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Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 10, por Verónica Garza (parte 1)

Capítulo 10, por Verónica Garza (parte 1)

La casa de Elías estaba tal y como la recordaba. Quizá los columpios del patio habían visto días mejores y la imagen mental que tenía del pequeño huerto que cuidaban sus padres correspondía más con lo que podías encontrar en él en verano, pero ver cómo el naranjo en el que tanto habíamos jugado de niños estaba empezando a dar fruto me hizo sacar una sonrisilla nostálgica.

―¡Má! ¡Pare! ―Frustrado ante un timbre que no parecía querer hacer su trabajo, Eli decidió gritar―. ¡Abridme, que soy yo!

Tardó un rato, pero la puerta empezó a moverse lentamente hacia dentro.

―¡Hola, abuela! ―El chico le dio un abrazo. Yo hice un amago, pero al ver que no me reconocía, me aparté―. ¿Dónde demonios está mi madre?

―Con el ruido de la cocina, como siempre. ―Se asió con fuerza del bastón―. ¡Ay! ¿Te has traído a tu novia? ¡Qué niña más mona! ¡Mejor que el punki ese de la última vez! Pero a mí me gustaba más la rubita.

Tardé un poco en reaccionar. ¿De quién estaba hablando? Ese «punki» debería ser su ex, pero...

―Abuela, esta es «la rubita». ―Me señaló de arriba abajo. Dejé escapar un poco de aire entre los labios―. ¿No te acuerdas de Vero? ¡Éramos inseparables de niños! ¡Y hoy es su cumpleaños! ¡Diecisiete años ya!

La señora sopesó el comentario durante unos instantes, pero no pareció convencerse.

―La rubita era más mona ―concluyó, a su bola.

Mi amigo compartió un gesto cómplice conmigo y pasó el brazo por encima de su abuela para guiarla al comedor. Me invadió una mezcla de ternura por ver cómo la cuidaba y de pena por cómo le había caído el peso de los años: Matilde siempre había sido una persona muy avispada y verla tan torpe me hizo sentir extraña.

En cambio, la madre de Elías se mantenía exactamente igual que la última vez que la vi. Quizá con alguna que otra arruga más en la cara, pero las pecas y esos ojos color caramelo tan inocentes que su hijo había heredado le daban un aire juvenil que no pasaba de moda.

―Vaya, pues sí que era cierto que casi no te iba a reconocer. ―La mujer me dio un abrazo, manoplas de cocina y todo―. ¡Estás hecha toda una mujercita! ¿Qué tal están tus padres? Bueno, hablo con Maite bastante a menudo, pero pensé que era mejor idea preguntarte directamente. Seguro que hay cotilleos que no me cuenta. ¿Y tu tío? Aún no le he dado las gracias por darle la beca al zote de mi hijo. Bueno, tampoco es tan zote. ¿Has visto qué notazas en primero? Pensaba que se iba a quedar tonto con tanta revista de maquinitas, pero ahí lo tienes: un curso limpio el primer año. ¡Ay, lo grande que está mi Eli!

Sí, Laura seguía con la verborrea de siempre. Me limité a esbozar una sonrisa tímida, pero eso no la paró.

―¡Felicidades, Vero! ―Se quitó el guante para revolverme el pelo. A todos les encantaba hacerlo alegando que tenía la altura perfecta. Al parecer, las plataformas no ayudaban―. Espero que tu plato favorito siga siendo la lasaña. ¡Ay, cómo me alegro de que hayas podido venir a casa! Que después de un par de semanas aquí al cuidado de Eli, tenía que asegurarme de que te tratara bien. Y, bueno, un poco de «comida de madre» nunca viene mal, ¿no? Que este chaval es un desastre y si se distrae acaba cenando pirsas de esas una semana sin parar. Nada, nada... ¡No te preocupes, os he hecho unos tápers de lentejas!

―La familia, bien ―respondí mientras tomaba aire. Costaba seguirle el ritmo―. A mi tío le hubiera gustado pasarse, pero tenía un viaje a Londres. Me dijo que lo compensaría la próxima vez.

Tras aproximadamente veinte minutos de monólogo y un poco de ayuda con la ensalada (porque necesitábamos comer más verduras o algo así), la mujer me liberó y me hizo sentarme a ver «Los Simpson esos». No me atreví a corregirle y decir que en realidad se trataba de Futurama. Pero disfruté del momento, acurrucada junto a Elías con las piernas bajo la mesa camilla de su salón como si el tiempo nunca hubiera pasado.

La velada se sucedió sin percances. La lasaña estaba tan rica que sorprendí a los anfitriones repitiendo dos veces y me llevé algún que otro «comentario de madre», pero la abuela de la familia reía y aseguraba que un buen apetito era importante para estar bien lozana. Sin duda, ella lo estaba, pues era capaz de llevarnos a todos la delantera en el número de raciones.

Fue difícil guardarse espacio para la tarta de cumpleaños que acompañaría al café, pero todos lo acabamos logrando (era imposible decir que no a una de tres chocolates). Eso sí: con tal cóctel en el estómago fue imposible para los anfitriones vencer a la modorra. Ni quince minutos de documental sobrevivieron en vigilia. Mi amigo y yo nos levantamos a estirarnos para evitar caer en redondo también.

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―¿La siesta? Un clásico en esta casa. ―Elías rebuscó algo en su chaqueta―. Por cierto, casi me olvidaba de darte tu regalo.

―Oh. ―Me incliné hacia delante, con los ojos bien abiertos―. ¿Qué es, qué es?

―Bueno, quizá sea una tontería, pero... ―Me entregó un pequeño sobre―. Aproveché que la feria seguía en la ciudad para pasar por los puestos de los artesanos y...

