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Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 25, por Verónica Garza (parte 1)

Capítulo 25, por Verónica Garza (parte 1)

―Bueno... ―Apreté la mano de Eli con fuerza―. Joder, ¿por qué estoy tan nerviosa? Esto sigue siendo confuso. ¿Y si entras tú y yo me uno más tarde? Así rompéis el hielo, vais adelantando y...

―Vero, solo es un café ―me recordó―. En territorio neutral, y todo.

―Es la primera vez que lo veo cara a cara después de... ―Hundió la barbilla en su sudadera―. Ya sabes, lo de Atecina. Sé que hemos estado hablando, pero... Bueno, no eran más que trivialidades. Tonterías para conocernos un poco mejor. Tú no le has dicho nada aún de... ya sabes qué, ¿verdad?

Negó con la cabeza sin desdibujar la sonrisa de sus labios. Acto seguido, me dio un beso en la mejilla y tiró de mi mano hacia delante.

―Acordamos ir descubriéndolo poco a poco. ―Su tono sonó tranquilizador, pero sabía que en cualquier momento iba a intentar hacerme reír con una de sus payasadas―. Aunque si quieres que le salude con mucho cariño, algo me dice que no se va a quejar.

Le di un codazo de los nervios. Directo a las costillas. Sin filtro. Con un alarido como recompensa. Para cuando me agaché a comprobar si le había hecho algo, su forma de reírse me dio a entender que el daño había sido solo a su orgullo como cómico.

Como siempre, la universidad, la revista y la investigación hicieron difícil encontrar un momento en común para reunirnos con nuestro amigo. Tampoco ayudaba el que me sintiera más cómoda intentando saciar mi curiosidad por el chico mediante conversaciones por mensajería instantánea. Eso de tener todo el tiempo del mundo para decidir cómo responder a un mensaje podía hacerme parecer más interesante o tener todo bajo control cuando al otro lado de la pantalla estaba en pánico. ¿Esos ojos arcoíris fijados en mí, esperando que dijera algo? No tanto. Por desgracia, ese pequeño periodo de gracia había acabado y me tocaba enfrentarme a ellos.

―¡Hola, parejita! ―No sabía qué otro saludo podía esperar al ir abrazada cual koala al brazo de Elías, pero no había anticipado que el muchacho saliera con tanto ímpetu de detrás de una esquina―. ¡Si es que estáis tan lindos juntos! ¡Ay! De nuevo, disculpadme por no haber podido quedar antes. Entre las clases, tener que echar un cable en la reforma de la Catedral y los ejercicios que me sugirió esa señora del templo para seguir averiguando cosas no he tenido tiempo para veros cara a cara. ¡Venga, va! ¡Yo invito, para compensar!

Entramos a la cafetería. Yo no tenía muy claro qué decir, pero los chicos tuvieron una de esas «conversaciones parkour» de las que, en cuanto te despistabas, habían cambiado cuatro veces de tema. En menos de cinco minutos, me pareció oír diecisiete nombres de videojuegos distintos y un par de citas de series de televisión. Yo, por mi parte, intentaba aclararme un poco más las ideas y decidir cuál de los batidos de la carta pedir.

―¡Contadme, contadme! ―Zack tiró del lazo de mi manga―. ¡Es obvio que han pasado cosas en mi ausencia! ¿Por qué no me lo habéis contado? ¡Que somos amigos, caray!

Probablemente roja como un tomate, echando humo por las orejas y hecha una caricatura de mí misma, usé mi energía para dibujar un torpísimo triángulo en el aire. En su centro, tracé una enorme interrogación.

―¡Así me gusta, directa al grano! ―rio el chico―. Mirad, no sé en qué posición me deja esto, pero lo que sí que sé es que voy a pedirme uno de fresa y nata. Y que voy a ser todo oídos. Sobre eso y... bueno, ya he oído que no tenéis buenas noticias sobre mis amigos, precisamente.

―Yo quiero un latte con avellana. ―Elías dejó la carta sobre la mesa, intentando restar peso a lo último que había dicho―. Culpad a Norma, ella me ha enganchado.

―Pues yo... ―Recorrí de nuevo la carta con mi dedo―. Creo que tomaré el de chocolate y menta.

―¡Ay! ¡Ese también me gusta! ―exclamó el domador―. ¿Me vas a dejar probarlo? ¡Va! ¡Un poquito!

