Novels2Search

Epílogo - Autor Invitado

―¡Anciano! ¡Anciano!

El vigía había descendido corriendo de la torre. Tanto, que casi terminó bajando las escaleras rodando. Por suerte, algo así no es especialmente doloroso cuando eres una canica gigante con ojos y piernas, pero un guardia mareado incapaz de contar su historia siempre era un problema.

―¡Un hombre en la playa sur! ―exclamó.

―Y con hombre, quieres decir...

―Me temo que no estoy seguro ―replicó―. Por descontado, se trata de un ser antropomórfico, aunque requiere una inspección más cercana. Ha sido traído por las olas.

Salí del edificio y eché un vistazo al cielo. Como no había una sola nube, todas las constelaciones se dibujaban en un brillante dorado sobre ese lienzo ámbar. Recorrí varias de las formas con mi dedo índice y leí sus designios: si el firmamento era sincero conmigo, el día había llegado.

―Lo investigaré personalmente. ―Volví a por mi báculo y eché a andar, sin prisa ni pausa―. Convoca un comité de bienvenida. Nuestro invitado lo necesitará.

El sendero a la playa era lo suficientemente llano como para que un viejo con achaques como los míos lo pudiera recorrer sin problemas. La arena negra, en cambio, era demasiado molesta. No porque se me hundieran los pies en ella, no. Simplemente odiaba encontrarme esos granos tan molestos en cada uno de los pliegues de mi cuerpo en cuanto me despejaba. Por suerte, la magia estaba de mi lado. No tenía más que blandir el bastón para que un puente de madera cruzara el aire.

―En efecto, es él ―ratifiqué al aire, esperando que me escuchara quien necesitara esa información.

This tale has been unlawfully lifted from Royal Road. If you spot it on Amazon, please report it.

El hombre respiraba, aunque me aseguré de que escupiera toda el agua que encharcaba su... ¿sistema respiratorio, era el término? Un vistazo rápido a su aura decía que solo descansaba y que su vida no había corrido peligro alguno, a pesar de cruzar el mar del sur sin equipamiento adecuado. Anoté mentalmente que debía preguntarle cómo logró llevar a cabo tamaña proeza.

Dejé que reposara en mi propia casa. Por desgracia, la cama con la que contaba era demasiado pequeña como para que pudiera entrar ese cuerpo larguirucho, pero uno de los vecinos pudo proporcionarnos una suerte de colchón plegable.

―No le desvistas ―ordené a la curandera, que estaba retirando los botones de esa prenda con palmeras dibujadas―. Al menos, no de cintura para abajo. Los humanos consideran mostrar su cuerpo desnudo algo tabú. No queremos ofender a nuestro invitado, al fin y al cabo.

Asintió con la cabeza, pero eso no hizo que dejara de examinarle con todo el detalle que sus pantalones le permitían. Cuando consideró satisfecha, compartió mi diagnóstico: ese hombre solo necesitaba descansar un rato más. Como la vida de un anciano como yo era tan aburrida, no tenía nada mejor que quedarme haciéndole compañía hasta que abrió los ojos de nuevo.

―¿Qué coj...? ―masculló. No tenía claro si lo que le impidió acabar su frase fue la reticencia a emplear vocablos malsonantes o la genuina sensación de estar desorientado―. ¿Cómo he acabado aquí?

Se incorporó de un salto, lo que me hizo descartar mi segunda hipótesis. Que maldijera al darse un cabezazo contra el techo al hacerlo también eliminó de un plumazo la primera.

Qué raros eran los humanos.

―¡Hola! ―Extendí mi mano hacia delante. Se quedó mirándola, probablemente preguntándose por qué era casi tan alta como el resto de mi cuerpo―. Mi nombre es Kainen, pero todos por aquí me llaman Anciano. Elige el nombre que más gustes para referirte a mí.

El hombre se llevó la mano al lugar en el que se había golpeado y volvió a agacharse hasta ponerse a mi altura.

―Así que he escapado de esa isla ―suspiró, aliviado―. ¿Puedes decirme dónde estoy? Sigo estando en el mundo del silicio, ¿no? Al menos aquí he encontrado a gente civilizada y no a bestias sedientas de sangre. Algo es algo.

―¡Efectivamente! ―Incliné la cabeza hacia delante―. Ahora mismo te encuentras en la Villa de Todo Comienzo. ¡Bienvenido, Jaime Llagaria!