El Héroe tenía razón. Algodaoth era un tipo de peligro al que nunca nos habíamos enfrentado antes. En lugar de usar los errores para materializarse en este mundo, había aprendido a mantener la puerta abierta para enviar trozos de su propia alma que implantar en los jugadores que tuvieran la ocasión de invocarle para tomar control de sus cuerpos.
Sus medios tenían ciertas limitaciones, como habíamos descubierto a lo largo de esos últimos días: aunque la semilla demoniaca fuese capaz de dotar de potencial espiritual a sus recipientes, el control que tenían sobre él no era distinto que el que pudiera tener alguien que acabara de descubrirlos. Eso nos daba cierta ventaja: si localizábamos a las víctimas, podríamos salvarlas antes de que supusieran un peligro real. Y por suerte, el extraño patrón de los ojos no era el único rasgo que estaban heredando del enemigo: también su pelo empezaba a perder su color poco a poco, según pudimos averiguar.
Nos habíamos percatado de que, si alguien ya contaba con potencial en su espíritu, podía resistir los primeros esfuerzos del demonio en la pugna por su cuerpo. Un ejemplo de ello fue la otra gemela, que también parecía haber sufrido el ataque del Gólem de Silicio, pero que no mostraba signo alguno de haber recibido su maldición más allá de los cambios físicos. No tardamos en denominar al fenómeno «Efecto Pirita», si bien ese término acabaría conociendo un significado ficticio para los lectores de la revista en su siguiente número.
―¿Prioridades? ―quiso saber Ramón.
―Por un lado, deberíamos localizar más víctimas potenciales ―Jaime fue rápido en responder―. Al parecer, el sorteo de los discos que generan a esa criatura lo realizó una revista de cultura pop adolescente de OTKo, así que quizá podamos lograr una lista de ganadores con la que empezar a investigar gracias a tus contactos.
―Haré unas llamadas ―respondió, buscando su agenda en uno de los cajones―. Espero que puedan facilitarme esa información.
―De todos modos, hay dos cosas que me preocupan. ―Las puntué levantando los dedos de la mano izquierda―. Primero, las copias pirata. Todo el mundo tiene una grabadora de CD ahora mismo y este grupo está ganando mucha popularidad en la radio. Es natural que la gente quiera escuchar las canciones en sus casas si tienen la oportunidad. Al menos, no he visto ninguno en el top manta todavía. Y segundo, que en unos días se venderá en todas las tiendas del país.
―Hay que cortar el mal de raíz. ―El jefe fue tan conciso como amenazante―. Y andamos cortos de personal. La idea de dejar alguna que otra pista para la gente con potencial en las fotografías no está funcionando y el único otro exorcista de la redacción ha elegido el peor momento posible para cambiar de vocación.
―Estamos bien con los que somos. ―Jaime intentó tranquilizarle―. Ya sabes que tampoco conviene airear demasiado este asunto. Lo invocamos, le damos una somanta de palos y mantenemos vigiladas a las víctimas por si hubiera un as debajo de su manga.
Y, si no era posible, ya había articulado un plan de reserva.
―Admiro tu entusiasmo ―rezongó―. De acuerdo, será mejor que comience con mis averiguaciones. Nos veremos aquí mismo cuando acabe con ellas. Señorita Guarnido, tómese la tarde para afinar sus poderes. Quién sabe si un pequeño entrenamiento de última hora puede marcar una diferencia.
«No, Ramón, estudiar a última hora para un examen no es una estrategia útil», pensé. En su lugar, decidí hacer lo mismo que cuando era estudiante: dedicar la tarde a descansar. Con la investigación y tantas emociones fuertes, me debía un montón de horas de sueño. Y sabía que las iba a necesitar.
***
Una llamada de Jaime me despertó bien entrada la noche. Todo estaba listo por su parte. Ramón también había aprovechado la tarde logrando un listado bastante exhaustivo de potenciales víctimas. Y yo estaba como nueva. Solo tenía que cenar algo rápido y estaría lista para el mayor exorcismo de mi vida.
