Ir a la redacción un sábado por la mañana no era plato de buen gusto para nadie, pero si Ramón decía que necesitaba algo de ayuda, era porque realmente se veía incapaz de dar abasto por sí mismo.
―¿Ha hablado con la sacerdotisa? ―preguntó, de repente―. Del cambio de planes. Sigo sin apoyar esa idea al cien por cien, pero ya que la pista es suya, permitiré que la gestione de la forma que vea más conveniente. Al fin y al cabo, es usted lo suficientemente competente como para que confíe en su olfato periodístico, señorita Guarnido.
―Ajá. ―Cogí un clip de papel de la mesa para recogerme un mechón de pelo que empezaba a molestarme demasiado―. Llamé a nuestro contacto de la Catedral y parecía bastante ilusionado por la idea.
Oculté a Ramón que, aunque el muchacho me debía un favor desde hacía un lustro, el motivo que le hizo inclinarse a acceder a mi petición quizá tuviera que ver más con uno de mis pupilos que conmigo. Tampoco le dije cuánto me iba a divertir con la situación que tenía por delante, si bien quizá mi sonrisilla malévola me hubiera podido delatar con eso.
―Entonces, recapitulando ―giró la palma con un ademán ágil―: el ritual de Elías Delfín tendrá lugar esta misma noche. Algo precipitado, si permites mi opinión, si bien comprendo los motivos de la premura.
―Eso es. ―Paré unos instantes para leer un correo electrónico con atención―. Para ser justos, le ofrecí la opción de «seguir tu senda», si quieres llamarlo así. Pero no. Fue muy tajante: tenía que ponerse al día lo antes posible dadas las circunstancias. El chaval parecía motivado.
―Perfecto. ―No sabía si se refería a lo que estaba diciendo o al fichero de la pantalla, cuyo nombre tenía demasiadas coletillas detrás del «final» que debía preceder la extensión―. Por otro lado, la sacerdotisa nos asistirá con el estudio de una de las víctimas del Efecto Pirita.
Asentí con la cabeza.
―Conociéndola, me sorprende que haya accedido a una petición así.
―Yo también esperaba una bronca más que un pulgar arriba. ―Sí, la maestra del santuario de Atecina se había aficionado a responder los mensajes con emoticonos―. Supongo que a veces hay que apostar fuerte si quieres ganar.
―La maestra nunca dejará de sorprenderme ―masculló, aún escudriñando la pantalla del ordenador―. Pero, como suele decirse, bien está lo que bien acaba.
―Espero que sea capaz de arrojarnos algo de luz sobre... Bueno, todo el tema de la Catedral, supongo. Me sigue perturbando la posibilidad de que alguien sin capacidad espiritual alguna haya podido tomarla prestada de una fuente así... Y que todos los efectos secundarios desaparezcan, sin más, cortando un mero hilo. ―Por fin, envié el último correo pendiente y solté un suspiro de satisfacción―. Ea, listo por mi parte. Si no te queda nada que hacer, podemos continuar esta conversación en el Thardisia. Invitas tú.
―Es lo menos que puedo hacer tras pedirle parte de su mañana libre, señorita Guarnido. ―Inclinó ligeramente la cabeza hacia delante en señal de respeto―. Sé de buena tinta lo mucho que le habría gustado estar asistiendo a sus pupilos un día como hoy.
Bajamos juntos en el ascensor (no sabía si Ramón no supo apreciar mi recreación del mítico momento de Evangelion o si simplemente tenía tantos problemas para rellenar el incómodo silencio como yo) y tomamos nuestro asiento habitual en el Thardisia. Como siempre, un latte con avellana y un expreso doble llegaron frente a nosotros con el clásico sigilo del dueño del local, que parecía demasiado encerrado en sus pensamientos como para intentar darnos algo de charla aquel día. Jugueteé un poco con la espuma de mi café antes de decidirme a retomar la conversación que habíamos dejado a medias en la oficina.
―También sigo dándole vueltas al último mensaje del Héroe. ―Hice bailar la taza un poco, con cuidado de que el contenido no se cayera―. Especialmente en lo de que... podemos salvar a Jaime. No puedo quitarme esas palabras de la cabeza. Aunque solo sea una posibilidad... es una. Fue mi culpa que tuviera que...
No pude acabar la frase. Era raro ver esa compasión en los ojos de mi jefe. Un brillo indescriptible que atravesaba más allá del gris de sus iris y, por una vez, hacía que mi mirada dejara de gravitar hasta sus pronunciadas ojeras.
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―Norma ―aunque fuera del trabajo fuera más dado a tratarme de tú tras tanto tiempo, me sorprendió que usara mi nombre de pila―, ¿cuándo vas a dejar de culparte? Jaime fue consciente desde el primer momento de que ese combate podría ser el último que librara... Y soy yo a quien encomendó la tarea de «arreglar su desaguisado». Bueno, vale. No utilizó esa palabra, pero ya entiendes a qué me refiero. Si alguno de los dos ha fracasado, ese sería yo. Pero estoy convencido de que no lo he hecho. Aún no.
―Héroe cree que sigue a salvo. ―Eché un vistazo a una de las fotografías de la pared, siguiendo la mirada de mi jefe. Estaba claro que ver la sonrisa de Jaime era motivación más que suficiente para él―. Al otro lado, pero a salvo.
