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Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 13, por Ramón Lourido (parte 1)

Capítulo 13, por Ramón Lourido (parte 1)

El primer día tras el cierre de un nuevo número de la revista tendía a ser bastante tranquilo. Sí, no faltaba trabajo de gestión que llevar a cabo, pero el haber dejado atrás todas las fechas límite nos permitía respirar tranquilos. Ya solo faltaba que las copias del número ciento setenta y tres empezasen a llegar a los quioscos y que los lectores empezaran a disfrutar de su contenido.

«La satisfacción del trabajo bien hecho», como decía Jaime. Siempre lo gritaba bien alto, ya que ese día se daba el lujo de ignorar su propio trabajo para pasearse por la oficina como si se tratara de su casa. Siempre con una caja de berlinas para el disfrute de la redacción, una sonrisa de par en par y mucha conversación con el resto del equipo.

Como siempre, abrió la puerta del despacho sin siquiera llamar. Por supuesto, llevaba el pelo alborotado y hacía gala de un conjunto excéntrico que habría vetado a cualquier miembro formal de la redacción. ¿Quién, aparte de él, era capaz de llevar una camisa hawaiana de flores en pleno invierno? Por muy incapaz que fuera de entender la moda contemporánea, no creía que una prenda tan extravagante encajara con la gabardina que me había afanado del armario. No obstante, él se escudaba en que mis «normas arbitrarias» solo aplicaban a los que habían firmado un contrato conmigo y que, por mucho anillo que compartiéramos, aún no había papeles de por medio.

Sin embargo, ambos sabíamos que eso solo era una de sus excusas extremadamente técnicas para sacarme de mis casillas y no una promesa real.

―¡Buenos días, cariño! ―gritó tanto que no pude evitar sisear para que bajara el tono.

También, como era habitual, resultó impasible a mi mirada de amonestación por presentarse como un tornado y desordenar las sillas del despacho para colocarse a mi lado.

―Buenas tardes, querrás decir. ―Señalé al reloj digital del escritorio, que indicaba que ya habían pasado unos minutos desde el mediodía―. ¿Qué tal, Jaime?

―Guau, se te ve de celebración. ―Sin contestar mi pregunta, comprobó mi taza de cartón―. Latte con avellana en lugar del expreso amargo de siempre. ¿Un bocadito a un dónut?

Salté como un resorte hacia atrás cuando me acercó el dulce a la cara. Le costaba enterarse de que ese tipo de cosas me alertaban demasiado. Cuando me di cuenta de lo que me ofrecía, accedí con un mordisco pequeño. Uno inversamente proporcional a la vergüenza que me hacía sentir el acto.

―La nueva... ―exhalé hacia el techo―. Parece que lo hace a propósito. Cada dos por tres se ofrece a traernos un café y no hay ni una vez que haya atinado con el mío.

―No es que lo parezca. ―Estiró la espalda tan fuerte que pude oírla crujir―. Lo está haciendo a posta. Me lo dijo el otro día, quiere ver cuánto tardarás en explotar con eso.

―Bueno, ya sabes que a estoicidad no me va a ganar nadie. ―Tracé media sonrisa en mi rostro. Me costaba mucho ser chulesco fuera de las líneas del consultorio―. Inténtalo, Princesa Aran.

La mueca que compuso el músico ante mi intento de parecer usando sus propias palabras, «un tío molón» se ubicó entre un genuino desconcierto y un esfuerzo palpable por contener una de esas carcajadas que retumbarían a lo largo de varias salas.

―Vale, eso no me lo esperaba ―admitió―. En fin, ¿qué tal llevas eso de trabajar con tu archienemiga epistolar?

―Es una experiencia, cuanto menos, extraña. Tras tanto tiempo, ya sabía de buena tinta que su pluma es tan buena como sus habilidades en esto del entretenimiento electrónico. ―Di un trago a la bebida. Por poco que me gustara esa extraña pugna de poder, no estaba nada mal―. También ha sido un gran aporte a la hora de localizar demonios de silicio con sus chivatazos a lo largo de estos años. Sí, sin duda alguna la señorita Guarnido es un gran fichaje para el equipo, pero...

