Ramón se limitó a revolver un poco su media melena dorada. Por primera vez desde que subí al coche, había relajado un poco su expresión. No demasiado, pero sí lo justo como para volver a su estirado habitual.
―Ha... vuelto a pasar ―exhaló la niña, sin soltarse de su tío―. ¿Verdad? Jo, siempre me lo pierdo. Eso de que el pelo me brille es algo que quiero ver alguna vez por mí misma.
Había algo de comunicación no verbal entre los presentes que podía resumirse en un «Sí, ha vuelto a pasar. Y con más fuerza», pero nadie iba a tener el corazón para decírselo a la pequeña.
―He llamado a tus tíos lo más rápido posible ―confesó la madre. No parecía muy contenta con que eso fuera lo único que pudiera hacer―. Para cuando llegaron, ya estabas mejor, pero...
―Ha vuelto a ocurrir, Maite. No hay peros posibles. ―Ramón fue severo con sus palabras, aunque tuvo el detalle de tapar las orejas de su sobrina para que no se enterara―. Si hoy no somos capaces de desterrar a ese demonio, habrá que lograr que pueda domarlo. La sacerdotisa está dispuesta a aceptarla.
―¡No quiero irme de casa! ―Verónica se quitó las manos de su tío de sus orejas a la fuerza. Evidentemente, no iba a acolchar el sonido lo suficiente―. ¡No quiero separarme de Eli! No es justo.
―Hija mía. ―Su padre le cogió la mano para tranquilizarla―. Esa será la última opción. Siempre. Mira, tus tíos han traído a una amiga que quizá pueda ayudarte.
Sentí demasiados pares de ojos fijados en mí. Demasiada presión. ¿Esperaban que resolviera un misterio recurrente, así como así? ¿Con tan poca información? ¿Algo contra lo que tanto Ramón Lourido como Jaime Llagaria se habían enfrentado sin demasiado éxito? Era una petición que no tenía sentido. Si fracasaba... ¿arruinaría la infancia a la pobre muchacha? Sí, sabía que sacar demonios de las cabezas de niños que aún resistían por mantener el control de su cuerpo iba a ser algo que tuviera que hacer algún día, pero que la primera vez que tuviera que enfrentarme a ello fuese un caso tan cercano y personal me dejó en una situación en la que no sabía ni qué responder.
Por suerte, o porque probablemente el estrés de hacerme tantas preguntas de repente descontroló mi espíritu tanto como para hacerlo perfectamente legible, Jaime supo interpretar mis sentimientos e intercedió por mí.
―Los expertos necesitamos espacio para trabajar. ―Dio varias palmadas en el aire―. Ramón, haz honor a tus viejos tiempos de inquilino y pon un café a estos padres tan preocupados. Nosotros dos nos encargaremos a partir de aquí.
―Pero... ―protestó.
Jaime no perdió un instante para sisearle y, prácticamente, sacarle del cuarto de un empujón. Su novio había quedado tan descolocado que intentó zanjar algún último asunto antes de dejarnos en intimidad, pero lo único que se llevó fue un portazo en la cara.
―Eres genial, tito. ―La niña soltó una carcajada alegre como si las últimas horas no hubieran pasado―. Y tú también molas mucho. Tienes un pelo muy bonito. ¿Cómo te llamas?
Fue uno de esos momentos de conexión. Al sentir esos ojos aguamarina tan inocentes fijarse en mí y escuchar una voz tan juguetona hablar de lo mucho que molaba, toda la preocupación que llevaba encima se desvaneció de un plumazo. Toda la redacción tenía razón: esa niña conquistaba tu corazón nada más verla.
―Hola, Vero. ―Me senté al borde de la cama y le extendí la mano. Para ser tan poca cosa, apretó que daba gusto―. Me llamo Norma. Soy algo nueva en esto, pero tu tío dice que no se me da nada mal.
―¡Así me gusta! ―gritó, sin controlar mucho el torrente―. ¡Una chica fuerte en la revista!
