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Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 11, por Elías Delfín (parte 1)

Capítulo 11, por Elías Delfín (parte 1)

Después de una buena consulta con la almohada y al menos media hora frente al teclado numérico pensando cómo abordar el mensaje sin parecer un acosador que se saca datos personales de la chistera decidí que no había una forma sencilla de dar explicaciones, así que solté todo el aire de mis pulmones de una vez y pulsé el botón de «enviar».

―Ey, Zack! Soy Elias, perdona x tardar tanto en escribir. T fuiste rapido kmo para pedirte el num. Pude cnseguirlo por otros medios jeje :)

―Eliii <3! ―La respuesta tardó tan poco en llegar que aún sostenía el teléfono entre mis manos―. Jeje perdona, soy 1 desastre xd. M alegro un mnton de saber d ti.

El mensaje llegó dividido en partes, por lo que mientras lo leía, la notificación se replicó varias veces. Vero, que estaba tirada en el sofá jugando a Kingdom Hearts con su pijama de Stitch y cara de necesitar un segundo café, gruñó con desgana ante el pitido incesante. Silencié el teléfono, pero la vibración también parecía molestarle.

―D verdad q lo siento! D echo, pense en ir a la facul a buscarte esta semana x si acaso pero con los días de fiesta... ―Otro mensaje más―. N fin! Bien sta lo q bien acaba, no? Ya m tienes n tu lista :F. Ns vemos pronto?

―M suena k me sigues debiendo una pizza :D. ―Decidí responder―. T viene bn pasar al msger? M keda poco saldo xd.

―Vnga ^_^. ―Solo eran tres caracteres, pero ese emoticono sonriente me contagió la alegría―. Voy al pc... *zumbido* *zumbido*

El teléfono tardó un minuto en vibrar de nuevo.

―Joder soy imbecil xdddd. ―Se leía en el mensaje―. Mi cuenta nueva es zakinator_85. Tngo otra mas vieja pero mejor esta :<.

―Anda, del ochenta y cinco ―aprecié en voz alta―. Solo un año menor que yo, entonces.

―¿Ya has terminado con los pitidos del demonio? ―Vero no parecía muy contenta, pero se desquitaba que daba gusto atizando a la oscuridad con una llave gigante―. Menos mal.

―¿Estás bien, Vero?

Pulsó el botón de pausa y me echó una mirada de arriba abajo, escudriñándome. En algún momento, se rindió y dibujó media sonrisa tristona en sus labios.

―Ese chico te tiene que estar esperando. ―Dejó su cabeza caer sobre mi pecho y soltó una exhalada larga―. Venga, corre al ordenador, que te esperan.

―Pero, ¿cómo...?

―Estabas leyendo los mensajes en voz alta, idiota. ―Tiró del cuello de mi bata, pero no tardó en destensar su agarre―. Anda, venga, que quiero seguir jugando. Estoy a punto de llegar a la parte del «Kairi, open your eyes» y no quiero tener que escucharla cinco veces porque me distraigas.

Suspiré. Las cosas seguían algo tensas tras el momento íntimo del día anterior, por mucho que hiciéramos el esfuerzo de mantenernos como si nada, echando el domingo tirados con una manta. Saber cómo reaccionar a algo así no era una de mis habilidades personales y tenía la sensación de que cualquier cosa que hiciera al respecto iba a empeorar la situación.

―Dime algo, anda ―susurré, aunque mis palabras no llegaron―. Por favor.

No todos los días te dabas cuenta de que una dinámica de toda la vida había cambiado de forma irremediable. Haber pasado de encerrarte día sí, día también en la salita de tu casa para jugar a Worms 2 a estar a un par de segundos de besarla en ese mismo lugar era algo que te hacía cuestionarte el sentido de la vida, el universo, y todo lo demás.

―Tienes razón, debería contestarle ―me atreví a decir en voz alta. Sin darme cuenta, a mis manos se le escaparon una caricia furtiva que hizo que la muchacha se estremeciera―. Además... Eso también os va a ayudar con la investigación, ¿no?

