Esos días habían sido, cuanto poco, extraños. Un remanso de calma en una vorágine de guerras con glitches (aunque no estuvo exento de exorcismos y leyendas, todo parecía resolverse demasiado rápido) en el que nadie se atrevía a señalar que la carpeta de los misterios relacionados con Erymath aún tenía demasiados expedientes sin resolver.
No, de alguna forma todos compartíamos un acuerdo no escrito que llevaba implícito que nos habíamos ganado un descanso. La redacción, aunque nuestras mentes no dejasen de buscar respuestas por su cuenta, no se reunía formalmente para hablar del Señor de los Cernícalos, del demonio sin epíteto o del Hada de Mercurio. Tampoco se mencionaba la Catedral o las consecuencias de su caída. El cuerpo inerte de Seven fue sepultado entre los escombros que causó la desaparición del demonio del sótano y sus dos aliados compartían habitación en un hospital donde demasiados médicos habían tratado de dilucidar los motivos de su atípica actividad cerebral sin mucho éxito.
Todo el material incautado seguía bajo llave y nadie se atrevía a investigarlo. ¿El motivo? Cada uno tenía el suyo, pero nadie se atrevía a compartirlo en voz alta. Lo más parecido a una excusa real fue un «tengamos las fiestas en paz» que espetó Norma durante uno de los entrenamientos. Al menos, los madrugones para fortalecer cuerpo y espíritu no eran algo de lo que descansar.
Al fin y al cabo, la vida seguía. Intenté convencerme de que todo necesitaba un tiempo de ajuste para reencauzarse. De que necesitábamos un descanso si queríamos que el equipo volviera a estar en plena forma, listo para afrontar los nuevos retos que el universo había puesto sobre nosotros, aunque Vero no dejaba de buscar la aventura en cada uno de los rincones y protestaba cada vez que tenía que acallar su corazón de heroína.
Una noche, desperté en mitad de la madrugada y me la encontré en el escritorio, escribiendo un diario. Al menos, lo parecía, por su encuadernado y florituras. Al preguntarle qué hacía ahí, culpó al insomnio, a la necesidad de ordenar sus ideas después de todo lo que había ocurrido. Decidí sentarme junto a ella para hablar, ayudarle a organizar sus pensamientos o, simplemente hacerle compañía. No me importaba echarme unas partidas a algo mientras se dedicaba a tomar notas si mi voz le resultaba cargante. Simplemente, algo me decía que no quería quedarse sola.
Fue entonces cuando me explicó los efectos secundarios de que el Héroe se hubiera disuelto en ella. Sí, era un power-up muy chulo (¡con capa y todo!) pero también trajo consigo sus recuerdos, sus pensamientos. Su conocimiento del mundo de silicio, de Erymath y su Guardia... Y las preocupaciones de lo que estaba por venir. En realidad, lo que pretendía hacer esa noche no era un ejercicio literario: estaba haciéndose periodismo a sí misma. Por un día, desobedecí las órdenes de la jefa y llevé a cabo la primera entrevista de mi carrera. Cientos de preguntas a la Heroína, intentando llegar a lo más profundo de esos recuerdos compartidos. Empezamos por ahí y hablamos de todo lo que nos cruzaba por la cabeza hasta que el sol se alzó por la ventana. Maldije la clase que tenía a primera hora, pero sabía que había merecido la pena.
***
―Oye, Eli. ―Kat posó su mano sobre mi hombro―. La jefa os está buscando. A ti y a Verónica. ¿Puedes pasarte por su despacho?
―Dame un minuto. ―Di un sorbo a la taza de cartón, maldije haberme olvidado del azúcar y respondí―. Acabo este correo y voy.
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―Por cierto, veo que aún no te has apuntado a la cena de navidad ―me acusó―. Sé que no vamos a estar todos, pero... Es momento de estar unidos, ¿no?
―Era pasado mañana, ¿verdad?
―Viernes 19, sí. ―Se alzó las gafas con el meñique―. Diez de la noche. ¿Apunto tu nombre? ¿Y el de Vero?
―De acuerdo, cuenta conmigo.
Aunque Norma ahora era la jefa de redacción (en funciones, la creencia generalizada era que Ramón no tardaría en volver de su «excedencia» repentina) de Cazadores de Silicio, eso no había cambiado la dinámica de grupo... ni su extraña manía de recogerse el pelo con lo primero que encontrara con la oficina.
