Novels2Search
Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 11, por Elías Delfín (parte 2)

Capítulo 11, por Elías Delfín (parte 2)

No tardamos en pillar una mesa. Al lado de una recreativa de Time Crisis y una de Sonic the Fighters, al menos tendría una salida rápida para charlar si la conversación se estancaba, aunque el muchacho no me daba la sensación de que eso fuera una posibilidad. Definitivamente, a Zack no parecía que se le acabaran los temas de los que hablar. En lo que tardaron en servirnos la pizza, ya había aprendido más de él que en una semana de mensajes, emoticonos animados y zumbidos, pero era incapaz de cansarme de todo lo que tenía que decir.

Al parecer, era estudiante de química (y no perdió el tiempo para insinuar que, con todo lo que sabía del tema, podía certificar que de eso no nos faltaba). Vivía a las afueras de la ciudad con su familia y, aunque le gustaba el ambiente hogareño, siempre había tenido curiosidad por cómo sería independizarse. Aseguraba que no tendría problema alguno en la cocina y, que cuando quisiera, me lo demostraba. También me habló un poco de su infancia, pero algo me decía que ahí estaba omitiendo detalles a propósito.

―¿Y cómo te metiste en esto de cazar demonios? ―De repente, hizo que la conversación diera un salto mortal triple―. Quiero decir, cuando te conocí habías invocado uno. Vale, sí, fue con mi energía, pero podías verlo. ¡Jo, eso mola mucho! ¡No todos los días encuentro a alguien que pueda!

―Sobre eso... ―Me acabé el refresco de un trago. Di la vuelta al servilletero para que lo rellenaran―. ¿Por qué no ocultas tu aura en público? Algún niño se va a llevar el susto de su vida. Créeme, sé lo que es eso.

―¿Puedes hacer eso? Primera noticia. ―Alzó los brazos para mirárselos―. Espera, ¿estás viéndola ahora mismo?

No podía verla, solo podía sentirla, pero esa distinción daba igual. Fuera como fuera, la descarga era tenue y mis ojos aún no estaban tan entrenados como deberían, por lo que necesitaba usar la Vista.

―Te va a juego con las uñas ―señalé. De repente, el hasta entonces compuesto y vivaracho chaval soltó un resuello de sorpresa.

―¿Cómo has hecho eso? ―Echó el cuerpo hacia delante―. ¡Tío! ¡Qué mirada más intensa! ¡Se me ha congelado la sangre!

No estaba dispuesto a admitir que la mirada no tenía nada que ver con la definición de los poderes: simplemente era fruto de la concentración que necesitaba para activarlos. Llevar la delantera me hizo dibujar media sonrisa en mis labios.

―¿No es una habilidad básica?

―Para mí, no. ―Se encogió de hombros y enseñó el dispositivo que llevaba en el brazo―. A mí solo me han enseñado a utilizar este cacharro y a cuidar a los demonios. Pero si tus formas son distintas, ¡estaré encantado de aprender!

―Ya te dije que no sería muy buen profesor ―solté una risotada―. Llevo poco más de una semana con esto. Aunque bueno, quizá pueda presentarte a mi mentora un día de estos.

―¡Vale! ―sonrió de oreja a oreja―. Oh, aquí está la pizza. Fantástico.

Atacó la primera de las porciones con una sorprendente elegancia. Pocas veces veías a alguien en un sitio así usar cuchillo y tenedor, pero por algún motivo, el que lo hiciera me empujaba a imitarle. Él se dio cuenta y me instó a hacerlo de la forma habitual. Tal fue mi suerte que acabé manchándome la manga con salsa de tomate por culpa de un jugador cercano que blandía ambias pistolas del arcade cercano de una forma excesivamente entusiasta.

No estaba yendo tan mal, ¿verdad?

―Entonces, por asegurarme... ―Volvió a señalarse a la muñeca―. No sabes qué es esto, ¿verdad? El GLMP. Glitch Computer, no se calentaron mucho la cabeza al ponerle nombre. Permite ―paró para buscar las palabras más claras― devolver los glitches a una forma original, supongo. Una vez hecho, se puede purificar su corrupción y usar a nuestro favor. De hecho, si encuentras alguno benévolo, teóricamente podrías hacerlo sin más.

―Eh, espera. ―Extendí la mano hacia delante. Me vi tentado a examinar el dispositivo de su antebrazo, pero la vergüenza me invadió―. ¿Qué quieres decir con eso de «devolverlos a su forma original»? Ni que fuera una carta de Clow.

―No es tan raro. ―Al ver que me había achantado, se inclinó un poco más hacia mí, pero me costó aceptar la invitación implícita―. Vienen de un entorno digital, así que solo hay que devolverlos a ceros y unos. Alimentas el ordenador con tu propia energía espiritual para que todo funcione y ya, me parece bastante lógico. Luego les haces debug y están listos para soltarlos o usarlos en combate.

