―¡Bienvenidos! ―El que asumí que era Seven, el hombre alto del disfraz cutre, se puso en pie y dio un par de palmadas al aire―. Aquí es cuando me toca deciros que estoy contento de encontrarme al equipo ganador para premiarle por sus esfuerzos y retarle al combate final. Sin embargo, habéis visto a través de mi pequeño ardid y eso os ha hecho pensar que podíais distorsionar las normas de este enfrentamiento a vuestro antojo. Eso, amigos, no es bueno.
Movió el dedo índice de un lado a otro para negar. Si había un momento inadecuado para imitar la pantalla de título de Sonic the Hedgehog, era ese. Chasqueó un poco la lengua cuando nuestro silencio le pareció una respuesta insuficiente.
―Es la voluntad de Algodaoth que le ofrezca el cuerpo de Su campeón. Rechazó la posibilidad de habitar mi carne, demasiado consumida por años de tratos con demonios de diversa índole. No, quería a ese chico. El primero que conoció. ―Caminó calmadamente de un lado a otro de la habitación―. Premiarle por sus logros, concediéndole el mayor de los honores: Albergarle a Él. Yo, a cambio, cumpliría Su deseo. A cambio de ese cuerpo, Él me recompensaría con poder y conocimiento, como ya hicieron sus hermanos otrora.
Zack extendió su brazo para invocar a una de sus criaturas, pero el mero gesto pareció drenarle más de la cuenta. Vero, de un salto, se puso frente a él, con su escudo a máxima potencia. El hombre no se molestó en contraatacar, pero hizo aparecer sobre su espalda un borrón de tinta que poco a poco empezaba a tomar forma. Metal oscuro. Luz blanquecina que crecía en torno a sus surcos, poco a poco, hasta formar unas alas que en otros tiempos habían sido parte de una máquina.
―No me lo ibais a dejar fácil, ¿verdad? ―Soltó una carcajada―. Tuve que haber imaginado que un experto en demonología como Ramón Lourido habría hecho algo para frustrar mis planes. ¡Ah! ¡Curiosos talismanes! Tan básicos, tan simples como la obra de un párvulo si el estudio de las artes demónicas se impartiera en los colegios... Si bien lo suficiente sólidos como para impedir que Él tomara control de los que pretendían venir a darle caza. ¡Magnífico desarrollo!
Solté a Elías usando algo de energía de colchón y lancé uno de mis ataques contra el líder. No tenía ganas de aguantar a charlatanes, pero sabía que, si ese puñetazo sobrecargado no me daba la victoria, al menos le haría hablar más de la cuenta como represalia. Esa gente era así de bocachanclas. Estaba claro que no iba a ser tan fácil; tal y como esperaba, algo bloqueó mi puño. Un denso muro de energía, conjurado por la mujer que seguía en el banco. Mi golpe lo rompió en mil luces de color aunque, a juzgar por la sonrisa confiada de nuestro rival, parecía contar con ello.
―Princesa Aran. ―Estiró las alas y las encendió para levitar en el aire―. Es un verdadero placer conocerte. Desde tu primera carta a la Revista Silicio fuiste una motivación para mí. ¡Gracias, de veras! ¿Sabías que fue gracias a uno de tus comentarios que conocí a mi primer demonio? Un encuentro fortuito que me cambió la vida. ¡Ah, el amor por la demonología! ¡Ese invitado original a los confines de mi mente, siempre dispuesto a enseñarme! ¡Gracias, otra vez! Soy un verdadero fan de tu trabajo, Norma Guarnido.
―¿Quién eres? Mejor dicho... ¿qué eres?
Aunque no fuera mi especialidad, intenté leer el aura de Seven como lo hubiera hecho mi maestra. Era, con diferencia, la más desequilibrada que había notado en cualquier persona afín a la espiritualidad. Sentía demasiados picos y vórtices en ella, como si un montón de fuerzas lucharan por su propio espacio en la energía. Varias docenas de particiones en su mente, cada una de ellas albergando demonios latentes. Numerosas energías de demonio en un único recipiente.
Eso solo podía significar una cosa: no los había devorado... convivía con ellos en simbiosis. En su alma solo restaba la humanidad justa para mantener su noción de la identidad, pero su fuerza de voluntad era tan férrea como para mantener el control de sus acciones... y el resto de demonios la seguían.
