Si quería que la sacerdotisa no me diera un rapapolvo que dejase la medida disciplinar de Norma como un tirón de orejas, tenía que tener cuidado en todos los detalles del duelo. En primer lugar, habría de celebrarse en la zona habilitada para ello, un pequeño claro a un par de minutos a pie del propio santuario. A ese respecto, el verdadero reto fue convencer a mi contrincante de que las preguntas las respondería una vez hubiéramos llegado. Efectivamente, tenía una necesidad muy seria de llenar el silencio con charla.
El segundo paso era cargar los cuatro cristales que delimitaban el área que en otra época había sido una cancha de balonmano al aire libre. Si las historias de la anciana eran ciertas, el templo había doblado como refugio para huérfanos en los años cuarenta y «los pobres chavales necesitaban algo con lo que divertirse». Eso también fue fácil, ya que no necesitaban más que un toque para iluminarse y hacer que las líneas del suelo tomasen su color habitual, protegiendo al exterior de la batalla.
Y el tercero, y quizá el más difícil de todos, refrescar la normativa al luchador aspirante. A pesar de sus intentos de entrometerse alzando la mano cada par de palabras, lo recité de carrerilla, casi vomitando las palabras para acabar lo antes posible y poder atacarle de forma legítima.
―Esto es, a todos los efectos, un duelo bajo las reglas oficiales del santuario de Atecina del Bosque. Las reglas permiten el uso de energía espiritual propia o de la proporcionada por agentes espirituales asociados al combatiente. Eso incluye, pero no se limita, a poderes asimilados mediante ritual o control, explícito o colaborativo, de demonios y otras criaturas. No se permite el uso de armas mundanas que puedan dañar la carne y sangre, y el uso de habilidades de potenciación habrá de emplearse con mesura y discreción. Una lesión, sea o no deliberada, supondrá la derrota del responsable de esta.
Tomé una bocanada de aire y extendí la mano, invitando a Zack a exponer sus dudas.
―Entiendo de todo esto que el GLMP es válido. ―Se remangó la sudadera para enseñar su ordenador de muñeca―. Es mi único medio de combate.
―Efectivamente. ―Ondeé la manga de mi ropaje. Hacerlo era extrañamente relajante―. No debería ser distinto de la V-Pet que contiene a Mako, al fin y al cabo.
―¿Alguna limitación? ―quiso saber, aún con la mano levantada hacia el cielo―. No es justo que tu criatura no esté en condiciones de luchar. En la Catedral, los duelos son entre...
Resoplé tan fuerte que se dio por interrumpido. No. No quería hacer concesión alguna. Ya que estaba luchando por el egoísta motivo de demostrarme algo a mí misma, no podía ponérmelo más fácil. Tenía que ir adelante con todo.
―Da igual ―aparté la mirada―. Sé luchar sin Mako. He tenido un entrenamiento más formal que tú. Me las sabré apañar sola.
Dejé escapar mis poderes en un fogonazo. Aunque las mangas de las ropas ceremoniales contuvieran la luz de mis brazos, el brillo de mis ojos y el pelo ondeante sorprendieron a mi rival.
―¡Estaba deseando ver esto por mí mismo! ―Dio varios saltitos en el sitio―. Así que ese es el poder que te da haber nacido con un glitch. ¡Cómo mola! ¡Norma tenía razón!
―Perderá el que se rinda primero o sea incapaz de moverse. ―Mis poderes hicieron que la voz reverberara un poco más de la cuenta―. Adelante.
―¡Un momento! ―exclamó de repente―. Déjame estirar un poco y esas cosas. Y ponerme cómodo.
Tal y como había anunciado, primero movilizó sus piernas y brazos. Se tomó su tiempo, así que aproveché para materializar la espada en mi mano izquierda y calenté con una de las series de formas que me había enseñado Norma en su día. Después, se quitó la sudadera y la dejó pulcramente plegada sobre una roca. La camiseta que llevaba debajo, que reunía un puñado de criaturas adorables de Ragnarok Online, me hizo soltar una sonrisilla. Por su reacción, diría que se dio cuenta.