Se quitó un momento el anillo de plata que siempre llevaba en su anular izquierdo y lo apretó con fuerza. Algo de energía blanquecina se escapó de entre sus dedos, como en un suspiro nostálgico.
―Yo también lo creo. ―Me regaló una de sus elusivas sonrisas, aunque la realidad luciera algo triste―. Es por eso por lo que no dejo de luchar. Si hay una forma de que Algodaoth regrese, estoy seguro de que él se las apañará para volver por la misma puerta que esa bestia.
―¿Quieres... dejar que su plan siga adelante? ―repliqué, desairada―. ¿Después de lo de la última vez?
―No, claro que no. ―Tomó un sorbo de café con calma―. Sin embargo, hay algo que me dice que es inevitable. ¿No es lo que dijo ese demonio? Deberías ser tú quien confíe en sus palabras, no un escéptico como yo.
Ese comentario me desarmó.
―«Si queréis parar la nueva invasión de Algodaoth, no podéis dejar a la chica fuera de todo esto» ―repetí las palabras del Héroe―. Es la cita textual. «Ese lacayo sombrío está preparando algo». Eso, y que este enfrentamiento no es más que un preludio a lo que está por venir.
―Llámame pesimista, pero después de lo que hemos vivido... Tengo que tomarme esas palabras de la forma más amenazante posible.
―Eso... es un peso muy grande sobre los hombros de Vero. ―Retiré la mirada de las fotografías del muro. Las imágenes se estaban acumulando en mi cabeza demasiado rápido―. Si podemos... retrasarlo...
―Lo es. ―Se alzó las gafas con dos dedos―. Sigue siendo una niña, al fin y al cabo. No se merece estar envuelta en todo esto.
―Vero se enfadaría si te escuchara decir eso, ¿lo sabes? ―Alcé el índice de forma cómicamente amenazante―. Tu sobrina ya está bien crecidita. No hay día en el que deje de sorprenderme. Como exorcista, como persona y como adulta.
Bueno, quizá un hervor en eso de la gestión de los sentimientos y en el respeto a la autoridad sí que le faltara de vez en cuando, pero no iba a dispararme en el pie de una forma tan obvia.
―Lo que quiero decir es que confío en ti para protegerla y guiarla hacia la victoria. ―Contrajo los hombros, algo quejumbroso―. Tienes razón: no podemos postergarlo más, pero sí que hemos de tomar todas las precauciones posibles. Confío en ti, Norma. Sé que no dejarías que le pasara algo malo. Sé que llevas entrenando duro desde lo que ocurrió aquel día, aun al precio de...
Me anticipé a lo que iba a decir con una mirada gélida.
―No voy a aleccionarte sobre eso. Si bien tus formas no fueron las adecuadas y la señorita Molina merece una explicación real de tus labios, no soy quién para inmiscuirme, no. Sin embargo, sí que puedo pedirte una cosa. ―Fabricó un silencio inerte, casi buscando que me tomara mi tiempo para reflexionar sobre lo que había dicho―. Céntrate en hacer tu trabajo como mentora. Yo me encargaré de cumplir con lo que prometí a Jaime.
―De acuerdo ―suspiré con fuerza―. Esta vez tenemos que estar totalmente preparados. No quiero dar un solo paso en falso.
―Me alegra ver algo de responsabilidad en la alocada cabeza de la Princesa Aran. ―Estiró los hombros hacia atrás―. Estoy genuinamente asombrado.
―La edad, que es lo que tiene ―solté una carcajada―. Ya no soy la alocada quinceañera que empezó a escribir a la revista para tocar las narices a un redactor marisabidillo. Tengo demasiada gente a la que proteger como para permitirme cometer errores. No otra vez.
Asintió con orgullo.
―Por cierto ―dejé un pen-drive sobre la mesa y lo deslicé en su dirección―, necesito que me releves unos días en la investigación sobre la Catedral. Algo me dice que mi visita a Atecina va a tener que extenderse unos días más de lo previsto y... el rastro aún está caliente. Eres la única persona en la que puedo confiar para esto, Ramón.
―Cuenta con ello ―Se guardó la memoria en el bolsillo del pecho de su camisa―. ¿Algo que destacar de viva voz?
―Hay algo raro en ese tal Seven. ―Deduje de su expresión que no estaba al día con los detalles―. Ya sabes, el que hace esos ordenadores capaces de controlar a los glitches. Aún no tengo muy claro el qué, pero me da mala espina.
―Recibido. ―Se llevó las yemas a la sien―. Leeré el informe completo de todos modos, como es menester.
Estaba segura de que no iba a apreciar que mi informe fuera poco más que un montón de anotaciones no muy organizadas, pero al menos me había tomado el esfuerzo de compilar un índice para él.
―Ah, por cierto ―le advertí―. Me han avisado esta mañana de que algunas tiendas están empezando a vender antes de tiempo el Yaroze-kai. Entenderás por qué eso me preocupa.
―No es el mejor momento para tener a casi todos nuestros exorcistas de viaje, no. ―Se acarició el mentón con cuidado―. Daré un chivatazo a nuestro contacto de FILE para que cierren el grifo lo antes posible. Creo que se puede controlar. Y si me toca volver a pelear ahora a la vejez... Bueno, será un agradable entrenamiento para lo que se nos cierne.
―Gracias, Ramón.