Abrí los ojos. Los dos hombres aún luchaban como buenamente podían contra la criatura. Y yo, incapaz de mantenerme en pie... no podía quedarme ahí parada. Se suponía que era yo quien tenía que protegerles. La exorcista aventajada. Dependían de mí. Tenía que hacer algo. Lo que fuera. Necesitaban mi fuerza. Así que tragué saliva, reuní mis energías y, poco a poco, arrastré mis pies por el suelo hasta la consola.
―¡Ja, ja, ja! ―Algodaoth volvió a usar su voz en lugar de sus habituales gritos desgarradores. Aunque su brazo seguía intentando aplastar a mis compañeros, su ojo se fijaba completamente en mí―. ¿Cerrar la grieta? No. No va a funcionar, humana. Pero tener tres receptáculos bien versados en estas técnicas... Sí, puede servirme. Quizá no sea tan mala idea manteneros con vida.
Por suerte, el glitch no había entendido mi plan. Extendí la mano hacia mi bolso y saqué de él un disco. En él, brillaba la caligrafía de Ramón Lourido y se escondía la música de Jaime Llagaria. Un último regalo de esas dos personas sería lo que me permitiría protegerlas. Me costase lo que me costase, necesitaba esa fuerza.
―¿Qué estoy haciendo? ―me pregunté en voz baja mientras cerraba la tapa de la consola―. Esto es apagar un puto incendio con gasolina. En fin, espero que salga bien.
Pulsé el botón del mando. La composición de Jaime empezó a llenar la habitación y, aunque su pareja se extrañó mucho por ello, él me lanzó una mirada de «Estás loca, pero te quiero igual» cuando se dio cuenta de qué era lo que se me estaba pasando por la cabeza. Aunque no tuviera la fuerza necesaria para equilibrar la balanza por mí misma, sabía de una criatura del juego que me ayudaría a hacerlo.
El musculitos que vimos tras probar la canción de Jaime se materializó en el salón, confuso. Reuní la poca fuerza de voluntad que me quedaba y extendí mi brazo para atacarle. Antes de que se percatara de lo que estaba ocurriendo lo devoré ante la mirada atónita de los anfitriones y el huésped de pirita.
Me dolía la cabeza. Una tercera bestia fundiéndose entre mi energía era algo que no era fácil de asimilar de primeras. Además, tenía que acostumbrarme rápido a su habilidad. No había momento para la curva de aprendizaje. Desplacé toda la energía de mi cuerpo a las piernas para ponerme en pie. Fue... sorprendentemente fácil. Aunque mi mente no acabara de entenderlo por su cansancio y el golpe previo, ese poder parecía hecho para mí. Solo tenía que aprovecharlo bien. A pesar de que mi cuerpo estaba cansado, dejé que la energía lo desplazase por mí. No era la forma más ortodoxa de combatir y la sacerdotisa me daría una enorme reprimenda cuando se enterara, pero dejé que un glitch recién domado moviese los hilos de mi cuerpo.
―Estoy... ―jadeé. Unas cuantas gotas de sudor volaron por la habitación al cabecear―. Estoy lista. Hagámoslo. Sigamos luchando.
―¡No! ―gritó Ramón―. ¡Esta no es la forma!
―¿Cuál es la forma, entonces? ―respondió Jaime en un tono muy alejado a la calma―. Esta chica está rompiendo los límites para salvarnos. Debería inspirarte, no cabrearte.
El periodista dio un puñetazo de frustración al brazo que se dirigía a él. Sin siquiera prestarle atención, lo había parado con su propia fuerza. Eso era impresionante. Pero más me impresionaron mis nuevos poderes, capaces de hacer añicos la extremidad que tantos problemas nos estaba dando de un único golpe, si bien me estaban drenando mucho más de lo que esperaba.
―Estoy cansado de esto. ―El ojo amarillo del gólem danzó en todas las direcciones―. De acuerdo, sí. Quizá no seáis tan legos en combate como había supuesto, así que os ganaré en vuestro propio terreno: como ya sabéis, mis hilos llegan lejos. Más de una docena de los vuestros han recibido mi bendición. Es fácil: vosotros ponéis vuestros cuerpos a mi disposición y yo dejaré que mis marionetas vivan otro día más. Intentad enfrentaros a mí y lo que contarán las portadas de vuestra editorial será una historia sobre la misteriosa muerte de todos esos... títeres.
Paré en el sitio. Ya había visto al demonio intentar dañar a alguien antes. Sin nadie capaz de impedirlo, era fácil para ese ser retorcido poner fin a varias vidas. Ramón también se quedó congelado ante la amenaza. Estaba claro que no iba a ceder su cuerpo a una bestia, pero también sabía que tenía que proceder con cuidado si quería salvar a los rehenes.