―La que más, de hecho ―concedió Jaime―. Norma, enséñale tu arco de luz. Seguro que le encanta.
―¿¡Un arco de luz!? ¿Como el de la princesa Zelda?
Hice una breve demostración. Me pareció oír farfullar algo a Ramón al otro lado de la puerta, pero la sonrisa de la pequeña me obligó a ignorarlo para lanzar otro flechazo hacia la pared.
―¡Jo! ¡Como mola! ¿Puedes enseñarme a hacer eso?
Eché un vistazo de reojo a Jaime, que me devolvió una sonrisa calmada, de las de dar luz verde.
―Quizá. ―Pasé el brazo sobre su hombro y la abracé con ligereza―. Si te portas bien, te enseñaré todo lo que sé.
―¿Me lo prometes? ―Se acurrucó contra mi pecho―. Mi tío quiere mantenerme alejada de todo esto, pero sé que quiero aprovechar mi fuerza para proteger a la gente que me importa. Para ser una heroína.
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―A mí no me mires. ―Jaime se encogió de hombros―. El tío que manda es el otro. Yo no le tengo miedo a estos poderes. Esto de poder curar solo con mi fuerza de voluntad está francamente bien.
Vero soltó una carcajada casi musical.
―Venga, va: hagamos un trato. Tú nos ayudas a ver qué podemos hacer por ti y yo me comprometo a ser tu mentora. Y si lo haces muy bien, hasta te dejaré ver alguno de mis disfraces.
―¿Disfraces?
―¡Claro! No te lo he dicho, pero también soy cosplayer. ¿A que mola?
Fui incapaz de imaginar lo que sucedía por la cabeza de la niña con todas las extrañas muecas que ponía, pero sus ojos brillaban con luz propia y su rostro parecía extremadamente feliz por el ofrecimiento. Yo también sonreí: su energía era contagiosa.
―Vale, sobri. ―El músico se sentó a su otro lado y le puso los dedos en las sienes―. Esto quizá te duela o te canse un poco. Pero ya has dicho que eres una chica fuerte, así que estoy seguro de que aguantarás lo que te eche.
―¡Chí!
―Norma, sabes tan bien como yo qué hay ahí dentro ―su tono siguió siendo calmado para no alertar a la niña, pero su mirada se tornó más seria de lo normal―. Voy a despertarlo a propósito. Tú decides qué hay que hacer con él.
Sus índices descargaron directamente la energía a la cabeza de la chica. A simple vista, parecía que su cuerpecito no podría aguantarlo, pero tras un quejido inicial, resistió con entereza. Poco a poco, unos surcos azulados empezaron a trazarse por los brazos de la niña. Su patrón no era aleatorio, parecía cuidadosamente diseñado. Estaba convencida de haberlo visto en algún lugar antes, pero era incapaz de identificarlo.
Cuando las líneas terminaron de poblarse, fue su pelo el que empezó a ondear con una luminiscencia etérea. Acto seguido, fueron sus ojos los que centellearon. Casi instintivamente, invoqué mi segundo poder: una garra de energía demónica tan afilada que podría atravesar las protecciones del demonio con un solo tajo.
La niña alzó su brazo derecho y sus líneas refulgieron con fuerza antes de invocar un escudo de luz sólida. Esta vez sí que reconocí instantáneamente el emblema que tenía dibujado:
―Eiyuusha ―murmuré―. Un poco retro para una niña de once años, ¿no, Jaime?
El rostro del músico se descompuso poco a poco, como si estuviera conteniendo su conclusión hasta el último momento. Quitó sus manos de la niña al verse repelido por la fuerza del glitch y dio un puñetazo al suelo al entender las implicaciones de mi observación.
―Mierda .―Escuchar una malsonancia de los labios de ese hombre era bastante infrecuente―. Mierda. ¡MIERDA! Esto es... culpa mía.
―Eso de fustigarse está bien, pero un resumen para la gente como yo estaría mejor, tío.