―Así que ahí estaba la pulsera que había dejado en mi escritorio. ―Me dejé caer sobre la silla y di un golpecito en el hombro a Vero en forma de saludo cariñoso. Ella me devolvió una de sus encantadoras sonrisas―. En fin, quédatela por ahora. Ya me la devolverás. Te escucho, jefa.
―Tengo dos noticias que daros, ¿por cuál empiezo? ¿Placer o trabajo?
―Por la que consideres más importante. ―Incliné la silla hacia atrás―. Aunque por tu nada sutil inflexión a la hora de hablar, quieres que mi respuesta sea «placer».
―Menos mal que has respondido eso, porque si no, hilar los temas hubiera sido un suplicio ―se chanceó, aunque no tardó en mostrarse inusualmente tímida―. Supongo que ya sabéis que he empezado un poco a... bueno, hacer esfuerzos por reconectar con alguien de mi pasado.
―¡Oh! ¡Oh! ―Vero se echó hacia delante―. ¡Has vuelto con Rosa! ¡Has vuelto con Rosa! ¡Tenía razón! Eli, me debes cinco pavos.
―Nunca accedí a esa apuesta, eh ―aunque, ante la mirada de ilusión de la chica, añadí―: pero vale, hoy te invito a desayunar para celebrarlo.
―A lo que quería llegar es a... ―Se acarició los antebrazos, algo nerviosa―. Me gustaría que la conocierais. Después de tantos años regándote con las piezas del puzle en mis desvaríos, es lo mínimo que te mereces, Vero. Así que me gustaría proponeros, con el mayor espíritu navideño... una cita doble. ―Ante nuestra mirada, que más tarde definió como «un cuadro», se justificó―. ¡Cita textual!
Me tomé mi tiempo para disfrutar con el hecho de que Norma Guarnido, la agente del caos y la entropía romántica por excelencia, estuviese midiendo tantísimo sus palabras para defenderse de nuestras posibles réplicas mordaces. Qué bien me lo iba a pasar.
―De todas formas, ya sé que las cosas en vuestro lado no están muy... ¿claras? ―intentó explicarse de la forma más torpe que cupiera esperar, pero no me costó intuir a qué se refería―. Quiero decir... ¿os estaría invitando a vosotros dos? ¿Estaría dejando a alguien fuera así? Venga, chavales, esta chica necesita una confirmación.
Norma Guarnido, la periodista con la sutileza de un yunque que te cae en el cráneo.
―Zack sigue sin estar en condiciones de... Salir de casa, así en general, ―Me aferré a la mano de Vero y me encontré con sus ojos―. Creo que los dos estamos de acuerdo en que le echaríamos de menos en algo así, si es esa la confirmación que buscas.
Los ojos jade de la periodista brillaron con una mezcla de ilusión por mi respuesta y orgullo por ser la principal culpable de que acabáramos dándosela.
―Me encantaría conocerla, de todos modos ―terció Vero―. Estoy orgullosa de ti, hermanita. Hemos tenido que exorcizar a un demonio arcano para ello, pero por fin te has decidido a tener vida fuera de la revista y los glitches. ¡Además, para todo lo que hablas de llevar las cosas con calma, no tienes tiempo para mí! ¡Claro que tengo ganas de algo de charla de chicas!
―Ni me lo mentes ―bufó―. ¿Cómo diablos hacía Ramón tanto trabajo sin que lo supiéramos? Y yo pensaba que delegaba en mí. Bendita sea Kat. Si no fuera por ella, habría acabado poniéndome una cama plegable en el despacho.
Compartimos una de esas risas de final de capítulo de sitcom antigua, pero el ambiente no se fundió a negro y volvimos el día siguiente. Aún quedaba conversación por delante.
―Lo que me lleva al segundo punto del día ―continuó―. Lo de Zack, quiero decir, pero el tema se ha desviado ligeramente antes de que pudiera meter baza... He estado hablando con la sacerdotisa esta mañana. Buenas noticias, Heroína. Tu sugerencia tiene por fin su manita para arriba. Sí, yo me he currado un muro de texto y ella me ha contestado con un emoticono.