―Podemos empezar cuando quieras. ―Trazó una mueca de satisfacción en su rostro―. ¡Hopper, te elijo a ti!
El muchacho estiró su brazo dominante y convocó un látigo de energía del que salió un saltamontes bípedo gigante. Con dos de sus brazos sostenía una guitarra eléctrica que hacía sonar sus notas a pesar de que su cable se desdibujara en el aire y con otro sostenía un parasol negro. Con el que quedaba libre, parecía controlar el tempo. Aunque hubiera sido invocado con una expresión despreocupada, cuando se dio cuenta de que tenía a una chica con una espada espectral delante, cambió su postura por una mucho más defensiva.
―Hopper, protégeme. ―Se aseguró de que su voz se proyectara―. Esto no es un duelo normal, mi rival va a venir a por mí.
La criatura obedeció y extendió su guitarra hacia delante, preparado para usarla como un arma contundente. También plegó el parasol, listo para usarlo como un estoque si se terciara. Tomé la iniciativa con una acometida capaz de hacer que la sombrilla saliese volando. Quizá no fuera la apertura más idónea, pero necesitaba confirmar cómo funcionaban esas criaturas invocadas.
Di un salto hacia atrás para evitar llevarme un guitarrazo y vi cómo la sombrilla empezaba a deshacerse en una nube de vóxeles, validando mi teoría. No descartaba que mi contrincante estuviese también midiendo sus fuerzas como termómetro, así que consideré tomar algo más de distancia para estudiar la situación al detalle.
No tuve mucho tiempo para pensar. Un halcón de fuego apareció en el aire, mucho más rápido que su compañero ortóptero, y se lanzó a por mí en picado. Por suerte, pude reaccionar lo suficientemente rápido como para frenarlo con el escudo, pero no tanto como para contraatacar. Mientras tanto, el domador seguía en pie, impasible ante el combate que estaba librando contra mí.
―Eres más rápida de lo que creía. ―Llamó a sus criaturas a su lado de nuevo con un gesto―. Me gustas, Vero. Tenías razón: este duelo está siendo una idea magnífica para conocerte mejor.
Yo también tenía trucos bajo la manga. Algunos más pulidos, otros... no tanto. Si quería pillar a mi rival desprevenido, tendría que usar uno de los que me había preparado menos. Desconvoqué el escudo y adopté una posición de bloqueo con la misma espada. Después, comencé a dar pasos rodeando a mi rival y su guardia demoníaca. Él miraba con la ilusión de un niño todos mis movimientos. Sus monstruos solo observaban el momento perfecto para lanzarse. Una mínima debilidad en mi guardia, quizá. Y yo estaba dispuesta a fingir que se la iba a dar.
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Fue el halcón el que quiso usar su presteza para atacarme con un envite. Uno calculado justo al punto que había dejado, deliberadamente, abierto. No calculé bien del todo su velocidad, ni lo que las llamas del pájaro podrían ahogar mi propia aura, pero sí que pude atraerlo justo al sitio que buscaba y frenar su avance con la hoja etérea. Instintivamente, tomó un par de palmos de distancia.
―Ya sabes lo que hacer, Zaza ―dijo en voz alta el domador.
El pájaro enganchó sus garras a la espada. Sus uñas de obsidiana parecían resistentes. Tanto como para aguantar el halo de energía que emanaba. Echó el cuello hacia atrás y desplegó las alas.
―¡Ahora! ―gritó―. ¡Oleada pírica!
Las llamas de su plumaje crecieron en tamaño y volvieron su naranja un intenso azul. Y, aunque el aire mantuviera su frescura y humedad nocturnas, la sobrecarga espiritual me hacía complicado devolverle el golpe. Pero mi fuerza de voluntad venció y la energía que estaba concentrando en mi mano derecha tomó por fin la forma de una daga que pude clavar en el corazón de la bestia, que soltó un alarido de dolor antes de desplomarse al suelo.