Aunque todo el mundo destacaba mi cara de póker como una de mis encantadoras (término que siempre iba acompañado de un más que palpable sarcasmo, viniera de quien viniese) cualidades, él era capaz de ver a través de ella con la mayor de las precisiones con esos ojos azules tan penetrantes.

―No es un secreto que te ponga de los nervios. ―Acercó su silla un poco más al escritorio y se dejó caer sobre él―. Lo hacía con sus cartas, el día que te la presenté, cuando intentaste medir su potencial espiritual... Y, por supuesto, lo hizo también con ese test tan estúpido al que sometes a todos los nuevos empleados. Pero ahí la culpa es íntegramente tuya, cielo. Lo siento, cariño, es estúpido. A ver cuándo lo retiras de una maldita vez.

―Nunca. ―Fui tajante―. Es sorprendentemente útil... Siempre y cuando la gente se lo tome en serio.

―Y lo seguirá haciendo de todas las formas que se le ocurran. ―Paró unos instantes para encararse en mi dirección―. De todos modos, diría que te aprecia. ¿Cómo no va a hacerlo después de tanto tiempo compartiendo correspondencia?

―Tiene un talento particular para sacarme de mis casillas ―bufé, desoyendo la última parte―. Mal propósito en lo que invertir su genio.

―Es que es tremendamente divertido hacerte rabiar. A mí también me cuesta contenerme... ―Sin levantar la cabeza del escritorio, se llevó un trozo de bollería a la boca―. Dicho esto, es muy buena chica. Y la mejor exorcista de todo Gailadría. Adiós a mi soberanía en los duelos espirituales. Si mis cuentas no fallan, vamos doce a tres.

―Lo sé. ―Me aseguré de que las persianas estuvieran bajadas antes de acariciar su pelo ligeramente―. Sé reconocer el talento cuando lo veo. Si no fuera por eso, probablemente no le habría dado una oportunidad aquel día. Mas lo cortés no quita lo valiente: no le vendría nada mal trabajar en sus actitudes sociales.

―Le dijo la sartén al cazo ―balbuceó, aunque fueron sus palabras tuvieron la claridad necesaria para que se las entendiera―. Manda huevos, Ramón.

―¿Qué? ―Me ajusté la corbata, impasible―. Quizá yo mismo peque de hipercorrección, pero...

―¿Hipercorrección? ―usó el más jocoso de sus tonos―. Eres la persona más cuadriculada que he tenido el gusto de conocer en toda mi vida, amor.

―No entiendo por qué señalas eso como un defecto. Aunque esa chica... Bueno, es fácil ver cómo le cuesta. Todas esas payasadas no dejan de ser mecanismos de defensa. Lo sabrías si hubieras estudiado sus respuestas a ese test que tanto odias.

The tale has been taken without authorization; if you see it on Amazon, report the incident.

―Ramón, por el amor de Dios, los dos sabemos que respondió de forma que los cuadrados de las respuestas dibujaran una minga sin preocuparse por lo que realmente preguntabas.

―Fue por eso mismo por lo que la obligué a repetirlo. ―Me alcé las gafas con el índice―. De viva voz. Con mi «mirada acusadora», como tú la llamas, encima. No sabes lo cortada que se quedó. Es lo que te pasa cuando te burlas del test. Nadie se burla de mi test.

―Si no te conociera desde hace tanto, diría que hasta tu última fibra es del material del que están hechos los villanos. ―Se levantó para dejar su cabeza sobre mi hombro. Si bien había aligerado un poco mi política sobre las muestras de afecto en público, mis ojos volvieron a asegurarse instintivamente de que las persianas estuvieran correctamente cerradas―. Aun así, he que admitir que eso me encanta.

Me dio un beso en la mejilla.

―Ser el señor SiliMAX me ha enseñado unos cuantos trucos ―admití con cierto orgullo, aunque me costó mantener la compostura.