―Este es el punto de no retorno, si necesitas hacer algo antes, ¡ahora es el momento! ―bromeó Jaime al abrirme la puerta de su piso―. ¿Seguro que quieres continuar? ¿No quieres llamar a tus seres queridos para decirle que los quieres, por si pasa algo?
―Seguro. ―Le di la mano con tanta fuerza que resonó por todo el pasillo―. Muy bien, allévoy.
―De acuerdo, pero antes... ¡Mis averiguaciones! Acabo de obtener la última pieza para confirmar lo que he estado descubriendo estos últimos días. No creo que cambien mucho a lo que nos vamos a enfrentar, pero estoy orgulloso de ellas.
El músico nos guio a su ordenador con una sonrisa de satisfacción en su rostro y encendió el monitor. En él se mostraban varios de esos espectrogramas que me describió cuando estuvimos investigando el supuesto Síndrome Lavanda. Para unos ojos sin entrenar, no era más que un batiburrillo de colores, pero Ramón observaba la explicación con atención, prácticamente embelesado.
―A la izquierda, el disco del musculitos que te dio error ―explicó el compositor con más calma de la que parecía requerir la situación―. A la derecha, una versión corregida. ¿Ves alguna diferencia?
Acerqué la cabeza al monitor, esperando encontrar algo que no pudiera ver desde lejos. Entrecerré los ojos, giré la cabeza y, tras rendirme, miré con confusión al compositor y al jefe de redacción.
―Yo tampoco lo vi ―admitió―. Al menos a primera vista. Pero entonces recordé que hablamos de que había mucha matemática detrás y envié el fichero original a un amigo de la universidad. No estoy muy seguro de los detalles, pero lo procesó con un programa llamado MATLAB y vio que, a ciertas resoluciones, la transformada que poblaba la imagen producía resultados erróneos. Al parecer, el fichero que genera mi software de composición al convertir de analógico a digital tiene un error de precisión que hace que la herramienta falle.
Dio zoom a las imágenes. Mucho zoom. Entonces, empecé a ver pequeños píxeles negros en la parte izquierda de la pantalla, escondidos entre el colorido mapa.
―Exacto. El procedimiento más habitual para tratar la información espectral de una onda de audio tenía un fallo que se disparaba al usar el programa más popular entre los de mi gremio. Pero no os preocupéis, nadie va a resultar herido por él: como veis, en este lector solo se sustituye la información errónea por un cuadrado negro. Una protección básica contra errores. En palabras de mi amigo, una forma de dibujar preventivamente un «número no numérico».
―Pero cuando el juego se lo encuentra al analizar los datos para generar el monstruo, falla ―comprendí finalmente―. Ese valor confunde al algoritmo y... adiós, muy buenas.
Unauthorized duplication: this narrative has been taken without consent. Report sightings.
―Sí. Al parecer, calcula una especie de hash por cuadrantes. El primero determina el monstruo con un valor comprendido entre cero y dos elevado a... No recuerdo el número. Bueno, eran unos cuatro millones y pico, si he hecho bien las cuentas ―dejó escapar una carcajada justo en ese punto y enseñó un cuaderno lleno de garabatos―. Quién sabe cuántos de esos valores pueden esconder al Gólem. Pero claro, una vez generado el monstruo, hay tres cuadrantes más. Uno genera las habilidades, otro variaciones en estadísticas y el último, una comprobación de seguridad. Nuestro musculitos presenta el error cuarto y, por lo que sé, Algodaoth lo hace en el segundo.
―Es impresionante, Jaime. ―Ramón le puso la mano en el hombro―. ¿Y qué podemos hacer con esta información?
―Idealmente, pedir a los tres responsables que arreglen su código, pero eso no arreglará los errores que ya hay en la calle. ―Se desperezó sobre el escritorio con un bufido―. ¿De forma realista? Empieza a hacer combinatoria, porque hay mucho monstruo, mucha mitología y varios puntos de fuga en estos setecientos megas de compact disc.
―Joder. ―Chasqueé la lengua―. Ni Pokémon ha dado tanta guerra. Y mira que hay formas de MissingNo.