―Lo has hecho bien. ―Zack tiró su látigo para recuperar a la criatura dañada del suelo―. Has derrotado a uno de mis ases de un solo golpe. Eres fuerte y eso me gusta, Vero.
―Lo ha hecho bien ―repetí, entre jadeos. Aunque la energía hubiera vuelto a su equilibrio habitual, a mi cuerpo le costó enterarse.
Una inmensa mole de gelatina rosada con una de esas caras kawaii tan populares en el diseño minimalista sustituyó al veloz rapaz. El saltamontes comenzó a danzar a su alrededor, contento de ver de nuevo a su compañero. Me pregunté cuántas criaturas habría en ese dispositivo de muñeca. Enfrentarlas no parecía mucho más duro que vencer contra algunos de los glitches más duros que me había podido cruzar antes, pero era consciente de que mis energías tenían un límite... Y que él parecía fresco como una rosa.
El tanteo había estado bien, pero estaba claro que lo que tenía que hacer si quería vencer era atacar directamente al usuario. Algo que sonaba mucho más simple en la teoría que en la práctica. Tenía que atajar a través de dos monstruos hasta llegar al domador, algo que habría sido mucho más fácil si pudiera haberme repartido el trabajo con Mako.
Por un momento, maldije mi soberbia, pero luego recordé que el objetivo de este duelo no era otro que superar al chaval con mis propias fuerzas, así que me lancé sin miedo. El saltamontes intentó atizarme con la guitarra, pero no necesité más que un paso lateral para evadirlo. Al fin y al cabo, por muy entrenado que estuviera, no dejaba de ser un glitch con sus propias limitaciones. Y la suya era que una guitarra eléctrica, por muy chula que pudiera parecer como arma, era algo complicado de blandir.
―¡Vamos, Hopper! ―gritó en voz alta―. ¡Saeta centenaria!
No sabía si gritar los nombres de los ataques era necesario para comandar a las bestias o simplemente era Zack siendo más intenso de lo que debería, pero el reconocer el nombre del ataque me dio algo de ventaja. Si funcionaba de una forma remotamente parecida a lo que hacía en su Fire of the Teinekell original, el monstruo invocaría cien flechas que me atosigarían. En entregas posteriores corrigieron el error de traducción y lo llamaron con un mucho más comprensible «Centenar de Saetas».
Mi estrategia fue sencilla: forzar el fuego amigo. Por muchos proyectiles que me mandara la criatura al tocar su instrumento (me permití el lujo de pensar en el irrelevante dato de que en su videojuego de origen era un laúd y no una guitarra eléctrica, pero la forma en la que se distorsionan los glitches es inescrutable), si interponía a la gelatina gigante entre ambos ella se llevaría la mayoría de los golpes.
―Oh, lo siento, lo siento, Vero. ―Zack volvió a sonreír―. Por mucho que me gustes, no puedo dejarte hacer eso.
Descubrí que el látigo que salía de su ordenador no era solo un instrumento de doma de la peor forma posible: retrasando mi huida el tiempo necesario como para que al menos una docena de flechas llegasen hasta mi posición. Por fortuna, mis capacidades espirituales eran bastante superiores a las suyas y pude zafarme del cepo a tiempo y parapetarme detrás de la mole gelatinesca antes de que las flechas impactaran contra su objetivo.
El recuento de daños terminó yendo a mi favor. Seis flechas bloqueadas por un escudo de emergencia, cinco erradas, una rozando el hombro y otra en el estómago. La criatura aliada no acabó tan bien. Y con «no tan bien», la imagen mental que se podía evocar era la de un queso gruyere.
Aunque el dolor de mi alma empezaba a pesarme, aproveché la confusión para rematarla y, ya que estaba, aprovechar el cansancio del saltamontes tras su habilidad definitiva para acabar con él de un tajo bien traído.
―Guau. ―Aplaudió el muchacho―. Poca gente es capaz de vencer a tres monstruos de mi equipo principal. Y definitivamente, nadie lo había hecho con sus propias fuerzas antes. ¡Voy a tener que poner aún más leña en el fuego!
