Vertí mi yogur de proteínas en el bol de chococrispis ante un cansado Elías que luchaba por untar algo de mantequilla en su tostada mientras se le cerraban los ojos.
―Por cierto ―le recordé―. Si no quieres pillar un mal catarro, deberías darte una ducha. Puedes usar la de abajo, si quieres.
Tardó unos instantes en reaccionar.
―Eh... No-no me he traído ropa ―respondió con un aspaviento―. Será mejor que vuelva a casa y...
―No, no. ―Compuse media sonrisa―. El entrenamiento aún no ha acabado, joven padawan. Seguro que tengo algo que te sirva por aquí. Aunque seas un poco más alto, con lo enclenque que eres, debes tener más o menos mi misma talla de...
Elías resopló. No me quedó muy claro si era de cansancio, por mis provocaciones constantes (¿me estaba pasando con él?) o por la idea de ponerse una prenda de mujer. Preventivamente, inferí lo último.
―¿Te gusta Irate Alleys? ―Di un tono burlón a la idea―. Creo que te quedaría genial mi viejo cosplay de Shin Ember. Al fin y al cabo, no deja de ser un chándal de hombre con un par de retoques.
―¿Qué? ―abrió los ojos de par en par―. ¡N-no me atrevería a llevar algo así!
―Eh, es de la ropa más masculina que tengo en el armario ―me encogí de hombros―. Además, es cómodo y fácil de llevar.
―¡N-no es eso! ―Cruzó los brazos frente a su cara―. ¡N-no me atrevería a llevar algo tuyo! ¡Y menos algo a lo que le has dedicado tanto esfuerzo! Seguro que tienes algo un poco menos... ya sabes.
―¡Lo siento, chaval! ―Le puse la mano en el hombro―. Llámalo «gentileza de la anfitriona». ¡Eh! ¡Pocos pueden decir que la tricampeona del concurso del Salón del Manga le deja llevar una de sus obras! ¡Deberías sentirte honrado!
―Vale, pero me niego a ponerme la peluca ―dejó caer sus hombros en señal de rendición―. Te prometo que no sé cómo podías andar sin pisarte esa trenza.
No me atreví a admitir que me caí media docena de veces por su culpa, pero le concedí esa victoria. Solo lamenté que Vero se lo estuviera perdiendo: al fin y al cabo, la encerrona había sido íntegramente idea suya.
***
―¿Ves como no era para tanto? ―solté una carcajada.
En realidad, el diseño de Shin Ember era bastante comedido. Quizá por eso lo guardaba con la ropa normal y no con los trajes más elaborados. Unos pantalones elásticos con unas cuantas tiras de colores que sobresalían en varias direcciones y una sudadera tres tallas más grande que el portador. O, al menos, lo sería si no pareciese que media comunidad de grafiteros había pasado por encima de la prenda con sus espráis de neón. Para ser uno de mis primeros trabajos, estaba bastante logrado eso de que las llamas de las mangas brillaran en la oscuridad.
Pero más brillaba la cara de su portador. En color bermellón.
―Ahora me arrepiento de no haberme comprado uno de esos nuevos móviles con cámara ―musité para mis adentros.
―V-vale. ―Agachó la cabeza con timidez―. ¿Q-qué tal me queda? N-no quiero... Desaprovecharlo.
Alcé el dedo pulgar y palmeé el sofá en el que estaba sentada. Escuché el suspiro de desasosiego del becario a varios metros de distancia.
―Buen chico, Elías. ―Insistí en mi gesto de «siéntate»―. Siento si solo parece que quiero burlarme de ti con estas cosas. Tómatelo como un ejercicio de confianza, para afianzar nuestra dinámica de equipo.
En realidad, seguía preocupada sobre cómo abordar la distancia entre nosotros. Quería dejar claro mi rol como jefa dentro de la redacción y mentora en lo espiritual. Pero también quería dar un mazazo a esa percepción que tenía de mí como un ídolo inalcanzable. ¿Por qué me costaba tanto medir mi actitud con la gente?
Sabía perfectamente la respuesta a esa pregunta, pero agité la cabeza para disipar la imagen de la persona responsable de todas esas inseguridades. En su lugar, pensé inmediatamente en Vero: con ella había tenido química instantánea desde el primer día. Sí, habíamos tenido nuestros momentos más tensos y a veces lidiar con una niña que pasaba la pubertad era algo difícil, aunque no me costó forjar ese vínculo. Ojalá fuera tan fácil con su amigo. Tenía que serlo, después de llevar años escuchando historias sobre él, ¿no?
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Inspiré y decidí tirarle un hueso al bueno del cosplayer improvisado.
―Vale, Shin. ―Como no acababa de decidirse, tiré de su brazo para que se sentara por fin. Me costaba mantener contacto visual, así que fingí que prestaba atención a la reposición de La Banda del Patio que ponían por la tele―. Hoy, voy a guiarte en un enfrentamiento con un glitch. Ya sabes, tal y como practicamos ayer con Mako. Técnicas de liberación de energía y redirección. Quiero ver si tienes las herramientas para salir ileso si vuelve a aparecer uno mientras estás solo.
Asintió con la cabeza, aunque no parecía muy seguro con mi explicación. De hecho, estaba tan tenso que siquiera parecía capaz de soltar uno de sus habituales choteos.
―Aún no estás listo para domar a uno. ―Aunque lo estuviera, no debería hacerlo sin la supervisión de la sacerdotisa―. Solo quiero ver cómo te defiendes de él, yo me encargaré de lo demás.
El muchacho dejó su mano, algo temblorosa, en mi hombro. Aún parecía tenso por estar compartiendo ese rato a solas, pero intentó buscar la determinación para dirigirse directamente a mí.