―Tus hilos de plata. ―La respiración de Jaime se entrecortaba―. Son parte de tu poder... ¿Verdad, Algodaoth?
El glitch no respondió. Solo frenó su mirada en el músico, algo confuso por sus palabras.
―Así que. ―Extrajo la semilla metálica que se había alojado en el escudo―, si tuviera tus poderes, podría luchar por el control de esos cuerpos mientras esta chica tan fuerte te parte la cara.
Aunque agradecí el cumplido, mi cuerpo cada vez se acercaba más a sus límites físicos. Los músculos de la espalda empezaban a pesarme y mi cuerpo empezó a desplomarse hacia delante. Intenté hacer acopio de fuerza, pero cada vez me costaba más.
―No... ―El redactor dejó escapar un suspiro demasiado largo―. No hagas eso. Por favor. Seguro que hay otra forma.
―Ya sabes cómo soy, cariño. ―Compuso una sonrisa triste en sus labios―. Tenaz hasta las últimas consecuencias. ¿No fue eso lo que te enamoró de mí?
Sin cuestionárselo, devoró el trozo de alma de demonio que tenía en su mano. No le pareció suficiente, así que hizo lo propio con varios de los fragmentos de pirita que habían llenado el suelo. Nosotros tuvimos que limitarnos a mirar con una expresión entre atónita y disgustada. ¿Esa pinta tenía yo al devorar a otros glitches? No, esto era distinto. Era asqueroso. Parecía... sediento de más. Tanto, que el propietario original de todos esos fragmentos de alma se escandalizó lo suficiente como para mantenerse helado en el sitio. Tanto, que la reacción de mi cuerpo hasta tal estampa fue vomitar hasta la primera papilla.
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―¡Es suficiente, Jaime! ―gritó mi jefe―. ¡Deja de hacerle eso a tu alma! Joder, amor mío, ¡para de una puta vez!
El periodista se lanzó a parar la gula espiritual de Jaime a la fuerza con, según lo vieras, un abrazo o una llave. Yo ya no podía seguir mirando. Mi fuerza mental había llegado a sus límites y la sensación que ver al músico fuera de control seguir sorbiendo esas hebras metálicas hacia su cabeza era demasiado para mi entereza. Pero Ramón todavía le mantenía apresado entre sus brazos, luchando contra sus propios vaivenes. Le costara lo que le costara.
―Es suficiente ―le susurró al oído―. Ya tienes suficiente de él como para vencerle... Pero, por lo que más quieras, deja de hacerte daño. Vuelve en ti. Puedes controlar a ese demonio.
El devorador volvió en sí y tomó una bocanada de aire. Tembló durante unos instantes, pero logró recomponerse. Acto seguido, alzó un poco la barbilla y se encaró al demonio, mirándolo claramente al orbe que tenía por ojo. Aunque le costaba respirar, seguía firme ante él.
―Los veo. ―Aunque la voz del hombre se resquebrajaba, seguía notándose su seguridad―. Siento cómo estás luchando por arrebatarme el control, pero mi deseo de protegerlos es más grande. Mi humanidad ha sido tu derrota, Algodaoth.
Aunque mi cuerpo no daba para mucho más, dejé escapar algo de aire que pretendía formar una risilla. Jaime tenía que ser un payaso dramático hasta el último momento.
―Necio. Esta victoria no te llevará a ninguna parte. Yo me regeneraré. Volveré más fuerte y podré usar mi influencia en ti para traer de vuelta el caos a este mundo desde la comodidad del Castillo.
―Ahí es donde te equivocas. ―Dio un chasquido con su mano. El aire retumbó hasta el punto de desestabilizar la poca planta que pudiera tener. ¿Ese era el poder del Gólem?―. Había contemplado esa posibilidad desde el primer momento. La posibilidad de que estuvieras por encima de nuestras fuerzas. La posibilidad de que usases tus poderes únicos para amenazarnos cuando te cansaras de juguetear. La posibilidad de que nuestros cuerpos entrenados fueran receptáculos atractivos para tus simientes. Aunque no quería, había pensado en todo desde el principio.
Era evidente por su lenguaje corporal que Jaime tenía un plan. O, en todo caso, que se estaba marcando el mayor farol de la historia, pero ya había comprobado que no era especialmente bueno jugando al póker.
―Tenías razón. ―Caminó de lado a lado de la habitación―. No somos los únicos exorcistas a este lado de la grieta. Como suponías, está aquí el receptáculo del Héroe.
―Aun así, lucháis sin su poder contra mí ―soltó una carcajada―. Os consume la soberbia y esta será el motivo de vuestra derrota.
―Después de hablar con él y aprender lo que eres capaz de hacer, solo necesité de él un dato ―alzó el dedo índice―: cómo había sido sellado el Señor de los Cernícalos. Si no había venido personalmente a atacar este mundo a estas alturas de la película, estaba seguro de que tendría alguna razón. La respuesta fue sencilla y sin ambages: alguien selló la grieta que estaba preparada para él con parte de su alma.