Eso sí, no había rastro de Algodaoth ahí.
―Vaya, vaya... Estás escarbando en mi mente, ¿eh? ―Se quitó el gorro del traje, dejando ver que su melena blanca tenía sus raíces coloreadas―. Eso es, amiga mía. ¿Quieres saber qué soy? Un farsante. Algodaoth no me bendijo en su primera venida. Tampoco a mis aliados. Pero mi fe por Él es verdadera y estoy listo para cambiar mi triste condición.
Zack vibraba, literalmente, de la rabia. Un río de lágrimas rodó por sus mejillas. No sabía si lo que había en él era furia o tristeza, pero no se achantó. En su lugar, dio unos cuantos pasos hacia delante y se posicionó frente al escudo que le estaba protegiendo.
―Así que todo era una mentira ―su tono sonó apagado, vacío, lleno de oscuridad. Aún no acababa de creerse lo que estaba viendo, pero su instinto hablaba por él―. Todo eso de apoyarnos, lo de tomar las riendas de nuestras vidas... Era falso. Creía en ti, tío. Creía que lo hacías por ayudar a un puñado de chavales que no sabía hacia dónde encaminar sus vidas.
―¡Es por eso mismo por lo que lucho! ―soltó un gallo algo desagradable a mitad de frase―. Mi sueño no es sino construir un mundo mejor... Un mundo en el que convivir con los demonios. Las barreras entre los mundos son artificiales. Mira lo que he logrado con mi trabajo. Mira en qué te he convertido: eres el héroe de videojuego que siempre habías soñado con ser.
Zack soltó una carcajada desencajada como réplica. Cerró uno de sus puños, conteniendo su deseo por estampárselo en la cara a la persona en la que había confiado. Aunque esperara algún tipo de triquiñuela por su parte eso debía superar, por mucho, el peor de sus supuestos.
―Sí, has cambiado mi vida. Sería un necio si no lo viera. ―Tragó saliva de forma audible―. No de la forma en la que crees, claro. Mentiría al negar que pelear con monstruos digitales en la vida real es la hostia. No puedo decir que el que me dieras una forma de aprovechar los poderes con los que me maldijo el Gólem de Pirita no me haya ayudado a ser quien soy ahora, pero... ¿¡A qué puto precio!? ―Dejó caer sus hombros y soltó el puño, con sus ánimos derrotados―. Hace no mucho quizá te habría dado la razón. Lo oculto es bonito. Estos riesgos hacen que la vida tenga sentido. Todo eso, quizá. Arriesgarme y luchar eran mis formas de acercarme a mis objetivos, al fin y al cabo. Por suerte... he tenido tiempo a ver mundo. A conocer la otra cara de los espíritus. Los que viven pacíficamente en el bosque. Los que no desean mal alguno y aparecen, confusos, a nuestro lado. Los que nacen de la fuerza de los nuestros... Y los que tendríamos que temer a toda costa. Estás jugando con cosas que no puedes entender, Seven.
―¡Al contrario! ¡Las entiendo mejor que nadie! ¡Tengo todo ese conocimiento en mi mente! ―Tocó varias veces su sien con su dedo índice―. ¡Soy la única persona de este mundo capaz de hablar de tú a tú con el otro lado! ¡Soy el que pudo recobrar el contacto con Algodaoth tras su injusto exilio! Y lo hice solo por un artículo lleno de mentiras e inexactitudes que pretendía enterrar a nuestro señor como una falsa leyenda. Gracias de nuevo, por cierto. No sería más que un cuento de la Princesa Aran, pero me otorgó una forma de contactar con Él y recibir Su mensaje. Una conversación entre mundos. Todo gracias a vosotros, amigos de la Revista Keiso.
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No podía ser. Solo una persona saludaba así, carta tras carta, incluso tras dos cambios de nombre del magacín. Vaya, habíamos tenido al enemigo en casa, respuesta tras respuesta, mientras preparaba en silencio su plan para deshacer nuestra mayor y más dolorosa victoria.
―Así que Seven era el pesado de Moroboshi todo este tiempo. ―Solté una carcajada enorme―. Mira, no es que importe cómo te llamaras antes o cómo te llames ahora, pero este giro de los acontecimientos solo hace que tenga más ganas todavía de meterte los dientes para dentro.
