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Cazadores de Silicio (Español/Spanish) [¡Finalizado!]
Capítulo 23, por Elías Delfín (parte 1)

Capítulo 23, por Elías Delfín (parte 1)

El mañana temido se tomó una prórroga hasta la vuelta a casa. En parte, porque nos habíamos ganado el derecho a disfrutar de la compañía del otro (si bien el que Norma tuviera los sentidos tan aguzados hizo prácticamente imposible guardar el secreto más allá de la hora del desayuno), en parte porque también nos merecíamos unas vacaciones con la familia. El clásico peregrinaje a la churrería de los domingos en casa de los Garza, un par de partidas de Scrabble con victoria arrolladora y una tarde de sofá, manta, y una película que pretendía ser poco más que una excusa para comer esas palomitas picantes que tanto gustaban a Maite.

¿Cómo iba a atreverme a arruinar ese día intentando resolver lo de ese vértice albino que estaba entrenando a no muchos kilómetros de nosotros?

―Eh, parejita ―nos frenó nuestra mentora antes de dejarnos en la estación de autobuses. Pareció enfatizar muchísimo esa última palabra―. Llevad esto a Ramón de mi parte.

Nos entregó un pen-drive de color rojo. La etiqueta estaba parcialmente borrada, pero aseguraba almacenar la friolera de treinta y dos megabytes en su interior. Tecnología punta del año 2000, amigos.

―También podrías enviarle un correo electrónico ―bromeé antes de guardar la memoria en mi mochila―. La tecnología ya existe.

La mujer me revolvió el pelo con una sonrisa en los labios y bastante más fuerza de la que cabría esperar de un gesto meramente cariñoso.

―Me decepcionas. Eres más avispado que eso, Delfín. ―Después, me dio un golpecito en el hombro. Por fortuna, ese sí que lo midió correctamente―. Si os doy algo así, es porque no me molestaría que casualmente decidierais echarle un vistazo no autorizado por el camino.

Alcé el pulgar, algo avergonzado. Busqué el apoyo de Vero, pero ella solo se limitó a taparse la boca para soltar una risilla demasiado tontorrona.

―¿Cuándo vuelves a Gailadría? ―preguntó por fin―. Necesitamos a nuestra mentora del caos.

―Yo también necesito algo de entrenamiento ―bufó, resignada―. Y tu tío ya me está presionando para que vuelva a investigar. Muchos frentes abiertos, ya sabes.

―No te pases, ¿vale? ―le pedí―. Recuerda descansar un poco.

―Sigo sin ser lo suficientemente fuerte. Necesito otro curso intensivo de la vieja si Algodaoth va a volver. ―Intentó restarle importancia boxeando con el aire―. Esa cosa me da verdadero pavor. Tengo que hacer todo lo que esté en mi mano para que no tenga que repetirse lo de Jaime.

―Norma... ―su hermana ahogó la voz―. Eres la persona más fuerte que conozco. En lo físico, no hay más que mirarte; en lo espiritual tus actos hablan por sí mismo: has devorado siete glitches y estás ahí para contarlo.

―Yo todavía tengo náuseas del primero ―Me llevé la mano al estómago, pero ninguna de las dos me hizo caso alguno.

―Y en todo lo demás. Eres voluntad pura y un modelo a seguir, pero...

―Otra Lourido echándome el sermón, lo pillo ―Le tiró de uno de los mofletes―. He hecho pleno esta semana, parece. Tu tío, tu madre y ahora tú. Y estoy segura de que Jaime también me daría una hostia con la mano abierta si me escuchara ahora mismo. Aun así, no puedo parar ahora. Lo entendéis, ¿verdad?

―Vuelve pronto. ―Extendí mi puño hacia la periodista―. Yo no me voy a quejar de tener unos cuantos días de vacaciones de la mayor fuente de entropía que haya conocido jamás.

―Es lo más bonito que me han dicho nunca. ―Fingió un sollozo que se enjugó con la manga y se puso a canturrear―. Tranquilo, todavía me queda una tarde con cierto albino para jalear las olas. No os vais a salvar tan fácilmente de mí.