―En todo caso, vale, tienes algo de razón. No voy a negar que a veces Norma es un poco difícil de tratar. ¡Hasta se las apañó para que la sacerdotisa le gritara enfadada! ¡Parecía que la vena de la sien le iba a explotar!

Algo me decía que no quería conocer los detalles de esa historia. Concretamente, porque acabaría igual que la pobre protectora del santuario al escucharla. De todos modos, Jaime decidió que necesitaba contarme cómo la muchacha, sin entrenamiento alguno, decidió domar a un segundo glitch simplemente para averiguar si era capaz de hacerlo. A decir verdad, no sabía si debía asombrarme por la fuerza de su mente o escandalizarme por su imprudencia. Sabiendo lo que sabíamos sobre los demonios de silicio en ese momento, decantarme por lo segundo parecía la opción más sensata.

―Pero bueno, en el fondo es un cacho de pan ―canturreó con su característica alegría―. Seguro que os acabáis llevando bien con el tiempo.

―Me basta con una relación estrictamente profesional, Jaime.

―No te vendría mal tener una que no lo fuera. ―Intentó acariciarme el antebrazo, pero me aparté instintivamente―. No me hace demasiada gracia ser tu único punto de apoyo.

No repliqué. En su lugar, acabé el café de un último trago y di el descanso por finalizado. Según mi apretada agenda, aún tenía un rato para «tareas varias» antes de empezar a asignar trabajo a los compañeros, por lo que eché el brazo al montón de cartas que esperaban respuesta del señor SiliMAX.

Aunque hubiera empezado como una retorcida broma del antiguo jefe de redacción, le había terminado cogiendo bastante cariño a esa parte de mi trabajo. No solo se trataba de una valiosa fuente de información, sino que también me permitía sacar mi lado más sarcástico a la luz usando al personaje de señor SiliMAX como justificación. Con la cantidad de tonterías que acababa leyendo cada día, que me asparan si no lo necesitaba.

***

―¡Y Jaime Llagaria encesta otro triple desde la línea de escritorio! ¡El público enloquece! ―Empezó a aplaudirse a sí mismo―. Dime, amor, ¿por qué ha ido esta a la basura sin pasar por la casilla de salida?

―Porque ya se me han agotado las formas graciosas de decir que no hay nada debajo del puñetero camión de Ciudad Carmín ―suspiré mientras abría el siguiente sobre―. Desde que el juego está disponible en inglés no dejan de mandar cartas sobre supuestos hallazgos de Pokémon.

―Para ser justos, están usando un sprite único en una zona que no debería ni siquiera verse. Es normal que despierte tantas elucubraciones. Y, bueno... ya sabes cómo afecta el imaginario colectivo a todo esto.

Rasgué otro sobre con el abrecartas. Un corte limpio, perfecto. De los que a mí me gustaban. Otra parte del trabajo de consultorio que me encantaba llevar a cabo.

―Ya escribimos un artículo desmintiéndolo. ―Dejé escapar un pequeño gruñido―. Vaya, aquí tenemos otro lector que se cree la monda. Al menos este cita un rumor que asegura que hay que vencer al enemigo final quince veces sin usar objetos ni guardar la partida para desbloquear un jardín secreto con monstruos exclusivos.

―Eso es absurdo, la partida se guarda automáticamente al derrotarlo... ―Se acarició el mentón―. Y, aunque no lo hiciera... Menuda estupidez, ¿no?

―En fin, al menos este ha sido original ―admití, releyendo las líneas al trasluz―. Le dedicaré una respuesta mordaz. ¿Qué te parece un «He probado a quitarle la pila al cartucho para evitar que guardara al superar la liga, pero cuando el juego se reinicia después me dice que no hay datos guardados... Y ahora echo de menos a mi Charizard de nivel 100. Su pérdida estaría justificada por la ciencia, pero fue la falta de previsión de uno de mis lectores quien lo mató. RIP Silizard, 1996-1998»?

―¿Falta de previsión? ―chanceó el músico―. ¿Dónde se ha quedado lo de «la carencia de conexiones neuronales» al estilo Señor SiliMAX?

