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Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 30, por Verónica Garza (parte 2)

Capítulo 30, por Verónica Garza (parte 2)

Mi brazo se movió por sí mismo, apresando la espalda de Zack mientras descargaba todas las fuerzas que podía encontrar en el fondo de mi alma. La necesaria para sobrecargar el ordenador de la muñeca del albino. Un montón de chispas de colores salieron de él, permaneciendo en el aire como si de estática se tratara. Eso sí, la máquina de su muñeca no dejó de funcionar, si bien las costuras del titiritero empezaron a ser más visibles.

―¿Héroe? ―balbuceé, esta vez por voluntad propia.

―Veo que llego justo a tiempo, Verónica ―dije. Mejor dicho, fue el glitch quien usó mi voz―. Veo que, por una vez, te mantienes en vigilia con mi presencia. Figúrome que no es sino la señal. La primera ocasión en la que ambos somos conscientes de forma concurrente en tu cuerpo... Mas profetizada para ser la última.

―¿Qué? ―Nos recibió la mirada de cachorro confuso de Elías, que tomó algo de espacio, alertado por la explosión de poder. Aun así, no soltó mi brazo―. Joder, esto sigue superándome, pero...

―Parece que ha llegado la ocasión, niña, de hacer todos mis poderes tuyos, como está escrito en las estrellas. ―Dejó un hueco para mi respuesta, pero no le di ninguna―. Quizá no vivamos el momento más propicio, mas sí el único en el que hacerlo te permitirá salvaguardar el balance entre los mundos.

Zack solo respondió con más chillidos y un esfuerzo vano de aferrarse a nosotros, pero el mensaje fue claro: teníamos que darnos prisa.

―¿Estás seguro, Héroe? Estoy dispuesta a cederte mi cuerpo para que luches una vez más, si fuera necesario.

―El tiempo de eso ya ha pasado ―el eco de la voz había vuelto―. Tu control sobre mí es férreo y la cuenta atrás para mi disolución ya está en marcha. No, Verónica. Ahora, esta es tu historia. O si me permites cederte mi nombre... Heroína.

Miles de imágenes pasaron por delante de mis ojos en un único segundo que pareció dilatarse hasta el infinito. Montones de información que era incapaz de dilucidar pero que inundaban mi mente, mi alma y, en raras ocasiones, mis propios recuerdos, que el demonio se había encargado de sellar en los rincones más recónditos de mi ser. Todo, a la vez. Mientras luchaba por hacer frente a esa saturación.

Grité hasta que mis pulmones parecieron desgarrarse. Hasta que mi garganta no podía más. Grité para vaciar mi cuerpo de aire, mi mente de dolor. Pero Eli no me soltó, aun a riesgo de que ese desgarrador alarido fuera lo último que escuchase en su vida. En su lugar, posó sus labios sobre mi pelo y los curvó sutilmente.

―Hora del exorcismo. ―Solté el cuerpo de Zack y tiré hacia atrás de mi compañero para llevarlo a un lugar seguro―. Luchemos.

Entonces, descubrí lo que suponía contar con los poderes completos del Héroe. Una fuerza que, a pesar de acumular más de cinco años de entrenamiento, era imposible manejar con precisión. Un montón de llamaradas espirituales escapaban de todos los picos de mi aura, intentando encontrar el equilibrio en su forma. Los surcos de mis brazos centelleaban con tanta fuerza que la oscuridad se disipó de un plumazo, solo enfrentada por la contraparte rojiza del demonio. La espada espiritual que portaba creció en tamaño, y el escudo de mi brazo derecho se volvió más robusto, aunque era casi incapaz de sentir el peso que antes parecía tener.

Estiré los hombros y exhalé uno de esos suspiros que pretenden enfriar tus entrañas y calmar tus nervios. Fue entonces cuando todo ese exceso de energía encontró la forma que había estado buscando desde el principio: una llameante capa de energía que me superaba en altura, ondeando por sí misma con la misma fuerza espectral que antes agitaba mi pelo.

El demonio que controlaba al albino saltó hacia mí, puño hacia delante. No obstante, sus movimientos eran torpes, como si Zack tirase también de los hilos del cuerpo para evitar que pudiera hacerme daño. El impacto retumbó en mi guardia con una explosión sónica, pero sonreí, satisfecha con la fuerza de la que me dotaba mi recién descubierto poder.

―¡Mako! ―grité―. ¡Dedícate a proteger a Eli! ¡Esta lucha es mía!

Di un tajo hacia delante. El demonio no se molestó en evadirlo, aunque no tenía claro si se trataba de un exceso de confianza en su entereza o por la despreocupación absoluta por la salud de su receptáculo. Apreté los labios, esperando en secreto que hubiera sido el propio Zack quien hubiera frenado la esquiva esperando que mi golpe impactara directamente sobre él.

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―No lo entiendes ―bramó el demonio, lanzándose a por otro golpe―. Este chico es solo una herramienta... Un lacayo fuerte al que deseo someter. El primero de muchos, la prueba de mi regreso.

Intercambiamos un par de golpes más en el aire, pero parecía un combate sin sentido. Yo contenía mis fuerzas para no dañar de más el ya cansado cuerpo de Zack mientras buscaba una respuesta en la memoria del glitch que me acompañaba desde el nacimiento y él constreñía los movimientos del Gólem para que no resultara un peligro.

―¡Daravuth! ―bramó al aire―. ¡Es el momento!

La estática del aire chisporroteó un par de veces, aunque había que fijar un poco más de lo normal la vista como para darse cuenta en esa guerra cromática. Aun así, algo en mi interior se retorció al escuchar ese nombre. Daravuth...