Jaime introdujo el juego en la consola y cargó la partida. Su personaje estaba justo delante del monstruo que te dejaba acceder a las invocaciones desde disco, así que no habría que esperar mucho para enfrentarse al Gólem de Pirita.
―¿Tenemos algún plan? ―preguntó el músico.
―Si nuestras teorías tienen tino, el error atraerá un trozo de su alma a este mundo. ―Contraje los hombros sin tener muy claro por qué―. Un hilo debería conectar al propio centro del demonio, así que solo hay que tirar con fuerza y atraerlo hacia nuestro lado.
―Aunque la premisa de tirar de un hilo suene algo absurda ―Ramón se alzó las gafas con el dedo índice―, si es él quien cruza... ¿Dejará de mantener la puerta abierta?
―En teoría ―respondió Jaime―. Este glitch no deja de darnos sorpresas. No cabría el descartar una más.
El músico hizo una señal con la mano. Estaba listo para confirmar la invocación. La secuencia en la que las luces empezaban a componer el huevo del monstruo supuso uno de los minutos más largos de mi vida. Esperar un combate contra un demonio que podría salvar la vida de muchos mientras un dúo rumbero cantaba sobre un accidente de coche provocado por una falda demasiado peligrosa era, cuanto menos, disonante. Así que cuando la música se paró con un chirrido no pude evitar sentir algo de calma.
No duró, claro. Un trozo de pirita arcoíris voló con violencia a través de la pantalla en dirección a Ramón, pero su novio se interpuso al golpe de uno de esos saltos dignos de guardaespaldas. El etéreo metal se alojó en un constructo de energía que usó a forma de escudo improvisado, pero la velocidad que llevaba hizo que penetrara en él más de la cuenta. Al menos, el hilo plateado era perfectamente visible incluso en ese estado.
―Ahora, ¡tirad!
No nos hizo falta mucho esfuerzo hasta que un brazo enorme cubrió gran parte de la sala. Desde una grieta en el aire se podía atisbar un cubo lleno de motas de colores y un único círculo que hacía las veces de ojo, moviéndose por la habitación a toda velocidad. La forma de la cabeza del demonio no era especialmente regular. De hecho, tenía varios pequeños cúmulos metálicos repartidos por aquí y por allá para que su aspecto no pareciese demasiado monótono. Eso sí: tenía toda la pinta de haber sido diseñado por un humano. Pensar que el imaginario colectivo no había distorsionado aún su aspecto a través de la mitología que lo rodeaba me tranquilizó, pero lo mucho que enturbiaba el ambiente su mera presencia me hacía mantenerme en guardia. A priori, la rasgadura del aire no parecía lo suficientemente grande como para dejarle escapar, pero no descartaba la posibilidad de que se estuviese conteniendo al otro lado a propósito. Fuera como fuere, eso nos iba a dar un poco de ventaja en el combate que se avecinaba.
―Así que sois vosotros de nuevo. ―No había boca alguna en la bestia, pero el mensaje llegó alto y claro―. Vaya, he de admitirlo: me habéis ahorrado un gran esfuerzo al traerme personalmente a vuestra casa. Así podré mataros yo mismo.
Pensé rápido en qué podía hacer. Sabía que nuestro rival nos podría superar en tamaño, pero no había considerado la posibilidad de que lo hiciera por tantísimo. Como si fuera la solución natural a este tipo de situaciones, lancé una flecha de luz al frenético ojo. A pesar de lo rápido que se movía, atiné. Pero, por una vez en este negocio, usar la lógica del videojuego me falló. No solo rebotó sin más, sino que pareció hacer que el glitch se enfureciera un poco más de la cuenta.
―Os enfrentáis a uno de los miembros de la Guardia de Erymath. ―Barrió la habitación con su brazo―. ¿Creéis que esos trucos baratos van a ser suficiente?
Tras lanzar una ráfaga de flecha que no hizo más que rasguños en el metal de la cabeza del glitch, cambié de estrategia. Quizá un flechazo no fuera suficiente, pero pocos monstruos habían resistido aún el brazo demoniaco. Planté los pies en el suelo y empecé a caldear el ambiente con la energía que desprendían las llamas. Mi ataque más fuerte necesitaba algo de tiempo de carga, así que pedí a Ramón que ganara unos instantes por mí.