El domador invocó tres monstruos más, pero al hacerlo vi que varias gotas de sudor empezaron a deslizarse por su frente. Si había algún límite a la hora de comandar demonios, estaba empezando a acercarme.
―Es complicado tener fuera a más de uno. ―¿Por qué me estaba confesando eso?―. Incluso alguien con tanta experiencia como yo sufre un poco al transmitir dos órdenes simultáneas. Es por eso que los combates en la Catedral son, como mucho, de dos contra dos. Ya has visto, podría haber hecho que Pudin hiciera algo antes... Pero sabía que retenerte iba a sorprenderte más. Una lástima que me hayas podido ahí.
―Eres un rival terrorífico, Zack. ―Estaba empezando a sentir un respeto genuino por él―. Me gusta.
―Oigo eso más a menudo de lo que crees ―se jactó―. Pero eres tú la primera que me está obligando a intentar superar mis barreras si quiero tener una oportunidad. Mis kudos.
Efectivamente, su postura relajada se había tornado tensa y su cuerpo temblaba al intentar trasladar las órdenes como el de una persona que se ponía más peso del que estaba acostumbrado a levantar en el gimnasio. Aun así, mi cuerpo y mi alma también estaban empezando a resentirse. Tenía que acabar el combate pronto, con un último ataque. Qué más daba que una mujer de magma de dos metros, algo que en algún momento había sido uno de esos enemigos con forma de escarabajo de los juegos de Kirby y un patito de goma gigante con unas cejas rectangulares que le hacían aparentar estar muy enfadado estuvieran en mi contra. Tenía que cortar la voluntad de Zack por la mitad y hacer que se rindiera. Solo así ese agujero en mi autoestima desaparecería.
Afortunadamente, era ágil a pesar del dolor. Lo suficiente como para parar piedras candentes con el escudo, escaparme del agarre de las pinzas desproporcionadas y contraatacar con un tajo diagonal que le hizo no querer volver a por más. No sabía qué era lo que tenía que esperar del pato, pero definitivamente una explosión de energía capaz de drenar parte de mi energía y entumecer todos mis sentidos no estaba entre mis apuestas. Nunca había experimentado un golpe tan contundente a mi alma. Ni siquiera sabía que hubiera glitches capaces de hacer eso. Perseveré. Aunque me costara ver y oír durante unos instantes, la distancia con el domador que no podía ni mantenerse en pie se había reducido. Solo necesitaba un último ataque, ¿verdad?
―Siempre puedes rendirte. ―Me estaba costando mover el brazo que sostenía la espada y mis pies se arrastraban por la tierra―. Veo cómo te cuesta controlar la respiración. No tienes fuerza alguna como para que tus lacayos te obedezcan. He ganado, Zack.
―Pero tengo ―tosió un par de veces― un último as bajo la manga. Dale las gracias a Eli.
Los glitches heridos del campo se desvanecieron y en su lugar apareció un demonio que asocié rápidamente a las descripciones que me había dado Elías el día del accidente de la cafetería. Aunque tenía razón en eso de que parecía haberse escapado de las pesadillas más sombrías de un niño pequeño, no debería haber sido un reto para mí. Al menos, en condiciones óptimas.
―Aún no lo he domado del todo. ―Se dejó caer de culo sobre el campo―. Así que mantiene un poco de energía salvaje. Eso sí, me ha cogido el suficiente cariño como para hacer caso a instrucciones simples. Adelante, Nuki. Remátala.
Las garras del mapache atravesaron mi cuerpo y desgarraron el último retazo de energía que lo mantenía funcionando. De repente, mis piernas dejaron de obedecerme y terminé cayendo de bruces al suelo, donde la tétrica criatura jugueteaba con su domador con una sonrisa en la cara que la parecía hacer hasta mona.
―Me... rindo. ―Dejé caer un par de lágrimas sobre el descuidado pavimento―. He perdido.