Las cristaleras de la torre oscura dejaban pasar poca luz hacia la estancia. De hecho, si tuviera que hacer uso de la lógica, no debería entrar un solo rayo de sol, pero las tripas de este demonio no se atenían demasiado a las leyes de la óptica, sino a los arbitrarios designios del mundo de silicio. El ambiente era tan pesado como lúgubre, y el aire parecía haberse vuelto aún más frío que la última vez que había estado ahí.
Aun así, no dejé de caminar, paso a paso. Una de mis manos buscaba la de Elías y la otra jugaba con los engranajes de mi colgante en un vano intento de tranquilizarme. No me decidía a activar mis poderes: me harían un blanco demasiado visible en medio de la penumbra. Por el mismo motivo, Mako estaba escondido en su V-Pet. Los halos de ángel refulgentes no se llevan muy bien con el sigilo, al fin y al cabo.
―¿Estás lista, Vero? ―Elías apretó su agarre.
―No lo estoy ―respondí con toda la sinceridad que pude sacar del pecho―, pero eso no quiere decir que no sea el momento de hacerlo.
―Oh, es mi destino como la heroína de la leyenda. ―Aunque no levantó mucho la voz, el tono que puso fue lo suficientemente tonto como para pillarme desprevenida―. ¡Hora de blandir mis poderes para destruir el mal!
Solo él podía hacerme reír de esa forma en un momento así. Le lancé una mirada fugaz, de reojo, y de repente supe que nada podía ir mal si lo tenía a mi lado. Abracé todo su brazo para esconder la vergüenza que me había subido a la cara al pensar en lo afortunada que era.
―Nada de leyendas ni heroicidades ―respondí una vez me recompuse―. Bueno, sí. Te prometí protegerte. Ser tu heroína, y todo eso. No voy a romper la promesa. Pero... Ya sabes. Si hay un motivo por el que estoy aquí, un solo motivo... Es porque te lo debo a ti. Y a Zack. No a mi misión. Ni siquiera al universo. Sois vosotros dos los que me dais las fuerzas para hacer esto.
Inspiré un par de veces para mentalizarme y salí del pasillo de la entrada. Convenientemente, un tenuemente coloreado rayo de sol dividía la estancia en dos mitades. A un lado, nosotros. El payaso de Eli se había tomado incluso la licencia de marcarse una pose al ver la estampa en la que se encontraba. Al otro, una figura sentada en el trono. Una figura en la que me costaba reconocer a Zack. Acostumbrada a sus conjuntos de un colorido tan dulce, verle portando unas botas de cuero, unos anchos pantalones de color negro con lo que definitivamente era un número excesivo de bolsillos era raro, aunque aún más llamativa era esa gabardina de cuero rojo que, semiabierta, no hacía esfuerzo alguno en ocultar el compresor de su pecho.
El demonio que habitaba en él nos lanzó una mirada helada con esos falsos ojos de rubí antes de encenderlos como si de un faro demónico se tratara. La impresión me duró poco y respondí con un gesto completamente simétrico. De repente, la poca luz de la que hacía gala naturalmente la torre se había rendido ante ese choque entre auras que tintaba el ambiente de rojo y azul con sendas energías.
―Héroe ―gruñó la voz distorsionada de Zack―, por fin nos encontramos.
No digné ese comentario con una respuesta. En su lugar, me lancé, levitando a toda velocidad, hacia el chico. Aún no sabía cómo lo iba a liberar de su influencia, pero todo me decía que no había forma de hacerlo que no considerase el uso de la espada del glitch con el que nací.
El títere liberó a sus criaturas. Seis, al mismo tiempo, sin una reacción más que un resoplido que no le levantó del trono en el que posaba. El poder que le otorgaba el demonio que movía los hilos espirituales a su alrededor era lo suficientemente grande como para que eso no fuera un problema. Sin embargo, yo también había aprendido un par de trucos nuevos. Había mejorado desde nuestro último duelo. Y lo más importante: no estaba sola.
