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Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 03, por Jaime Llagaria (parte 2)

Capítulo 03, por Jaime Llagaria (parte 2)

El sobre era algo más pesado y rígido de lo habitual, y eso me llamó la atención. Al abrirlo, vi que contaba con un par de fotografías adjuntas. No eran muy claras, porque apuntar la cámara a un televisor no daba muy buenos resultados, pero pude reconocer entre los borrones a uno de los juegos que más éxito estaba teniendo en todo el mundo: Super Mario Bros. Incluso en España, donde no se había publicado aún de forma oficial.

¿Cómo estaba ese juego en boca de todos, entonces? Definitivamente, los ochenta fueron una época rara para los fans de los videojuegos. Europa era el feudo de los microordenadores, donde era raro ver una de esas consolas que se enchufaban directamente al televisor del salón... Al menos, legalmente. Poco a poco, los famiclones (así se hacían llamar las copias ilegales de la Famicom, nombre original de la NES) empezaron a llegar a los salones de nuestras casas, con la promesa de ser compatibles con los cartuchos oficiales y otros tantos que eran tan baratos como ilícitos.

―Será una copia pirata que no funciona como es debido. ―Se inclinó hacia el siguiente sobre, sin demasiado interés―. No sería la primera.

―¡Espera! ―clamé con un grito que se vio ahogado al reparar en los ronquidos―. Me pica demasiado la curiosidad. ¡Vamos a echarle un vistazo! ¡Porfa!

Tuve que insistir un poco más a Ramón para que leyera la carta en voz alta:

¡Hola, amigos de la Revista Silicio!

Me llamo Marty McFly (¡mi mamá dice que es mejor que no ponga mi nombre real en la carta!) y creo que os traigo una exclusiva, jeje.

¡He encontrado un nivel secreto en el Super Mario Bros! Estaba jugando después del insti y, no sé cómo, atravesé los muros del segundo nivel. Al entrar por la tubería, ¡el número de nivel había desaparecido! Mi tele se puso a parpadear y la consola se apagó.

Pensé que se trataba de un error del juego, pero al intentar repetirlo descubrí que, si te agachas y miras a la izquierda en la tubería del final del segundo nivel, ¡puedes atravesar los ladrillos al saltar hacia la derecha! Y si luego bajas por la tubería, llegas a un nivel secreto.

La primera vez falló, pero después he entrado muchas veces, y... eso sí, ¡no sé cómo pasármelo! ¡No hay banderín al final y siempre se me acaba el tiempo!

¿Podéis ayudarme? O, al menos... ¿podéis compartir el secreto?

Os adjunto unas fotos para demostrar que no es una trola.

Marty McFly

―Tu cuñado tenía una de esas clónicas, ¿verdad? ―Se me iluminaron los ojos―. Estoy deseando probarlo por mí mismo.

―Tengo que seguir trabajando ―bufó―. No estarás dando crédito a este puñado de sandeces, ¿no?

―¡Venga, va! ―Froté mi hombro contra él, lo que le hizo perder ligeramente la compostura―. Además, ¡puede ser un gran hallazgo! ¡Un nivel secreto en el juego del momento!

Me costó varias peticiones y algún que otro mimo más, pero le convencí. Su hermana seguía roque en el sofá con una manta echada por encima, así que nos sentamos cerca de la tele, con sendas sillas, como si fuéramos niños que querían desoír las indicaciones de los dibujos matutinos.

Sorprendentemente, fue Ramón quien se hizo con el mando. Aseguraba que, ya que iba a hacer un trabajo de verificación, debía hacerlo con sus propias manos, pero algo me decía que había logrado despertar la curiosidad del periodista. Se notaba que no estaba muy acostumbrado a jugar con un mando (los pocos juegos a los que le había logrado aficionar se disfrutaban mejor con teclado), pero cualquiera podía enfrentarse a los primeros niveles del juego, aunque fuera perdiendo una o dos vidas.

No obstante, terminó rindiéndose con la maniobra que describía ese tal McFly en su carta. O, mejor dicho, acabé arrancándole el mando de las manos en un arrebato de frustración al ver que la música se aceleraba presagiando el final del tiempo. Sin ánimo de presumir, acabé atravesando el muro como mostraba la borrosa fotografía a mi segundo intento.

―Hostias, pues sí que era cierto ―dije, antes de pulsar el botón que me haría descender la tubería.

WORLD - 1

―Tenemos una exclusiva ―sentenció el periodista.

***

Seguimos comprobando las cartas. Ramón había traído una veintena de la redacción (para entrar en calor, decía), así que decidimos darnos un atracón epistolar. Atracón que se volvió empacho tras ver tantas cuestiones clónicas sobre recomendaciones, próximos lanzamientos o mejores configuraciones.

―¿Puedo responder yo esta? ―Tomé un bolígrafo―. Te prometo que solo seré un poco ácido.

―Date el gusto. ―Me alcanzó un folio. Aunque sabía que era bastante probable que reescribiera mi réplica de cabo a rabo, me quedé más tranquilo con la bordería que había puesto sobre el papel―. Vamos, Jaime, que solo quedan un par. Y luego te dejaré jugar con los pingüinos esos.