―¡Yo también quiero! ―terció el periodista―. Tengo curiosidad, hay gente que dice que es prácticamente como comer pasta de dientes y gente a la que le encanta. Y... bueno, hay que probar cosas nuevas, ¿no?

Los tres compartimos una mirada que, si bien se sintió cómplice, no dejó de notarse extraña a varios niveles. Menuda elección de palabras, Elías.

―Por cierto ―intenté reencauzar la conversación por otro lado―, ¿has dicho que la Catedral está de reformas? ¿Y que tú has estado ayudando?

―¡Eso es! Al parecer, Seven quería preparar la arena del sótano para un evento especial por el lanzamiento de Yaroze-kai. Al final se nos ha ido de las manos y en lugar de hoy va a celebrarse el viernes que viene. Supongo que así nos da un poco de tiempo de preparación, o algo así. ¡Vosotros estáis invitados, claro! Lo que me recuerda... ―Cogió la mochila de debajo de la mesa y sacó de ella dos cajas de cartón. Marrones, sin marca alguna―. Vuestros GLMP. Sí, también he conseguido uno para ti, Vero. Después de verte luchar el otro día, pensé en que también te merecías uno. Supuse que así estaríamos mejor preparados para... lo que sea que se nos venga encima.

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Extendí la mano a una de las cajas, pero el muchacho me paró en seco poniendo la suya encima. Elías no perdió la oportunidad de unirse a la torre y hacer una broma al respecto, inconsciente de que eso haría que me pusiera aún más nerviosa de lo que ya estaba.

―Eh, me lo he currado mucho para que podáis tenerlos. ―Clavó sus ojos en mí, pero no pudo mantener la expresión seria mucho tiempo antes de torcerla a una media sonrisa―. Como poco, me debéis una historia a cambio. ¡Pero esperad! ¡Voy a pedir primero!

Cuando volvió con la merienda, le contamos todo lo que ocurrió después del beso. Con algunos hechos omitidos y otros vastamente exagerados, como es de esperar en una historia memorable, pero con la suficiente cantidad de detalles delicados como para que quisiera que la tierra se abriera por la mitad y me tragara.

―Sois preciosos, hostias. ―Fingió enjugarse los ojos con la manga de su jersey.

―Y, respondiendo a tu pregunta de antes... ―Me mojé los labios con el batido, aún indecisa―. La de en qué lugar te deja, quiero decir.

―La iremos resolviendo con el tiempo, supongo ―continuó Elías, más absorto en remover el café con la cucharilla que en otra cosa―. Ya habrás sacado tus propias conclusiones de nuestra historia, pero nuestro acuerdo es que... estamos dispuestos a averiguar cómo acaba todo.

No tuvimos tiempo a agachar la cabeza con timidez antes de que respondiera.

―Yo también, si os sirve de algo que lo diga en voz alta. ―El muchacho se desperezó hacia delante, cruzando la mesa. El truco más viejo del libro para intentar forzar un poco de contacto físico (que no hubiéramos rechazado si hubiera venido de frente, para qué engañarnos), pero algo que lo hacía algún más adorable―. No es ningún secreto que me gustáis mucho. Los dos. Sí que es cierto que lleváis mucho bagaje y este triángulo no es precisamente equilátero. Pero bueno, eso no va a amedrentarme. ¡De acuerdo, probemos!

―¡Eso sí, poco a poco! Sin besos repentinos en momentos de debilidad ―con un hilillo de voz vergonzoso, añadí―, por increíbles que sean.

―Tomo nota, tomo nota ―dijo Zack, con una sonrisa de completa seguridad en sí mismo―. Me va a costar no acelerarme con gente como vosotros, pero haré lo que pueda. Sea como sea, la historia que me habéis contado me ha convencido. Es satisfactoria. Podéis abrir las cajas.

Los GLMP que nos habían proporcionado no eran exactamente como el que tenía Zack. Los elementos básicos estaban ahí, esa suerte de teclado con pantalla, el micrófono y un bloque que, a priori, parecía almacenar la circuitería y disipar el calor. No obstante, el diseño era bastante distinto: más que un teclado de ordenador retro como el suyo, los nuestros tenían más pinta de móvil recargado. Elías, de hecho, bromeó con que ese era el lugar al que habían ido las N-Gage que aparecían en las cifras de ventas, pero no en los bolsillos de los usuarios. Según el domador, la diferencia estética se atribuía a que, de tanto en cuando, los diseños de Seven iban cambiando y su terminal era de los primeros que se produjeron. Le gustaba la pinta que tenía y solo actualizó los componentes y no la carcasa.