Me lancé con violencia hacia él. Un puñado de poderes desconocidos me arrojaron hacia atrás, pero supe recomponerme y seguir atacando a distancia. Sus dos compañeros solo observaban, calmados, cuales lacayos de apoyo. Un muro por aquí, un estallido de luz por allá... No parecían más que marionetas de carne como las que tanto les gustaban a Algodaoth, aunque la realidad que se leía en sus auras era mucho más fría: habían probado a albergar tantas bestias en su cabeza como su jefe y sus mentes habían consumido su parte humana. Eran, en esencia, incapaces de funcionar por su propia cuenta si no había un glitch al mando.
―Es un pequeño precio que han tenido que pagar a cambio del poder. ―Adivinó en lo que estaba pensando―. La Madre nos ha proveído a través de su Puerta de cientos de glitches con los que fortalecernos y allanar el camino de nuestro Señor. Podéis compararlos con zombis, si gustáis. Los zombis más fuertes con los que un amante de los demonios puede contar.
Ambos se levantaron a la orden del líder y empezaron a descargar un amplio abanico de habilidades. No era difícil para mí enfrentarme a ellos, pero Vero acumulaba cansancio y el domador estaba tan aturdido por la situación como cansado. Por mucho que tanto Mako como yo aún tuviéramos energías para enfrentarnos a ese pequeño ejército de demonios escondidos en las mentes de esos tres adultos, el curso de acción más razonable era poner pies en polvorosa cuanto antes. Vero entendió con claridad que ese era el momento de «a la mínima nos daremos media vuelta» que había insinuado antes y cubrió la primera fase de la retirada.
Intenté ganar algo de tiempo lanzando mis fuegos fatuos para poder recoger el cuerpo inconsciente de Elías del suelo. Zack, en cambio, se quedó clavado en su posición, pensativo. Helado, con esa mirada perdida que había aprendido a temer tras haberla visto en los ojos de un buen amigo antes de un desastre.
―Ese glitch quiere a su campeón. Por algún motivo, es imperativo para él que sea hoy mismo ―dijo, por fin―. Va a venir a por mí, incansable, sea como sea. Solo me quiere a mí. Vosotros... Podéis volver a casa y luchar otro día, ¿verdad?
―Zack, ¿qué cojones?
Vero se interpuso entre un ataque y el albino. Su mascota virtual se unió a ella, cubriendo sus espaldas ante cualquier ataque. Impresionaba verla sujetando el escudo con un brazo y la barbilla del chico confuso con la otra. De no ser por la situación tan crítica que nos rodeaba, incluso me hubiera parado a señalar lo monos que parecían así.
―Estoy preparado. ―Levantó la mirada hacia la exorcista―. Sé que no tiene mucho sentido, pero... Creo que el domador número uno de la Catedral es el único que puede tomar las riendas de ese demonio. Yo me aprovecharé de ese cabrón y vosotros tres volveréis a salvo.
―¿¡Qué clase de estupidez estás diciendo!? ―gritó la adolescente con todo el aire de sus pulmones a pesar de que la distancia entre ellos fuera prácticamente nula―. Vas a... sucumbir. Quizá ganes el primer asalto y nos puedas ayudar. Quizá puedas incluso salvar a algunos de tus amigos con esta idea absurda... Pero terminarás cayendo.
―Quizá ―se limitó a replicar, jugueteando con el pin entre sus dedos―. Pero no se me ocurre un plan mejor.
―No voy a dejar a nadie atrás ―suspiré hacia el aire, aunque no tenía el ánimo necesario para proyectar la voz. Los ataques de tres humanos-ejército, si es que quedaba algo de humanidad en ellos, eran abrumadores y yo estaba siendo la única barrera entre los adolescentes y ellos―. Otra vez no. Otra vez contra ese Gólem no.
El hombre que se estaba enfrentando a mí sonrió con una inusitada seguridad al escuchar nuestros comentarios. Definitivamente, confiaba tanto en que la influencia de Algodaoth sobre el chico sería absoluta que no tuvo la necesidad de escupir ninguno de sus comentarios sectarios para desmoralizarnos. Se estaba tomando esa decisión como una victoria moral. Y eso me enfurecía.