Tras parar las ráfagas de viento cortante del gato ninja que había obtenido en el evento de Yaroze-kai, me llevé los dedos a los labios para silbar con fuerza. La señal que había pactado con Mako para que se uniera a la refriega. Con un planeo majestuoso que ni siquiera el pájaro ígneo que siempre lideraba el equipo del domador pudo interceptar, surgió presto de su pantalla LCD a cubrirme las espaldas. Sin orden alguna, invocó una lanza de luz en cada una de sus manos y las giró con la técnica de una majorette bien entrenada. Por cada vuelta que daba en el aire, un puñado de rayos salían volando en todas direcciones, sobrecargando el ambiente con una nube eléctrica de interior. Mientras tanto, tuve la ocasión de cobrarme mi revancha contra el glitch que me había causado la derrota en la ocasión anterior, que cayó en combate con poco más que un tajo certero. En la misma pirueta, también pude deshacerme del dichoso gato, devolviéndole uno de sus shuriken justo al entrecejo.
―¿Ves, Eli? ―me dije para mis adentros―. Ese mapache no era para tanto.
Los monstruos fueron reemplazados rápidamente por dos criaturas más, que también me resultaron familiares: la mole de gelatina y el saltamontes roquero. Por suerte, ya conocía sus trucos, pero si tenía que enfrentarme a todo el repertorio de monstruos coleccionables de mi amigo, era probable que no acabase nunca. Al menos, si no subía el ritmo. Con un chasquido de dedos, di la instrucción a Mako de que acelerase la ofensiva. Asintió levemente con la cabeza y lanzó las dos lanzas que llevaba en sus manos y, ya que estaba, dos más que generó en un instante los enemigos que nos acosaban. Una de ellas atravesó su objetivo golpeando el núcleo, haciendo que la criatura explotase en mil pedazos cúbicos. Otro se incrustó en el interior del postre viviente y la tercera desarmó al saltamontes, pero decidió enarbolar el arma para sí mismo. La cuarta erró, por desgracia.
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El domador no reaccionó negativamente. Solo se quedó observando, impasible, hasta que Mako chasqueó los dedos con una mueca de satisfacción en sus casi humanos labios. Eso hizo que la electricidad que sobrecargaba el techo cayera con violencia hasta las lanzas que harían las veces de pararrayos, descargando su furia sobre las dos criaturas que se resistían. De nuevo, fueron reemplazadas por un par de sustitutos. A priori, lucían más débiles. ¿Ya me había deshecho de sus ases? Solo tenía que volver a freír al dichoso pollo y...
Un carámbano impactó contra su ala. La diablilla de Elías hacía lo que buenamente podía por ayudar, pero no pareció hacer mella en las fuerzas del pájaro, que solo parecía ligeramente enfurecido por haberse mojado las plumas. De todos modos, eso me dio la oportunidad perfecta para acometer contra el dichoso halcón sin que parase la hoja con esas garras de obsidiana. No tanto como para ganarme la victoria, pero sí para que graznara de dolor antes de cambiar su objetivo al glitch de mi compañero para encontrárselo indefenso.
El ave, en un ataque enfurecido, se lanzó envuelto en llamas, pero Nixie supo desplegar el campo de fuerza en el momento exacto para dejarlo con un palmo de narices, vendido a un ataque letal por mi parte. Aun así, Elías siguió avanzando a zancadas, recortando la distancia rápidamente. El asistirme en el combate no era más que una parada y lo demostró con un grito que dejó bastante claras sus intenciones.
―¿Qué cojones estás haciendo, Zack? ―Un rayo de energía rebotó en el escudo de la criatura acuática―. ¿Por qué diablos vas disfrazado así? Por qué... ¿por qué me has hecho esto?
―Así que tú eres el otro caballero ―respondió la estruendosa voz del demonio, sin siquiera tomarle en serio―. Aunque portes el don, no eres más que un torpe novato. Con un aura demasiado bondadosa. Un carácter débil. Un poder mundano. Veo que he elegido al campeón correcto.
Elías estiró la mano con todas sus fuerzas y le cruzó la cara al demonio. O a Zack. Quizá, a los dos. Aunque el demonio había acertado en algo: el tortazo fue mundano. Humano. Salido directamente del corazón. Inútil en una batalla contra uno de los cuatro demonios más poderosos que puedan escapar del mundo de silicio. Y, aun así, justo lo que el muchacho necesitaba hacer para que su cuerpo dejara de temblar ante la situación.