―Yo soy el responsable de que esta niña esté poseída. ―La voz le temblaba, pero me costaba saber cuál era el sentimiento que lo propiciaba―. Fui yo quien trajo el primer glitch a este mundo. El que poseyó a mi sobrina incluso antes de que naciera. Es... mi culpa.
Los labios de la niña empezaron a moverse por sí mismos. Su cuerpo levitaba unos centímetros por encima de la cama, casi descompasado de lo que intentaba decir. Aunque la voz que nos hablaba seguía siendo la de una chiquilla de diez años, el eco que la acompañaba la hacía mucho más sombría de lo que debería.
―Saludos, moradores de este lado. Descuidad, no deseo haceros ningún daño, ni a vosotros dos ni a mi receptáculo. No cuento con un nombre real, mas podéis llamarme Héroe.
―Qué subidito te lo llevas, ¿no? ―Estiré el brazo demoniaco para preparar un potencial ataque.
―No deseo iniciar una reyerta. ―El cuerpo de Vero danzó por el aire como una marioneta de grácil titiritero―. De hecho, mi rol en este plano, desde mi llegada, no ha sido sino acompañar a esta joven en su crecimiento y asegurarme de que mi mundo no puede haceros daño. Claro está, ha supuesto una tarea harto difícil. Nunca consideré que los vuestros fueran tan endebles al ser traídos al mundo.
―Estás haciendo daño a mi sobrina ―Jaime apretó los puños.
―Y me disculpo por ello, Jaime Llagaria. ―Hizo que la cabeza de la pequeña se agachara en señal de disculpa―. Si bien el potencial innato de este receptáculo es vasto, su manejo sobre el espíritu es aún deficiente. No es sino mi objetivo aquí ayudar a Verónica a alcanzar su potencial. Es de necesidad acuciante que lo haga.
―¿Por qué ahora? ―No disipé el poder que rodeaba mi brazo―. ¿Por qué no permites a una chiquilla tener su infancia en paz?
―He intentado postergarlo, Norma Guarnido. Por las Diosas que lo he hecho, mas el peligro es inminente y me estoy viendo obligado a intervenir. El nacimiento de un monstruo digno de la guardia de Erymath ha puesto en jaque el frágil equilibrio entre nuestros reinos. Una criatura con poderes capaces de alterar las reglas de esta inestable convivencia. Un demonio que debe ser parado a toda costa, ya que su victoria abriría la puerta a, en vuestros términos, el mismo diablo.
―Si lo que dices es cierto, esa es una lucha que queda un poco grande a una niña de once años. ―Las palabras de Jaime fueron afiladas como cuchillos.
―Quizá lo sea ahora ―concedió el Héroe―. Incluso es posible que la fuerza que sumáis sea suficiente para aletargar lo inevitable. Mas eso no exime a mi receptáculo de su responsabilidad para con este mundo.
―¿Y qué pretendes hacer? ―le pregunté―. Nos estás advirtiendo de un súbdito, pero eso implica un mal mayor. Ese tal Erymath.
―No es sino por eso por lo que Verónica Garza ha de abrazar mis poderes. Debe entrar en sintonía conmigo. Lograr que convivamos en su cuerpo. Volverse la heroína que desea ser. Desconozco lo que nos depara el futuro. Mas está escrito en el firmamento que ha de ser mi espada quien ponga fin al Señor de los Cernícalos.
El cuerpo de la joven descendió del aire con suavidad y, con algo de torpeza, tomó mi mano. Aunque brillasen con un furioso fulgor, aún era capaz de reconocer esos ojos aguamarina detrás.
―No puedo mantener el control mucho más tiempo ―confesó―. Sé que haréis lo correcto, humanos. Un Héroe sabe reconocer a quienes están cortados por su mismo patrón. A los faros de la moral, gente que daría todo por proteger a los suyos. Soy consciente de que mi petición, máxime conociendo mi naturaleza, es atípica. Mas, por ahora, nuestra prioridad es poner fin a los planes de Algodaoth y mantener este mundo a salvo.