―Confiad en mí, voy a destrozar esto desde dentro ―dijo Zack, tirando del cuerpo de su protectora en busca de un beso de despedida―. Me las apañaré. Siempre lo hago. Y si no es así... Sé que puedo confiar en vosotros. Diez días hasta la invocación del Gólem, ¿verdad? Tenéis tiempo para idear un plan. Yo haré lo que pueda por ponéroslo lo más fácil posible.
«El veneno más letal ataca lento y desde dentro». De repente, comprendí las palabras de la sacerdotisa. Eso me hizo incapaz de protestar más ante la situación.
―Seguro que hay otra forma ―sollozó Vero en su hombro―. Tenemos a Mako. Estamos con Norma, ellos solo son tres. Norma puede con todo. Norma... puede con todo. Confío en ella.
―Norma quería volver. Norma sabía que no era el mejor momento. ―Me echó una mirada. Aunque estaba en medio de un combate tres contra uno, le devolví un asentimiento―. Y nosotros hemos insistido en que podíamos con lo que nos echaran. Esta vez, hemos sido nosotros los arrogantes. Y nos toca pagar. No te preocupes, Vero. Está todo controlado. Regresad. En cuanto te des cuenta estaremos comiendo pizza mientras jugamos al Mario Kart. Yo pondré de mi parte. Sé que tú también.
No tuve el estómago para responder a eso. Por muy razonable que sonara su plan (y por mucho que encajara con las palabras de la sacerdotisa), era desolador pensar en otro sacrificio de un amigo. Solo me apetecía gritarle lo estúpido que estaba siendo, tirar de él con toda mi fuerza y echar a correr hacia un lugar seguro. Aun así, ambos sabíamos que, en el mejor de los casos, descarrilaríamos los planes del cosmos. No quería pensar en qué podía ocurrir en el peor.
Me invadió con fuerza el pensamiento de que, si lo hacía, sería por mi reticencia a enfrentarme a los sentimientos que me llevaban acosando desde la desaparición de Jaime, lo que me pondría de nuevo en duelo con ellos y me acabaría bloqueando. Al fin y al cabo, ese estúpido plan era en lo único que podía confiar.
―Os quiero. ―Tiró con fuerza del pin que llevaba en el jersey. Le desgarró unos cuantos hilos, pero tenía algo más acuciante de lo que preocuparse―. Recuérdaselo a Eli cuando se despierte, que es algo olvidadizo.
Su voz se agravó instantáneamente unas cuantas octavas. De repente, su aura se acrecentó, pero parecía seguir siendo él... Al menos, al principio. No necesitó más que un puñetazo certero para enviar a Seven contra la pared más cercana. Pude sentir cómo su propio espíritu tintineaba como una bombilla a punto de apagarse. Los otros dos combatientes se negaron a seguir luchando. En su lugar, se postraron para presentar sus respetos al nuevo receptáculo de Algodaoth. En un instante, todo estaba controlado. De la forma más retorcida que cabría esperar, pero... Controlado, al fin y al cabo.
Nos echó una última mirada, con esos ojos irisados tintados de una imponente energía carmesí. Sin mirar atrás, tomé a Vero bajo mi brazo y corrí todo lo que mis piernas me permitieron, sin parar hasta que abandoné los límites del demonio que hacía el espacio aún más grande. Junto a esas recreativas y ese puñado de adolescentes confusos, me sentí segura. Ya no podía sentirlo. La influencia del Gólem de Pirita no llegaba más allá de esa puerta.
Cada vez estaba más convencida de que ese era el objetivo de la «beta» de la que hablaban con Lady Cameron: que el demonio encontrase un cuerpo con el que cruzar de vuelta a nuestro mundo. Traer con ese trozo de alma el resto de su existencia y, entonces, controlar a todos sus títeres como había intentado la primera vez.
Nos habíamos dejado caer en la trampa. Sin embargo, tenía sentido. Parecía alinearse con las palabras de la sacerdotisa. Con los mensajes crípticos que escuchó Ramón. Con sus propias corazonadas. Con mi intuición. Y es que, como habíamos aprendido de tantas historias de ficción, «es imposible evitar la fase uno del plan». ¿Cuál sería la fase dos?
Ahí era donde estábamos. En ese pequeño remanso de calma amarga que servía como el preludio al combate final. Las apuestas no hacían más que subir y, por una vez, me permití desgarrar el cielo con un alarido de furia.