Agité el sobre y escuché un choque metálico. Intenté adivinar de qué se podía tratar, así que lo moví poco a poco para oír cómo algo que parecía una cadena se deslizaba por su interior.

―¿Es un colgante?

―Ábrelo ya. ―Me dio un golpecito cariñoso en la frente―. Es que estuve pensando en lo que dijiste y...

Frené en seco antes de rasgar el sobre por la mitad. Necesitaba saber a qué se refería. Dentro había un colgante con cuatro engranajes de plata con piedras de distintos colores en su centro.

―Seldoria Chronicles... ―dije en voz baja―. Joder, Elías, está muy bien hecho... Tiene que haberte costado una pasta.

―Este año podía permitirme algo especial. Recuerda que me has enchufado en una beca con un sueldo superior a «te pagamos en superación personal» ―se excusó con una carcajada―. Una pena que no se muevan como en el juego, pero... Enhorabuena, ya has completado tu rito de paso. Tienes razón: no eres una niña. No es justo que te trate así. Y, desde luego, no tienes la apariencia de una, si se te pasaba la idea por la cabeza. Tengo ojos en la cara, ¿vale?

Me quedé bloqueada en el sitio con las implicaciones de algo como lo que había dicho. Durante un minuto, me limité a apretar el regalo contra mi pecho, y contar las pulsaciones de mi corazón una a una, que aún hacía latir la sangre que me calentaba la cara.

―Me... encanta ―contesté con un hilillo de voz―. Es precioso. Gracias, Eli. Lo guardaré con cariño.

―Aún no sé mucho sobre espíritus, así que ya me dirás si lo puedo sobrecargar de poderes o algo. ―Estiró los brazos por encima de la cabeza―. De ese modo, siempre sabrás encontrarme. Ya sabes, como la princesa Eruma a Rapsodia, más allá del velo de cristal.

¿Podía Elías Delfín ser más adorable citándome uno de mis juegos favoritos? Me costaba imaginarlo. Empezaba a pensar que Norma tenía razón y que me conocía mejor que yo misma... Maldita sea. Negar según qué cosas se estaba volviendo casi imposible.

No. Tenía que centrarme. Tenía una misión, al fin y al cabo. ¿De qué servía validar mis ideas de adolescente si...?

―Bueno, ha pasado un tiempo desde la última vez, pero tenemos un rato muerto en casa antes de que la familia despierte. ―Su voz me sacó del trance―. ¿Hacemos lo de siempre?

―¿Sigue la Play en la salita? ―respondí como un resorte―. Cuántos domingos hemos pasado pegados a esa tele evitando los ronquidos y el Cine de Barrio. ¡Me encantaría!

―Claro ―aseguró guiándome de la mano―. Como la nueva es retrocompatible, era tontería llevarme las dos al piso. Aunque sí que me llevé casi todos los juegos. Pero bueno, habrá que contentarse con los restos.

Aunque la falta de cuidados la había dejado algo polvorienta, la consola seguía enchufada a la corriente y al televisor, así que solo necesitó un botonazo para arrancarla. A decir verdad, habría agradecido un poco más de tiempo para cavilar en mis pensamientos, pero reaccioné rápido.

―O con los CD de demos. ―Señalé el montón de sobres de cartón que había en el cajón de siempre―. ¡Elige uno!

Sin siquiera mirar cuál, puso uno de los discos en la consola y bajó la tapa. Una pantalla de carga precedió a una pantalla de selección de título con un midi rockero y unos efectos gráficos que ya eran anacrónicos en la época. Presentaba títulos tan variopintos como Spyro the Dragon, Compact Creatures, Fire of the Teinekell IV o Cool Boarders 3. También incluía un montón de pequeños juegos programados por los seguidores de la revista que se habían podido hacer con un kit de desarrollo Net Yaroze, que permitía a los programadores hacer sus pinitos en la consola.

Sobre el papel, la idea era magnífica y fomentaba la creatividad mucho antes de que la palabra indie significara algo para los jugones. Había perdido la cuenta de las horas que había pasado jugando a Rocks'n'Gems o a A Magnificent Contraption en uno de esos discos.

En la práctica, y sobre todo para una chica con poderes espirituales que no era capaz de controlar aún, acabó siendo mi primer contacto formal con el mundo de los glitches. Sí, el control de calidad de estas aplicaciones brillaba por su ausencia, así que era fácil romper las costuras del juego sin proponerlo. Por otro lado, el haber compartido espacio en disco con versiones de prueba de títulos mucho más populares ayudó a que las criaturas que surgían de los Net Yaroze no fueran demasiado amenazantes, por lo que pasé muchas horas con Norma buceando entre los títulos más extraños que pudieran salir del sótano de cualquier aspirante a progamador.

―¿Buscamos alguno en especial? ―Elías alzó las cejas repetidas veces de forma cómica―. Ahora que mis padres están durmiendo la mona, quiero enseñarte lo que sé hacer después del entrenamiento de ayer.

Solté una carcajada tonta. Solo a Elías se le ocurriría aprovechar un momento íntimo para probar videojuegos cutres hechos por estudiantes con el objetivo de sacar monstruos de ellos... Y yo que lo agradecí. Me estaba costando demasiado alejarme de esos pensamientos tan propios de la edad... y de las bromas de Norma al respecto.

―Eres un payaso. ―Dejé caer mi cabeza sobre su hombro, aún jugueteando con el collar entre los dedos―. Venga, va, pero es difícil que encuentres algo en un disco tan viejo que todos los niños han quemado hasta la saciedad.

―A ver, sí. ―Me devolvió el choque de cabezas con algo de ternura―. Yo también he sido de los que ha tenido que subsistir a base del disco de demos esperando el próximo regalo de navidad. ¡Pero antes no sabía cómo hacer esto!