Vero y yo nos miramos fijamente, como intentando forzar esa telepatía de las parejas de televisión... aunque estaba claro que ese era un poder que aún teníamos que dominar. Pensándolo bien, ¿no había una habilidad espiritual para que tus palabras llegaran en secreto a otra persona? Tenía que aprenderla, aunque algo me decía que nuestra mentora sería capaz de interceptarla sin mucho esfuerzo. Sí, quizá la telepatía de sitcom fuera una forma de comunicación más segura.

Por suerte, fuimos literalmente salvados por la campana y aprovechamos la última llamada al autocar para huir sin más explicaciones.

Y ahí fue cuando me di cuenta de que aquella noche había sido incapaz de pegar ojo (¡quién podría en una situación y así!) y todo el cansancio cayó sobre mis hombros para dejarme KO en menos de lo que los cascos que compartíamos acabasen la segunda estrofa de la canción Bring me to Life de Evanescence.

***

«Martes, 4 de noviembre. 17:30», rezaba la convocatoria de Ramón que nos llegó el día anterior. Menos mal que tuvo a bien enviarla con tanta antelación, porque la vuelta a la realidad y la universidad habían vuelto de mi lunes un agujero negro.

Stolen from its rightful place, this narrative is not meant to be on Amazon; report any sightings.

Bueno, no tanto. Por mucho que tuviera que hacer, el torneo de Magic: The Gathering de la cafetería no se iba a jugar solo (¡otra vez segundo! No había mucho que hacer contra el flipado de las gafas redondas) y los huecos entre clases y prácticas parecían un campo de minas. En esos ratos, lo mejor que podía hacer era acercarme al aula de ordenadores a investigar un poco por mi cuenta.

Así que, cuando llegué a la redacción el martes después de comer lo que probablemente había sido la interpretación más libre de un arroz a la cubana que podía haber hecho la cantina de la facultad, tenía montañas de trabajo pendiente. Mucho correo del consultorio que organizar, algún que otro mail a mi atención y una extensa lista de exigencias que Norma había dejado antes de irse de vacaciones al santuario.

Suspiré y eché un vistazo por encima de las paredes del cubículo, buscando a una Vero que aún no había llegado. Al comprobar el reloj, me di cuenta de que aún era demasiado pronto, así que me dediqué a ir preparando la bandeja para la sección de mi jefe. Ya le iba pillando el truco a esa tarea, e incluso me tomé el lujo de dejar alguna que otra anotación sobre las cosas que sabía de buena tinta.

Por ejemplo, un tal Ashitai se quejaba de que, tras el final de Digimon World 2003 no podía acceder a los retos de los gimnasios porque le faltaban unos objetos que no podía encontrar, así que ahorré trabajo de documentación a Ramón explicándole que había un fallo de diseño en el juego que te impedía acceder a los lugares donde se hallaban los ítem clave si guardabas la partida tras la secuencia de créditos. Sí, yo también lo había descubierto a las malas.

Otra de las misivas, firmada por alguien que se hacía llamar Nogalín, ponía en entredicho mi experiencia con el error que hizo que conociera a mi primer glitch, asegurando que lo había probado al menos cien veces y era incapaz de replicarlo, así que nos consideraba unos «troleros amarillistas». Aunque la columna la hubiera escrito Norma, me creí con capacidad suficiente como para rebatir su insulto fácil y redacté una sugerencia tan mordaz como hiriente para una potencial respuesta. Aunque estuviera seguro de que el rapapolvo que pudiera darle Ramón con su prosa iba a ser mucho mejor que el mío, me sirvió para comprender lo terapéutico que podía ser.

Me dio tiempo a revisar un puñado más de preguntas, pero casi todas eran de la anodina categoría «pedir información sobre próximos lanzamientos que ya aparece en la sección de noticias» o «Kat, responde esta duda sobre cómo pasarte el juego, que tú has hecho la guía», así que no les hice mucho caso. Sí que había una última persona, una firmada con nombre y apellido en lugar de un seudónimo, Mario Segarra, que me llamaba la atención: alguien que aseguraba haber localizado uno de esos «errores fantasma» en Yaroze-Kai que hacía que la sala que preparaba la conexión entre la versión de sobremesa y la de portátil se alargara hasta el infinito, lo que impedía que nunca pudieras entregar las criaturas al supuesto mostrador donde de «codificaban» en sus versiones pixeladas.