El periodista optó por el método empírico y se lo colocó en el brazo izquierdo, pero el haber nacido con un glitch dentro tendía a hacerme incompatible tanto con cierta tecnología como con algunas técnicas espirituales, por lo que me decidí a analizarlo concienzudamente antes de probarlo.

―Pásame la caja naranja del bolso, Eli. ―Extendí el brazo hacia donde estaba, sin siquiera dejar de mirar la base del ordenador.

―Vienes preparada, ¿eh?

―Ninguna chica que se precie se deja el juego de herramientas en casa cuando sale de juerga. ―Cogí un destornillador pequeño, de punta plana y volví a cerrar la tapa―. Nunca sabes cuándo te va a tocar desmontar algo.

―Cómo molas ―escuché a los dos chicos decir casi a la vez, casi en estéreo. No pude evitar ruborizarme.

La construcción del GLMP parecía lo demasiado firme como para que la hubiera hecho un simple aficionado a la electrónica, pero Zack aseguraba que el líder de la Catedral tenía años de experiencia en ello y que había visto de primera mano al hombre ensamblando algunas de las piezas.

―Venga, va, Eli, ¡pruébalo! ―Al ver que no respondía a la mitad de las cosas que decían y que solo interrumpía para hacer preguntas específicas, los chicos decidieron pasar a la acción por sí mismos―. Para encenderlo, descarga un poco de energía espiritual por tu brazo. No tiene por qué ser mucha, ya ves que hay muchos domadores que no han entrenado en su vida y pueden hacer uso de él. De hecho, casi que será mejor que sueltes poca, no se vaya a acabar friendo o algo. Luego, pulsa el botón rojo del lateral y...

―Hecho ―respondió Eli―. ¿Qué toca ahora?

―Déjame ver, hace mucho que no ayudo a un recién iniciado. ―El muchacho se cambió de lado de la mesa. No era incómodo que estuviéramos los tres en el mismo lado, pero yo necesitaba espacio para hacer mi trabajo. Desoyeron mi gruñido, eso sí―. Ah, sí, lo primero era lo de sincronizarlo con tu huella espiritual. Así solo tú podrás usarlo y será capaz de leer tu aura. Vale, dale otra descarga. ¡Listo! ¿A que no duele?

―Es... una sensación rara. ―Se llevó una de las manos a la cabeza―. ¿Es normal que me maree?

―Algunos lo hacen. No deberías preocuparte. ―Ambos callaron por unos segundos―. Déjame mirar... Sí, la onda espiritual parece correcta. Pero... ¿por qué dice que este equipo ya cuenta con un glitch? ¡Acabamos de arrancarlo!

El peor escenario posible me cruzó la cabeza como en un fogonazo. ¿Y si el regalo de Seven venía con sorpresa? Eso levantó todas mis alarmas. Tanto, que rompió mi capacidad de concentración a mitad del desmontaje. Me giré hacia él y le sujeté el brazo. Esperaba notarlo tenso por la revelación, pero parecía totalmente en calma, como si esperara que algo así pudiera ocurrir.

―Me lo imaginaba ―suspiró, con una adorable sonrisa en la cara, de esas de las que hacen que te apetezca plantarle un beso sin más cuestión. Si no lo hice, fue por el corte que me daba hacerlo ante la mirada de nuestro amigo―. Bueno, no me lo imaginaba, pero lo deseaba. Supongo que, en este caso, es lo mismo. ¿Puedes decirme cómo sacar a tus compañeros de la máquina?

―Um... Sí, claro. Solo tienes que recorrer los menús y buscarlo. ―No parecía muy seguro de lo que estaba diciendo―. Cuando te acostumbres a operar el GLMP con tu voz o con tu aura, podrás hacerlo directamente, pero...

―¿Pero?

―Estás demasiado tranquilo ―intervine. Por la reacción del domador, habíamos sentido exactamente lo mismo―. ¿No te preocupa que todo esto sea una trampa?

―No lo es ―aseguró, toqueteando el teclado―. Me fio de lo que me dijo... O, mejor dicho, de lo que se negó a decirme la sacerdotisa aquel día. Imagino que es donde pone «demonio sin nombre». En fin, luego se lo cambio. Primero quiero probar que mi teoría funcione.