No. No podía arruinar el momento. Esa vez no. Ya me enfrentaría a mis pensamientos más adelante. En ese momento, tenía que estar ahí. Por ella.
―Volveré a mi premisa inicial, entonces. ―Vale, ese dato surcando mi mente hacía que fuese más difícil formular esa pregunta―. ¿En qué nos convierte todo esto?
Intenté ser todo lo dulce que pude.
―Eso es algo que deberías decidir tú. ―La chica se abrazó a sí misma, temblorosa―. Yo... ya te he dado toda la información. Tómate tu tiempo para asimilarla. Para decidir qué es lo que nos toca hacer. Estoy confusa, Eli. No sabes cuánto.
―No, Vero. No me has dicho todo. ―Le tendí la mano de nuevo, pero ni siquiera estaba mirando en mi dirección, así que se quedó colgando en el aire―. Dime, ¿qué es lo que tú quieres?
―Yo... Eli...
La exorcista se agitó con un grito. Su respiración era pesada, y sus movimientos fueron tan toscos como violentos. Intenté recortar la distancia que nos separaba, pero dio uno de esos instintivos saltos hacia atrás que a mí probablemente me hubieran acabado causando una contusión bastante mala en la cabeza. Necesitaba que mis poderes funcionaran. Necesitaba que supiera que, pasara lo que pasara, iba a estar a su lado y que lo demás lo iríamos resolviendo juntos.
Necesitaba decirle que la quería.
Me lancé, envuelto en mi cálida aura, esperando que el glitch que había devorado me diera las fuerzas para que la muchacha pudiera volver a la normalidad y escuchar las palabras que le tenía que decir. Por romántico que sonara, quería salvarla abriendo mi corazón y mi espíritu.
Así que, con esa idea tan clara en la cabeza, lo último que podía esperar es que me diera un puñetazo en la cara. Uno de esos que, de no ser por mis nuevos poderes, estaba seguro de que me dejaría un moratón bien oscuro en el ojo durante un par de semanas. Y eso que no me dio con el anillo.
Vero, por su parte, brillaba con más fuerza de la que había visto nunca. Flotaba en el aire, tintando hasta el último recoveco del bosque de sus tonos azulados. Y estaba seguro de que no había despertado sus poderes solo para evitar una conversación incómoda.
―Elías Delfín. ―La voz de la programadora sonó distinta, reverberante―. Por fin nos conocemos. Ruego disculpes mi agresión. Ha sido producto de una invocación poco ortodoxa. Puedes llamarme Héroe.
―Prefiero llamarte Impertinente. ―Llevé mi mano al punto de impacto y el dolor remitió en cuestión de segundos―. Te has metido en la conversación equivocada, glitch.
―Mas ha sido mi receptáculo quien ha perdido el control sobre su forma corpórea. ―Hizo que el cuerpo de Vero llevara a cabo una reverencia antinatural―. Ha hecho un buen trabajo por poner en jaque a sus emociones, mas...
―Tengo que llegar hasta ella ―bramé, agitado―. Hay algo muy importante que tengo que decirle.
―La doncella es más que consciente de tus pasiones, Elías Delfín. ―Alzó el vuelo unos cuantos centímetros sobre el suelo―. Mas gustaría de oírlo de tus labios, como bien asumes.
―Pues ya sabes qué hacer ―casi ladré―. Largo.
―Si es lo que deseas, eso haré ―dijo en tono cortés, pero no acababa de inspirarme la confianza necesaria―. Me gustaría aprovechar mi presencia en este mundo para ser el heraldo de una nueva advertencia, empero.
Aunque no tenía la cabeza para algo así, sabía que no podía desoír uno de los vaticinios de la criatura. Con desgana, desconvoqué mi fuerza espiritual y me dejé caer al suelo. Controlar la respiración me ayudó a eliminar esa neblina de rabia, pero mis gestos no fueron pacientes y azuzaron al Héroe a hablar lo antes posible.
―Como ya presagié, se cierne la segunda venida de Algodaoth, mas no arribará solo. ―Aseveró la mirada―. Ha llegado a mi conocimiento que el tercer miembro de la guardia de Erymath ya ha tomado existencia en el mundo del que provengo. Los ceros y unos me susurran que dicho nacimiento, crucial en los planes del Señor de los Cernícalos, es lo que facilitará la tentativa de invasión de nuestros enemigos jurados. Mas desconozco la naturaleza exacta de sus poderes, por lo que os ruego, Cazadores, que me asistáis en investigación.
―¿Tercero? ―No me salían las cuentas.
―Son tres las bestias que custodian a Erymath, sí. ―Afirmó sin dudarlo un instante―. Ya conocéis a Algodaoth, al que también denomináis Gólem de Pirita. Por otro lado, existe Gazereth, el Hada de Mercurio. ¡No temáis por ella, pues la guerra que se está librando en su mundo de origen ha cercenado sus alas! La tercera, en cambio, es una amenaza desconocida, aún sin nombre ni epíteto. Con poderes que rivalizan los de sus dos hermanos, habremos de estar ojo avizor.
―Eh... ¿ya conocemos? ―Mi tono se volvió inquisitivo en exceso, pero no podía mantener la calma―. ¿Soy el primero al que hablas de esto?
―Así es ―aseguró―. Confío en que lo traslades al resto de tus aliados. Dicho esto, es hora de que cumpla con mi promesa. Tal y como anuncié, os permitiré proseguir con vuestra mundana conversación.
―¡Espera! ―bramé con toda la fuerza de mis pulmones―. Ya que estás aquí, quiero respuestas. ¡Exijo respuestas, Héroe!
Se había acabado el tiempo. El cuerpo de la exorcista descendió lentamente. Con dificultad, pude atraparla antes de que cayera del todo. Pero, por agitada que fuese su respiración, la chica no volvía en sí. Y yo era demasiado débil como para llevarla de vuelta a casa.
―¡Rápido, Elías! ―gritó una voz conocida―. ¡Hazle el RCP!
Casi solté a la muchacha del sobresalto, pero la carcajada que sucedió a la broma me dejó más que claro que Norma volvía a hacer de las suyas. No parecía excesivamente preocupada por la situación. Ni por mi mirada asesina.
―No es mi culpa que chilléis tanto en un bosque tan silencioso.
―¿Cuánto has oído? Bueno, qué más da. Ayúdame con ella. Seguro que sabes lo que hacer.
Mi mentora se puso a la chica de mochila sin que pareciera esfuerzo alguno y echó a andar hacia delante a un ritmo que yo no podía seguir ni en mis plenas facultades.
―Parece un buen momento para probar tu nueva técnica. ―Apuntó a su espalda―. Si lo haces más o menos bien, estará como nueva antes de llegar a su casa.
―Vale ―Fui seco y cortante, pero no estaba para chanzas.
―Siento lo de Héroe. ―Dio un salto por encima de unas piedras que parecían molestarle―. Siempre tan inoportuno, ¿eh? Y tan revelador. Me va a tocar pasarme la noche en vela investigando.