No sabía si extrañarme por el que tuviera una copia del juego antes de que saliera al mercado o por la descripción del error, pero mi intuición me indicó que tenía que ponerle el indicativo de urgencia antes de reenviárselo a mi jefe.

Estaba tan centrado en desbrozar la bandeja de entrada del consultorio y tan metido en la música que salía de los casos que no reparé en la alerta que me indicaba que era hora de reunirse hasta que un malhumorado correveidile tuvo que venir a avisarme personalmente, quitándome todos los puntos con el editor que podría haberme dado mi diligente trabajo.

―Buenas tardes, señor Delfín. ―Por su tono no parecía muy enfadado, pero era difícil saberlo a ciencia cierta―. Por favor, cierre la puerta. Hoy seremos solo nosotros tres.

Obedecí la orden sin rechistar.

―He recibido un informe favorable de su entrenamiento tanto de manos de la señorita Guarnido como de la guardiana del santuario. ―Se alzó las gafas con el dedo corazón. Si viniera de cualquier otra persona, pensaría que pretendía hacerme una peineta de forma disimulada, pero en él parecía tan natural que era imposible protestarlo―. Mi más sincera felicitación. Mas no desatienda su formación espiritista, aún le resta trabajo por delante.

―Lo sé. ―Mi respuesta fue un poco más seca de lo que cabría haber esperado, así que intenté compensarla―. Ha sido toda una experiencia, también te digo.

El tictac del reloj del jefe ahogó el poco barullo que provenía del exterior del despacho, incomodándonos a ambos. Como de costumbre, tardó en retomar la conversación.

―Suficiente cháchara de cortesía. ―Nos recorrió con una mirada desganada―. Como rezaba la convocatoria que les envié, nos hemos reunido aquí para poner nuestras investigaciones en común, consolidar un punto de situación sobre la amenaza que se nos cierne y compartir nuestras teorías sobre la profecía del demonio de Verónica.

―La advertencia del Héroe fue demasiado vaga ―aseguró la programadora―. No hay nombre, no hay epíteto, no hay característica alguna para identificar al tercer miembro de la guardia. No hay, siquiera, lugar por el que empezar a investigar.

―Comprendo eso perfectamente, Verónica. Mis indagaciones a ese respecto no han cosechado mayores éxitos. No obstante, la sacerdotisa vuelve a insinuarnos que conoce más de lo que está dispuesta a admitir. Citando sus palabras textuales, «el universo no quiere que revele sus secretos». Así que permanecemos, hasta nuevo aviso, en la casilla de salida.

Saqué la memoria flash del bolsillo de mi chaqueta y la arrastré con un dedo a lo largo de la mesa. Siempre había querido hacer eso, me daba aires de interesante. Ramón no pareció apreciar el gesto, pero aceptó el dispositivo con sus característicos modales.

―Yo he estado tirando del hilo de Gazereth. ―Tras haber leído las notas al respecto de mi mentora, decidí que era el mejor lugar por el que empezar―. He añadido mis apreciaciones junto a las de Norma en este pen. Pero, en resumen...

Exponential Entropy: AREX. Lectura de culto en su Japón natal y, como toda obra de culto que se precie, se trataba de una con unos números de ventas tan parcos como apasionados eran sus seguidores. Tanto, que a mediados de los noventa se lanzó una edición conmemorativa con la esperanza de que su éxito diera una segunda oportunidad a la historia. Huelga decir que no ocurrió. En Occidente, en cambio, fue cancelada unos capítulos antes de entrar en su arco final, pero o bien el mundo preinternet no registró el descontento de los seguidores, o directamente fue incapaz de suscitar el interés de los espectadores: nadie se quejó de la desaparición silenciosa.

Sin embargo, y como sospechaba, existía una pequeña leyenda al respecto. Una que, de hecho, encontré revisando en la hemeroteca de cuando la publicación para la que trabajaba aún vestía el nombre Revista Silicio. Número ochenta y siete, el de agosto del 91.