Desplegué la penúltima de las misivas y, con solo leer un par de frases, puse los ojos en blanco. Esta vez fui yo quien jugó (mal, para no variar) al baloncesto con el mensaje.

―Las tetas no funcionan así ―gruñí.

―Trae. ―Ramón recuperó la bola de papel del suelo―. Voy a probar eso que dices de ser sarcástico.

Leí varias veces el borrador de respuesta que había sugerido, me pregunté más veces de la que debería si una revista publicaría un ataque tan poco velado a uno de sus lectores y, una vez había expulsadas mis preocupaciones, solté una carcajada que retumbó en los cuatro muros.

Por suerte, Maite necesitaba un terremoto para despertarse.

―Última carta. ―La sujeté con firmeza―. Y habremos acabado por hoy. Definitivamente, este trabajo no está pagado.

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―Muy alentador que hables así sobre lo que haré ocho horas al día durante los próximos meses, Jaime ―sus ojos se ensombrecieron un poco―. Muy alentador.

―Soy un sol, ¿a que sí? ―exageré la mueca de mi cara y le forcé una a juego con mis manos―. ¡A sonreír! En fin, a ver qué quiere este tipo.

¡Konnichiwa, amigos de la Revista Keiso!

Os escribe otra vez Moroboshi, vuestro otaku de confianza, para preguntaros sobre los próximos juegos que están por salir en el país del sol naciente ^_^.

¡He leído en una revista de importación que por fin The Legend of Zelda tendrá una secuela! ¡No entiendo nada de lo que pone, pero por las fotos es muy diferente a la primera entrega! ¿Me podéis contar algo vosotros? ¿Lo habéis probado? ¡Además, parece que vamos a tener dos juegos de rol muy grandes! ¡Phantasy Star de SEGA y uno llamado Final Fantasy! Pero no sé, yo sigo esperando que Tokujin Historia II salga en algún idioma que entienda. ¿Hay noticias sobre eso?

¡También quería preguntaros por los juegos de anime, que nunca habláis de ellos en la revista! ¡Me he tenido que enterar de que había uno de Hokuto no Ken en la tienda! ¿Cuáles queréis vosotros que hagan? ¡Yo estoy deseando una adaptación de Genesis 84! ¡Necesitamos más juegos de mechas!

Pero el motivo real por el que os escribía era porque sé que está al caer vuestra reseña de Eiyuusha. ¡Dicen que la historia va a ser increíble y superprofunda! ¡He visto algunas escenas en un VHS y es increíble! ¿Cómo demonios mueve eso un ordenador sin explotar? ¡Y tan emotivo todo, casi lloro con un vídeo mal grabado! Como comprenderéis, no puedo esperar a la entrega de diciembre (o la de enero, que sé que a veces María se retrasa con estos juegos tan largos) para que me deis vuestras impresiones.

Así que vuestro amigo os escribe para que le deis unas poquitas migajas en la revista de noviembre, que nunca había tenido tanto mono por un juego.

¡Porfa, amigos del silicio, porfa!

Moroboshi

―El muchacho está de suerte. Por partida doble. ―Ramón dejó el folio en la mesa―. María se ha terminado el juego. De hecho, no hablaba de otra cosa en el descanso del almuerzo. Parece que es así de bueno. Eso sí, no creo que la reseña vaya a entrar en el número de noviembre. Pero sí que es posible darle ese anticipo.

Echó la mano al zurrón y sacó de él la cinta que parecía vacía. Al parecer, la analista había insistido tanto sobre las virtudes del juego que uno de los compañeros decidió ser un poco pirata y sacar un puñado de copias para ver de qué iba la cosa.

No necesitaba un espejo para saber que los ojos me estaban haciendo chiribitas. Ni para saber que se me iba a hacer imposible aguantar los aproximadamente quince minutos que el ordenador se tomaría para salir de la pantalla de carga tras escribir el mítico RUN»CAS: en el fósforo verde.

Perseveramos. Ramón con paciencia, yo subiéndome por las paredes. Desde el primer momento, esa pantalla de título minimalista me enamoró. Una espada clavada en el suelo y el paso del día en ocho bits. Una instrucción que nos instaba a pulsar la tecla intro. ¿Qué clase de magia había hecho el ingeniero de sonido con la música para que sonara tan bien? Como compositor, no me veía capaz de continuar hasta que la primera iteración del bucle acabara. De algún modo, sentía que era una falta de respeto.

Me animé a seguir adelante. En un pestañeo, ya habíamos pasado una hora vagando por un mundo pixelado que no parecía tener fin y dejándonos llevar por la sensación de descubrimiento, divirtiéndonos con un combate tan frenético que, en ocasiones, teníamos que agradecer los momentos en los que la máquina se saturaba y ralentizaba la acción. Había de admitir que al lector no le faltaba razón: la historia era capaz, a pesar de su sencilla premisa en la que un niño que se ve forzado a aprender qué significa realmente ser un héroe, de capturarte con sus pequeños giros y sus sutilezas.

Eiyuusha era así de bueno.