―Dale otra de mi parte, cari ―ratifiqué su acción con un tono sorprendentemente dulce como para haberlo dicho entre espadazo y espadazo―. Por hacerme pasar por eso por segunda vez.
―No vuelvas a ponerte en peligro mientras no estoy ahí para apoyarte. ―El despecho se tornó un sollozo en sus labios―. No quiero volver a despertarme y descubrir que has desaparecido. Nunca más. No lo soportaría, imbécil. Te quiero demasiado como para eso.
Los látigos de energía que ataban a las bestias del ordenador de Zack empezaron a parpadear, perdiendo la fuerza por momentos. El muchacho compuso un mohín de circunstancia y se tapó la mitad de la cara que había recibido el golpe, pero la marca rojiza era mucho mayor de lo que podía ocultar su mano. Aún sin tener muy claro el desequilibrio que había causado ese gesto en la mente que poseía, el demonio apretó los dientes y ordenó a todas las criaturas, de viva voz, que atacasen a su agresor a una misma vez. Una técnica desesperada.
¿Había sido un tortazo lo suficiente como para perder el control de su títere? Eso daba igual, tenía que hacer algo por salvarle de un golpe que ni siquiera su criatura podría demediar. Mako hizo todo lo que pudo aplastando a uno de los miembros del equipo demónico con sus propias garras, pero seguían siendo cinco descargas concentradas en un solo punto. Volé todo lo rápido que pude, ya con el escudo desplegado. Nixie intentó hacerme ganar algo de tiempo, pero sus fuerzas no daban más de sí. La criatura se disipaba en el aire usando sus últimas energías para proteger a su humano afín y, aunque carecía de boca con la que sonreír, el gesto de satisfacción por haber hecho su trabajo antes de ser desconvocada estaba dibujado, de alguna forma, en su rostro casi esférico.
―No te preocupes, amiga. Mi escudo hará el resto ―dije en voz alta y clara a la nube de tinta que se evaporaba en el aire―. Recupérate y nos veremos pronto.
Zack cerró y abrió los ojos muchas veces, con lentitud. Las rojas ascuas de Algodaoth aún se resistían a dejar sus iris, intentando retomar el control de su cuerpo mientras Elías y yo no podíamos hacer más que mirar mientras sosteníamos sus manos, esperando que su fuerza mental le diera unos momentos de lucidez que me permitieran encontrar el eslabón débil en el control del Gólem.
―Eli... Vero... ―Sus ojos, aún a medio camino entre ese carmesí tan poco natural y ese irisado tan característico, se humedecieron―. Lo siento. He hecho lo que he podido. Lo he contenido. Le he hecho daño. Pero no ha sido suficiente... Ahora nos toca acabar con él... juntos.
―Somos un equipo. ―Me aferré con más fuerza a su mano―. El equipo Delta. Tres lados y tres vértices, ¿no?
Sin mediar más palabras, Elías lo abrazó, contento de poder volver a oír su voz sin ese retumbante eco. Aunque fuera por un instante, volvía a ser él y eso le llenaba el corazón de alegría. Con ese tono tan juguetón incluso cuando no intenta serlo. Con esos ojos tan capaces de enamorar de un vistazo. Bueno, estaba segura de que era lo que estaba pensando... Porque yo sentía exactamente lo mismo.
El domador nos abrazó con fuerza y soltó un alarido gutural. El demonio estaba volviendo a ganar terreno en la pugna por su cuerpo y yo no tenía más posibles soluciones que explorar. Solo podía darle un poco de mi energía, una pizca de mis fuerzas para asistir la lucha que estaba librando. Abrazarle hasta que lo peor pasara. O hasta que a Elías se le ocurriera algo. Ahogué un «Venga, Eli, tú eres el chico de las ideas» en mi pecho. No podía hacerle asumir esa carga.
De repente, vi la luz. Ese chispazo de idea feliz que llega en el último momento, cuando no hay nada más en tu cansada cabeza. Solo que aquella vez ese rayo inspirador no era precisamente mío.
―Algodaoth, eres un cobarde ―mis labios se movieron por sí solos―. ¡Estoy harto de tus triquiñuelas!