―Norma, ¿puedo hacerte una pregunta?
―Creo que después de todo lo que te he hecho pasar a lo largo del último día, estás en tu derecho. ―Solté una carcajada y le di una palmada en la espalda. Por su quejido, diría que me había pasado de fuerzas―. Dispara, chaval.
Tardó un rato en formular lo que iba a decir. Sus ojos viajaban de un lado a otro y paladeaba palabras inaudibles mientras movía los labios.
―Es sobre Vero ―vocalizó por fin―. ¿La ves... normal? Me tiene algo confuso últimamente y no sé si...
―¿A qué te refieres? ―Intenté suavizar el ambiente―. Es una adolescente, claro que no está normal. Las hormonas, que hacen estragos. Sí, echo un poco de menos a la niña tierna que era cuando la conocí, pero... ¡Eh, se está haciendo toda una mujer!
El muchacho se quedó congelado unos instantes. Era fácil imaginar el reloj de arena de Windows sobre su cabeza a la espera de que volviera a procesar de nuevo. Cuando se dio cuenta de las implicaciones de lo que le había dicho, ahogó un pequeño grito.
―¡N-no hablo de eso! ―se puso la enorme capucha del traje y escondió las mejillas en ella.
―Oh, ¿no quieres consejos románticos de la hermana mayor?
El silencio me hizo temer que hubiera cruzado alguna línea que no debiera, pero el becario se achantó tanto que volvió a resultar divertido.
―¡Hablo de los glitches! ―gritó de repente soltando un gallo por el camino―. No quiero que... la consuman.
―Vero nació con un glitch, Elías. ―Tiré para atrás del pincho de su capucha―. Y lleva entrenando para tenerlo bajo control desde que se manifestó... Desde que tenía diez años. Esa chica es la persona más fuerte que conozco y dudo mucho que su glitch haya empezado a afectarle ahora.
―Me está ocultando cosas. ―Viró la cabeza―. Lo sé. Llevo hablando con ella todos los días desde que era un crío. Sé perfectamente que... tiene algo en la cabeza. Algo de lo que no se atreve a hablar. No sé si tiene que ver con esa dichosa Catedral, si son los glitches o qué es, pero...
Respiré con calma. Varias veces. Tenía que hacerlo si quería reprimir las ganas de gritarle un «lo que está ocultando son sus ganas de explorarte la tráquea con la lengua, pedazo de imbécil», pero decidí que era más sabio cambiar de tema. Sobre todo, porque si no lo hacía, iba a destrozar esta confianza que por fin estaba volcando en mí.
―A todo esto, yo también tenía una pregunta que hacerte. ―El aludido inclinó levemente la cabeza, como un perrito curioso―. Sobre el incidente del otro día en la cafetería.
―Ya os envié todo lo que recuerdo. El error que dio el juego, la forma glitch, el sorprendente pasotismo de los cuatro que quedaban en la cafetería, lo de ese chico, Zack... Siento haber sido tan imbécil, dejé que se fuera sin pedirle el número. Si no hubiera estado tan embobado, todo sería mucho más fácil.
―Zack ―paladeé el nombre, buscando la inspiración―. Dices que domaba a los glitches. Los hace aparecer de una especie de muñequera y atienden a las órdenes.
No era la primera vez que escuchaba algo así.
―¿Por qué es tan raro? Es más o menos lo que hace Mako.
No podía explicarle cuánto se equivocaba sin revelar uno de los secretos que había prometido a Ramón llevarme a la tumba, así que emití un ruidillo de insatisfacción con su respuesta y busqué otra pregunta que hacer.
―Te propongo algo: ¿qué tal si me dejas hacer algo de trabajo de investigación? ―Le guiñé un ojo―. Si queremos llegar al fondo de esto, tendremos que encontrarle. Solo con un nombre no creo que lleguemos muy lejos. ¿Te dijo su apellido?
Negó con la cabeza.
―No, solo sé que se llama Zack por su abuelo Zacarías. ―Se llevó la mano al mentón y se acarició los cuatro pelos maltrechos de su barba―. Que vino a buscar a unos amigos para irse a una comer pizza a casa y... que tiene unos ojos preciosos. ―De repente, se recompuso―. O que lleva unas lentillas muy molonas, mejor dicho. Bueno, olvida eso. Es una tontería.
Algo levantó una alerta en mí, tan repentina como la que aparece cuando te detectan en el Metal Gear Solid. En un parpadeo, creí entender bastantes cosas, pero aún tenía que ordenar mis ideas. Seguro que mi cara se había vuelto un libro abierto, pero intenté mantener la compostura.
―Déjame adivinar... ―No sabía si quería tener o no algo de razón―. Gris metálico. Reflejan los colores del arcoíris. Probablemente también tuviera el pelo blanco... O teñido de algún color extravagante.
―S-sí. ―Pareció genuinamente sorprendido ante mi tentativa―. ¡Eso es! ¿Cómo lo has sabido?
―Digamos que estoy familiarizada con esa tribu urbana. ―Esperé poder ocultar cómo mi labio temblaba―. Sí, creo que encontrar a ese tal Zack va a ser pan comido. Confía en mí.
La cara del chaval se iluminó como si un rayo de sol huérfano le estuviera calentando en un día de invierno. Algo en mis entrañas me decía que a Vero no le iba a hacer ilusión el descubrimiento, pero la agente del caos que vivía en mí se estaba frotando las manos.
―¿¡Sí!? ―dio una palmada al aire de la emoción―. ¡Cuéntame, cuéntame!
Una maga nunca revela sus secretos. Y, mucho menos, si ese «secreto» tenía que ver con el único caso que seguía teniendo abierto tras cinco años de carrera como cazadora de demonios.