Cargó rápidamente su fuerza en los puños y dio un par de golpes al brazo que sobresalía. Sin un glitch de su lado, estaba convencida de que no le haría ni cosquillas, pero no tardó en demostrarme que su plan no era dañar al rival, sino extender su aura de una forma en la que pudiera empujar el brazo suelto a un lugar en el que no pudiera golpearme. Aun así, no estaba muy convencida de que solo con su fuerza pudiera aguantarlo lo suficiente. No, Ramón Lourido no parecía precisamente un asiduo del gimnasio.
―¡Ahora, Guarnido! ―bramó. El esfuerzo en su voz era evidente―. ¡No sé cuánto más lo voy a poder aguantar!
Me lancé a por él. Si clavaba mis garras con la fuerza suficiente en la junta del brazo, podría seccionárselo. De un salto, hinqué la afilada punta espiritual en el lugar exacto en el que se unían las piezas y me dejé caer. Sabía que mi fuerza no era suficiente para unirla a la inercia, por lo que tenía que confiar en la gravedad para terminar de hacer todo el trabajo.
―¿Eso es todo lo que podéis hacer? ―soltó una risotada que intentaba enmascarar algo de dolor―. Mi señor sobrevaloró este mundo. ¿Dónde está ese Héroe capaz de encerrarle al otro lado? ¿Dónde están esos exorcistas que han diezmado a nuestras tropas? Lo que encuentro no es más que un chiste.
A pesar de la intensidad del momento, necesitaba cumplir uno de mis sueños. En concreto, el de soltar una frase ocurrente a una entidad que tuviera fijación en dominar el mundo.
―Norma Guarnido. ―Retorcí las garras en las juntas y sonreí ante su alarido―. Jugona. Redactora. Reina del cosplay. Exorcista.
―Ramón Lourido. ―Se recolocó las gafas―. No voy a listar todos mis títulos, pero también he desterrado a muchos de los tuyos.
Podía esperar muchas cosas de este combate, pero el que el estirado de mi jefe pretendiera hacerse el chulo no era una de ellas. Aunque, a decir verdad, lo hubiera disfrutado más de no estar tan amedrentada por nuestro enemigo.
―Jaime Llagaria. ―El compositor también quiso unirse―. También puedes llamarme exorcista si quieres, pero lo mío es la música.
Con la mano libre, explotó una esfera de energía y uno de estos chirridos ensordecedores que se producen con el acoplamiento de equipos de sonido llenó la estancia. Sabía que lo había cargado con sus propios poderes, pues mientras se escuchaba sentí que hasta el último de mis ánimos se desvanecía. La fracción de segundo antes del chasquido que nos aisló del fuego amigo fue espiritualmente dolorosa, pero pude recomponerme rápidamente y acabar de seccionar el brazo, que quedó tirado en medio del salón.
―El corte ha seccionado también el hilo de conexión con su alma ―apreció el jefe de un breve vistazo. Yo seguía siendo incapaz de verlo, ¿me estaba quedando atrás?―. Ya puedes soltarlo.
El Gólem de Pirita respondió con un bramido a medio camino entre un quejido de dolor y la furia más gutural. No nos dedicó ninguna palabra. Probablemente, el ataque de Jaime le hubiera dejado sin ellas. En su lugar, sacó el otro brazo por la grieta y lanzó su puño directo a por mí tan rápido que mi única reacción posible fue poner los brazos en cruz delante de mi pecho.
Como si eso fuera a servir ante un ataque a mi psique. El puño me atravesó, pero yo caí de rodillas con las piernas como un flan. Debilitada. Mi mente retumbaba sin dejarme procesar lo que ocurría y solo mi fuerza de voluntad me estaba separando de la influencia del demonio en ese momento.
Me había confiado.
No era lo suficientemente fuerte.
La sacerdotisa tenía razón. Mi arrogancia me había hecho sobrestimar mis poderes.
Si fuera un poco más fuerte, si tuviera otra arma con la que proteger a los demás... Quizá habría sido suficiente.
―¡Norma! ―gritó Jaime―. ¡Norma!