―¡Joder, Ramón! ¡Mira dónde está! ¡Tírale una bola de fuego! ―A pesar de todo, intenté no levantar demasiado la voz―. Si dejas que se acerque vas a... Sí, justo eso.

El protagonista cayó al suelo, parpadeó unos instantes y mostró las palabras GAME OVER en pantalla.

―Inténtalo tú ―resopló―. No es tan fácil como parece.

Me hice a los mandos del juego y logré superar, no sin dificultad, la habitación en la que el protagonista había perecido antes. En realidad, tuve que hacer algo de trampa y fundirme con los muros para evitar algún que otro golpe, pero gracias a mi triquiñuela, pude llegar a la sala del jefe sin problemas y con la vida al máximo.

Sin embargo, al contrario que otras estancias de jefe, esa habitación estaba completamente vacía. ¿Se trataba de una de esas escenas automáticas? ¿Era otro de esos giros en los que el juego cuestionaba su propia premisa? Debía serlo, porque el protagonista empezó a moverse sin que yo se lo pidiera. Paso a paso, acompañado por la música de la mazmorra, hasta el centro de la habitación.

El héroe alzó su arma y, poco a poco, las casillas del suelo empezaron a disolverse. Algunas, en lugar de pasar a negro, mostraban un puñado de sprites inconsistentes, como leídos de forma aleatoria de la memoria del juego. La interfaz que mostraba las distintas habilidades y estado del protagonista fue lo siguiente en desaparecer. Pero el niño seguía impasible, con su capa ondeando en el extraño vacío.

Una caja de texto apareció, descuadrada, en la pantalla:

I WILL BE A HERO FOR YOU, TOO

Un escalofrío me recorrió la espalda. Ese «yo también seré un héroe para vosotros» resonó fuerte conmigo por algún motivo. Dejé escapar el aire que estaba conteniendo por la emoción.

―No mentían con lo de la historia. ―Estiré un poco la espalda―. Sorprendente es, como poco.

La pantalla parpadeó un par de veces con una estática fingida. Cada vez que lo hacía, el enfoque se acercaba más al protagonista, definiendo más los píxeles de sus facciones y apagando, poco a poco, los restos de la música, que empezaba a reproducir un característico eco.

Cuando no había nada más que oír, un efecto de sonido cortó el aire. Un simple tajo, como el que el juego hacía al pulsar el botón de atacar. Sin embargo, por algún motivo, resultaba mucho más inquietante sin que la animada música de combate lo acompañara. Seco. Penetrante. Con él, la espada del personaje trazó un arco perfectamente cuidado, mirando a la cámara, que retumbó de la misma forma que lo haría al sufrir un golpe contundente.

El sprite del héroe se movió, como tomando un poco de aire. Un brillo de satisfacción llenó sus ojos y se limitó a clavar la espada en el suelo, tal y como mostraba la pantalla de título del juego. Lejos de mostrar el precioso ciclo del día y la noche que ya habíamos visto, solo nos presentó negrura...

Hasta que una última caja de texto proporcionó un mensaje final.

A HERO

Di un salto en la silla. No porque el mensaje me hubiera resultado ominoso, sino porque lo acompañó uno de estos fallos en la corriente eléctrica que hacían que las luces tintinearan. Últimamente se estaban haciendo bastante comunes en mi vida, pero eso no los hacía menos molestos. Las bombillas luchaban por seguir iluminando el salón, pero solo podían parpadear con timidez. El televisor, que habíamos dejado apagado, empezó a mostrar el noticiario del día con tal estruendo que logró que la anfitriona durmiente protestara por ello entre balbuceos.

Ramón decidió ser cauto y apagar apresuradamente el ordenador para evitar que algo se fundiera con la sobrecarga. Al hacerlo, el monitor tardó unos segundos en descargarse del todo, lleno de estática, sin acabar de borrar el último mensaje del juego de la pantalla.

Un último fogonazo de luz nos cegó. Una de las bombillas había decidido explotar en mil pedazos por la subida de tensión y llenar el suelo de cristales.

Eso sí que fue suficiente como para despertar a la futura madre. O a la futura hija, ya que Maite se despertó abrazada a su vientre y con unas quejas que rozaban lo gutural. Tanto, que llegué a temer que tuviéramos que salir corriendo al hospital por un parto adelantado.

Por suerte, todo volvió a la normalidad en poco tiempo. El salón volvió a estar perfectamente iluminado (salvo por la bombilla que había explotado, claro), el televisor se apagó tal y como se había encendido y la imagen estática había desaparecido del monitor del ordenador. Dejé que la embarazada apretara mi mano con fuerza y, aunque probablemente no pudiera usarla para jugar el resto del día, me agradeció el gesto con una mirada fugaz.

En pocos minutos, los dolores de la mujer se habían disipado y, casi olvidando el episodio, pidió a su hermano una bolsa de anacardos. Que tenía un antojo, aducía. Yo, por mi parte, barrí los cristales del suelo y comprobé que nada más se hubiera roto.

―Genial, toca otra vez pasar por la pantalla de carga ―aprecié al ver el característico menú azul del microordenador.