―No sé qué haría sin ti, Jaime.

Tecleé su sugerencia en el procesador de textos con una sonrisa tonta en la cara y pasé al siguiente sobre del montón.

¡Eyholaquépasa! ¡Soy vuestro amigo el señor Chincheta!

Hacía tiempo que no os escribía, pero por fin tengo una anécdota de la que quiero hablar. Pero primero, ¿hay alguna novedad sobre lo de «L is Real 2401»? Sigo con mucha curiosidad al respecto y creo que sois los únicos que podéis desentrañar ese misterio.

Pero bueno, a lo que iba: ¡qué guapísimo está el Compact Creatures! Imagino que ya estaréis trabajando en la guía del juego, pero me gustaría saber si os ha pasado lo mismo que a mí. Estaba invocando un nuevo monstruo con el disco Smash de The Offspring y por algún motivo el juego se quedó congelado, el audio empezó a chirriar... Y tras un rato, me llevó a la pantalla de título. ¡No hice nada raro! ¡Y antes de que preguntéis, no era una copia pirata! De hecho, probé con el disco de un amigo y funcionó perfectamente. Solo me dio un Saltimbojo azul, que a la altura del juego a la que estoy solo sirve como material de fusión para subir el ataque de otros monstruos, pero...

A ver, sabiendo lo que sé: si el juego funciona como creo, lo que debería hacer es calcular estadísticas al azar a través de la información del disco, como ya hacía Monster Rancher cuando salió. Pero he comparado los dos CD en ese juego y ambos discos dan el mismo resultado. Ningún error, mismo monstruo, mismas estadísticas, mismo todo. ¿Alguna pista sobre lo que puede estar ocurriendo? ¡Confío en vosotros para llegar hasta el fondo del misterio!

¡Hastalueguito!

Señor Chincheta

―Mira, algo a lo que sí que merece la pena echarle un ojo. ―Le pasé la hoja a mi compañero―. ¿Alguna pista?

Jaime se mordió el labio inferior mientras leía la carta. Aunque lo hacía de forma inconsciente, a mí me resultaba un tic tan enternecedor como magnético. Cuando lo hacía, no podía despegar la mirada.

―No sé cómo funciona este juego nuevo ―dijo por fin, tras leer el mensaje un par de veces―, pero el otro no tenía nada que ver con la música. Sí, se promocionaba como tal, pero lo único que leía era la tabla de contenidos del disco. Para que me entiendas, una suerte de cabeceras, un fichero de texto que generaría al monstruo. Una vez adivinamos el algoritmo, nos resultó muy fácil crear tablas de valores que forzasen las mejores criaturas. Si quieres, puedo echarle un vistazo en el estudio para ver cómo funciona. Grabo unos cuantos princos con datos de prueba de mis composiciones e investigo cómo se generan los monstruos y por qué puede estar fallando.

―Bueno, la señorita Montoya está haciendo la guía de los discos populares que generan a los mejores monstruos ―le recordé―. Quizá ella sepa algo que se nos escape sobre su mitología urbana. Luego le preguntaré.

―Vale, pero que sepas que me voy a llevar una de las copias de prensa a casa. ―Tiró de su párpado izquierdo hacia abajo y sacó la lengua―. Ni de coña me quedo sin echarle un ojo.

―Qué pueril eres ―suspiré de forma exagerada, no sin cierto cariño―. Aunque si quieres poner tu nuevo equipo a prueba, tengo otro misterio musical para ti. Llevo unos días leyendo en los foros unas historias terroríficas de esas que te gustan tanto. Y me gustaría saber qué tienen de certeras.

―¿Terrorífico y musical? ―Los ojos le brillaban tanto de la emoción que asustaba―. Eso solo tiene dos nombres posibles, el de Jack Skellington o el mío. Cuéntame, cuéntame...

Pulsé sobre uno de los marcadores del navegador de internet y, tras unos exasperantes dos minutos de carga que Jaime decidió llenar tatareando tonadillas de Pesadilla antes de Navidad, el foro terminó de cargar el hilo.