―¿Y de dónde salen esos ordenadores? ―Rocé la máquina con el dedo índice. Los botones se iluminaron ligeramente durante un instante―. Me refiero, a mí me han presentado todo esto como algo espiritual, unos demonios, fuerzas de la naturaleza a las que combatir con nuestro espíritu y nuestra mente. Como algo que puede destruirnos si nos despistamos.

―No es incompatible. ―Se apartó otra porción más. Parecía sorprendentemente acostumbrado a esto―. Que vengan del código no quiere decir que todo ese tema espiritual no tenga sentido. Vaya. Sea como sea, respondiendo a tu pregunta... los ha hecho un amigo. Es bueno con las máquinas. Podría pedirle que te hiciera uno si eso. Seguro que está encantado de conocer a un domador más.

No sabía qué responder. Sí, Norma me había dado permiso para hablar con Zack, incluso para vernos cara a cara y preguntarle por su poco ortodoxa forma de controlar glitches. Pero todo lo que me estaba contando me olía un poco a chamusquina. Como decían en mi gremio, «olfato periodístico». ¿Tenía que tomar un poco de distancia y dejar a los veteranos hacer su trabajo antes de aceptar una oferta así?

You might be reading a pirated copy. Look for the official release to support the author.

Por otro lado, los ojos arcoíris del chico y su sonrisa sempiterna me inspiraban confianza. Alguien como él no podía estar metido en algo malo. Y, si lo estuviera, mi corazón me instaba a no dejarle solo. Le di la mano (aunque, para ser justos, quizá debería haberme quitado los restos de harina primero) e hice acopio de fuerza para aceptar su propuesta:

―¡De acuerdo! ―Quizá el tono se hubiera pasado de enérgico, pero no levanté demasiado la voz para no alertar al resto de comensales―. ¡Me interesa aprender más sobre vuestras formas! ¡Y haré lo que pueda porque tú aprendas sobre las nuestras! Al fin y al cabo, llevar el grifo espiritual abierto puede ser un problema bien gordo.

Zack se quedó mirándome durante unos instantes. Era raro dejarle sin respuesta. ¿Había sido demasiado entusiasta? Eso era imposible. Al menos, en comparación. Tenía que aligerar el ambiente y tenía que hacerlo rápido, pero cuando me di cuenta de la forma en la que mis manos envolvían a la suya, mis procesos mentales se vieron sustituidos por los chirridos que podían emitir un módem de 56k. Por suerte, no tardó mucho más en reaccionar.

―Eli. ―Me dedicó una mirada que no fui capaz de entender. Tampoco me importó―. Tienes tomate en las comisuras de los labios.

Liberó sus manos sin decir una palabra más, cogió una servilleta, se tomó la libertad de limpiarla con una toallita húmeda y entonces, y solo entonces, empezó a reír como un descosido. No ayudaba que me hubiera quedado congelado en el sitio con un color en la cara que podría disimular perfectamente la mancha que había limpiado.

―Venga, va. ―Decidió quitarle hierro al asunto, todavía con un lagrimón de la risa―. Se lo diré, qué menos. ¿Echamos unas partidas a algo?

―¿Y arriesgarnos a romper algún juego y tener invitados sorpresa?

―¿Estas maquinitas viejas que tienen miles de partidas al día en todo el mundo? ―Encogió los labios hacia el lado―. Ya hay que tener mala suerte para encontrar un error desconocido. A ver si traen de una vez el nuevo Out Run. Por ese, no me molestaría tener que enfrentarme a uno o dos bichos.

―Visto así, tienes razón ―le concedí―. ¡Va! ¿Qué te apetece?

―¡Un Irate Alleys! ―exclamó, señalando la máquina―. Un «yo contra el barrio» de toda la vida siempre entra bien. ¿Te han dicho alguna vez que te das un aire al prota?

―Alguna vez ―solté una carcajada y le pasé un brazo por encima del hombro―. Alguna vez.

***

La cita fue tan bien que logré olvidarme de que era una. Máquinas recreativas, una vuelta por el centro comercial, un café que hizo que las tornas cambiaran y tuviera la oportunidad de extenderle algo de nata por la nariz. Estaba bien eso de equilibrar la balanza y verle sonrojado por una vez. Después volvimos por el camino del parque y nos sentamos en el portal de mi casa con una bolsa de pipas.

―Puedo llevarte a casa si tu hermana está liada ―le sugerí―. Está empezando a hacer frío. O, al menos, déjame subir a por una chaqueta o algo para ti.

―¿No puedes usar la energía esa para mantenernos calentitos? ―Resopló. Unos mechones revolotearon brillando en plata a la luz de la farola―. Antes me lo pareció.

Directo. Me gustaba.