***

Pocas veces había caído con más fuerza la Ley de Murphy como aquella semana. Aunque los trabajos que habían empezado a pedir todos los profesores a la vez eran pan comido, Norma se había pasado casi todo el día respirándome en la nuca para ayudarme a «dar forma a esa birria de artículos que había escrito». Además, su opinión sobre mi control de la energía era aún peor que el de «birria», claro.

Cuando pensaba que empezábamos a congeniar.

Al llegar a casa me quedaban pocas ganas para arriesgarme a encontrar un glitch jugando. Así que, por sorprendente que pudiera parecer, me pasé cinco días seguidos sin tocar ni un videojuego y mis noches se limitaban a entrar en modo ahorro de batería, echarme una manta, ver algo de anime, chatear con Zack y esperar a Vero. Aunque llegaba cada vez más tarde, no me quedaba tranquilo si me iba a dormir antes de darle las buenas noches.

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Por suerte, el sábado fue más benevolente y pude cobrarme la pizza pendiente que me debía el domador de glitches. Dos en punto, en la puerta del Velocidad Pizzónica. Estaba claramente nervioso: quizá por los asuntos sin resolver con Vero, quizá por lo rápido que habíamos encajado en unas pocas charlas nocturnas... O quizá porque sus palabras de esa misma mañana lo hicieron parecer demasiado como una cita. Y cuando lo estaba, llegaba mucho antes a los sitios.

―Bueno, seguro que es tan payaso como yo ―suspiré con fuerza, echando un vistazo a la mascota de la pizzería: un pájaro verde con patines que sujetaba una caja con una mano mientras ponía los dedos de la otra en forma de pistola―. Si no lo fuera, seguro que no me habría traído aquí.

Mis dedos bailaron por el teclado del teléfono, intentando esbozar un mensaje, pero no tenía claro qué decir ni a quién. Quizá solo quería parecer ocupado frente los transeúntes. O mantener ociosa mi mente. Aunque quizá para eso sería mejor una partidita al Snake, ¿no?

―¡Ey! ―Una voz familiar hizo que la serpiente se chocase contra un muro―. ¡Eli! ¡Perdona el retraso! Marina necesitaba el coche esta tarde, así que me ha tenido que traer y cuando me ha visto con esta facha ha dicho que ni de coña me presentaba a una cita así.

Dejé caer el móvil del sobresalto. Por suerte, los Nokia 3310 siempre habían sido famosos por su resistencia. Después de recogerlo, eché la mirada hacia arriba para encontrarme con dos ojos tan enormes como llamativos que me miraban con mucha curiosidad. Zack no parecía de esas personas que respetaran el espacio personal, pero poder verle tan de cerca hacía que no me importara.

Venía sorprendentemente guapo como para tomar una pizza a un local con recreativas y niños gritones. Eso sí, mantenía el mismo estilo holgado de la última vez, solo que algo más recargado: en lugar de una sudadera enorme, ahora llevaba un bonito jersey lleno de relieves. Era tan grande que le costaba sacar las manos de él, pero también le ayudaba a llevar el cuello lo suficientemente amplio como para que dejara algo de espacio para que se viera su gargantilla. También me fijé en que una riñonera a juego cruzaba su pecho y... Eh, ¿había vuelto a pronunciar la palabra cita?

Al verme desorientado, tocó mi nariz como si de un timbre se tratara. Lo acompañó con un «ding, dong» lleno de musicalidad.

―Perdona, tío. ―Me recompuse, aunque no podía dejar de fijarme en cómo sus iris brillaban en siete colores―. Me has dejado un poco loco con eso de...

―¡Ah, sí! ―Se rascó la cabeza. Su mentón escapó del jersey para mostrarme una sonrisa que me pilló totalmente desarmado―. Pero párame mientras hablo si no entiendes algo, ¿va? A ver, por dónde empiezo... ¡Ah! Marina. ¿No te había hablado de mi hermana gemela? ¡Ah, claro que no! Menudo despistado, una semana de cháchara y se me olvida mencionarte a mi hermanita. Le tengo mucho cariño, pero a veces es un poco... No sé. ¿Y tú? ¿Tienes hermanos?