Aunque no era capaz de entender a qué se refería, parecía que el demonio se hacía una idea. Había podido leer cientos de intenciones en solo unas pocas palabras y una mirada de determinación. Por su forma de mover su único ojo, parecía estar en ese último momento de ruptura antes de aceptar la derrota.
―Es curioso, estás atascado a mitad de una y en mi cuerpo reside una pequeña parte de ti.
―¡No puedes hacer eso! ―gritó con desesperación―. ¡Convertirás tu victoria en una prisión de silicio! ¡Todos perderemos!
―De nuevo, había contado con esa posibilidad ―afirmó el hombre―. Vencer a uno de los miembros de la Guardia, según el Héroe, era una tarea imposible para nosotros... Pero quería intentarlo de todos modos. Ahora que soy capaz de sentir una pequeña fracción de tus poderes, sé que solo has estado jugando con nosotros. Si te atrevieras a sacar esa cabeza por la grieta, nos aplastarías con poco más que medio chasquido... Pero vuestro plan se iría al traste y su señor quedaría preso para siempre al otro lado. No, Algodaoth, solo es una derrota para los tuyos. Nosotros seguiremos protegiendo este mundo.
―¿De qué cojones habláis? ―Intenté ponerme en pie y acercarme al músico, por mucho que tuviera que cojear―. Jaime, ¿qué estás planeando?
―Norma, gracias. ―Me rodeó con uno de sus brazos para que pudiera seguir manteniéndome en pie―. Por favor, sigue luchando por mí. Cuida a Ramón. Ya sabes cómo es, vas a tener que dejarle un poco de cancha. Dale esto de mi parte a Vero, anda. Y cuida muy bien de ella.
―¿Por qué haces esto?
Me entregó el sobre con la V-Pet que había comprado como regalo de cumpleaños a su sobrina. Fue entonces cuando entendí que esa iba a ser mi última conversación con Jaime. No. No. Esto no podía ser una despedida. No estaba lista para decir adiós. Y mucho si el motivo era que mi fuerza no hubiese estado a la altura de las circunstancias.
No tendría que irse si fuera tan débil.
Dejé caer mi cabeza en su hombro unos instantes y me tomé mi momento para llorar. Me acarició la espalda durante un rato, cediéndome un poco de su reconfortante energía glauca para que pudiera recobrar, al menos, mi capacidad de caminar por mí misma. Pero algo me decía que no dejaba de fijar su vista en el ser de pirita que nos vigilaba. Acto seguido, echó a andar hacia su pareja.
―Ramón. ―Dejó su frente sobre la de él―. Te quiero. Eres la única persona capaz de arreglar mis cagadas. Y esta es una de las más gordas que he hecho en mi vida. Así que haz tu magia como siempre y te veré pronto. Asegúrate de que Vero crece sana y fuerte. Sé que le esperan unos años duros, pero cuando regrese... Déjala ser feliz. Déjala equivocarse. Déjala ayudarte. Déjala ser útil. Confía en ella y en su enorme corazón.
El periodista no fue capaz de articular palabra alguna. Era incapaz de saber qué decir, incluso después de un silencioso beso de despedida. La escena fue capaz de encogerme el corazón, incluso como observadora. No quería imaginar cómo debía estar siendo para sus protagonistas.
―Bla, bla, bla. ―Algodaoth no parecía enternecido por el discurso, por mucho que a mí se me cayeran las lágrimas como de un grifo abierto―. Si vas a hacerlo, hazlo ya. Tanta sensiblería me está haciendo desear sellar yo mismo esta grieta y arruinar nuestro plan B solo por tener la oportunidad de mataros con mis propias manos.
El músico chasqueó sus dedos tres veces en represalia, usando el poder del Gólem contra él.
―Silencio.
―Tiene que haber otra opción... ―Ramón por fin habló, pero fue en un suspiro―. No podemos seguir adelante sin ti. Yo no.
―Tendrás que aprender a hacerlo. ―Le dio la espalda. Escuché claramente un sollozo―. Te prometo que me tendrás siempre a tu lado. Pero necesitas seguir adelante con tu propia fuerza.
Jaime echó a correr hacia la grieta. No le importó gritar con toda la fuerza de sus pulmones y la rabia de su corazón de camino a la rasgadura en el aire. En un visto y no visto, donde hasta unos instantes antes había una pequeña panorámica del lugar de residencia del demonio, ahora solo estaba un televisor con la pantalla de título de Compact Creatures, como si nada hubiera pasado.
Nada, excepto las dos esquirlas de luz que sobrevolaban nuestras cabezas y el sentimiento de vacío que había quedado en mi pecho.