―¿Te lo pareció de verdad o es una técnica barata para ligar conmigo? ―Le dediqué una fugaz mirada de reojo―. Porque está funcionando. Probemos.

En efecto, cruzar auras era una sensación tan cálida como me había resultado con Vero. De algún modo, podía intuir los sentimientos que fluían con su energía. Aunque era curioso: era mucho más sencillo entender los de mi amiga de la infancia. Los de Zack parecían como enmarañados, llenos de impurezas. Por suerte, la franqueza de sus palabras era capaz de llegarme en todo momento.

―Es que soy encantador. ―Pestañeó varias veces, mirándome directamente a los ojos―. Gracias, Eli. Me he divertido mucho contigo hoy. Hacía tiempo que no conocía a alguien tan... Como yo, supongo. Ya sé que soy un poco echado para delante, pero bueno, es bastante difícil conocerse a uno mismo como para ponérselo complicado a los demás, ¿no crees?

Como no sabía qué responder a una reflexión tan profunda sobre la humanidad y tenía al muchacho demasiado cerca como para poder oír cómo le latía el corazón, salté a la chanza fácil.

―Cuidado, chico. Se te van a caer las lentillas si sigues así ―le aseguré―. Me ha pasado alguna vez.

―¿Qué? ¿Lentillas? ―Alzó la barbilla para mirarme, de nuevo, frente a frente. Me distraje por un momento con sus brillos―. No llevo de eso.

―Sí, claro ―solté aire entre los dientes―. Me vas a decir que has nacido con esos ojos tan bonitos.

―Gracias por el cumplido. ―Jugueteó con uno de sus mechones sueltos―, pero sí: son míos. Puedes perderte en ellos todo lo que quieras, te doy permiso.

―Venga ya. ―Los examiné mucho más de cerca, intentando distinguir el punto en el que empezaba la lente―. Es imposible. ¿Cuál es el truco?

El muchacho aseveró su expresión durante unos instantes. Una curva delicada le acompañó en sus labios para que tuviera claro que no quería aleccionarme, sino jugar conmigo. No obstante, la cara de pazguato que se me quedó debió ser antológica, porque no podía guardarse la risilla.

―Te voy a decir dos cosas, Eli. ―Rozó ligeramente mi labio inferior, pero seguía tan sumido en mis pensamientos que ni me di cuenta―. La primera es que, si me miras así, desde tan cerca, me va a costar mucho no saltar a darte un pico.

Sus palabras rompieron el trance como un mazo podía hacer añicos una plancha de cristal. Aunque tenía claro que no podía corresponderle antes de aclarar las cosas con mi amiga, solté una risilla.

―Guau, directo hasta las últimas consecuencias ―silbé―. Me gusta. Más gente así en la vida me habría ahorrado mucho drama.

O, mejor dicho, «si yo fuera un poco más como tú, no estaría haciendo daño a Vero con mi silencio».

―Y, en segundo lugar... ―Se acercó a mi oído para susurrarme. Si lo estaba haciendo para bajarme la guardia, lo había conseguido: me había estremecido de forma totalmente visible―. Para ser un especialista en leyendas del videojuego, me decepcionas un poco. ¿Nunca has oído hablar del Gólem de Pirita?

Antes de que pudiera preguntar a qué se refería, la puerta sobre la que estábamos apoyados se abrió de par en par con un zumbido.

―Ey, Elías. ―Era Vero quien saludaba. Esa vez el tono de gótica sombría le había salido perfecto―. Y tú debes ser Zack. Sí, eres exactamente como te imaginaba. Un placer.

―E-eso es.

Me costó reaccionar desde el suelo del portal. Por suerte, mi nuevo amigo se levantó de un salto y se presentó con su entusiasmo habitual. La tensión, aunque unidireccional, se podía cortar con un cuchillo de mantequilla, pero mi compañera de piso fue capaz de mantener las (oscuras y artificiales) apariencias y dedicar un tiempo a Zack antes de excusarse con un recado trivial. Cuando se hubo alejado unos cuantos metros, la justifiqué:

―Ya la irás conociendo. ―Guardé el cartucho de pipas en el bolsillo de la sudadera―. Normalmente no es tan fría.

―Pero, ¿qué dices? ―Al muchacho le brillaban los ojos de emoción―. Mira que me habías dicho cosas bonitas de ella, pero la realidad supera las palabras. ¡Es guapísima! ¿Y has visto qué estilazo gasta? Bueno, claro que lo has visto, vives con ella. Ya está, decidido. ¡Voy a ayudarte a arreglar las cosas con ella! Y luego, quedamos todos juntos. Cuéntame, ¿qué es lo que pasó exactamente?

Los faros de un coche me salvaron de tener que dar explicaciones. Y menos mal, porque a saber cómo demonios iba a ser capaz de hacerlo cuando ni siquiera yo sabía qué era lo que estaba pensando.