El tercer demonio de la guardia de Erymath, entendí en el momento. Aunque no entendía a qué se refería, dos palabras se grabaron a fuego en mi aura, como si de un último aviso del héroe se tratara. «Puerta». «Madre». Como respuesta firmé un «podrías haberme explicado todo esto antes de desaparecer, maldito glitch» en mis pensamientos. Sin saber si lo que me lo ordenaba era mi instinto o el eco del demonio que habitaba en mí, salté hacia mi rival, abandonando la espada, sin más objetivo que retenerlo en el aire.

Fue entonces cuando lo vi claro. De esas chispas de estática que habían quedado en el aire salían los hilos que pretendían controlar a Zack. Sí, se unían a los que emitía su ordenador de muñeca y a los que nacían del trozo de alma que tenía incrustado en su ser, pero...

Aferrada al demonio en una suerte de abrazo violento, sobrecargué las hebras que conectaban al chico a Algodaoth. Sabía que no iba a lograr nada por mí misma, pero confiaba en que el poder del Héroe fuera suficiente para hacer mella en la conexión que los unía. Sentí que el tono de mi aura comenzaba a inundar los hilos, que surgían de la cabeza del muchacho, de su color. Poco a poco, con timidez; al fin y al cabo, por mucho que hubiera entrenado, sabía que mi dominio sobre la fuerza que había heredado era aún prematuro.

―Lo compensaré con mi propia voluntad, Zack ―susurré―. Prometí salvarte, tonto. Déjame salvarte.

Junto a mi azul, unos segmentos blanquecinos empezaron a llenar las conexiones espirituales. Era la forma que tenía de señalar que, a pesar de la presión que el demonio ejercía sobre su ser, estaba ayudando. No tardó en unirse el característico verde de Elías, que sostuvo mi hombro mientras se aferraba a las hebras. Mako también aportó su amarillo eléctrico. Entre los cuatro, el rojo de Algodaoth se apagaba como ese restillo de refresco que olvidabas beberte antes de llenar un vaso de agua, dejando solo un extraño regusto como recordatorio de que una vez estuvo ahí.

―Dara... vuth... ―replicó el demonio―. ¡Llegas tarde, hermana!

Las chispas del aire explotaron, sobrecargadas por la energía. ¿Habían abierto una grieta en el aire? La más grande que había visto en mi carrera como exorcista, de hecho. Tanto, que el casi ilimitado espacio del vientre del demonio en el que combatíamos empezó a sentirse angosto.

Por fortuna, la explosión espiritual quebró todos los hilos que salían del lugar en el que ahora estaba, permitiendo a Zack recuperar el control sobre su cuerpo. Aun así, era fácil ver que su cuerpo estaba demasiado agotado como para poder unirse a la reyerta.

―¿Estás bien? ―preguntó Eli al ver que sus ojos habían retornado a su color habitual―. Dime que estás bien, por favor...

―Lo estaré ―replicó con su chulería habitual, pero sin la energía que solía acompañarla―. Ahora tenemos que... cargarnos a ese bicho. Sea como sea. He visto su alma. Estaba rota en cientos de pedazos. Yo me he aprovechado de eso para emponzoñarla, pero seguía siendo demasiado fuerte para...

―Déjanos a nosotros ―le paré en seco.

―No lo entiendes, Vero ―siguió hablando a pesar de que le siseara―. Volver aquí era su objetivo. Este demonio en el que estamos no es sino un conductor. Sus poderes no llegan más allá de la máquina de refrescos. ―Tomó aire un par de veces para poder continuar―. Sin embargo, si Daravuth le abre la puerta a nuestro mundo, tendrá rienda suelta para hacer lo que le plazca. Un montón de miembros de la Catedral que controlar. Soldados perfectos con sus propios ejércitos de monstruos. Y el resto de víctimas del Efecto Pirita a su disposición. Gente ajena a esto, como mi hermana. No puedo permitirlo. Hay que pararle aquí y ahora.

―En otras palabras ―sintetizó Elías―. Si cruza esa grieta, la conquista será inminente y Erymath habrá ganado. O al menos, nos habrá puesto contra las cuerdas.

―Por eso la hemos roto ―dije, sin saber de dónde había sacado esa conclusión. Gracias, Héroe―. Sin saberlo, hemos ganado algo de tiempo. Ahora mismo, el demonio está encerrado entre los mundos. Bueno, quizá «encerrado» no sea la mejor palabra. Es suficientemente poderoso como para resistir la influencia del vacío con su propia fuerza y estoy convencida de que sus aliados no se quedarán de brazos cruzados durante mucho tiempo.

―¿Y qué sugieres hacer?

Una voz familiar se unió a la conversación. Si no la conociera, diría que había estado esperando el momento perfecto para soltar su frase. Aunque, a decir verdad, también era la conclusión más lógica a la que llegar conociéndola.

―Cobrarme de una puta vez esa venganza, ―Norma parecía algo perjudicada de su último combate, pero sabía que si le negaba esa oportunidad el próximo puñetazo me lo iba a llevar yo―. Ponedme al día, chicos. ¿Por qué Vero ahora tiene una capa molona? ¿Por qué Zack está disfrazado de Dante? ¿Por qué por una vez el único que no me está sorprendiendo es Elías?

Me tomé la licencia de soltar una breve carcajada. Una capaz de destensar el ambiente y de unirnos hasta en los momentos difíciles.

―Acabemos con esto ―me crují los nudillos, encaminada a la prisión temporal del Gólem de Pirita.