―N-no. ―Acompañé la negación con un vaivén de mi cabeza, intentando volver en mí―. Soy hijo único. Aunque bueno, ya sabes... Vero siempre ha sido como una hermana para mí...

Mala elección de palabras.

―¿Tu compañera de piso? ―Balanceó sus hombros hacia sus lados. No parecía capaz de quedarse quieto―. ¡Ay! Con todo lo que me has hablado de ella, estoy deseando conocerla. ¡A ver si quedamos los tres pronto!

Algo me decía que eso era una idea horrible, pero me lo callé.

―Nos conocemos desde muy pequeños, sí. ―Dejé caer un suspiro―. Aunque están las cosas un poco raras últimamente. Ya sabes.

No le había dado demasiados detalles de lo que pasó (o no pasó) durante su cumpleaños a nadie, pero necesitaba soltar algo de la presión por algún lado y cualquier persona que nos conociera sabría unir las flechas. Así que las opciones se reducían a un puñado de jugadores de Magic de la universidad o a alguien capaz de inspirarme un montón de confianza desde el día uno. La elección era obvia, pero aun así me ahorré más de la mitad de los detalles.

―Ay, sí. ―Agachó la cabeza un instante, pero no se permitió dejar caer sus ánimos ante la idea―. ¿No has podido hablar con ella? Jo. Sea lo que sea lo que tenéis pendiente, ¡la gente se entiende hablando!

―¿Con esa cara de zombi que trae todas las noches? ―Y, aún más importante, ¿con la naturaleza de la conversación que teníamos a medias?―. No me he atrevido.

―¡En fin! ¿Listo para la cita? ―Me tendió la mano y pareció divertirse con cómo me habían subido los colores―. ¡Allons-y!

―¡E-espera! ―Crucé los brazos por delante de mi cara de una forma exageradamente cómica―. Creía que estabas de broma con eso. Que habíamos quedado para... Bueno, hablar de cosas. De juegos, de glitches, de... Todo eso.

―¿Por qué iba a bromear sobre eso? ―Jugueteó con uno de los mechones que se escapaban de su coleta―. Y, bueno, ni que fuera incompatible una cosa con la otra, yo qué sé. ¡Ay! ¡Perdona! Si no te gustan los chicos y solo esperabas quedar con un colega lo entiendo, ¿eh? Joder, si es que voy asumiendo y corriendo tanto que...

―No, no. ―Algo me empujó a aceptar su mano―. Está bien, Zack. Quiero decir, en ese aspecto. No tengo ningún problema en tener una cita con un chico, si es lo que preguntabas. Aunque grata, es una sorpresa.

Su mano estaba algo fría al tacto, pero sentí algo de su energía fluir por ella, como ya me había pasado con Vero. Evidentemente, algo así iba a hacer añicos la poca templanza que me quedaba y a dejarme como un tomate, pero intenté con la mayor entereza posible mantener mi cara de póker. Como no lo conseguí, intenté recurrir a mi plan por omisión: ser un payaso.

Sorprendentemente, ni siquiera logré tener la oportunidad de salvarme con una chanza, pues el chico decidió interrumpirme a mitad de mi primera sílaba.

―Genial, eso quiere decir que tengo alguna oportunidad contigo. Me gusta. ―Esbozó una sonrisa pícara―. ¡Jo, perdona si te intimido! Poco a poco, Zack. Poco a poco. ¿Entramos a comer?

Le miré en silencio. Solo le respondí con una sonrisa. No porque quisiera parecer un tío guay y frío, no. No había más que verme la cara para darse cuenta de que eso era prácticamente imposible. No, fue porque tenía la cabeza hecha una maraña de dimensiones antológicas y aún tenía el momento del casi beso muy vívido en mis recuerdos como para que el «Here comes a new challenger» de Street Fighter resonara con tanta fuerza en mi cabeza por culpa de esa endiablada sonrisa.

―¡Venga, va! ―Tiró de mi brazo. Se había cansado de esperar en menos de medio minuto―. ¡Tengo un agujero enorme en las tripas! ¿Una hawaiana?